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lunes, 17 de septiembre de 2012

II-MANIPULADORES BAJO LA MANO QUEBRANTADORA DE DIOS (E.V. Génesis, Witness Lee)

La gente astuta siempre se presenta amable

Todo el que es amable con usted es astuto pero el que es osado con usted es honesto. 


ESTUDIO-VIDA DE GENESIS

MENSAJE SETENTA Y UNO

BAJO LA MANO DE DIOS
(5)

La historia de Jacob que aparece en Génesis 30 y 31 es muy interesante. Basándonos en los dos principios de que la Biblia no desperdicia ninguna palabra y toda la Biblia es la Palabra de vida, debemos acudir al Señor para poder ver la vida contenida en este relato. He dedicado mucho tiempo a este pasaje de la Palabra. Hace muchos años, tomaba este relato como una simple historia. Pero después de llegar a comprender que todo lo que contiene la Biblia es la Palabra de vida, empecé a buscar la vida contenida en esta sección de la Palabra. Después de ser iluminado, vi que este relato está lleno de vida.
Los puntos principales contenidos en Génesis 30:25-43 y 31:1-16, 38-42 pueden ser clasificados bajo los tres títulos siguientes: la opresión de Labán, el engaño de Jacob y la bendición de Dios. En este relato, las tres personas más prominentes son Labán, Jacob y Dios. Dos de estos personajes son visibles y uno invisible. Labán, la primera persona, presionó a Jacob, mientras que Jacob, el segundo personaje, engañó a Labán. No obstante, ninguno de los dos pudo tomar una decisión final. Esto fue efectuado por el tercer personaje, la persona invisible, Dios mismo. Por mucho que Labán oprimiera a Jacob, de todos modos perdería, y aunque Jacob engañó mucho a Labán, no fueron esos engaños los que lo enriquecieron. Ni Labán ni Jacob tuvieron la última palabra; la tuvo Dios, el Señor de todo. Si queremos ver la vida que hay en esta sección de la Palabra y recibir el suministro de vida que contiene, debemos prestar atención a estos tres personajes. Si los vemos, valoraremos esta sección de la Palabra.
Ya dijimos que Abraham representa una vida justificada por Dios y en comunión con El, y que Isaac representa la vida que disfruta la gracia de Dios. En Jacob vemos el tercer aspecto de la vida espiritual: la transformación. Jacob, un hombre que estuvo bajo la mano transformadora de Dios, representa la vida de transformación. La presión que ejerció Labán sobre Jacob provenía de la soberanía de Dios. Jacob necesitaba la mano opresora de Labán, y Dios usó dicha mano para transformarlo.
Al leer el relato de la vida de Jacob, no considere que sea algo dirigido a los demás. Léalo para usted mismo, porque usted es el único Jacob. Aun las hermanas son Jacob. Muchas hermanas tienen maridos como Labán, pero ellas, las esposas artificiosas, son como Jacob. Por ser tan artificiosas, recibieron de Dios maridos como Labán para presionarlas. No obstante, también podemos decir que muchos maridos como Jacob se han casado con esposas como Labán. Casi todos los maridos son engañosos. El hermano casado aparenta ser un caballero, pero en realidad es un astuto Jacob. Todos los maridos son sagaces en el trato con sus esposas. Pero por muy engañosos que seamos, Dios sigue ejerciendo Su soberanía. El relato de Jacob es nuestra biografía y nuestra autobiografía. Lo narrado en la Biblia es nuestra biografía, y lo que sucede en nuestro diario vivir es nuestra autobiografía. Estamos escribiendo nuestra autobiografía día tras día. En nuestra relación con los demás, somos artificiosos (manipuladores); cuando sufrimos por obra de los demás, somos oprimidos.
Jacob fue escogido para ser la expresión de Dios. ¿Cómo podría un suplantador llegar a ser la expresión de Dios? No habría sido por una corrección externa, sino solamente por el proceso de transformación. ¿Cómo se puede llevar a cabo la transformación? Sólo al estar puestos, por el arreglo soberano de Dios, en ciertas circunstancias y bajo la mano de ciertas personas. El tiene la soberanía para disponer nuestro entorno. Quisiera decirles a los hermanos y hermanas que se van a casar pronto: Hermanos, no se imaginen que ustedes están a punto de casarse con una buena hermana. No, ustedes se van a casar con un Labán opresor. Hermanas, estén preparadas. Ustedes no se van a casar con un gigante espiritual sino con un astuto Jacob. Dios rige soberanamente en este asunto.
Dios nos escogió, pero nosotros somos suplantadores, personas que toman por el calcañar y que necesitan ser transformadas, sea que nos guste o no. He oído a muchas personas entre nosotros decir: “Señor Jesús, te amo”. ¿Sabe usted lo que significa decirle eso al Señor? Significa que usted acepta lo que El está haciendo con usted. Cuando usted dice: “Señor Jesús, te amo”, en realidad usted está diciendo: “Señor Jesús, soy uno contigo y estoy dispuesto a que me toques”. Es probable que usted no se haya dado cuenta de lo que implica decir: “Señor Jesús, te amo”. Supongamos que una mujer joven le dice a un joven que ella lo ama. Esto tiene muchas repercusiones y no debe decirse a la ligera. Al pronunciar estas sencillas palabras, ella se entrega a él. Del mismo modo, cuando decimos: “Señor Jesús, te amo”, somos cautivados por El y nos lanzamos al proceso de transformación. Muchos de nosotros podemos testificar que no teníamos problemas antes de empezar a amar al Señor. Pero desde que empezamos a decir: “Señor Jesús, te amo”, hemos afrontado problema tras problema. No obstante, estos problemas no nos matan. A veces podemos estar sumergidos en tantos problemas que deseemos morir. Pero en ese momento, el Señor dirá: “Quizá quieras morir, pero Yo no te dejaré morir. Te haré vivir para que seas transformado. No te predestiné para que murieras, sino para que fueses conformado a la imagen del Hijo primogénito de Dios”. Si examinamos esta porción de la Palabra con esta luz, nos daremos cuenta de lo llena de vida que está.

