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lunes, 10 de septiembre de 2012

EDIFICACIÓN DE "un reino" versus EDIFICACIÓN DEL REINO ("Más Allá del Pentecostés", por Clayton Sonmore)


Los edificadores de reinos continuarán congregando gran número de fieles, 
pero jamás llegarán a ser el organismo que sea la «Compañía de Josué», 
que está señalada como el ministerio del fin de los tiempos, 
la que nos llevará al camino para entrar en la tierra prometida. 
¿Estamos dispuestos a pagar el precio?


Capítulo Dos

LA EDIFICACIÓN DE «un reino»
Versus
LA EDIFICACIÓN DEL REINO

El principal denominador común para el fracaso de los órdenes, tanto político como eclesiástico, es el mismo. Los hombres están edificando «un reino,» en lugar de edificar EL REINO. Dios le ha prometido a Su pueblo «todas las cosas» espirituales, materiales y temporales, pero sólo a Él debe dársele toda la gloria. El poder de Satanás fue quebrantado en el Calvario, y el poder de Satanás también puede ser quebrantado completamente en nuestra vida.

Los edificadores de reinos continuarán congregando gran número de fieles, pero jamás llegarán a ser el organismo que sea la «Compañía de Josué» que está señalada como el ministerio del fin de los tiempos, la que nos llevará al camino para entrar en la tierra prometida. ¿Estamos dispuestos a pagar el precio?

A menos que recibamos una nueva visitación de una Fe que mueva montañas; de una humildad que nos haga luchar por el lugar más bajo, en lugar de hacerlo por el más elevado, y de un «amor sin fingimiento» que realmente «prefiera los unos a los otros,» segui­remos apartándonos de la unción divina y del llamamiento que -quizás - vinieron a nosotros hace años. ¿Estamos también nosotros edificando un reino o, en realidad, muchos reinos? La edificación de reinos parece ser la maldición número uno de la Iglesia. Esto no es algo difícil de comprender, porque la naturaleza humana es hoy día la misma que fue en los días de Sodoma, cuando «La Soberbia de la Vida» fue uno de los tres pecados por los cuales Dios tuvo que pronunciar el juicio, con el fin de poner de manifiesto la pureza.

La edificación de un reino, en lugar de edificar El Reino, es una extraña tentación que casi ha destruido la verdadera confraternidad en el Espíritu Santo. La soberbia de la vida - la destructora de la verdadera humildad - es algo terrible. Ella asoma continuamente su horrible cabeza, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testa­mento. La iglesia primitiva estaba asediada por este mismo defecto antes de que estuviera llena con el Espíritu Santo, y fuera quebran­tada completamente por la Roca, para ser llevada así al abandono total de todos los derechos. Pedro, Santiago y Juan también lucharon y contendieron en cuanto a cuál de ellos sería el hombre más alto en el pilar totémico.

Tan claro como lo fue en aquel tiempo, y como lo es hoy, así de claro es hoy día que son pocos los que contienden por el lugar más bajo, por el camino bajo - el camino de los «quebrantados y contritos.» Sin embargo, ellos tenían la excusa de que no habían sido llenos por el Espíritu. Creo que nuestra experiencia en el Espíritu Santo, incluyéndome a mí, está con más frecuencia en él tenía que en él tiene.

Lo que está ocurriendo podría llamarse mejor el Culto a la Perso­nalidad. Esta situación también tiene en sí algunas peculiaridades insidiosas, porque muchos sienten que no ocupan un sitio de auto-exultación por encima de los demás, donde se elogie al hombre y se les ponga ante el público como si ellos fueran los así llamados «grandes» o «admirables» del pueblo de Dios, y todo esto, con la exclusión de los «pequeños y preciosos» en el pueblo de Dios. El rápido incremento del Culto a la Personalidad debe afligir cierta­mente el corazón del Maestro. La Palabra nos dice que nosotros sólo somos pecadores salvados por la gracia, y que toda nuestra justicia es como trapo de inmundicia. Creo que esto aflige el corazón de Dios, y que el juicio caerá pronto sobre aquellos que sigan practicando o contribuyendo de algún modo a este terrible «Culto.» No corresponde al plan de Dios la focalización en cualquier individuo u organismo, sin que haya una centralización en El. «Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo.»

