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lunes, 30 de julio de 2012

VELO: EL SIGNIFICADO DE CUBRIRSE LA CABEZA (Watchman Nee)





TODO SOBRE EL VELO COMO COBERTURA Y LA AUTORIDAD

Varios autores analizan si el velo está o no vigente en el día de hoy.


EL SIGNIFICADO DE CUBRIRSE LA CABEZA (W. Nee)

(http://www.librosdelministerio.org/books.cfm?id=0C15E919)

Lectura bíblica: 1 Co. 11:2-16

(Nota: Véanse artículos relacionados a pie de página)
En este capítulo abordaremos un tema importante: el significado de cubrirse la cabeza.
En 1 Corintios 11:2-16, a los creyentes no se les llama hermanos y hermanas, sino varones y mujeres. Estos versículos no se refieren a lo que somos en Cristo, sino al orden que Dios estableció en Su creación.
Este pasaje no hace eco al pensamiento expresado en Juan 10:30, que dice: “Yo y el Padre uno somos”; más bien, dice que Dios es la Cabeza de Cristo. Esto no da énfasis a la relación que existe entre el Padre y el Hijo, sino a la relación entre Dios y Cristo, o sea, entre Dios y Su Ungido. No se refiere a la relación que existe entre Dios el Padre y Dios el Hijo en la Trinidad de la Deidad, sino a la relación entre Dios y Aquel a quien El envió a la tierra y ungió para que fuera el Cristo. El asunto de cubrirse la cabeza tiene que ver con Dios y Su Ungido.
El tema de cubrirse la cabeza tampoco atañe a la relación que existe entre Cristo y Su iglesia. El hecho de que Cristo sea la Cabeza y que la iglesia sea Su Cuerpo, no está relacionado con el tema de cubrirse la cabeza; dicho tema es algo completamente distinto. En 1 Corintios 11:3 dice que “Cristo es la cabeza de todo varón”. Cristo es la Cabeza de todos los hombres individualmente. Aunque hay muchos hombres, Cristo es la Cabeza de todos ellos; en este aspecto, el hecho de que El sea la Cabeza no se refiere a Su autoridad en la iglesia. Este pasaje alude a la autoridad que Cristo tiene sobre todo varón; por lo tanto, el tema de cubrirse la cabeza no tiene nada que ver con la relación que existe entre Cristo y la iglesia, sino con la relación entre Cristo y todo varón. Así que, este pasaje no atañe a la relación que existe entre los hijos de Dios ni a la relación entre hermanos y hermanas; por ejemplo, el versículo 3 dice que “el varón es la cabeza de la mujer”. Si hemos de entender lo que significa cubrirse la cabeza, es necesario que tengamos este fundamento.

I. DOS SISTEMAS ESTABLECIDOS
POR DIOS EN EL UNIVERSO

Quisiera considerar este tema desde una perspectiva más amplia. Esto nos ayudará a entender 1 Corintios 11. Sólo aquellos que conocen a Dios y que están familiarizados con la Biblia entenderán este capítulo. A muchas personas les es difícil leer este capítulo. Lo primero que debemos saber es que Dios tiene dos sistemas en el universo: a uno lo llamamos el sistema de la gracia, y al otro, el sistema del gobierno.

A. El sistema de la gracia

La iglesia, nuestra salvación, la relación que existe entre hermanos y hermanas en el Señor y el hecho de que seamos hijos de Dios: todos estos son asuntos que están incluidos en el sistema de la gracia de Dios. Todo lo que tiene que ver con la iglesia, con el Espíritu Santo y con la redención, pertenece al sistema de la gracia. Tanto el centurión como la mujer sirofenicia recibieron gracia de parte de Dios. Pedro recibió gracia, y asimismo María. Lázaro pudo ser resucitado, y Marta y María pudieron servir. En el sistema de la gracia, hay igualdad de condiciones entre el hombre y la mujer.

B. El sistema del gobierno de Dios

En la Biblia hay otro sistema, al que llamamos el gobierno de Dios; dicho sistema es totalmente distinto del sistema de la gracia. El sistema del gobierno de Dios es diferente del sistema de la gracia, es decir, es un sistema completamente distinto. En el sistema del gobierno, Dios actúa según Su beneplácito.

1. La creación del hombre y la mujer

En Su creación, Dios hizo al hombre y a la mujer. Esta distinción tiene que ver con el gobierno de Dios. El creó primero al hombre, y luego a la mujer. Este orden también tiene que ver con el gobierno de Dios. Dios actúa según Su beneplácito. El tiene una voluntad independiente. El estableció que los seres humanos provinieran de la mujer. Incluso el Señor Jesús nació de una mujer. Esto se relaciona con el gobierno de Dios. Nadie puede argumentar con Dios en cuanto a este asunto.

2. La comida del hombre

En el huerto de Edén, el hombre se alimentaba de frutas. Esto fue establecido por el gobierno de Dios. Después del diluvio, al hombre se le permitió comer carne. Esto también fue instituido según el gobierno de Dios.

3. La confusión con respecto
al lenguaje

En el principio, todos los hombres hablaban un solo idioma. Pero después que el hombre edificó la torre de Babel para demostrar el poder del linaje humano unido, Dios confundió el lenguaje humano en Babel para que el hombre ya no pudiera hablar la misma lengua. Esto sucedió conforme al gobierno de Dios. Más tarde, cuando Dios derramó Su Espíritu en el día de Pentecostés, los creyentes que estaban presentes comenzaron a hablar en lenguas. Esto también tuvo que ver con el gobierno de Dios.

4. Muchos pueblos esparcidos

En la época de la torre de Babel, los habitantes de la tierra fueron divididos en muchos “pueblos”. Estos “pueblos” representan las razas, y no las naciones. Esto también se relaciona con el gobierno de Dios. Posteriormente, Dios escogió de entre muchos pueblos a un pueblo especial: la nación de Israel, la cual le pertenecería a El. Esto fue Su gracia. Pero la separación del linaje humano en diferentes pueblos estaba relacionado con el gobierno de Dios.

5. La formación de las naciones

Después de algún tiempo, estos pueblos llegaron a ser muchas naciones. La historia de la Biblia nos dice que las naciones se formaron después que surgieron los pueblos. Primero existieron las razas, y después las naciones. Cada nación tenía su propio rey. Esto también fue algo establecido por el gobierno de Dios y bajo la administración del mismo.

6. Israel llega a ser una nación

En tiempos de los jueces, los israelitas eran una raza; todavía no habían llegado a ser una nación. Para la época de Samuel, seguían siendo una raza entre muchas otras, porque no había rey sobre ellos. Un día, el pueblo de Israel quiso tener un rey, tal como lo tenían otros pueblos; ellos pidieron que se les transfiriera de la esfera de la gracia a la esfera de gobierno. Ellos quisieron tener un rey, tal como lo tenían otras naciones. Dios les advirtió, mostrándoles cómo gobernaría este rey sobre ellos (1 S. 8:9-18).

7. Saúl llega a ser rey

Más tarde, Dios escogió a Saúl para que fuera el rey de Israel. Tan pronto como Saúl fue escogido, fue introducido entre el pueblo de Israel el sistema del gobierno de Dios. Esto no significa que la gracia de Dios haya cesado; más bien, significa que los israelitas explícitamente se pusieron bajo el gobierno de Dios. Aunque quisieran rebelarse contra el ungido, ya no podían, porque éste había llegado a ser el rey de ellos. Aun después que Saúl se apartó de Dios en cuanto a la esfera de la gracia, él permaneció como rey en la esfera del gobierno de Dios. Debemos identificar estos dos sistemas diferentes a fin de que podamos entender las dos situaciones en las que se encontraba Saúl. En términos de la gracia, Saúl había caído, pero en términos del gobierno de Dios, él seguía siendo rey. Esta es la razón por la que David no se rebeló en contra de la autoridad que Dios había establecido.

II. EL SISTEMA DE LA GRACIA DE DIOS
PERFECCIONA EL SISTEMA
DEL GOBIERNO DE DIOS

Esta situación continuó hasta la época del Señor Jesús, donde vemos que ambos aspectos de la obra de Dios estaban presentes al mismo tiempo. El sistema de la gracia de Dios continuó operando en el mundo; al mismo tiempo, también operaba el sistema del gobierno de Dios. Los sacerdotes y los profetas pertenecían a la esfera de la gracia; ellos mantuvieron vigente el sistema de la gracia. En cambio, los reyes y los líderes de los israelitas pertenecían a la esfera del gobierno; ellos mantuvieron vigente el sistema del gobierno de Dios.
Por un lado, cuando el Señor Jesús estaba en la tierra, El era el Salvador que libraba al hombre del pecado. Esta fue Su obra bajo el sistema de la gracia. Por otro lado, Dios deseaba que el Señor Jesús estableciera la autoridad de Dios y Su reino celestial mediante la obra de la cruz, a fin de que el reino de los cielos fuera traído a la tierra. Dios opera continuamente para destruir el poder del diablo, traer el reino de los cielos e introducir el cielo nuevo y la tierra nueva. En aquel día, la gracia y el gobierno se unirán y llegarán a ser un solo sistema. Esto significa que en el cielo nuevo y en la tierra nueva, el sistema de la gracia y el sistema del gobierno se unirán y llegarán a ser un solo sistema. Así, ambos sistemas serán uno en el Señor Jesús. En El se incorporan ambos aspectos de la obra de Dios. Por una parte, El opera sobre la base del sistema de la gracia; pero por otra, opera sobre la base del sistema del gobierno.
El gobierno de Dios no se estableció cuando Dios creó al hombre, sino cuando creó a los ángeles. Esto se revela claramente en la Biblia. Cuando Satanás era aún la estrella de la mañana que reinaba sobre el mundo, ya estaba vigente el sistema del gobierno. Después que el hombre fue creado, se establecieron muchas cosas bajo el sistema del gobierno de Dios, tales como el matrimonio, la relación entre cónyuges, las relaciones familiares y la relación entre padres e hijos. Estas instituciones básicas fueron establecidas por Dios conforme a Su sistema de gobierno.
Quiero señalarles algo a los hermanos y a las hermanas. Los que son salvos en esta era deben aprender la lección fundamental de no usar la gracia de Dios para anular el gobierno de Dios. Debo repetir estas palabras de manera enfática: no anulemos el orden que Dios estableció en Su gobierno, con la gracia que El nos imparte. La intención de Dios es que el hombre respete Su gobierno; no es Su deseo que el hombre anule el gobierno que El instituyó. Si hacemos caso omiso del gobierno de Dios, somos personas inicuas ante Dios; desconocemos por completo el hecho de que, además de la iglesia, existe también el reino. Debemos ver el sistema del gobierno de Dios. El sistema de la gracia perfecciona el sistema del gobierno. El sistema del gobierno no fue establecido con miras al sistema de la gracia; más bien, el sistema de la gracia perfecciona o complementa el sistema del gobierno de Dios.
Muchos tienen un concepto fundamentalmente erróneo. Piensan que por tener la gracia, pueden hacer a un lado el gobierno de Dios. Esta es una idea insensata. Uno no puede usar la obra que Dios realiza en la esfera de la gracia, para cambiar el gobierno de Dios. El perdón que obtenemos ante Dios por Su gracia no reemplaza el perdón que El otorga conforme a Su gobierno. No importa cuánto perdón hayamos recibido en la gracia, esto no reemplazará el perdón relacionado con Su gobierno.
¡El gobierno de Dios opera bajo un principio totalmente diferente! Desde el comienzo, Dios ha estado tratando de establecer Su sistema gubernamental. El continuará esta obra hasta el final. La gracia y el gobierno siempre van juntos. Debido a que el hombre luchó y se rebeló contra el sistema del gobierno de Dios, fue introducido el sistema de la gracia. El sistema de la gracia nos trae a la salvación y a la restauración, a fin de que obedezcamos el sistema del gobierno de Dios. La gracia es dada para complementar el sistema del gobierno de Dios.