8) La opresión de Labán

Consideremos ahora la opresión de Labán (30:25-43; 41:1-16, 38-42). En el capítulo veintinueve, Labán recibió a Jacob y le dio hospedaje (29:14). Más adelante, Labán quizá haya descubierto que Jacob era bastante inteligente y que le podía ser de gran provecho. Afectando amabilidad, Labán le dijo a Jacob: “¿Por ser tú mi hermano, me servirás de balde? Dime cuál será tu salario” (29:15). Labán parecía decir: “Jacob, no es justo que te quedes conmigo sin recibir salario. Dime qué paga quieres”. Es posible que Labán se haya dado cuenta de que Jacob se había enamorado de su hija Raquel, y que haya pensado: “Jacob, no te daré a mi hija por un bajo precio. Tú la amas, y yo te la daré, pero debes pagar el precio”. Labán fue sabio y conocía el corazón de Jacob, pero no se lo dijo. Cuando Labán le preguntó qué iba a cobrar, Jacob contestó: “Yo te serviré siete años por Raquel tu hija menor” (29:18). Ya hemos hecho notar que el amor ciega a la gente y la vuelve insensata. El amor que Jacob sentía por Raquel lo hizo insensato, y ésta fue la razón por la cual él mismo se comprometió a trabajar siete años para conseguirla. Yo, en el lugar de Jacob, no habría trabajado más de doce meses. Labán quedó satisfecho con la oferta de Jacob. No obstante, cuando transcurrieron estos siete años, Labán no hizo nada para propiciar el matrimonio de Jacob con Raquel. Esto significa que él no tenía ningún interés en ello. Por lo tanto, Jacob se vio obligado a decirle: “Dame mi mujer, porque mi tiempo se ha cumplido, para unirme a ella” (29:21). Sin embargo, Labán le trajo a Lea en lugar de darle a Raquel. Cuando Jacob se dio cuenta, Labán se justificó diciendo que no se acostumbraba en ese país dar a la menor antes de la mayor (29:26). En cuanto a Raquel, Labán dijo: “Cumple la semana de ésta, y se te dará también la otra, por el servicio que hagas conmigo otros siete años” (29:27). Aquí vemos la presión de Labán. Si usted recuerda su pasado, verá que también ha sido presionado, quizá por su cónyuge.
Labán era hábil y astuto, y Jacob no lo pudo vencer. Jacob dijo en dos ocasiones que Labán le había cambiado diez veces el salario (31:7, 41). Jacob se quejó ante Labán, diciendo: “Así he estado veinte años en tu casa; catorce años te serví por tus dos hijas, y seis años por tu ganado, y has cambiado mi salario diez veces” (31:41). Además Jacob le dijo: “Si el Dios de mi padre, Dios de Abraham y temor de Isaac, no estuviera conmigo, de cierto me enviarías ahora con las manos vacías” (31:42). Jacob parecía decir: “Labán, no sólo he trabajado catorce años por tus hijas, y seis años por tu ganado, sino que ni siquiera estás dispuesto a darme mis esposas ni mis hijos ni mis rebaños. Has intentado retenerlo todo”. ¡Cuánto debió de haber sufrido Jacob bajo la mano opresora de Labán!
Labán oprimió a Jacob de muchas maneras. Lo obligó a trabajar para él catorce años por sus dos hijas y luego lo hizo laborar seis años por su rebaño (31:41). Vimos que le cambió el salario a Jacob diez veces, probablemente reduciéndolo en cada ocasión. Cuanto más exigía Labán de Jacob, menos le pagaba. Labán también le cobraba a Jacob cualquier oveja arrebatada por las fieras o robada (31:39). ¡Cuán injusto era eso! No obstante, Labán pensaba que aquello era justo y parecía decir: “Cuida mis ovejas. Debes reemplazar cualquiera oveja que arrebaten las fieras o que sea hurtada”. ¿Podría usted trabajar bajo una mano tan opresora? No obstante, Jacob fue paciente y soportó la opresión de Labán durante veinte años. Es posible que de vez en cuando Labán lo haya amenazado diciendo: “Si no quieres trabajar para mí conforme a mis exigencias, entonces vete. Yo me quedaré con mis hijas, mis nietos y mis rebaños”. Jacob tenía temor de esta posibilidad. El se había engrandecido considerablemente, pero todavía le temía a Labán. Cuando escapó, tuvo temor de decirle a Labán que se iba, ante la posibilidad de que éste le quitara sus esposas, sus hijos y sus rebaños. Labán había nacido allí, pero Jacob era un extranjero. Un nativo puede fácilmente relacionarse con un extranjero. Labán posiblemente amenazó a Jacob con la retención de todas sus pertenencias. No obstante, Jacob soportó esta situación. Aparte de todo eso, Labán hizo que Jacob se consumiera por el calor en el día y por la helada en la noche (31:40). En esa difícil situación, Jacob pudo decir: “El sueño huía de mis ojos” (31:40). Mientras Jacob apacentaba el rebaño de Labán, se encontraba al aire libre, y no tenía donde dormir. No había sombra para guarecerse del calor durante del día ni tenía abrigo alguno que lo protegiera de las heladas de la noche. En esa región, la temperatura era caliente durante el día y fría en la noche. Mientras Jacob sufría calor y frío, el sueño huía por estar bajo la opresión de Labán. Finalmente, como destacamos antes, Labán intentó retener a las mujeres de Jacob, a sus hijos y sus rebaños (30:26; 31:14-15, 42). Ninguno de nosotros estaría dispuesto a trabajar para una persona como Labán, pero Jacob lo hizo durante veinte años. En ese lapso, él estuvo bajo la mano opresora de Labán.
Si leemos este relato con esta luz, diremos: “Señor, cuánto te adoro. Desde el día en que empecé a amarte, las cosas me han sucedido de la misma manera y conforme al mismo principio”. Considere retrospectivamente los años que ha pasado en la vida de iglesia y recuerde las veces en que ha estado bajo presión. Así como la vida natural de Jacob necesitaba un Labán opresor, nuestra manera de ser natural también necesita presión. La mano aplastante de Labán no vino por azar, sino por la soberanía de Dios. Isaac, Rebeca y Esaú fueron usados por Dios para llevar a Jacob al horno de la transformación, y Labán fue el fuego que ardía en ese horno. Estas personas fueron usadas por Dios para transformar a Jacob. No se queje de su situación. En ocasiones, mientras me quejaba, vi repentinamente la luz, y era como si Dios me dijera: “¿Por qué te quejas? ¿Acaso no te das cuenta de que esto es lo que he dispuesto para ti? A tu esposa, tus hijos y todos tus hermanos de la iglesia Yo los he puesto ahí. Es una insensatez quejarte”. Su cónyuge y sus hijos son exactamente lo que necesita su manera de ser. Nosotros podemos equivocarnos, pero Dios jamás comete errores. Todo se encuentra en la mano del Señor, y no hay necesidad de quejarse. En lugar de quejarnos, debemos decir simplemente: “Gracias, Señor, por este buen Labán”.