Parece que nos empeñamos cada vez más en buscar el favor de alguien o de algo, con el fin de conseguir la aceptación. El comprometer nuestras convicciones no tiene cabida en la ministración de «este evangelio del reino.» El Señor afirmó: «No he venido para traer paz, sino espada.» Siempre habrá paz entre los hermanos «andando en el Espíritu.» Sin embargo, según las Escrituras, cuando una parte de la familia de fe se abstiene de lo mejor de Dios, habrá una división.

La mayor parte de la gente es introvertida por naturaleza, pero muchos se convierten en conspicuos extrovertidos en Dios. Hacer callar a estos ministerios individuales y tratar de que se sometan a un molde proveniente del centro general de operaciones, no es de acuerdo con las Escrituras.

Creo que nuestros ministerios individuales pueden dar la impre­sión de apartarse los unos de los otros, como los radios de una rueda. Si todos estamos anclados en el cubo de la rueda del amor, no habrá confusión, aunque así pueda parecerle al extraño; e, incluso, a nosotros mismos nos parece, a veces, que todo es confusión y desesperanza.

«Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque cualquiera que quisiere salvar su vida, la perderá, y cualquiera que perdiere su vida por causa de mí, la hallará.» Quizás, aquí esté nuestra mayor falla como individuos y como cuerpos colectivos.

¿Estamos tomando verdaderamente esta cruz, y lo estamos si­guiendo a El sin temor ni favor? ¿Estamos dispuestos a perder nuestras vidas por El, o estamos listos a acomodar nuestras convic­ciones para conseguir el aplauso de los hombres, con el fin de aumentar nuestro crecimiento numérico, o para lograr el favor de los grupos o de las denominaciones? Si vamos a aceptar esta premisa del compromiso y no estamos dispuestos a perder nuestra vida, nuestra reputación nuestra confraternidad, nuestro organis­mo u organización, sino que tratamos de salvarlos, los perderemos con seguridad.

Podemos tomar la decisión de entrar en la tierra prometida y de luchar contra los gigantes, o tomar el camino fácil de la carne y andar errantes por el desierto. Por cualquier camino podemos crecer numéricamente, pero sólo hay un camino perfecto de Dios, en tanto que lo otro representa la voluntad permisiva de Dios.

A causa de la premisa de la congregación de los hombres, (1) prescindiendo de la denominación, y porque las personas que entran en estas reuniones están (2) desesperados por Dios, y porque (3) Dios honra Su Palabra dondequiera que ella se predica, nos parece con frecuencia que tenemos un maravilloso movimiento del Espíritu, a despecho del egocentrismo del hombre y de la variada delincuencia espiritual. Pero, debemos dejar de creer que por el crecimiento numérico y por las bendiciones en las reuniones o de las actividades, estamos automáticamente en el centro de la perfec­ta voluntad de Dios. Él quiere que no nos solacemos en las estadísticas numéricas, porque ellas no son la calificación del éxito espiritual. No debemos medir nuestros logros por las estadísticas o permitir que éstas sean el termómetro para ver si nos estamos moviendo en lo mejor de Dios. El rápido crecimiento de las actividades ha traído la «prosperidad numérica,» pero también ha traído la «muerte espiritual.»

Con tan escaso tiempo y con una mancomunidad tan grande de fuerzas como las que hay en el Gran Ejército de Dios, sería una tragedia si se pretendiera encerrar a todo el mundo en un corral, centralizando el control en cualquier cuartel general específico. Aun entonces, la mayor parte de las decisiones deberían ser tomadas por empleados contratados. No, hermanos, en tanto que confiemos en Dios para que los hombres tengan sabiduría, también debemos quitar los muros, y darle a todo el mundo una licencia franca para que ellos se muevan como el Espíritu los guíe.