III. APRENDAMOS A RECONOCER
EL GOBIERNO DE DIOS

A. Adán es expulsado
del huerto de Edén

Recordemos cómo pecó Adán. Después que Dios preparó el huerto de Edén, El creó a Adán y a Eva y les encargó que cuidaran del huerto. El huerto de Edén les fue encomendado completamente a ellos. Edén significa felicidad, y ellos vivieron felices en el huerto. Sin embargo, ambos pecaron. Después que ellos pecaron, Dios les dio la promesa de que vendría un Salvador, la simiente de la mujer. Aunque Dios les dio la promesa de la redención, Adán y Eva fueron echados del huerto de Edén. Aquí vemos que la promesa de la redención manifestó la gracia del Señor, pero esto no anuló la acción gubernamental de Dios respecto a expulsarlos del huerto.
Dios no sólo los echó del huerto de Edén, sino que también puso querubines que guardaran el huerto con el propósito de que Adán y Eva no pudieran regresar allí. Esto fue establecido por el gobierno de Dios. El gobierno y gracia de Dios son dos cosas distintas. La gracia dio al hombre la promesa de un Salvador, mientras que el gobierno divino expulsó al hombre del huerto de Edén. Es evidente que a partir de aquel día, el hombre ya no podía regresar al huerto de Edén.

B. A los israelitas se les impide
entrar en Canaán

Cuando los israelitas llegaron a Cades-barnea, ellos rehusaron entrar en Canaán. Como resultado, Dios les impidió entrar en la buena tierra. Los israelitas se lamentaron y después quisieron entrar por sí mismos, pero en un día, muchos de ellos murieron en manos de los cananeos. Ellos lloraron y clamaron, pero Dios no les permitió entrar en la buena tierra (Nm. 13—14). Una vez que ellos rehusaron entrar, ya no pudieron ingresar en la buena tierra. El gobierno de Dios no les permitió hacer lo que ellos querían. Dios tiene Su gobierno.

C. A Moisés no se le permite
entrar en Canaán

Moisés golpeó la roca con su vara dos veces y no santificó a Jehová. Como resultado, no pudo entrar en Canaán (Nm. 20:7-12). Aunque Dios fue misericordioso con él y lo condujo al monte de Pisga, a Moisés no se le permitió entrar en Canaán junto con el pueblo de Dios. Aunque Moisés vio la tierra de Canaán, estando él con Dios en el monte de Pisga, no se le permitió entrar en ella (Dt. 34). La gracia de Dios le permitió ver los linderos de la tierra, pero el gobierno de Dios le prohibió entrar en la tierra.

D. La espada no se aparta
de la casa de David

Cuando David pecó, Dios tuvo gracia y misericordia para con él y le perdonó sus pecados. Dios tuvo tanta gracia para con David, que le concedió tener una comunión especial con El aun después de aquel incidente. Sin embargo, la espada nunca se apartó de la casa de David (2 S. 12:7-14). Esto es el gobierno de Dios.

E. La separación
de Pablo y Bernabé

Bernabé se separó de Pablo por causa de Marcos (Hch. 15:37-39). Marcos era pariente de Bernabé (Col. 4:10). Marcos estuvo en desacuerdo y desobedeció durante el primer viaje, pero Bernabé insistía en llevarlo consigo. Obviamente, esta decisión fue motivada por su relación familiar. Bernabé entonces se apartó de Pablo, y tomando a Marcos, se fue a Chipre (ambos eran naturales de Chipre). Aquí vemos en acción la influencia de una relación carnal. Es posible que después de esto Bernabé haya sido usado por Dios de alguna manera; quizás haya realizado alguna buena obra más tarde. Con todo, a partir de entonces el Espíritu Santo borró su nombre de la Biblia. Su nombre todavía estaba escrito en el libro de la vida, pero no en el libro de Hechos. Esto es el gobierno de Dios. ¡El gobierno de Dios no permite que nadie siga su propio camino!
El sistema de la gracia es una cosa, y el sistema del gobierno es otra. Cuanto más humilde sea una persona, más experimentada será en el sistema del gobierno de Dios. Nunca pensemos que podemos anular el sistema del gobierno de Dios simplemente porque estamos bajo el sistema de la gracia.
La gracia nunca anula el gobierno divino. De hecho, la gracia hace que una persona se sujete al gobierno de Dios. Digo esto solemnemente: La gracia nos capacita para someternos a la autoridad. La gracia no nos hace rebeldes; no nos lleva a derrocar el gobierno de Dios. Estos dos sistemas establecidos por Dios se perfeccionan mutuamente. La gracia no anula el gobierno de Dios. Sólo los necios dirían: “Ya que he recibido la gracia, puedo comportarme con ligereza y hacer cosas descuidadamente”. ¡Esto es lo que haría un hombre necio!
Cuanto más los ojos de una persona sean abiertos a la gracia, más se comportará como un siervo apropiado (si es un siervo) o como un amo apropiado (si es un amo). De igual manera, cuanto más los ojos de una persona sean abiertos a la gracia, más sabrá cómo ser un esposo apropiado, un padre apropiado, un hijo apropiado o un ciudadano apropiado, y más estará sujeto a la autoridad. Cuanta más gracia recibe uno de parte de Dios, más sabrá cómo respetar el gobierno de Dios. Nunca he visto que una persona que verdaderamente conozca la gracia de Dios, destruya Su gobierno.

IV. EL CUBRIRSE LA CABEZA
SE RELACIONA CON
EL GOBIERNO DE DIOS

El asunto de cubrirse la cabeza está relacionado con el gobierno de Dios. Yo no puedo persuadirle que se cubra la cabeza si usted no conoce nada acerca del gobierno de Dios. Si usted no conoce el gobierno de Dios, ¡tampoco sabrá lo que significa cubrirse la cabeza! Una vez que usted vea el gobierno de Dios y comprenda que el sistema del gobierno divino es revelado en la Palabra, entenderá que el cubrirse la cabeza tiene mucho que ver con dicho gobierno.
En 1 Corintios 11:2-3 dice: “Os alabo porque en todo os acordáis de mí, y retenéis las instrucciones tal como os las entregué. Porque quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios la cabeza de Cristo”. Esto es el gobierno de Dios.
Estos versículos no dicen nada acerca de la relación entre el Padre y el Hijo; ésa es una relación existente en la Deidad. Más bien, estos versículos hablan de la relación que existe entre Dios y Cristo. Tomando prestado un término moderno, podríamos decir que Cristo es el delegado de Dios. Hay una distinción entre Dios y Cristo con respecto al ministerio y en cuanto al orden y gobierno divinos: Dios es Dios, y Cristo es Cristo. Cristo es Aquel a quien Dios envió. Juan 17:3 dice: “Que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y a quien has enviado, Jesucristo”. Dios es Dios, y el Señor Jesús es el Cristo enviado por Dios. Esta distinción entre Dios y Cristo tiene que ver con el gobierno de Dios. Cristo era originalmente igual a Dios, pero El estuvo dispuesto a ser el Cristo y a ser enviado. Dios sigue siendo Dios, el Dios que está en las alturas, mientras que Cristo fue enviado para hacer la obra de Dios. Este es el primer asunto relacionado con el gobierno de Dios.
¿Cuál es la meta de Dios? Su meta es designar a Cristo como Cabeza, a fin de que todo hombre se someta a El. Cristo es las primicias de toda la creación. El fue el primero que Dios creó. [Nota del editor: esto se refiere únicamente a Su humanidad.] Por lo tanto, El es la Cabeza de todo varón, y todo varón debe sujetarse a El. Este es un principio básico en el gobierno de Dios. Cristo es la cabeza de todo varón. Esto no pertenece al sistema de la gracia, sino al sistema del gobierno de Dios. De igual modo, el hecho de que el varón sea la cabeza de la mujer también es algo relacionado con el sistema del gobierno de Dios. En Su gobierno, Dios designa al varón como cabeza de la mujer, así como El designa a Cristo como cabeza del varón y se designa a Sí mismo como Cabeza. Todo esto tiene que ver con el sistema de Dios en su totalidad.
Dios mismo es la Cabeza, y El también designa a Cristo para que sea la Cabeza. Además, El designa al hombre como cabeza. Estos son tres grandes principios en el gobierno de Dios.
Dios es la Cabeza de Cristo. Esto no tiene nada que ver con que Dios sea más grande que Cristo o que Cristo sea más grande que Dios. Simplemente significa que en el arreglo gubernamental divino, Dios es la Cabeza de Cristo. De igual manera, en el orden dispuesto por el gobierno de Dios, Cristo es la cabeza de todo varón y el varón es la cabeza de la mujer. Esto es lo que Dios ha establecido y ordenado.
Filipenses 2 presenta esto claramente. El Señor Jesús es igual a Dios en cuanto a Su esencia misma. Pero en el gobierno de Dios, Jesús es el Cristo. Ya que El es el Cristo, Dios es Su Cabeza. En el Evangelio de Juan, el Señor dijo que El hacía sólo lo que veía hacer al Padre (5:19). El no vino para hacer Su propia voluntad, sino la voluntad del que lo envió (6:38). Era como si El dijera: “Yo soy simplemente el Cristo, Aquel que fue enviado. Yo no me atrevo a hablar por Mi propia cuenta. Lo que oigo, eso hablo. No hago nada por Mí mismo; lo que veo, eso hago” (cfr. 8:26, 28). El habló estas palabras sobre la base del gobierno de Dios. Lo que Dios dispuso es que Dios sea Dios, y que Jesús sea el Cristo; como tal, El debía obedecer a Dios. En lo que a Su persona intrínseca se refiere, Dios el Hijo es igual a Dios el Padre; ellos son de igual posición y merecen la misma honra. En este aspecto, Dios el Hijo no tiene que obedecer a Dios el Padre. Sin embargo, en términos del gobierno de Dios, Cristo no tomó la posición de Dios el Hijo, sino la posición del Cristo, Aquel que fue enviado por Dios.
Un día todos conocerán el gobierno de Dios. Todo el mundo sabrá que Cristo es la Cabeza. Esto es lo que Dios ha establecido en Su gobierno. Cristo será la Cabeza de todo varón. Pero hoy únicamente la iglesia sabe esto; el mundo no lo sabe. Un día todo el mundo sabrá que Cristo es la Cabeza, el que tiene la preeminencia en toda la creación. El es las primicias de toda la creación. Todos los seres creados se someterán a la autoridad de Cristo. Bajo este mismo principio, sólo la iglesia sabe que Dios estableció al varón como cabeza de la mujer. ¿Ven ustedes esto? Hoy, sólo la iglesia sabe que Cristo es la cabeza de todo varón; del mismo modo, sólo la iglesia sabe que el varón es la cabeza de la mujer.
Ya vimos que la gracia nunca puede derrocar al gobierno de Dios. Pienso que las lecciones que hemos aprendido se hacen cada vez más claras. La gracia sostiene al gobierno de Dios; no lo destruye. Nadie puede ser tan necio como el que usa la gracia de Dios para oponerse a Su gobierno. ¡Nadie puede abrogar el gobierno de Dios! La mano de Dios sostiene permanentemente Su gobierno. Hoy ningún hombre puede derrocar la autoridad de su padre, argumentando que ha creído en el Señor; nadie tampoco puede derrocar la autoridad de su amo ni la autoridad del gobierno, tomando como base que ha creído en el Señor. Ningún hombre puede decir: “Yo no tengo que pagar impuestos porque soy cristiano. No tengo que cumplir con mis deberes”. ¡No existe semejante cosa! El hecho de que usted sea cristiano lo compromete aun más a respetar el gobierno de Dios.
Hoy vivimos en el mundo con el fin de mantener el testimonio de Dios. El Señor nos ha mostrado tres clases de cabezas: Dios es la Cabeza, Cristo es la Cabeza, y el varón es la cabeza. Esto no tiene nada que ver con la relación entre los hermanos y las hermanas; es una cuestión de gobierno, no de gracia. La gracia nos llama hermanos y hermanas, pero Dios tiene otro sistema, el cual tiene que ver con Su gobierno. Esta es la voluntad de Dios, es el deseo de Su corazón. Dios establece que El mismo sea la Cabeza, y que Cristo se someta a El; Dios también establece que Cristo sea la Cabeza, y que todos se sometan a El; además, Dios establece que el varón sea la cabeza, y que la mujer lleve una señal de sumisión.