9) Los ardides de Jacob

A pesar de las presiones y amenazas que Jacob recibió por parte de Labán, seguía utilizando sus ardides (39:31-43). Un día Jacob le dijo a Labán que quería regresar a su país y le pidió que le diera sus esposas y sus hijos por los cuales había servido durante tantos años (30:25-26). Labán contestó: “Halle yo ahora gracia en tus ojos, y quédate; he experimentado que Jehová me ha bendecido por tu causa” (30:27). Labán aparentaba ser una persona amable, pero era astuto. La gente astuta siempre se presenta amable. Todo el que es amable con usted es astuto pero el que es osado con usted es honesto. Labán fue muy hábil en la manera de tratar a Jacob, pues le dijo que había descubierto que al tenerlo consigo, había recibido la bendición del Señor. Cuando Labán le dijo a Jacob: “Señálame tu salario, y yo lo daré”, Jacob contestó: “Tú sabes cómo te he servido, y cómo ha estado tu ganado conmigo. Porque poco tenías antes de mi venida, y ha crecido en gran número, y Jehová te ha bendecido con mi llegada; y ahora, ¿cuándo trabajaré también por mi propia casa?” (30:28-30). Jacob parecía decir: “He trabajado aquí muchos años, y todavía no puedo proveer para las necesidades de mi propia casa. ¿Cuándo podré abastecer a mi propia familia?”. Labán, al darse cuenta de que la ida de Jacob quitaría la bendición de Dios sobre él, parecía decir: “Quédate conmigo, no me preocupa el salario que te tenga que pagar. Dime simplemente lo que quieres; mientras yo esté bajo la bendición de Dios, todo estará bien”.
Ahora vemos que Jacob, quien había sido oprimido por Labán, tenía la oportunidad de robar los bienes de Labán y de enriquecerse. Cuando Labán le preguntó qué salario debía darle, Jacob le dijo: “No me des nada; si hicieres por mí esto, volveré a apacentar tus ovejas. Yo pasaré hoy por todo tu rebaño, poniendo aparte todas las ovejas manchadas y salpicadas de color, y todas las ovejas de color oscuro, y las manchadas y salpicadas de color entre las cabras; y esto será mi salario. Así responderá por mí mi honradez mañana, cuando vengas a reconocer mi salario; toda la que no fuere pintada ni manchada en las cabras, y de color oscuro entre mis ovejas, se me ha de tener como de hurto” (30:31-33). Jacob parecía decir: “Tío Labán, prométeme una sola cosa y me quedaré. Toma de tu rebaño todas las ovejas manchadas y salpicadas de color y todas las ovejas de color oscuro y deja a todas las blancas a mi cargo. De ahora en adelante, las ovejas manchadas, salpicadas de color y de color oscuro serán mías”. Labán pensó que ésta era una sugerencia excelente, pues él sabía que las ovejas blancas sólo podían producir ovejas blancas y que no podían reproducir ninguna oveja manchada, salpicada de color, u oscura. Por lo tanto, Labán apartó de sus ovejas todas las que no eran perfectamente blancas y las dio a sus hijos (30:34-35). El rebaño que le quedó a Jacob era totalmente blanco. Labán pensaba que una vez más, Jacob había caído en su trampa, “y puso tres días de camino entre sí y Jacob; y Jacob apacentaba las otras ovejas de Labán” (30:36). Como veremos, esto le dio a Jacob la oportunidad de engañar a Labán.
En este engaño Jacob tomó “varas verdes de álamo, de avellano y de castaño, y descortezó en ellas mondaduras blancas, descubriendo así lo blanco de las varas” (30:37). Entonces Jacob tomó las varas que había descortezado y las ponía delante del ganado en los canales de los abrevaderos del agua donde venían a beber las ovejas, “las cuales procreaban cuando venían a beber” (30:38). En Génesis 30:39 vemos que “concebían las ovejas delante de las varas; y parían borregos listados, pintados y salpicados de diversos colores”. Entonces Jacob separó sus ovejas de las de Labán. Además, cuando las ovejas más fuertes estaban en celo, “Jacob ponía las varas delante de las ovejas en los abrevaderos, para que concibiesen a la vista de las varas. Pero cuando venían las ovejas más débiles, no las ponía; así eran las más débiles para Labán, y las más fuertes para Jacob” (30:41-42). En consecuencia, las ovejas manchadas, salpicadas de color y oscuras eran más fuertes, y el ganado blanco era más débil. No creo que el plan de Jacob haya producido los resultados; fue simplemente fruto de la astucia de su mente. No obstante, sea que el truco haya funcionado o no, los resultados se vieron, y Jacob pensó que su plan había tenido éxito.
