LAS
FLORES DEL DESFILADERO
"Quebrantados
para nuestro provecho"
(Hebreos
12:10, V. M.)
En
uno de sus libros Ralf Connor relata la historia de una joven llamada
Gwen. Dicha joven era tosca,
obstinada
y había estado acostumbrada
a hacer siempre su voluntad.
Era muy rebelde
y murmuraba
constantemente.
Un día tuvo un accidente y quedó imposibilitada para siempre. Un
misionero conocido entre los montañeses por "El Piloto del
Cielo" la visitó. Se acercó a ella y le contó la siguiente
parábola del desfiladero.
"En
cierto lugar al principio no había desfiladeros, sino una Pradera
amplia y abierta. Cierto día en que el Dueño de la Pradera andaba
sobre el césped, en el que solo había hierbas, preguntó a la
Pradera: '¿Dónde están tus flores?' y la Pradera respondió:
'Señor, no tengo simientes'.
Entonces
el habló a los pájaros y ellos llevaron simientes de todas clases
de flores y las esparcieron por todo. Muy pronto en la Pradera
florecieron lirios encarnados, rosas, girasoles y muchas otras
bellísimas flores. Entonces volvió el Dueño y se puso muy
contento, pero echó de menos las flores que más le gustaban, y dijo
a la Pradera: '¿Dónde están las clemátides y el colombino, las
preciosas violetas, las enémonas y todos los helechos y arbustos
floridos?'
Nuevamente
habló a los pájaros y trajeron toda clase de simientes, las cuales
rociaron por todas partes. Pero cuando el Dueño volvió, tampoco
esta vez pudo hallar las flores que Él más amaba, y dijo: '¿Dónde
están Mis mejores flores?' y la Pradera respondió con gran pena:
'Oh, Señor, no puedo conservar las flores, porque el viento sopla
fuerte, el sol me castiga constantemente y las flores se secan y
desaparecen'.
Entonces
el Dueño habló al Rayo y, con un golpe rapidísimo, el Rayo partió
la Pradera por
el corazón.
La Pradera se
tambaleó y gimió con gran agonía y,
durante muchos días, se lamentó amargamente de la terrible herida
que había quedado sin cerrar.
Pero
el Río derramó sus aguas sobre la grandísima grieta que en la
Pradera se había abierto, arrastrando consigo la rica tierra negra y
fértil. Los pájaros volvieron a esparcir las semillas por el
desfiladero y, después de largo tiempo las ásperas,
duras y cortantes aristas
de las rocas se vieron vestidas
y adornadas con
musgos suaves
y
viñas enmarañadas; y todos los rinconcitos estaban cubiertos con
las clemátides y el colombino. Grandísimos olmos levantaban sus
elevadas alturas a la luz del sol y por debajo de sus pies se
arracimaban los cedros cortos y los bálsamos. Por todas partes
crecieron y florecieron violetas, enémonas y otras muchas flores,
hasta que el desfiladero se convirtió en el lugar favorito del
Dueño, para Su solaz,
gozo y paz".
Entonces
el llamado "Piloto del Cielo" leyó a Gwen: "El fruto,
podríamos decir, las flores del Espíritu, son amor, gozo, paz,
mansedumbre, templanza, ...; y algunas de esas solamente crecen en
los desfiladeros" (corazones traspasados o heridos).
"¿Cuáles
son esas flores de los desfiladeros?",
preguntó ella con
dulzura;
y el Piloto contestó: "Bondad,
fidelidad, mansedumbre y templanza;
aunque las otras florezcan al aire
libre,
nunca tienen el perfume tan delicioso ni son tan bellas como las
flores del desfiladero profundo".
Gwen
permaneció callada durante un buen rato y después con labios
temblorosos dijo con tristeza: "En mi desfiladero no hay flores
sino solo ásperas rocas".
"Algún
día florecerán,
querida Gwen, el Maestro las hallará y nosotros también podremos
verlas".
Amado,
cuando entres en tu desfiladero, ¡RECUÉRDALO!
-
Tomado y adaptado de "Manantiales en el Desierto"
NOTAS
MÍAS:
- Gálatas 5:22 nos dice que "EL
(no
LOS) FRUTO
(no
FRUTOS) del
Espíritu ES (no
SON) amor:
gozo, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad (compromiso
sostenido en el tiempo y no la simple fe, que es un don y no un
fruto),
mansedumbre y dominio propio".
A
mí me gusta decir que ese fruto es una
naranja de 8 gajos.
Cuando aparece la naranja aparece completa, eso si, pequeña y
verde, y tendrá que crecer y madurar. Es decir, el
fruto es Cristo
("hijitos
míos por los que sufro dolores de parto, hasta
que Cristo sea formado
en vosotros"- Gál. 4:19).
¡Sí!,
nos quedamos preñados
de Cristo al momento de ser salvos, Él es formado o gestado
en nuestro interior y le damos
a luz
después, cuando
el velo (nuestra alma) es rasgado (el "desfiladero" es
abierto por la circuncisión del corazón) y el camino al lugar
santísimo (nuestro espíritu) queda expedito.
-
Es de destacar también que la gama de los atributos de Cristo sea
de ocho, número de la resurrección, y no de nueve. Así
corresponde a esa nueva dimensión de vida en la que entramos: vida
ascendida, tras del velo, victoriosa, ¡vida de resurrección y
reposo! Es decir, que el fruto del espíritu es AMOR: la naranja;
siendo el amor el compendio de los 8 gajos.
Si
Dios es amor, no puede ser amor y algo más, porque lo definido no
puede ser parte de la definición. Si quisiera haberse dicho LOS
FRUTOS y no EL FRUTO, la estructura gramatical sería: "loS
frutoS del Espíritu SON", pero aún así el amor
no podría entrar en la definición, por lo ya apuntado.
- El
libro de Jueces 14:14 nos dice: "Del
devorador salió comida, y del fuerte salió dulzura"...
Sabemos
que se refiere al león que Sansón despedazó y en cuyo cadáver
apareció después un panal de dulce miel. Este es un tipo de la
crucifixión de Cristo y de la propia. Cuando nuestro áspero y
fiero "león" va a la cruz, se transforma en manso
y dulce
cordero. Cuando nuestro león puede acostarse con nuestro cordero,
habremos crecido y madurado y tendremos esa maravillosa integración
de contrarios,
que solo el Espíritu Santo puede amalgamar, haciéndonos, como
Cristo, leones-corderos.
El león-cordero ruge cuando hay que expulsar con látigo a los
mercaderes del templo y enmudece cuando hay que ir al matadero.
Fuerte
como el león, manso
como el cordero y dulce
como la miel; pues el fruto verde es ácido o amargo, pero al
fruto maduro pertenece la dulzura.
- Tal
vez esas flores más bellas y tardías: bondad,
fidelidad, mansedumbre y templanza,
(en
el libro la Sra. de Cowman no incluye la fidelidad; yo la incluyo
respetando el orden de las cuatro características que conforman el
último tercio del fruto del Espíritu)
sean las que aparecen tras la operación
subjetiva de la cruz o,
como dijera Watchman Nee, la
cruz después de la cruz.
Experiencia por la que somos purificados de los afectos humanos, de
la aspereza o indelicadeza de temperamento, de la locuacidad, de las
motivaciones erróneas y egoístas y llevados a la estatura de un
varón perfecto.
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