V. EL SIGNIFICADO DE
CUBRIRSE LA CABEZA

En 1 Corintios 11:4-5 dice: “Todo varón que ora o profetiza con la cabeza cubierta, afrenta su cabeza. Pero toda mujer que ora o profetiza con la cabeza descubierta, afrenta su cabeza; porque lo mismo es que si se hubiese rapado”. Descubramos lo que significa cubrirse la cabeza.
Cubrirse la cabeza significa someterse al gobierno de Dios, es decir, aceptar esta posición. Una persona que se cubre la cabeza jamás anularía el gobierno de Dios simplemente porque ha recibido Su gracia. Ella ni siquiera daría cabida a tal pensamiento. Por el contrario, aceptaría el gobierno de Dios. Tal como Cristo aceptó a Dios como Su Cabeza, así también todo varón debe aceptar a Cristo como su Cabeza. De la misma manera, la mujer debe aceptar al varón como su cabeza representativa. Cubrirnos la cabeza significa que renunciamos a ser nosotros mismos la cabeza.
Por favor, tengan presente que en la práctica, Dios requiere que sólo la mujer se cubra la cabeza. En realidad, la cabeza de Cristo está cubierta ante Dios, y la cabeza de todo varón está cubierta ante Cristo. Pero en la práctica, Dios requiere que sólo la mujer se cubra la cabeza delante del hombre. ¡Esto es algo maravilloso! Ello expresa un profundo principio; este asunto de ninguna manera es trivial.
En ocasiones siento que no tengo la libertad de hablar a algunos santos acerca del tema de cubrirse la cabeza porque ellos no tienen idea de lo que es el gobierno de Dios. Uno primeramente debe entender qué es el gobierno de Dios antes de que pueda entender qué significa cubrirse la cabeza. Ya que Cristo tiene Su cabeza cubierta ante Dios, yo también tengo mi cabeza cubierta ante Cristo. Me he cubierto la cabeza; ya no está descubierta. Dios es ahora mi Cabeza. De hecho, Dios desea que todo varón se cubra la cabeza. Cristo es nuestra única Cabeza. Nuestra cabeza no debe estar descubierta; debe desaparecer de vista.
A estas alturas, me dirigiré a las mujeres cristianas: Dios ha ordenado que el varón sea la cabeza de la mujer. En estos días de ignorancia con respecto a la autoridad de Dios, Dios requiere que sólo la iglesia cumpla esto. El tema de cubrirse la cabeza se relaciona con el hecho de si uno es cristiano o no. En la iglesia, Dios exige que todo cristiano respete el sistema de gobierno que El ha establecido.

VI. LA RESPONSABILIDAD
DE LAS HERMANAS

El hecho de que las hermanas se cubran la cabeza significa que ellas toman la posición que Cristo toma ante Dios y que el varón toma ante Cristo. La intención de Dios es que las mujeres se cubran la cabeza de modo que expresen el gobierno de Dios sobre la tierra. Dios pide que sólo las mujeres se cubran la cabeza. La mujer no se cubre la cabeza por causa de ella misma, sino por lo que ello representa. Hay muchas cosas que uno hace para sí mismo, pero también hay muchas cosas que uno hace como representante de todo el grupo. La mujer se cubre la cabeza por ser mujer; además, se cubre la cabeza como representante, pues ella representa a todo hombre y también representa a Cristo. La mujer representa a todo hombre ante Cristo; y ella también representa a Cristo delante de Dios. El hecho de que la mujer se cubra delante de Dios equivale a que Cristo mismo se cubra delante de Dios. De la misma manera, el hecho de que la mujer se cubra la cabeza delante de Cristo equivale a que cada varón se cubra delante de Cristo.
Nadie debe asumir ninguna autoridad delante de Cristo. Todos deben cubrir su cabeza y permitir que Cristo sea la Cabeza. Si alguien no cubre su cabeza delante de Cristo, habrá dos cabezas. Cuando hay dos cabezas, una de ellas debe ser cubierta. Entre Dios y Cristo, una cabeza debe estar cubierta. De igual modo, entre el hombre y la mujer, una cabeza debe estar cubierta. Entre Cristo y todo varón, una cabeza debe estar cubierta. Si una de las cabezas no se cubre, habrá dos cabezas. No debe haber dos cabezas en el gobierno de Dios. Si Dios es la cabeza, Cristo no puede ser la cabeza; si Cristo es la cabeza, el varón no puede ser la cabeza; y si el varón es la cabeza, la mujer no puede ser la cabeza.
Dios pide a las hermanas que sean representantes. Las hermanas tienen la responsabilidad de llevar señal de sumisión sobre sus cabezas. Esto expresa el sistema del gobierno de Dios. En particular, Dios ordena que la mujer se cubra la cabeza al orar y profetizar. Esto se debe a que ella debe conocer el gobierno de Dios cuando acude a Dios. Ya sea que ella profetice por Dios ante los hombres o que ore por los hombres ante Dios, ya sea que ore, profetice, actúe por Dios o acuda a Dios, ella debe realizar estas actividades —las cuales tienen que ver con Dios— con la cabeza cubierta. Esto tiene como propósito expresar el gobierno de Dios.
Al hombre no le es permitido cubrirse la cabeza. El hombre afrenta su propia cabeza si se la cubre delante de la mujer. El hombre representa a Cristo. Si un hombre cubre su cabeza, estaría afirmando que ningún hombre debe cubrir su cabeza delante de Cristo y que Cristo debe cubrir Su cabeza delante del hombre.

VII. UNA SEÑAL DE SUMISIÓN
A LA AUTORIDAD
POR CAUSA DE LOS ÁNGELES

En 1 Corintios 11:6 dice: “Porque si la mujer no se cubre, que se corte también el cabello; y si le es vergonzoso a la mujer cortarse el cabello o raparse, que se cubra”. En otras palabras, Dios le dice a las hermanas que deben ser íntegras en todo lo que hagan.
Ninguna mujer puede tener su cabeza descubierta y a la vez dejarse el cabello largo. Si una mujer no se cubre la cabeza, debería cortarse el cabello o raparse. Si usted siente que es vergonzoso cortarse el cabello o rapárselo, debería cubrirse la cabeza. Esto es lo que Pablo quería decir. La mujer debe cortarse el cabello o raparse si no quiere cubrirse la cabeza. Si una mujer piensa que es vergonzoso cortarse el cabello o raparse, que se cubra. Ella debe ser resoluta de un modo u otro, y no hacer nada a medias.
El versículo 7 dice: “Porque el varón no debe cubrirse la cabeza, pues él es imagen y gloria de Dios”. El varón representa la imagen y gloria de Dios; por lo tanto, él no debe cubrirse la cabeza. “Pero la mujer es gloria del varón”. Esta es la razón por la que la mujer debe cubrirse la cabeza. Si la mujer no se cubre, no puede expresar el hecho de que el varón es la cabeza.
Lo que dicen los versículos 8 y 9 es muy claro. Ambos versículos hablan del gobierno de Dios. Por eso digo que una persona nunca entenderá 1 Corintios 11 si no comprende lo que es el gobierno de Dios. El versículo 8 dice: “Porque el varón no procede de la mujer, sino la mujer del varón”. Esto es lo que Dios estableció. En la creación, el hombre no procedió de la mujer, sino que la mujer fue hecha de la costilla tomada del hombre. La cabeza era Adán, no Eva. El versículo 9 dice: “Y tampoco el varón fue creado por causa de la mujer, sino la mujer por causa del varón”. La mujer debe ser sumisa aun por causa de la creación.
El versículo 10 declara: “Por lo cual la mujer debe tener señal de sumisión a la autoridad sobre su cabeza, por causa de los ángeles”. La Biblia no dice lo que la mujer debe usar para cubrirse la cabeza; sólo dice que su cabeza, la parte donde está su cabello, debe estar cubierta. Ella debe hacer esto por causa de los ángeles.
Siempre he considerado que esta enseñanza es maravillosa. Es por causa de los ángeles que la cabeza de las hermanas debe llevar una señal de sumisión. Todos conocemos la historia de la caída de los ángeles. Satanás se rebeló, pero ¿cómo sucedió esto? Satanás se exaltó a sí mismo con la intención de ser igual a Dios. En Isaías 14 dice que él se ensoberbeció y quiso ascender a la altura de Dios. En otras palabras, Satanás descubrió su cabeza ante Dios; no se sujetó a la autoridad de Dios. En Isaías 14 Satanás expresó su propia voluntad repetidas veces, diciendo: “Subiré al cielo ... levantaré mi trono ... en el monte del testimonio me sentaré ... sobre las alturas de las nubes subiré ... seré semejante al Altísimo” (vs. 13-14). Esta fue la ambición de Satanás. Aquí vemos la caída del arcángel. Apocalipsis 12 nos muestra que Satanás arrastró consigo a la tercera parte de los ángeles cuando fue echado abajo (v. 4). ¡La caída de los ángeles se produjo porque trataron de asumir autoridad sin antes someterse a la autoridad de Dios!
Hoy la mujer debe llevar señal de sumisión. ¡Esto es por causa de los ángeles! Sólo en la iglesia encontramos, sobre la cabeza de las hermanas, señal de sumisión. Esta señal, en efecto, declara: “Nuestra cabeza está cubierta, y no tenemos cabeza propia. No queremos ser la cabeza; nuestra cabeza no está descubierta. Aceptamos al varón como cabeza. Hacemos esto para testificar a los ángeles rebeldes que nosotros aceptamos a Cristo como nuestra Cabeza y aceptamos a Dios como la Cabeza”. Esto es lo que significa la expresión por causa de los ángeles.
Cuando hay señal de sumisión sobre nuestra cabeza, es decir, cuando cubrimos nuestra cabeza, damos el mejor testimonio a los ángeles caídos. Esto explica por qué Satanás se opone a que nos cubramos la cabeza. Al cubrirnos la cabeza avergonzamos a Satanás, ya que hacemos lo que él no hizo delante de Dios. Lo que Dios no obtuvo de los ángeles, El lo ha obtenido en la iglesia. Algunos de los ángeles no se sujetaron a la autoridad de Dios y de Cristo. Esto trajo caos al universo. Satanás y los ángeles caídos constituyen un problema aun más grande que la caída del hombre. Lo que Dios no pudo obtener de los ángeles caídos, El lo obtiene en la iglesia.
Cuando muchas hermanas en la iglesia permanecen firmes en su posición de mujer y se cubren la cabeza, se exhibe ante los ángeles, que están en los aires, un testimonio implícito y sin palabras. Esto les proclama a los ángeles que Dios ha obtenido en la iglesia lo que El desea. Así que, la mujer debe llevar señal de sumisión sobre su cabeza por causa de los ángeles.