Cuando Jacob vio que el semblante de Labán no era para con él como había sido antes, el Señor le dijo: “Vuélvete a la tierra de tus padres, y a tu parentela, y yo estaré contigo” (31:2-3). Según 31:4-5, “envió, pues, Jacob, y llamó a Raquel y a Lea al campo donde estaban sus ovejas”, y les dijo que el semblante de su padre había cambiado para con él. Después de esto, él contó un sueño que tuvo cuando las ovejas estaban en celo. En este sueño, él veía que “los machos que cubrían a las hembras eran listados, pintados y abigarrados”, y él oyó al ángel de Dios decir: “Alza tus ojos, y verás que todos los machos que cubren a las hembras son listados, pintados y abigarrados; porque yo he visto todo lo que Labán te ha hecho” (31:10-12). Cuando leí este sueño anteriormente, dudaba que fuese cierto. Pensaba que Jacob estaba mintiendo porque no quería divulgar su engaño a sus esposas. Finalmente, descubrí que el sueño no era una mentira, pues al contarlo, Jacob dijo que el ángel de Dios había dicho: “Soy el Dios de Bet-el, donde tú ungiste la piedra, y donde me hiciste un voto” (31:13). Estas palabras no podían ser falsas; por tanto, el sueño debe de haber sido auténtico. Mientras Jacob engañaba a Labán con sus varas descortezada, Dios le habló en un sueño, en el que le dijo que mirara los machos que cubrían a las hembras y que estos machos eran listados, pintados y abigarrados. De esta manera, Dios le indicó a Jacob que El no adquirió estas ovejas por su engaño sino por la soberanía de Dios. Es el mismo principio que operó en la primogenitura que Jacob obtuvo. Aunque Jacob hacía todo lo posible por obtenerla, en realidad le fue dada. Aparentemente, Jacob consiguió la primogenitura con sus artimañas, pero en realidad, le fue dada por la soberanía de Dios. Igualmente parecía que Jacob había obtenido las riquezas de las ovejas con su engaño; en realidad, estas riquezas venían por la soberanía de Dios.
Surge una dificultad en esta sección de la Palabra. En el capítulo treinta leemos que solamente las ovejas blancas se apareaban delante de las varas, pero en el sueño, vemos que eran los machos listados, pintados y abigarrados los que cubrían a las hembras, y no los machos blancos. ¿Cómo podemos reconciliar esto? De dos maneras. La primera consiste en decir que el sueño fue una mentira, con lo cual no estoy de acuerdo; y la segunda, en que esto es fruto de la soberanía de Dios. De acuerdo con esto, Dios transformó las ovejas blancas en ovejas listadas, pintadas y abigarradas de la misma manera en que tornó las maldiciones de Balaam en bendiciones (Nm. 23:11-12; 24:10). No obstante, por muchas explicaciones que demos a este caso, no creo que las ovejas listadas, pintadas y abigarradas fueran concebidas por el artilugio de Jacob sino por la soberanía de Dios. En el capítulo treinta y uno, el sueño de Jacob revela que el Dios soberano fue El que en realidad produjo estos resultados. Compare eso una vez más con el caso de la primogenitura que Jacob consiguió. Si Dios no hubiese obrado soberanamente en esa situación, y no le hubiera dado a Jacob la primogenitura, éste jamás la habría conseguido mediante sus tretas. Vemos el mismo principio aquí. Jacob no se enriqueció por sus engaños sino por la soberanía de Dios.
Jacob había sido escogido por Dios y se encontraba bajo Su bendición. El no tenía necesidad de emplear sus estratagemas para enriquecerse, pues estaba bajo la bendición de Dios, y por esta razón, Dios le había concedido Su bendición. Aparentemente, Jacob obtuvo estas riquezas por el éxito de su ardid, pero en realidad, le fueron dadas por la soberanía de Dios, por la mano de bendición. Este mismo principio es válido en lo que a nosotros se refiere hoy. Nosotros también fuimos escogidos por Dios y nos hallamos bajo Su bendición. No necesitamos esforzarnos ni engañar para conseguir la bendición de Dios. Dios nos concederá la bendición que necesitamos. Con todo, después de ser salvos, todos hemos luchado y engañado para conseguir la bendición. En muchos casos parecía que la bendición ha venido por nuestros esfuerzos y ardides; pero en realidad, la bendición vino mediante la soberanía de Dios. Lo mismo sucede con todo lo pertinente a nosotros. No debemos pensar que toda bendición proviene del éxito de nuestros esfuerzos. Por el contrario, debemos ser conscientes de que toda bendición, sea espiritual o material, viene mediante la soberanía de Dios.