Incluso si esto da lugar a posibles excesos o desviaciones, me siento contento de moverme en libertad como el Espíritu guía, previniendo de que esta libertad no se emplee como licencia o como excusa, sino que quiero responder solamente a Dios y a la palabra ungida (cuando ella es ungida) en nuestros hermanos, con sumisión y humildad, que es el único camino para reclutar las personas necesarias para «trastornar el mundo» rápidamente y ahora.

Pablo tiene una respuesta para nosotros cuando repite: «Todavía, hermanos, os ruego por el nombre del Señor nuestro, Jesús, el Cristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros disensiones, antes seáis perfectos, unidos en un mismo entendimiento y en un mismo parecer. Porque me ha sido decla­rado de vosotros, hermanos míos, por los que son de Cloe, que hay entre vosotros contiendas; quiero decir que cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo; pues yo de Apolos; y yo de Cefas; y yo del Cristo. ¿Está dividido el Cristo? ¿Fue crucificado Pablo por vosotros? ¿O habéis sido bautizados en el nombre de Pablo?» Pablo no pide que todos o que todo esté centralizado en él mismo, ni niega el llamamiento y el liderazgo divinos de Apolos o de Cefas. Esencialmente, él quiere que el pueblo siga a Dios, según los dictados de la propia y divina guía de ellos, pero con «amor, sin fingimiento» para todos, porque «Cristo no está dividido.»

Mucha gente pregunta sobre la confusión y sobre la falta de amor y de confianza que existe, incluso, en nuestros círculos de pentecostés. ¿Por qué hay tal confusión? ¿Cómo es posible que el enemigo se introduzca en la escena y la domine de tal manera con el «culto a la personalidad» y con «la edificación de reinos» en tantos casos? Señor, ayuda a descubrir en esta disertación algunos de los encubiertos «porqués».

Todos nosotros, los que fuimos verdaderamente bautizados en el «Espíritu Santo y en Fuego» podemos mirar retrospectivamente a los primeros días (que eran considerablemente mejores) de esta dimensión, anhelando la humildad y la sencillez sin paralelo que estaban desprovistas del ambicioso complejo del «culto a la personalidad» y del “espíritu de la edificación de reinos” que ahora prevalecen. Algunos serán lo suficientemente honestos para admitir que nosotros, como un todo, hemos perdido esa cualidad fundamental. Bien sea que seamos ricos o pobres, educados o no, creo que una de las grandes evidencias para el escéptico, sea que esta experiencia no descansa ni en la sabiduría ni en el poder humanos, sino que - por el contrario - descansa en el poder divino.


Pablo, un hombre de gran inteligencia y educación, y que antes había disfrutado de un lugar destacado en el sistema religioso de su época, dijo: «Dios no ha escogido al sabio y al poderoso, humana­mente hablando, sino que Dios ha escogido a los simples del mundo, para avergonzar al poderoso, y Dios ha escogido a los humildes, y a los desechables y a los don nadie con el fin de aniquilar lo que tiene algún valor, para que toda la humanidad pueda ser humilde en la presencia de Dios» (1ª Corintios 1:25, según la traducción de Berkeley). Esto fue porque Pablo había dejado a un lado sus dotes naturales, con el fin de preferir la «unción que pudre el yugo» para que él pudiera conseguir la sencillez que aborrece el espíritu de la «edificación de reinos.» ¿Como hizo la iglesia primitiva para hacerse famosa con la frase «Mirad, como se aman los unos a los otros» ¿Cómo pudieron ellos «trastornar el mundo»? Creo que fue porque casi todos los de la iglesia primitiva, como Pablo conocían la realidad de la vida crucificada, del caminar en el Espíritu, exento de la «edificación de reinos» y del «culto a la personalidad,» dejando lugar así solamente para Él.

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