VIII. NO IRSE AL EXTREMO

Sin embargo, es posible que algunos se vayan al extremo. Tal vez piensen que ya que el varón es la cabeza, la mujer debe sujetarse al hombre en todo. Esto pone a la mujer en una posición de sumisión ciega respecto a todo. Esta clase de sumisión no es provechosa. El problema es que algunos, o no hacen nada en absoluto o se van al extremo cuando hacen algo. Pablo dice que este asunto no es tan sencillo. El continuó en 1 Corintios 11:11 con la palabra pero. El hecho de cubrirse la cabeza constituye un testimonio externo. Tenemos que hacerlo para testificar de forma externa. Pero ¿cuál es la realidad y el significado intrínseco de dicho testimonio? El versículo 11 dice: “Pero en el Señor, ni la mujer es sin el varón, ni el varón sin la mujer”. Algunos podrían preguntar: “¿Qué quiso decir Pablo cuando dijo que ni la mujer es sin el varón, ni el varón es sin la mujer?”. Pablo explicó esto en el versículo 12, diciendo: “Porque así como la mujer procede del varón, también el varón mediante la mujer”.
En el huerto de Edén, la mujer procedió del varón. Pero hoy, después de la época del huerto de Edén, la mujer es el medio por el cual nace el varón. Todo varón nace de una mujer. En realidad, ni el varón es sin la mujer, ni la mujer sin el varón. Ni el varón ni la mujer puede decir que él o ella es algo especial. “Pero todo procede de Dios” (v. 12). El velo sobre la cabeza es simplemente una señal de sumisión a la autoridad. Al final, todas las cosas proceden de Dios. De hecho, el hombre nace de la mujer y la mujer provino del hombre. Nadie puede enorgullecerse de sí mismo, y nadie tampoco puede menospreciarse a sí mismo.
El versículo 13 dice: “Juzgad vosotros mismos: ¿Es propio que la mujer ore a Dios sin cubrirse la cabeza?”. Aquí Pablo parece preguntarle a las hermanas específicamente: “Después de escuchar estas palabras y comprender que en el gobierno divino Dios es la Cabeza de Cristo, que Cristo es la Cabeza de todo varón, que el varón es la cabeza de la mujer y que Dios designó a la mujer como representante de Cristo delante de Dios, ¿aún piensan que es apropiado que la mujer ore a Dios con la cabeza descubierta?”.
El versículo 14 añade: “La naturaleza misma ¿no os enseña que si el varón tiene el cabello largo le es una deshonra...?”. Aquí Pablo apeló al sentir de la iglesia al juzgar este asunto. Pongamos especial atención a las palabras: “La naturaleza misma ¿no os enseña?”. El versículo 15 dice: “¿...pero que si la mujer tiene el cabello largo, le es una gloria? Porque en lugar de velo le es dado el cabello”. En todo el mundo, las mujeres valoran mucho su cabello y se sienten orgullosas de él. El cabello expresa la gloria de una mujer; a la mujer siempre le gusta cuidarse el cabello. Nunca he visto que una mujer tire todo su cabello al cesto de basura. El cabello es una gloria para la mujer; le es muy preciado. En otras palabras, Dios le dio el cabello largo a la mujer para cubrirla.
Quisiera hacerles notar dos cosas: puesto que Dios dio a la mujer el cabello largo para cubrirla, Pablo indicó que la mujer debe usar un velo adicional, para que ella esté cubierta como Dios desea. Ya que el cabello largo de la mujer es un velo que Dios le dio, ella debe cubrirse también con un velo hecho por el hombre. Debemos leer los versículos 6 y 15 juntos. El versículo 6 dice: “Porque si la mujer no se cubre, que se corte también el cabello; y si le es vergonzoso a la mujer cortarse el cabello o raparse, que se cubra”. Y el versículo 15 dice: “¿...pero que si la mujer tiene el cabello largo, le es una gloria? Porque en lugar de velo le es dado el cabello”. El pensamiento es muy claro una vez que unimos estos dos versículos. Dios cubrió la cabeza de la mujer dándole el cabello largo. Siendo éste el caso, aquellas mujeres que aceptan la autoridad de Dios deben usar algo para cubrirse el cabello. Si una mujer rehusa cubrirse el cabello, ella debe cortarse el cabello que Dios le dio. En otras palabras, si usted acepta lo que Dios ha provisto, también debe añadir su propio velo; pero si usted no lo acepta, entonces debe renunciar a lo que Dios ya le dio. La Biblia no prohibe que la mujer se deje el cabello largo; sólo dice que el cabello largo no es suficiente y que la mujer debe añadir un velo sobre su cabeza.
Actualmente ninguno de estos dos mandamientos bíblicos está siendo guardado. Si una hermana no se cubre la cabeza sino que en lugar de ello se rapa, podríamos decir que ella sigue obedeciendo las Escrituras. El problema es que muchas mujeres rehusan hacerlo: ni se rapan ni se cubren la cabeza. El versículo 6 dice que si una mujer no se cubre, debe raparse, y que si no se rapa, debe cubrirse la cabeza. El versículo 15 dice que puesto que Dios ya nos cubrió, nosotros también debemos cubrirnos.
¿Qué deberían hacer las personas obedientes? Este versículo dice que puesto que Dios ya nos cubrió, también nosotros debemos cubrirnos. Los que conocen a Dios siempre agregarán su parte a lo que Dios ya hizo. Siempre seguirán la manera en que Dios actúa, sin contradecirla.

IX. NO SER CONTENCIOSOS

El versículo 16 dice: “Con todo eso, si alguno quiere ser contencioso, nosotros no tenemos tal costumbre, ni las iglesias de Dios”. Pienso que las palabras de Pablo son bastante fuertes. Pablo conocía muy bien a los corintios. ¡A los corintios se les encuentra no sólo en Corinto, sino también en muchos otros lugares! ¡Incluso se encuentran en la iglesia donde está usted!
Pablo dijo: “Con todo eso, si alguno quiere ser contencioso”. ¿Sobre qué asunto hay contienda? Los versículos del 1 al 15 hablan acerca de cubrirse la cabeza. Así que, en el contexto, la contienda tiene que ver con el asunto de cubrirse la cabeza. Pero Pablo dijo que es erróneo que alguien sea contencioso. Nadie debe protestar por el asunto de cubrirse la cabeza.
¡Muchos quieren argumentar que la mujer no tiene que cubrirse la cabeza! Esto equivale a decir que la autoridad de Dios sobre Cristo es un asunto exclusivo de los corintios, y no un asunto universal; esto equivale a decir que la autoridad de Cristo sobre el hombre es un asunto exclusivo de los corintios, y no un asunto universal; y esto equivale a decir que la autoridad del hombre sobre la mujer es un asunto exclusivo de los corintios, y no un asunto universal. Pero ¡damos gracias a Dios! Ser cristiano es un asunto universal, y no un asunto exclusivo de los corintios. Del mismo modo, el hecho de que Dios sea la Cabeza de Cristo y que Cristo sea la cabeza de todo varón son asuntos universales, no asuntos exclusivos de los corintios. Así también, el hecho de que el hombre sea la cabeza de la mujer es un asunto universal, y no una cuestión que pertenece exclusivamente a los corintios.
¿Qué les dijo Pablo a aquellos que pensaban que las hermanas no debían cubrirse la cabeza y que se oponían a sus palabras, a esta decisión y a la comisión que él había recibido de parte del Señor? El dijo: “Nosotros no tenemos tal costumbre”. La palabra nosotros se refiere a Pablo y a los apóstoles. No había tal costumbre entre los apóstoles. No había hermanas que no se cubrieran la cabeza entre los apóstoles. “Si alguno quiere ser contencioso, nosotros no tenemos tal costumbre” No hay modo de argumentar. Si alguno desea argumentar, “tampoco las iglesias de Dios” tienen tal costumbre. Esto quiere decir que nadie puede argumentar sobre esto.
Aquí Pablo nos mostró la costumbre de las iglesias de Dios en aquella época. Según la costumbre de esos tiempos, todos los judíos se cubrían la cabeza cuando entraban en la sinagoga. Los hombres y las mujeres judíos se cubrían la cabeza con un velo antes de entrar en la sinagoga. Sin ese velo, no podían entrar en la sinagoga. La costumbre de los griegos (Corinto era parte de Grecia) consistía en que, al entrar en el templo, tanto los hombres como las mujeres tenían descubierta la cabeza. En los tiempos de Pablo, ninguna raza ni país tenía la costumbre de que los hombres se descubrieran la cabeza y que las mujeres se la cubrieran. Todos los judíos de aquella época se cubrían la cabeza, mientras que todos los gentiles se la descubrían. Sin embargo, con respecto a los hijos de Dios, los varones deben descubrirse la cabeza mientras que las mujeres deben cubrírsela.
Por tanto, el que el varón no se cubriera la cabeza y que la mujer se la cubriera, era un mandamiento dado exclusivamente por los apóstoles de Dios y era una costumbre guardada únicamente por las iglesias de Dios. Esta costumbre era diferente de las costumbres de los judíos y de los gentiles. Dicha costumbre se encontraba únicamente en la iglesia. Puesto que esta costumbre fue instituida por los apóstoles, era algo nuevo, algo recibido de parte de Dios.
Todos los apóstoles creían firmemente que la mujer debía cubrirse la cabeza. Si hubiese habido algún apóstol que no creyera que la mujer debiera cubrirse la cabeza, no habría estado entre los otros apóstoles y seguramente habría sido como uno ajeno a ellos. Los apóstoles no tenían tal costumbre entre ellos. Si una iglesia intentaba protestar contra esto, la respuesta de Pablo era que las iglesias de Dios no tenían esa costumbre. Ninguna iglesia tenía tal costumbre. No existía tal costumbre entre las iglesias locales que los apóstoles visitaban. A partir del versículo 16, Pablo cesó de presentar razonamientos respecto a este asunto. Sus razonamientos terminaron en el versículo 15. En el versículo 16, Pablo ya no expuso más razones. Si alguien quería ser contencioso, Pablo dijo que ningún apóstol debería estar de acuerdo con tal persona. Tal persona no tendría nada que ver con los apóstoles ni con la iglesia. Todos los apóstoles y todas las iglesias creían en esto, y nadie debía argumentar al respecto.
Esta es la razón por la que pedimos a todas las hermanas en la iglesia que cubran su cabeza en las reuniones cuando se da un mensaje o cuando ellas oran. Ellas deben hacer esto debido a que Dios desea obtener en la iglesia lo que El no pudo obtener en el mundo. El desea obtener aquí lo que no pudo obtener en el universo. Y nosotros también queremos que El obtenga en la iglesia lo que no pudo obtener entre los ángeles. Queremos que El obtenga lo que no ha podido obtener en el mundo. Las hermanas deben saber esto. El versículo 3 nos da una enseñanza clara acerca de esto. Dios es la Cabeza de Cristo, Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer. Por esta razón, la mujer debe cubrir su cabeza. Esta es la enseñanza fundamental que se presenta en este pasaje de la Palabra.

X. EL PRINCIPIO DE
LA REPRESENTACIÓN

La Biblia contiene un principio muy importante: el principio de la representación. Ya he hablado de esto anteriormente, y quisiera reiterarlo aquí.
Como cristianos, nosotros nos conducimos conforme a dos principios diferentes. Uno es que andamos como individuos delante de Dios, y el otro es que andamos ante Dios como representantes. A los ojos de Dios no sólo vivimos la vida cristiana individualmente, sino también en calidad de representantes. Si no estoy equivocado, creo que en el juicio venidero seremos juzgados no sólo como individuos, sino también conforme a lo que hemos hecho como representantes.

A. Como amos

Supongamos que hay un amo que tiene varios siervos en su casa. El amo es un hermano, pero trata a sus siervos injustamente, sin misericordia y a su antojo. El será juzgado por Dios en el futuro por su necedad, injusticia y crueldad. Pero el asunto no se detendrá allí, pues él recibirá otro juicio. Este hermano no sólo es responsable por su relación con sus siervos, sino que a los ojos de Dios, por ser amo, él representa al Señor. Siempre que tengamos la posición de amos, representamos al Señor, quien es el Amo. La manera en que tratamos a nuestros siervos debe representar la manera en que el Señor trata a Sus siervos. Si tratamos a nuestros siervos injustamente, no sólo pecamos como individuos sino también como representantes; al comportarnos de esta manera, hemos representado mal al Señor. Si no me equivoco, creo que en el juicio venidero seremos juzgados ante Dios por nuestros propios pecados y también por el pecado de representar mal al Señor.