10) La bendición de Dios

Ahora debemos considerar la bendición de Dios. Dios bendijo a Labán por causa de Jacob (30:27, 30). Dios preservó a Jacob, mediante Su bendición, de la opresión de Labán (31:7-12, 16, 42). Debemos postrarnos para adorar a Dios y aprender la lección de no preocuparnos por las presiones que los demás ejerzan sobre nosotros. Como pueblo escogido de Dios, nos encontramos bajo Su bendición. Aunque los demás ejerzan presión sobre nosotros, no debemos engañarlos. Cuantos más ardides usemos, más presión sufriremos. En todo caso, sea que engañemos o no, la bendición nos pertenece porque estamos destinados a recibirla.
Jacob empezó a utilizar sus tretas desde que estaba en el vientre de su madre y sólo cesó cuando fue transformado. Sólo al llegar a los últimos capítulos de Génesis, nos damos cuenta de que Jacob dejó de valerse de su astucia. Después de ser transformado en príncipe de Dios, Jacob dejó de utilizar estratagemas. Del mismo modo, sólo después de que Dios haya obrado en nosotros y nos haya transformado, dejaremos de engañar.
Como ya mencionamos, en este relato existen tres personajes principales: la parte opresora, la parte artificiosa y la parte que bendice. Dios pudo haberle dicho a Labán: “Labán, usaré tu opresión como medio para transformar a Jacob, Mi escogido. No le puedes robar Mi bendición. Cuanto más lo oprimas, más lo bendeciré”. Además, Dios pudo haberle dicho a Jacob: “Jacob no te enriqueciste gracias a tus engaños, sino a Mi bendición soberana. Tú pusiste las ovejas blancas delante de las varas descortezadas, pero el sueño muestra que el resultado no vino de tus engaños. A Mis ojos, las ovejas blancas en realidad eran listadas, pintadas y abigarradas. Lo que te enriqueció fue Mi bendición soberana, no tus engaños”. Todos debemos aprender a no temer a las circunstancias ni a las presiones, y a no engañar. Aunque usted siga engañando a los demás, un día su naturaleza artificiosa será quebrantada.
Jacob era astuto, pero Dios siguió bendiciéndolo. En el sueño, Dios no lo reprendió, sino que lo consoló diciendo: “Yo he visto todo lo que Labán te ha hecho” (31:12). Dios vio los sufrimientos y la aflicción de Jacob a manos de Labán y parecía decir: “Yo soy el Dios de Bet-el, el Dios de tu padre. Yo te cuidaré”. Cuando leemos este relato, vemos que Dios no se preocupó por lo que hiciera Jacob; lo único que le interesaba era Su propósito. Todo lo que Dios hizo tenía como fin la edificación y la transformación de Jacob.

EL COSTO DE PREFERIR EN VEZ DE ACEPTAR (E. V. Génesis, Witness Lee)

Con eso vemos que Dios le dejará a usted obtener lo que desea, pero que usted deberá pagar el precio por ello. Su preferencia siempre costará mucho, pues aparte de dársela, Dios le dará una añadidura. Dios parecía decir: “Jacob, ¿amas a Raquel? Te la daré, pero debes pagar el precio. Después de pagar un alto precio, te daré una añadidura. Esta añadidura concuerda con Mi voluntad”.
Raquel fue esposa de Jacob de acuerdo con la elección y preferencia de éste, pero Lea fue su esposa conforme al concepto y la voluntad de Dios.