B. Como siervos

Supongamos que yo no soy un amo, sino un siervo. Y supongamos que como siervo robo, miento y soy perezoso en mi trabajo. No soy genuino al servir a mi amo y le engaño en muchas maneras. Si hago esto, ciertamente he pecado y seré juzgado por mi conducta pecaminosa. Pero el juicio no se detendrá allí. Por un lado, soy un siervo individualmente, pero por otro, represento a todos los siervos que están sujetos al Señor en los cielos. Si se tratara sólo de un servicio personal que rindo ante los hombres, tal vez me podría dar el lujo de engañar, de hurtar y de ser perezoso. Pero cada vez que la Biblia habla de un siervo, nos recuerda que tenemos otro Señor en los cielos. Por consiguiente, no sólo somos siervos individualmente, sino que representamos a todos los siervos que están en la tierra. Esto expresa otra relación.

C. El ejemplo de Moisés

Cuando Moisés estaba en Meriba, en Cades, se enojó con los israelitas porque ellos tentaron a Dios, así que golpeó la roca dos veces. Dios inmediatamente reprendió a Moisés. Moisés se enojó, y eso estuvo mal. Si éste hubiera sido únicamente un asunto personal o una acción independiente de Moisés como líder de Israel, él podría haber sido perdonado. Moisés ya se había enojado en otras ocasiones. Cuando él vio a los israelitas que adoraban el becerro de oro al pie del monte y quebró las dos tablas de piedras escritas por Dios mismo, Moisés mostró aún más ira que en esta ocasión (Ex. 32:19). Sin embargo, en aquella ocasión Dios no lo reprendió, pues Moisés representaba la ira de Dios cuando se enojó. El se enojó en nombre de Dios, y representó a Dios correctamente. Pero, ¿qué dijo Dios cuando Moisés se enojó y golpeó la roca dos veces? Dios dijo: “Por cuanto no creísteis en mí, para santificarme delante de los hijos de Israel” (Nm. 20:12). Dicho en otras palabras, no me separaste a Mí de tus acciones; me representaste incorrectamente. Los israelitas pensaron que Dios estaba enojado, pero en realidad, Dios no estaba enojado.

D. La posición como individuos
y la posición como representantes

Los pecados personales son una cosa, mientras que los pecados que cometemos como representantes son otra. En 1 Corintios 11:3 vemos que toda hermana, es decir, toda mujer (aunque no podamos encontrar tal mujer fuera de la iglesia) debe comprender que ella tiene una posición individual así como una posición representativa. Dios es la Cabeza de Cristo, Cristo es la cabeza de todo varón y el varón es la cabeza de la mujer. Por lo tanto, la mujer debe cubrirse la cabeza. La mujer debe comprender que ella representa a otros. Por lo menos, ella debe tener presente su posición individual.

E. Cubrirse la cabeza
como individuos
y como representantes

Cuando una hermana se cubre la cabeza al hablar o al orar, ella proclama delante de Dios que nadie en el mundo puede asumir ninguna autoridad delante de Cristo. Ella declara que no debe de haber ninguna cabeza descubierta delante de Dios. Nadie puede ser cabeza delante de Cristo; nadie puede ofrecerle sus sugerencias u opiniones a Cristo. Todos tienen que cubrirse la cabeza delante de El. Toda persona debe esconder sus propias sugerencias y opiniones y decirle al Señor: “Tú eres mi Cabeza”. Una hermana debe cubrir su cabeza como individuo que es, y tiene que cubrir su cabeza como representante del gobierno de Dios. Ella tiene una posición representativa en este universo. Las hermanas declaran al mundo la posición apropiada que todos debemos tomar delante de Cristo.

VELOS Y REVESTIMIENTOS (2) - Primera Corintios 11 (3), Dr. Stephen Jones


VIVIENDO POR FE: Testimonio de WATCHMAN NEE (Nee Too Seng)



(Compartimos aquí una parte, puede tenerlo completo en:
 http://www.librosdelministerio.org/books.cfm?id=0A23DCC6)



CONTENIDO

  1. Introducción
  2. Capítulo uno: El primer testimonio (18 de octubre de 1936) Salvación y llamamiento
  3. Capítulo dos: El segundo testimonio (20 de octubre de 1936)
  4. Capítulo tres: El tercer testimonio (20 de octubre de 1936)
  5. Apéndice: Una carta del hermano Watchman Nee al compilador (10 de marzo de 1950)

PREFACIO A LA NUEVA EDICIÓN

Esta es una nueva edición del libro El testimonio de Watchman Nee. La edición que se imprimió en 1974 era algo diferente del manuscrito original. Logramos obtener una copia del manuscrito original que el compilador K. H. Weigh escribió en chino y lo hemos traducido. El resultado es la edición revisada que aquí presentamos.

...

CAPITULO UNO

EL PRIMER TESTIMONIO
(18 DE OCTUBRE DE 1936)
SALVACION Y LLAMAMIENTO

Lectura bíblica: Hch. 26:29; Gá. 1:15


TRASFONDO FAMILIAR

Nací en el seno de una familia cristiana, precedido por dos hermanas. Debido a que una tía mía había dado a luz a seis hijas sucesivamente, una tía por parte de mi padre se disgustó cuando mi madre dio a luz dos hijas. En la cultura china, es preferible tener hijos que hijas. Cuando mi madre dio a luz dos niñas, la gente decía que ella probablemente sería como la tía que había dado a luz seis niñas antes de engendrar un varón. A pesar que en ese entonces mi madre no había sido claramente salva, ella sabía cómo orar; así que habló con el Señor, diciéndole: “Si tengo un hijo, te lo entregaré a Ti”. El Señor escuchó su oración, y nací yo. Mi padre me dijo: “Antes que nacieras, tu madre prometió entregarte al Señor”.

SALVO Y LLAMADO AL MISMO TIEMPO

Fui salvo en 1920 a la edad de diecisiete años. Antes de ser salvo experimenté un conflicto en mi mente con relación a aceptar o no al Señor Jesús como mi Salvador y si debía o no ser un siervo del Señor. Para la mayoría de las personas, el problema que enfrentan al momento de su salvación es el de cómo ser liberados del pecado. Pero para mí, la carrera que deseaba y ser salvo del pecado estaban estrechamente ligados. Si yo aceptaba al Señor Jesús como mi Salvador, al mismo tiempo lo aceptaría como mi Señor. El no sólo me libraría del pecado sino también del mundo. En aquel tiempo sentía temor de ser salvo pues sabía que, una vez salvo, debía servir al Señor. Así que, mi salvación habría de ser una salvación dual. Me era imposible rechazar el llamamiento del Señor y quedarme únicamente con la salvación. Debía elegir entre creer en el Señor y obtener una salvación dual, o abandonar ambas. Para mí, aceptar al Señor significaba que ambos eventos ocurrirían simultáneamente.

LA DECISION FINAL

En la noche del 29 de abril de 1920 estaba solo en mi cuarto. No tenía paz. Ya sea que me sentara o me acostara, no encontraba descanso, porque en mí se libraba el conflicto de si debía creer o no en el Señor. Mi primera tendencia era no creer en el Señor Jesús y no hacerme cristiano. Sin embargo, esto me producía una intranquilidad interior. A raíz de esa lucha me arrodillé a orar. Al principio no tenía palabras, pero después me vinieron a la mente muchos pecados y me di cuenta de que era un pecador. Nunca había tenido tal experiencia en mi vida. Me vi a mí mismo como un pecador y vi, además, al Salvador. Vi la inmundicia del pecado y también la eficacia de la sangre preciosa del Señor, que me lavaba y me hacía blanco como la nieve. Vi las manos del Señor clavadas en la cruz y, al mismo tiempo, lo vi a El extendiendo Sus brazos para recibirme diciendo: “Estoy aquí esperando recibirte”. Conmovido entrañablemente por tal amor, me fue imposible rechazarlo y decidí aceptarlo como mi Salvador. Anteriormente, me burlaba de los que habían creído en el Señor, pero aquella noche no pude mofarme; al contrario, lloré y confesé mis pecados, buscando el perdón del Señor. Después de haber confesado mis faltas, el peso de mis pecados fue descargado, y me sentí flotando y lleno de paz y gozo internos. Esta fue la primera vez en mi vida que supe que era un pecador. Oré por primera vez y también por primera vez experimenté gozo y paz. Quizás haya tenido algún gozo y paz anteriormente, pero lo que experimenté después de mi salvación fue muy real. Aquella noche, estando solo en mi cuarto, vi la luz y perdí toda consciencia de donde estaba. Le dije al Señor: “Señor, verdaderamente me has concedido Tu gracia”.

RENUNCIAR A MI FUTURO

Entre los asistentes se encuentran al menos tres de mis excompañeros de estudio. Entre ellos está el hermano Weigh Kwang-hsi, quien puede dar testimonio de cuán indisciplinado y cuán buen estudiante era. Por un lado, frecuentemente quebrantaba los reglamentos de la escuela; por otro, siempre obtenía las mejores calificaciones debido a que Dios me había concedido inteligencia. A menudo mis ensayos eran exhibidos en la cartelera de la escuela. En aquel tiempo yo era un joven lleno de aspiraciones y planes; además, pensaba que mis criterios estaban bien fundados. Puedo decir con modestia que, de haber trabajado diligentemente en el mundo, es muy probable que hubiese tenido bastante éxito. Mis compañeros de escuela también pueden corroborarlo. Pero después de haber sido salvo, me sucedieron muchas cosas. Todos mis planes se derrumbaron y fueron reducidos a nada. Renuncié a mi carrera. Para algunos, tomar esta decisión pudo haber sido fácil; pero para mí, quien abrigaba tantos ideales, sueños y planes, fue una decisión extremadamente difícil. Desde aquella noche en que fui salvo, comencé una nueva vida, pues la vida del Dios eterno había entrado en mí.

Mi salvación y llamamiento para servir al Señor ocurrieron simultáneamente. Desde esa noche, nunca he tenido duda en cuanto a haber sido llamado. En aquella hora decidí mi profesión futura de una vez por todas. Entendí que el Señor me había salvado para mi propio beneficio y, al mismo tiempo, para el beneficio Suyo. El quería que yo obtuviese Su vida eterna, y también deseaba que le sirviera y fuera Su colaborador. Cuando era niño, no entendía la esencia de la predicación. Luego, al crecer, la estimaba como lo ocupación más vil e insignificante de todas. En aquellos días, la mayoría de los predicadores eran empleados de misioneros europeos o estadounidenses; eran súbditos serviles de ellos y apenas ganaban unos ocho o nueve dólares al mes. Yo no tenía ninguna intención de convertirme en un predicador ni de ser cristiano. Nunca me hubiera imaginado que iría a escoger la profesión de predicador, una carrera que menospreciaba y consideraba insignificante e inferior.

...

DISCIPLINADO POR DIOS

Un día, mientras buscaba un tema en la Biblia para dar un mensaje, la abrí al azar y apareció ante mis ojos Salmos 73:25: “¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra”. Después de leer estas palabras me dije a mí mismo: “El escritor de este salmo puede decir esto, pero yo no”. Descubrí entonces de que había algo que se interponía entre Dios y yo.

Debido a que mi esposa no está presente, puedo relatarles esta historia. Yo ya estaba enamorado de ella aproximadamente diez años antes de que nos casáramos, aunque ella todavía no era salva. Cuando le hablé del Señor Jesús y traté de persuadirla a que creyera, se burló de mí. Debo admitir que la amaba pero, al mismo tiempo, me dolió mucho que se burlara del Señor en quien yo había creído. En aquel momento me pregunté si era ella quien ocupaba el primer lugar en mi corazón o era el Señor. Una vez que los jóvenes se enamoran, es muy difícil que renuncien al objeto de su amor. Le dije a Dios que renunciaba a ella, pero en lo profundo de mi corazón no estaba dispuesto a hacerlo. Después de leer el salmo 73 otra vez, le dije a Dios: “No puedo afirmar que fuera de Ti nada deseo en la tierra, porque hay alguien en la tierra a quien amo”. En aquel instante, el Espíritu Santo me mostró claramente que había una barrera entre Dios y yo.

Aquel mismo día prediqué un mensaje, pero no sabía lo que decía. De hecho, estaba hablándole a Dios, pidiéndole que fuera paciente y me diera fuerzas hasta que yo pudiera renunciar a ella. Le pedí a Dios que pospusiera su exigencia con respecto a este asunto. Pero Dios nunca argumenta con el hombre. Pensé ir a la desolada frontera del Tíbet a predicar el evangelio y le sugerí muchas otras empresas a Dios, esperando que se conmoviera y no me pidiera que renunciara a quien yo amaba. Pero una vez que Dios pone el dedo sobre algo, no lo quita. No importó cuanto oré, no pude seguir adelante. No tenía entusiasmo por mis estudios y, al mismo tiempo, carecía del poder del Espíritu Santo, el cual buscaba diligentemente. Estaba en una terrible agonía. Oraba constantemente, esperando que mis súplicas sinceras hicieran que Dios cambiara de parecer. Doy gracias al Señor porque en todo esto El quería que yo aprendiese a negarme a mí mismo, a poner a un lado el amor humano y a amarlo exclusivamente a El con un corazón sencillo. De lo contrario, habría sido un cristiano inútil en Sus manos. El cortó mi vida natural con un cuchillo afilado, para que yo aprendiese una lección que nunca antes se me había enseñado.

En cierta ocasión, prediqué un mensaje y regresé a mi cuarto con un terrible peso en el corazón. Le dije a Dios que regresaría al colegio el lunes siguiente y procuraría ser lleno del Espíritu Santo y del amor de Cristo. Durante las siguientes dos semanas, encontré que aún así no podía proclamar con convicción las palabras de Salmos 73:25. Pero agradezco al Señor que poco tiempo después fui lleno de Su amor y estuve dispuesto a renunciar a la que amaba y a declarar con denuedo: “¡La dejaré! ¡Ella nunca será mía!” Después de esta declaración, pude finalmente proclamar las palabras de Salmos 73:25. Ese día yo estaba en el segundo cielo, quizás en el tercero. El mundo parecía más pequeño, y me sentía como si estuviese montado en las nubes y cabalgando sobre ellas. La noche de mi salvación fue eliminada la carga de mis pecados; pero en aquel día, el 13 de febrero de 1922, cuando renuncié a la persona que yo amaba, mi corazón fue vaciado de todo lo que antes me había ocupado.

A la semana siguiente comenzaron a salvarse las personas. El hermano Weigh, quien era mi compañero de clases, puede testificar que hasta ese momento yo había sido muy distinguido en mi forma de vestir. Solía llevar una túnica de seda con puntos rojos, pero aquel día deseché mi ropa y zapatos finos. Fabriqué engrudo en la cocina y, recogiendo un montón de carteles evangelísticos, salí a la calle a pegarlos en las paredes y a repartir volantes con mensajes del evangelio. En aquellos días, en Fuchow, provincia de Fukien, esto era un acto muy radical.

Comencé la obra de extender el evangelio a partir de mi segundo semestre en la universidad en 1922, y fueron salvos muchos de mis compañeros. Oraba diariamente por aquellos que había anotado en mi cuaderno. A partir de 1923 comencé a rentar o a pedir prestados salones con el fin de extender la obra evangelizadora. Centenares de personas fueron salvas. De la lista que tenía en mi cuaderno, sólo uno no fue salvo. Esto es evidencia de que Dios escucha tales oraciones. El desea que oremos primero por los pecadores antes que sean salvos. En esos pocos años hubo muchas oportunidades en las que comprobamos este hecho.

APRENDER LA LECCION DE LA SUMISION

En 1923 éramos siete los que laborábamos conjuntamente como colaboradores. Dos de nosotros tomábamos el liderazgo, a saber, un colaborador que era cinco años mayor que yo y mi persona. Teníamos una reunión de colaboradores cada viernes en la cual, a menudo, los otros cinco colaboradores se veían obligados a escuchar las discusiones entre nosotros dos. Todos éramos jóvenes entonces y cada uno tenía su propia manera de pensar. Con frecuencia yo acusaba al otro colaborador de estar errado, y viceversa. Dado que mi temperamento no había sido quebrantado, me enojaba con facilidad. Hoy, en 1936, a veces me río, pero en ese entonces rara vez me reía. En nuestras controversias, reconozco que a veces yo estaba equivocado, pero él también estaba errado a veces. Me era fácil pasar por alto mis propias culpas, pero no me era fácil perdonar a otros. Después de argumentar el viernes, yo iba el sábado a visitar a la señorita Barber para acusar al otro colaborador. Le decía: “Le dije al colaborador que debía comportarse de cierta manera, pero no me hace caso. Usted debería hablarle”. Ella replicaba: “El es cinco años mayor que tú; eres tú quien debe obedecerle”. Le dije: “¿Debo escucharle aunque él esté equivocado?” Ella me decía: “¡Sí! Las Escrituras dicen que el menor debe obedecer al mayor”. Yo le respondía: “No puedo hacer eso. Un cristiano debe actuar con lógica”. Ella me contestaba: “No te debe preocupar si es lógico o no. Las Escrituras dicen que los jóvenes deben estar sujetos a los ancianos”. Me molestaba profundamente que la Biblia dijera tal cosa. Quería dar rienda suelta a mi indignación, pero no podía.

Cada vez que surgía una controversia el viernes, yo acudía a la hermana Barber para quejarme, pero ella nuevamente me citaba las Escrituras mostrándome que yo debía estar sujeto al mayor. A veces, lloraba la noche del viernes después de la disputa por la tarde; luego, el siguiente día iba a la hermana Barber a presentar mis quejas con la esperanza de que ella me diera la razón. Pero me encontraba llorando nuevamente el sábado por la noche al regresar a casa. Deseaba haber nacido unos años antes. 

En una controversia recuerdo particularmente que yo tenía argumentos muy convincentes a mi favor; me pareció que si se los hacía notar a la hermana Barber, ella entendería que mi colaborador estaba errado y, entonces, me apoyaría. Pero ella me dijo: “No importa si el colaborador está errado o no. Cuando acusas a tu hermano delante de mí, ¿estás tomando la cruz? ¿Estás siendo como un cordero?” Cuando ella me hizo esas preguntas, me sentí muy avergonzado, y todavía lo recuerdo. Mis palabras y mi actitud en aquel día revelaban que verdaderamente yo no llevaba la cruz, ni era como un cordero.

En tales circunstancias aprendí a obedecer a un colaborador mayor que yo. En aquel año y medio aprendí la lección mas preciosa de mi vida. Yo estaba lleno de ideas, pero Dios quería introducirme en la realidad espiritual. ¡En aquel año y medio descubrí qué era llevar la cruz! Ahora, en 1936, tenemos unos cincuenta colaboradores; de no haber sido por la lección de obediencia que aprendí en aquel año y medio, temo que no podría trabajar con nadie. Dios me puso en aquellas circunstancias para que aprendiese a estar bajo la restricción del Espíritu Santo. En aquellos dieciocho meses no tuve ninguna oportunidad de presentar mis propuestas; sólo podía llorar y sufrir dolorosamente. Pero de no haber sucedido así, nunca me habría dado cuenta lo difícil que era ser quebrantado. Dios quería pulirme y quitar todas mis defensas puntiagudas. Esto no ha sido fácil de conseguir. ¡Cuánto agradezco y alabo a Dios, cuya gracia me sostuvo al pasarme por estas experiencias!

Ahora me dirijo a los colaboradores más jóvenes. Si ustedes no pueden aceptar las pruebas de la cruz, no serán instrumentos útiles. Dios sólo se deleita en el espíritu de un cordero: su afabilidad, humildad y paz. Las ambiciones, metas elevadas y destrezas que ustedes tienen, son inútiles ante Dios. He transitado este camino y son muchas las ocasiones en que he confesado mis defectos. Todo lo que me atañe, está en las manos de Dios. No es cuestión de estar en lo correcto o no, sino de tomar la cruz. En la iglesia no tienen lugar el bien y el mal; lo único que cuenta es la cruz y aceptar que ésta nos quebrante. Esto hará que la vida de Dios fluya abundantemente y Él lleve a cabo Su voluntad.

APRENDER LA LECCIÓN DE LA CRUZ

Es posible que un creyente lea, estudie o exponga enseñanzas acerca de la cruz sin haber aprendido la lección de la cruz ni haber conocido el camino de la cruz. Cuando estaba con mis colaboradores siendo concertado en el servicio, el Señor dispuso muchas cruces para mí. Muchas veces me sentí avergonzado, pues no aceptaba el quebrantamiento de la cruz y encontraba difícil someterme. Sin embargo, en mi interior reconocía que si la cruz había sido ordenada por Dios, era lo apropiado, aunque todavía me era difícil aceptarla y obedecerla. Mientras el Señor estuvo en la Tierra, aprendió obediencia por la cruz que padeció (He. 5:8; Fil. 2:8). ¿Cómo podría ser yo la excepción? Durante los primeros ocho o nueve meses en los cuales empezó a venir la lección de la cruz, yo no obedecía. Sabía que debía rendirme sin ofrecer resistencia a la cruz ordenada por el Señor; pero cuando me decidía a obedecer, mi determinación duraba corto tiempo. Cuando se me presentaba alguna situación en la cual debía ser obediente, me era difícil obedecer y estaba lleno de pensamientos rebeldes. Esto me perturbaba mucho.

Cuando aceptaba la cruz que el Señor había ordenado para mí, encontraba que ésta me era de gran beneficio. Entre mis colaboradores, cinco de ellos habían sido mis compañeros de estudio desde la niñez; el sexto vino de otra ciudad y era cinco años mayor que yo. Los cinco excompañeros míos siempre apoyaban al otro colaborador y se oponían a lo que yo decía. No importaba lo que yo hiciera, ellos invariablemente me censuraban. De hecho, muchas veces recibieron el mérito por lo que yo había hecho. Algunas veces, cuando ellos rechazaban mis propuestas, yo iba a una colina solitaria a llorar delante de Dios. Durante aquellos tiempos escribí algunos himnos acerca de llevar la cruz, y por primera vez experimenté lo que significaba conocer “la comunión en Sus padecimientos” (Fil. 3:10). Cuando no podía tener comunión con el mundo, podía disfrutar de comunión celestial. Los primeros dos años de mi salvación, no conocía lo que era la cruz. Pero durante ese tiempo empecé a aprender la lección de la cruz.

Siempre fui el primero de mi clase y en la escuela; por tanto, también quería ser el primero en el servicio al Señor. Por esta razón, cuando era puesto en segundo lugar, desobedecía. Le dije a Dios repetidas veces que no podía soportar estas circunstancias, pues yo estaba recibiendo muy poco honor y autoridad, y todos apoyaban al hermano de más edad. Pero hoy adoro a Dios y le agradezco desde lo más profundo en mi ser de que todo esto me haya sucedido. Este fue mi mejor adiestramiento. Dios deseaba que yo aprendiera obediencia, y por eso El dispuso que yo enfrentara muchas dificultades. Finalmente le dije que estaba dispuesto a ser relegado a un segundo lugar. Cuando estuve dispuesto a rendirme, experimenté un gozo distinto al gozo de mi salvación; no era un gozo extenso sino profundo. Después de ocho o nueve meses, en muchas ocasiones estuve dispuesto a ser quebrantado y no hice lo que quería. Estaba lleno de gozo y paz al andar en la senda espiritual. El Señor se sometió a la disciplina de Dios, y yo estaba dispuesto a hacer lo mismo. El Señor, existiendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a qué aferrarse, sino que se despojó a Sí mismo (Fil. 2:6-7). ¿Cómo podía yo considerarme superior al Señor? Cuando comencé a aprender la obediencia, me era difícil, pero a medida que pasaba el tiempo lo encontraba más fácil. Finalmente, le dije a Dios que escogía la cruz, aceptaba su quebrantamiento y desechaba mis propias ideas.