Jacob, Lea y Raquel

ESTUDIO-VIDA DE GENESIS

MENSAJE SETENTA

BAJO LA MANO DE DIOS

(4)




...

6) El engaño de Labán en el matrimonio
de sus dos hijas con Jacob

...

La mano soberana de Dios actuó en esa situación. Jacob amaba a Raquel, pero Dios en Su soberanía la mantuvo alejada de él. Jacob no laboró ni un solo día por Lea, pero ella le fue dada como don gratuito, como añadidura. Con eso vemos que Dios le dejará a usted obtener lo que desea, pero que usted deberá pagar el precio por ello. Su preferencia siempre costará mucho, pues aparte de dársela, Dios le dará una añadidura. Dios parecía decir: “Jacob, ¿amas a Raquel? Te la daré, pero debes pagar el precio. Después de pagar un alto precio, te daré una añadidura. Esta añadidura concuerda con Mi voluntad”.
Raquel fue esposa de Jacob de acuerdo con la elección y preferencia de éste, pero Lea fue su esposa conforme al concepto y la voluntad de Dios. Esto queda demostrado en 49:31, donde vemos que Jacob sepultó a Lea en la cueva de Macpela, la cueva maravillosa en la cual Abraham, Sara, Isaac, y Rebeca fueron sepultados. Observe que Lea fue sepultada allí, y no Raquel. Dios es constante. A Sus ojos hay una sola esposa para un solo marido. Dios no reconoció a Raquel como esposa de Jacob, porque ella fue escogida por Jacob. Lea fue la verdadera esposa de Jacob. Dios le dio a Jacob lo que éste deseaba, y le enseñó con ello muchas lecciones. De la misma manera, usted, un obrero del Señor, puede preferir a cierto hermano como su colaborador. Sin embargo, este colaborador es escogido por usted según su preferencia y no por Dios conforme a Su voluntad. Nuestro Dios es grande. Si usted desea obtener lo que usted prefiere, Dios puede decir: “Te dejaré tener lo que prefieres. Pero ésta es una buena oportunidad para disciplinarte, transformarte y enseñarte algunas lecciones. Finalmente te daré como verdadero colaborador aquel que Yo haya escogido y que a ti no te gusta(Juan 21:18 -De cierto, de cierto te digo: Cuando eras más joven, te ceñías, e ibas a donde querías; mas cuando ya seas viejo, extenderás tus manos, y te ceñirá otro, y te llevará a donde no quieras).
Dios dio Lea a Jacob. ¿La amaba Jacob? Probablemente no. En Génesis 29:31 vemos que “Lea era menospreciada”. Primero fue menospreciada por Raquel, y luego por Jacob, que sin lugar a dudas estaba bajo la influencia de Raquel. Algunos enseñan que Dios jamás nos permite conseguir lo que nosotros deseamos. Esta enseñanza es incorrecta. Dios le permitirá tener lo que a usted le agrade, pero junto con ello, usted recibirá disciplina y transformación.

7) La competencia, la envidia y la pelea
entre las esposas de Jacob acerca de tener hijos