CAPITULO TRES

EL TERCER TESTIMONIO
(20 DE OCTUBRE DE 1936)

Lectura bíblica: Hechos 26:29

VIVIR UNA VIDA DE FE

Habiendo dado ya dos testimonios, no tenía la intención de añadir nada más, pero mientras oraba me pareció que el Señor deseaba que testificara una vez más. Aquellos que me conocen saben que rara vez hablo de mis asuntos personales. He observado que las personas frecuentemente abusan de los testimonios de otros, propagándolos como si fueran noticias. También es cierto que algunos testimonios son exagerados. La experiencia que Pablo tuvo en el tercer cielo sólo fue divulgada catorce años después. Con respecto a muchos testimonios de índole espiritual, es preferible que transcurra un buen tiempo antes de difundirlos. Muchos, sin embargo, los proclaman a los catorce días, no después de catorce años.

En cuanto al dinero

El tema del dinero puede ser un problema pequeño o grande. Cuando comencé a servir al Señor, estaba algo preocupado en cuanto a mi sustento. De haber sido un predicador de una denominación, habría recibido un salario mensual. Pero dado que andaría en el camino del Señor, tendría que confiar solamente en Él para la provisión de mi sustento personal y no en un salario mensual. En los años 1921 y 1922 eran muy pocos los predicadores en China que dependían exclusivamente del Señor. Era difícil encontrar siquiera dos o tres que lo hicieran, pues la gran mayoría de predicadores recibían salarios. En aquel tiempo muchos predicadores no tenían el atrevimiento de dedicarse de tiempo completo a servir al Señor, pues pensaban que si no recibían un salario, no podrían sobrevivir. Yo también pensaba así. Actualmente [1936] en China hay aproximadamente cincuenta hermanos y hermanas en comunión con nosotros que dependen exclusivamente del Señor para su sustento diario. Tal situación es más común ahora que en 1922. Además, hoy los hermanos y hermanas en varios lugares cuidan de los obreros más que antes. Creo que dentro de unos diez años, los hermanos y hermanas mostrarán aún más interés por proveer para las necesidades de los siervos del Señor. Pero esto era escaso hace diez años.

Declarar a mis padres mi deseo de vivir por fe

Ya les conté que después de ser salvo continué mis estudios al mismo tiempo que laboraba para el Señor. Una noche hablé con mi padre acerca de recibir ayuda económica y le dije: “Después de orar por varios días, creo que debo decirle que ya no gastaré su dinero. Agradezco que haya gastado tanto en mí por su responsabilidad paterna. Pero usted esperará que en el futuro yo gane dinero y le retribuya sosteniéndolo a usted; así que debo decirle de antemano que como me dedicaré a predicar, no podré ayudarle en el futuro ni pagarle lo que ha hecho por mí. Aunque no he completado mis estudios, deseo aprender a depender exclusivamente de Dios”. Cuando le dije esto, mi padre pensó que yo estaba bromeando. Pero desde entonces, cuando en algunas ocasiones mi madre me daba unos cinco o diez dólares, ella escribía en el sobre: “Para el hermano Nee To-sheng”. Ella no me daba el dinero en calidad de madre, sino como una hermana en el Señor.

Después de hablar así con mi padre, el diablo vino a tentarme diciéndome: “Semejante acto es muy peligroso. Supón que un día no seas capaz de sostenerte y nuevamente acudas a tu padre a pedirle dinero. ¿No sería aquello una vergüenza? Has hablado con tu padre prematuramente; debiste haber esperado a tener más éxito en tu obra, hasta que muchas personas fueran salvas y tuvieras más amigos, antes de comenzar a vivir por fe”. Pero yo doy gracias al Señor, porque desde que le expresé a mi padre la decisión de no recibir su apoyo financiero, nunca le he pedido dinero.

ESPERAR EN DIOS PARA
MI SOSTENIMIENTO AL LABORAR

Hasta donde yo sé, la hermana Dora Yu era la única predicadora en aquel tiempo que no recibía salario y dependía exclusivamente de Dios para su sustento. Ella era mi hermana espiritual de más edad y nos conocíamos bien. Ella tenía muchos amigos, tanto chinos como extranjeros, y el campo donde desarrollaba su labor era muy amplio debido a que predicaba en muchos lugares. Pero mi situación era la opuesta: eran pocos los que me apoyaban, por lo cual padecí muchas dificultades. Aun así, cuando acudía al Señor, El me decía: “Si no puedes vivir por fe, no puedes laborar para Mí”. Yo sabía que necesitaba una obra viva y una fe viva para servir al Dios vivo. Cierta vez, cuando sólo tenía diez dólares en mi billetera que pronto habrían de agotarse, recordé a la viuda de Sarepta, quien solamente tenía un puñado de harina en la tinaja y un poco de aceite en una vasija (1 R. 17:12). Ella no tenía dos puñados de harina. No sé con qué medios Dios la sustentaría, pero sé que Él tuvo los medios para hacerlo.

En 1921 fui con dos colaboradores a un lugar de la provincia de Fukien a predicar, con la intención de ir luego a otro pueblo. Tenía sólo cuatro dólares en mi bolsillo, lo cual no alcanzaba para adquirir tres boletos de autobús. Pero, gracias al Señor, un hermano nos regaló los tres boletos.

En otra ocasión, en Kulangsu, al sur de la provincia de Fukien, me hurtaron el dinero que tenía en el bolsillo de modo que no me quedó con qué regresar a casa. Estábamos hospedados en una casa y predicábamos una vez al día en una pequeña capilla. Cuando terminamos y estábamos listos para partir, mis dos colaboradores tenían dinero para regresar pero yo no (en ese entonces cada uno de nosotros pagaba sus propios gastos). Me sentí incómodo cuando ellos tomaron la decisión de viajar al siguiente día, pero no quería pedirles dinero prestado. Esa noche oré a Dios, rogándole que proveyera el dinero para los gastos del viaje. Nadie sabía de esto. Aquella tarde algunas personas habían venido a hablar conmigo acerca de la Palabra, pero yo no tenía ánimo para ello. En ese momento el diablo vino a tentarme y a sacudir mi fe, pero yo tenía la firme convicción de que Dios no me desampararía. Yo era apenas un joven que recién me iniciaba en la empresa de servir al Señor por fe y aún no había aprendido la lección de vivir por fe. Continué orando a Dios aquella noche, pensando que quizás había hecho algo incorrecto. El diablo me dijo: “Puedes pedir a los colaboradores que compren tu boleto y luego pagarles cuando lleguen a la capital de la provincia”. No acepté esta sugerencia y continué esperando en Dios. A la hora de partir, aún no tenía dinero. Empaqué mis maletas como de costumbre y contraté un rickshaw [Nota del traductor: especie de coche de dos ruedas, tirado por un hombre, usado para transportar a personas]. En aquel momento recordé la historia de un hermano que no tenía boleto de tren, pero unos minutos antes de que el tren partiera, Dios ordenó a alguien que le diera un boleto (Administrador: probablemente Rees Howells: http://josemariaarmesto.blogspot.com.es/2014/07/libro-el-intercesor-rees-howells-pdf.html). Estábamos listos y abordamos los rickshaws. Yo tomé el último de los tres. Cuando el rickshawhabía avanzado unos cuarenta metros, un anciano vestido de túnica larga vino gritando detrás de mí: “¡Señor Nee, por favor pare!” Ordené al rickshaw que se detuviera. El anciano me dio una ración de comida y un sobre, y se fue. Estaba tan agradecido por el cuidado provisto por Dios que mis ojos se llenaron de lágrimas. Cuando abrí el sobre, encontré cuatro dólares, que era exactamente lo que costaba el boleto de autobús. El diablo continuó hablándome: “¿Ves cuán arriesgado es esto?” Le respondí: “Es cierto que estaba preocupado, pero esto no es nada arriesgado, pues Dios suplió mi necesidad a tiempo”. Después de llegar a Amoy, otro hermano me dio un boleto con el cual pude regresar a casa.

En 1923 el hermano Weigh Kwang-hsi me invitó a predicar en Kien-ou, al norte de la provincia de Fukien. Tenía apenas quince dólares en mi bolsillo, un tercio del costo del viaje. Decidí partir el viernes por la noche y continué orando el miércoles y el jueves. Sin embargo, el dinero no llegó. Oré nuevamente el viernes por la mañana. No solamente no recibí ningún dinero, sino que también tuve el sentir interno de que debía darle cinco dólares a un colaborador. Recordé las palabras del Señor: “Dad, y se os dará”. Yo no había sido una persona que amara el dinero, pero aquel día en verdad amé el dinero y encontré extremadamente difícil ofrendar. Oré al Señor otra vez: “Oh Señor, si realmente quieres que dé estos cinco dólares, así lo haré”; pero todavía me encontraba renuente. Pensé, engañado por Satanás, que después de orar no tendría que dar esa ofrenda. Aquella fue la única ocasión en la que derramé lágrimas a causa del dinero. Finalmente, obedecí al Señor y le di los cinco dólares a aquel colaborador. Después de hacerlo, me llenó un gozo celestial. Cuando el colaborador me preguntó por qué le había dado el dinero, respondí: “No necesitas preguntar; lo sabrás más tarde”.

El viernes por la noche me preparé para comenzar mi viaje. Le dije a Dios: “Quince dólares eran insuficientes, y Tú quisiste que regalara cinco. ¿No es la cantidad que tengo ahora más inadecuada aún? No sé cómo orar”. Decidí ir primero a Shui-kow en barco de vapor y después a Kien-ou en una lancha de madera. Gasté muy poco en el viaje a Shui-kow. Cuando el barco de vapor llegaba a su destino, tuve el sentir de que tendría mejores resultados si no oraba conforme a mi concepto. Así que le dije al Señor: “No sé cómo orar; por favor hazlo Tú por mí”. Añadí luego: “Si no me das el dinero, por favor provéeme de un barco que cobre una tarifa reducida”. Cuando llegué a Shui-kow, muchos lancheros vinieron a ofrecer sus servicios, y hubo uno que sólo pidió siete dólares por el viaje. Este precio estaba muy por debajo de cualquier expectativa, pues la tarifa usual era varias veces esta cantidad. Le pregunté al dueño de la lancha por qué su precio era tan reducido, y él me contestó: “Este barco ya fue contratado por un magistrado, pero me es permitido llevar en la popa un solo pasajero; así que no importa cuánto me pague. Pero usted tiene que traer su propia comida”. Inicialmente tenía quince dólares en mi bolsillo; después de darle cinco dólares al colaborador y gastar unos cuantos centavos en el barco de vapor, siete dólares por el viaje en la lancha de madera y como un dólar en comida, todavía tenía un dólar con treinta centavos al llegar a Kien-ou. ¡Gracias al Señor! Lo alabo porque Él siempre prepara bien todas las cosas.