Las dos esposas de Jacob competían por tener hijos. Esta competencia puso a Jacob en el horno, y lo convirtió en una hormiga dentro de un horno caliente. Cuatro mujeres: las dos hijas de Labán y sus dos respectivas siervas, le hicieron la vida difícil a Jacob. Si él no hubiese tenido ninguna preferencia, habría tenido una sola esposa. Finalmente, debido a su preferencia, llegó a tener cuatro esposas. Según vimos, Raquel, la esposa que él prefería, no era su verdadera esposa; su verdadera esposa era Lea, la que a él no le agradaba. Por la rivalidad que existía entre Raquel y Lea, le fueron dadas a Jacob las dos siervas, Bilha y Zilpa, para que fuesen sus esposas (30:4, 9). Estas cuatro mujeres fueron un equipo que jugaba en contra de Jacob. Cuando comparamos a Jacob con Isaac, vemos que Isaac era una persona simple. El no tuvo ninguna preferencia, sino que aceptaba a todos y todo lo que llegaba a él. Por consiguiente, le fue dada la mejor (o lo mejor) esposa, Rebeca. En el caso de Isaac, no hubo complicaciones. Pero vemos muchas complicaciones en el caso de Jacob porque él tenía su preferencia. Sin embargo, el hecho de que Jacob tuviera su gusto, también era parte de la obra soberana de Dios. No se menosprecie a sí mismo, diciendo: “Me aborrezco. ¿Por qué no nací siendo una persona simple?” Por el contrario, usted debe alabar a Dios por no ser simple, y decir: “Oh Señor, gracias por no haberme creado como persona sencilla. Alabado seas, Señor, porque soy tan complicado”. ¿Ha agradecido y alabado a Dios usted de esta manera? No diga: “Oh lamento los errores que cometí en el pasado”. Hasta sus errores están bajo la soberanía de Dios. Si muchos de nosotros no hubiéramos cometido ningún error, es probable que no estuviéramos en la vida de iglesia hoy. ¡Alabado sea al Señor porque nuestros errores nos han introducido en la vida de iglesia! ¡Alabado sea Dios por Su soberanía!
Me río cada vez que leo cómo engañó Labán a Jacob. En toda la historia humana, es probable que no haya habido otro caso en que un suegro haya engañado así a su yerno. Solamente en la Biblia leemos tal cosa. Durante la noche, Jacob estaba en un sueño pensando que había obtenido a su elegida, pero cuando amaneció, vio que le habían dado la que (lo que) a él no le gustaba. Aquí vemos la soberanía de Dios. Luego, aparte de Lea y Raquel, le dieron a Jacob otras dos esposas. Jacob ciertamente no deseaba tener cuatro esposas. Como todos los hermanos casados pueden testificar, una sola esposa es suficiente. No obstante, Jacob ya no tenía alternativa. Le dieron cuatro esposas y no pudo hacer nada al respecto. El estaba rodeado por ellas y ya no tenía libertad de hacer lo que quería.
Un día Rubén, el primogénito de Jacob, encontró algunas mandrágoras en el campo y las dio a su madre Lea (30:14). Según el Cantar de los Cantares 7:13, las mandrágoras tipifican el fruto del amor. Cuando Raquel quiso las mandrágoras, Lea dijo: “¿Es poco que hayas tomado mi marido, sino que también te has de llevar las mandrágoras de mi hijo?” (30:15), a lo cual Raquel respondió que Lea podía tener a Jacob esa noche a cambio de las mandrágoras de Rubén. Cuando Jacob volvía del campo esa tarde, Lea fue a su encuentro, y le dijo: “Llégate a mí, porque a la verdad te he alquilado por las mandrágoras de mi hijo” (30:16). Jacob había perdido su libertad. El era como un balón de baloncesto que pasa de una persona a otra. Jacob estaba en una situación tan difícil porque sus esposas estaban compitiendo entre ellas por engendrar hijos.
Al leer la historia de Jacob, debemos adorar a Dios por Su soberanía, Su justicia, y por tener un propósito en todo. Jacob amaba a Raquel, y no a Lea. Pero la menospreciada Lea le dio cuatro hijos (29:31-35), mientras que la amada Raquel era estéril (30:1-2). En Génesis 29:31 dice: “Y vio Jehová que Lea era menospreciada, y le dio hijos; pero Raquel era estéril”. Aunque Lea era menospreciada, halló favor a los ojos de Dios. Cuando Lea dio a luz a Rubén, su primogénito, cuyo nombre significa “he aquí un hijo”, ella dijo: “Ha mirado Jehová mi aflicción” (29:32). El segundo hijo de Lea se llamó Simeón, nombre que significa “escuchar”. Después de dar a luz a Simeón, ella dijo: “Por cuanto oyó Jehová que yo era menospreciada, me ha dado también éste” (29:33). El tercer hijo de Lea se llamó Leví, que significa “unido”. Cuando Leví nació, Lea exclamó: “Ahora esta vez se unirá mi marido conmigo, porque le he dado a luz tres hijos” (29:34). En Génesis 29:35 vemos que Lea concibió otra vez, y dio a luz un hijo, y dijo: “Esta vez alabaré a Jehová; por esto llamó su nombre Judá; y dejó de dar a luz”. El nombre Judá significa “alabanza”. Después de engendrar estos cuatro hijos, lo único que pudo hacer Lea fue alabar al Señor.
...

UN IDILIO CON DIOS QUE NOS HACE UNO CON ÉL; ASÍ ESPONTÁNEAMENTE GUARDAMOS SU LEY Y LA EXALTAMOS, NO LA CAMBIAMOS (E.V. Éxodo, Witness Lee)

 Recibimos la vida de Dios por medio de un proceso de concepción divina.
El hecho de que hemos nacido de Dios (Jn. 1:12-13) indica que
la vida de Dios entra en nosotros por medio de la concepción.
El nacimiento siempre involucra la concepción de la vida.
Nuestra vida física describe la vida espiritual. En principio, el nacimiento espiritual
es el mismo que el nacimiento físico.
Ambas clases de nacimiento involucran la concepción de la vida.
Por medio de la 
concepción y del nacimiento, hemos recibido la vida de Dios. 


Cristo como la Vid debe tuvo que
ser herido para poder ser injertado.

ESTUDIO-VIDA DE EXODO

MENSAJE CINCUENTA Y CUATRO

GUARDAR LA LEY AL AMAR A DIOS,
A SU PALABRA Y SER UNO CON EL
(1)

Lectura bíblica: Gn. 1:26; Jer 31:3, 32; 2:2; Jn. 3:29; Mt. 9:15; Ef. 5:25-27; 2 Co. 11:2; Ap. 19:7; Jn. 21:15-17; 2 Co. 5:14-15; Jn. 14:21, 23; Cnt. 1:2-4.

(Las anotaciones en letra azul han sido añadidas)


...