Después de que cumplí mi labor en Kien-ou y estuve listo para regresar a Fuchow, tuve el mismo problema; no tenía fondos para cubrir los gastos del viaje. Había decidido partir el lunes siguiente, así que continué orando hasta el sábado. Esta vez, sentía certeza en mi corazón al recordar que antes de venir a Fuchow Dios me había pedido que le diera cinco dólares a un colaborador, lo cual hice a regañadientes. En aquella ocasión leí Lucas 6:38: “Dad, y se os dará”, y me aferré a esta frase. Le dije a Dios: “Debido a que Tú dijiste esto, te ruego que me proveas del dinero necesario para cubrir los gastos de viaje conforme a Tu promesa”. El domingo por la noche el señor Philips, un pastor británico, quien era un hermano genuinamente salvo y que amaba al Señor, nos invitó al hermano Weigh y a mí a cenar. Durante la cena el señor Philips me dijo que él y su congregación habían recibido una gran ayuda por mis mensajes y ofrecieron tomar la responsabilidad de pagar los gastos de mi viaje. Le respondí que alguien ya había tomado esa responsabilidad, refiriéndome a Dios. Entonces él dijo: “Cuando usted llegue a Fuchow, le haré llegar el libro The Dynamic of Service [La Dinámica del Servicio], escrito por el señor Padget Wilkes, un mensajero del evangelio a quien el Señor usó grandemente en Japón”. Pensé que había perdido una gran oportunidad, pues lo que yo necesitaba en ese entonces era el dinero para cubrir mis gastos de viaje y no un libro. En cierto modo, tuve remordimiento por no haber aceptado su oferta. Después de la cena el hermano Weigh y yo regresamos a casa juntos. Había rechazado la propuesta del señor Philips de pagar mis gastos de viaje con el fin de esperar ayuda exclusivamente de Dios; no obstante, había gozo y paz en mi corazón. El hermano Weigh no sabía de mi situación financiera; tuve el pensamiento fugaz de pedirle dinero prestado para cubrir mis gastos y después reembolsarlo cuando regresara a Fuchow, pero Dios no me permitió comunicarle esta necesidad. Tenía la convicción de que el Dios de los cielos es siempre fiel, y deseaba ver cómo El proveería para mis necesidadesCuando partí al día siguiente, tenía apenas unos dólares en mi bolsillo. Muchos hermanos y hermanas vinieron a despedirse, y algunos hasta cargaron mi equipaje. Mientras caminaba, oraba: “Señor, ciertamente Tú no me traerías hasta aquí sin llevarme de regreso”. A medio camino rumbo al muelle, el señor Philips envió a alguien con una carta. La carta decía: “Aunque alguien más haya tomado la responsabilidad de cubrir sus gastos de viaje, siento que debo participar en su labor aquí. ¿Sería posible que yo, un hermano anciano, tuviese tal oportunidad? Por favor, tenga la bondad de aceptar esta pequeña suma de dinero para dicho propósito”. Después de leer la carta, sentí que debía aceptar el dinero, y lo hice. No sólo fue suficiente para pagar mis gastos de viaje a Fuchow, sino también para imprimir una edición de El Testimonio Actual.

Al retornar a Fuchow, la esposa del colaborador que recibió los cinco dólares me dijo: “Me parece que cuando usted partió de viaje no tenía suficiente dinero. ¿Por qué le dio cinco dólares a mi esposo?” Le pregunté qué había ocurrido con respecto a los cinco dólares, y me dijo: “El miércoles nos quedaba en casa sólo un dólar, el cual ya habíamos gastado el viernes; por tanto, oramos todo el día. Entonces mi esposo tuvo el sentir de que debía salir a caminar y se encontró con usted, y usted le dio los cinco dólares, que nos duraron cinco días. Posteriormente, Dios nos proveyó por otro medio”. Ella continuó su relato con lágrimas: “Si usted no nos hubiera dado los cinco dólares aquel día, habríamos pasado hambre, lo cual en realidad no importaba, pero ¿dónde habría quedado la promesa de Dios?” Su testimonio me llenó de gozo. El Señor me usó a mí para suplir la necesidad de ellos con los cinco dólares. La Palabra del Señor ciertamente es fiel: “Dad, y se os dará”.

La lección que he aprendido en el transcurso de mi vida es que cuanto menos dinero tengo en mis manos, más Dios me dará. Esta es una senda difícil de seguir. Muchas personas se sienten capaces de vivir por fe; pero cuando viene la prueba, tienen temor. A menos que uno crea en el Dios vivo y verdadero, no le aconsejo que tome este camino. Puedo dar testimonio hoy de que Dios es el que provee. Todavía es posible ser sustentado por cuervos así como le sucedió a Elías. Les diré algo que quizás encuentren difícil de creer. En mi experiencia he visto que la provisión de Dios llega cuando he gastado mi último dólar. Tengo ya catorce años de andar en este camino, y en cada una de mis experiencias Dios ha querido obtener la gloria para Sí mismo. Dios ha provisto para todas mis necesidades y no ha fallado ni una sola vez. Los que solían dar, ya no lo hacen; hay un cambio constante de los que ofrendan, pues un grupo reemplaza a otro. Todo ello carece de importancia, pues el Dios que está en lo Alto es un Dios vivo. ¡El nunca cambia! Les digo esto para que sigan rectamente en la senda de vivir una vida de fe. Podría contarles otros diez o veinte casos parecidos a estos.

En cuanto al tema de ofrendar dinero al Señor, uno debe separar una cantidad definida —ya sea una décima parte de los ingresos o la mitad— y ponerla en las manos de Dios. Es posible que la viuda, en su ser natural, haya dado los dos leptos quejándose, pero de todos modos el Señor la alabó. Tenemos que ser un ejemplo para otros; no debemos temer, pues Dios no nos desamparará. Debemos aprender a amar a Dios, creer en Él y servirle como lo merece. ¡Debemos agradecerle y alabarle por Su inefable gracia! Amén.

Confiar en que Dios proveería para
la publicación de la literatura

Consciente de que algunas personas nunca entrarían a un local de reuniones para escuchar el evangelio, en 1922 comencé a imprimir folletos evangelísticos. El evangelio debe llegar a estas personas. Después de escribir los tratados, empecé a orar y pedir la provisión necesaria para cubrir los gastos de imprenta y distribución. Dios me dijo: “Si deseas que conteste tu oración, primero debes quitar todo impedimento”. El domingo siguiente prediqué sobre el tema “Quitar todo impedimento”. En aquel entonces muchos criticaban a la esposa de uno de mis colaboradores, una hermana que se reunía con nosotros. Cuando yo entré a la reunión para dar el mensaje, la miré e interiormente la critiqué juzgando que los demás tenían razón en criticarla. Al acabar la reunión, ella estaba de pie cerca de la puerta, y yo la saludé al salir del salón después de dar el mensaje. Luego, cuando nuevamente le suplicaba a Dios que cubriera los gastos de imprenta, diciéndole que había quitado todo obstáculo, El me dijo: “¿Qué me dices del mensaje que acabas de predicar? Tú has criticado a aquella hermana; ése es un obstáculo para la oración, el cual debes eliminar. Debes ir a ella y confesar tu culpa”. Le respondí: “No es necesario que confesemos a otros los pecados que están en nuestra mente”. Dios me respondió: “Sí, eso es cierto, pero tu caso es diferente”. Luego, cuando pensé en confesarle a ella y enfrentar el asunto, vacilé en cinco oportunidades. Aun cuando estaba dispuesto a confesar mi falta, me preocupaba que ella, quien siempre me había admirado, ahora me menospreciaría. Le dije a Dios: “Haré cualquier cosa que me pidas, pero no estoy dispuesto a confesarle a ella mi falta”. Continué pidiendo a Dios que cubriera los gastos de imprenta, pero El no escuchaba mis argumentos; al contrario, El insistía en que yo confesara. La sexta vez, por la gracia del Señor, le confesé a ella mi culpa. Con lágrimas en los ojos, ambos confesamos nuestras faltas y después nos perdonamos el uno al otro. Fuimos llenos de gozo y, desde entonces, nos amamos en el Señor aún más.

Poco después, el cartero me entregó una carta que contenía quince dólares. La carta leía: “Me gusta distribuir folletos evangelísticos y me sentí constreñido a ayudarle a imprimirlos. Por favor, acepte mi donación”. En cuanto fueron eliminados todos los impedimentos, Dios contestó mis oraciones. ¡Gracias al Señor! Esta fue la primera vez que experimenté que Dios respondiera a mis oraciones con respecto a la impresión de las publicaciones. En aquel entonces repartíamos más de mil folletos por día. Se imprimían y se distribuían de dos a tres millones de folletos al año para abastecer a las iglesias en varios lugares. En los breves años después de comenzar la obra de literatura, Dios siempre respondió a mis oraciones y cubrió todas nuestras necesidades.

El Señor también quiso que publicara la revista El Testimonio Actual y que fuera distribuida sin cargo alguno. En aquel tiempo en China, todas las publicaciones de temas espirituales estaban a la venta; solamente la revista que yo publicaba era gratuita. El cuarto donde redactaba y editaba los manuscritos era bastante pequeño. Cuando terminábamos los artículos, los enviábamos a la imprenta. Cuando no había fondos disponibles, oraba a Dios pidiendo que enviara Su provisión para la impresión. Al observar lo que estaba haciendo, me reía, pues los manuscritos estaban siendo enviados a la imprenta sin contar con los fondos necesarios. Mientras viva, nunca olvidaré aquella vez cuando aún me estaba riendo y escuché a alguien tocar la puerta. Al abrirla, vi a una mujer de mediana edad que siempre venía a las reuniones pero por quien mi corazón sentía una frialdad inusual. Aunque ella era rica, amaba el dinero y trataba diez centavos como si fuesen un dólar. Me extrañé de que pudiera ser ella la que diera el dinero para imprimir la revista. Entonces, le pregunté el motivo de su visita, y me dijo: “Hace una hora, comencé a sentirme incómoda. Cuando oré a Dios, El me dijo que yo no parecía ser cristiana, porque nunca he hecho lo correcto en cuanto a ofrendar y amo el dinero demasiado”. Le pregunté a Dios qué deseaba que hiciera, y me dijo: “Debes ofrendar dinero para que sea usado en Mi obra”. Luego, ella tomó treinta dólares de plata y los puso sobre la mesa, diciéndome: “Gaste el dinero en lo que usted juzgue necesario”. Entonces, al ver la mesa, vi dos cosas: los manuscritos y el dinero. Le agradecí al Señor, sin decirle nada a ella. Ella se despidió, y yo fui de inmediato a hacer un contrato con la imprenta. El dinero que ella dio fue suficiente para imprimir mil cuatrocientos ejemplares de la revista. Otros dieron el dinero para los gastos de franqueo. Ahora imprimimos cerca de siete mil ejemplares de cada edición. Dios nos provee todos los fondos en el momento preciso de la manera que lo he relatado. Nunca le he pedido contribuciones a nadie. Ha habido ocasiones en que las personas me han rogado que les acepte el dinero. En todos estos asuntos siempre he esperado exclusivamente en el Señor.

ACEPTAR DINERO POR CAUSA DE CRISTO

Si uno fracasa al no tratar los asuntos monetarios adecuadamente, ciertamente fracasará en otros asuntos. Debemos esperar en Dios con una mente sencilla y nunca hacer nada que deshonre al Señor. Cuando las personas nos den dinero, lo aceptamos en el nombre de Cristo, y nunca debemos pedirles nada. Agradezco a Dios que después de decirles a mis padres que no volvería a usar el dinero de ellos, aún así me fue posible estudiar dos años más. Aunque no sabía de dónde vendría mi sustento, Dios siempre proveía cuando se presentaba alguna necesidad. Algunas veces la situación parecía en extremo difícil, pero Dios nunca me desamparó. Con frecuencia ponemos nuestra confianza en las personas, pero Dios no desea que dependamos de otros. Debemos aprender la lección de gastar en la medida en que recibimos, y nunca ser como el mar Muerto, que recibe varios afluentes pero del cual no fluye ninguno. Debemos ser como el río Jordán, que recibe de sus afluentes y deja seguir la corriente. Los levitas del Antiguo Testamento se dedicaban exclusivamente a servir a Dios, y aún ellos debían ofrecer sus diezmos.

CUANDO WATCHMAN NEE ESTABA EN LA PRISIÓN, Testimonio