3. Un proceso de concepción divina

Puesto que las verdades bíblicas son tan profundas, no podemos entenderlas, a menos que usemos ejemplos y parábolas. Es lo mismo en cuanto a la manera en que la vida de Dios entra en nosotros. La vida de Dios no puede entrar en nosotros como el agua que se derrama en un vaso. Recibimos la vida de Dios por medio de un proceso de concepción divina. El hecho de que hemos nacido de Dios (Jn. 1:12-13) indica que la vida de Dios entra en nosotros por medio de la concepción. El nacimiento siempre involucra la concepción de la vida.
He sido condenado por enseñar la mezcla de Dios con el hombre. Permítanme preguntarles: ¿cómo podríamos ser concebidos de Dios y nacer de El sin estar mezclados con El? Juan 3:6 dice: “lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es”. Nuestra vida física describe la vida espiritual. En principio, el nacimiento espiritual es el mismo que el nacimiento físico. Ambas clases de nacimiento involucran la concepción de la vida. Por medio de la concepción y del nacimiento, hemos recibido la vida de Dios.
En el recobro del Señor, recalcamos los aspectos subjetivos de la verdad en la Biblia. Muchos religiosos se ofenden por eso. Cuando se dice que Cristo es grande, que El ha sido glorificado y entronizado en los cielos, se preguntan cómo el Cristo exaltado podría ser nuestra comida. Algunos hasta se burlan de nosotros, preguntando cuál es nuestra base para decir que Cristo es comestible. En su ceguera, ellos ignoran la verdad subjetiva de que Cristo, el pan de vida, es verdaderamente comestible. El mismo dijo: “El que me come, él también vivirá por causa de Mi” (Jn. 6:57). Comer a Cristo, es decir, vivir por El ciertamente son asuntos muy subjetivos.

C. Dos ejemplos de la unidad

1. El injerto

Hemos visto que la vida de Dios es la que nos une a El. Un ejemplo de esta unidad en vida lo es el injerto de una rama de un árbol a otro árbol. El injerto involucra un proceso metabólico. Unos palos muertos pueden ser clavados, pegados o atados, pero no pueden ser injertados. Sólo las cosas vivientes pueden ser injertadas.
Dos sustancias que se van a injertar deben ser similares en vida. Sabemos que nuestra vida humana y natural no es idéntica a la vida divina. Génesis 1 presenta un principio según el cual cada vida es conforme a su género. Pero aunque la vida humana no es divina, fue creada conforme a la vida divina, pues el hombre fue hecho a la imagen y a la semejanza de Dios. Sólo la vida humana fue creada conforme a Dios. Por ser similares en ciertos aspectos, la vida humana y la divina pueden ser injertadas. Cuando se produce este injerto, la esencia de la vida divina fluye dentro de la vida humana y produce una unidad maravillosa de Dios y el hombre. ¿Cómo podríamos ser uno con Dios y cómo El podría ser uno con nosotros? Esta unidad viene con el injerto de la vida humana dentro de la vida divina y viceversa. Juan 15 declara claramente que somos ramas en Cristo, quien es la vida. Conforme al ejemplo usado por Pablo en Romanos 11, somos ramas injertadas dentro de Cristo. Ahora que permanecemos en Cristo y que El permanece en nosotros, compartimos una sola vida. Esta unidad en vida nos hace verdaderamente uno.

2. Marido y esposa

Otro ejemplo de nuestra unidad con el Señor que se presenta en las Escrituras es la unidad entre un hombre y su esposa. Un marido y su esposa son uno tanto en naturaleza como en vida. Finalmente, después de muchos años, un hombre y una mujer que han disfrutado una verdadera vida matrimonial llegarán a ser uno aún en expresión. Durante la luna de miel, el marido y la esposa son uno en amor. Con el tiempo, se hacen uno en vida. Pero finalmente, los que desarrollan una vida matrimonial adecuada llegan a ser uno en expresión. Este es un cuadro de nuestra relación con el Señor. Primero somos uno con El en amor; luego somos uno con El en vida y naturaleza; y finalmente seremos uno con El en expresión. Cuando somos uno con El en amor, experimentamos Su vida y disfrutamos de Su naturaleza. Cuando llevamos Su vida y caminamos conforme a Su naturaleza, llegamos a ser Su expresión.
En el mensaje anterior mencionamos que la ley describe lo que Dios es. Esto significa que la ley es la expresión de Dios. Si llegamos a ser uno con Dios en amor, vida, naturaleza y expresión, obedeceremos Su ley automáticamente. No necesitamos proponernos obedecerla, pues viviremos espontáneamente conforme a la ley de Dios.

D. La ley es exaltada y no cambiada

Es importante ver que en el Nuevo Testamento, los Diez Mandamientos se repiten, desarrollan y exaltan. De hecho, la enseñanza del Nuevo Testamento va más allá de los Diez Mandamientos. Todo aquel que rechaza la ley de Dios, rechaza también todo el Nuevo Testamento, lo cual reitera de una manera extensa la ley promulgada en el Antiguo Testamento. En Mateo 5, el Señor Jesús completó la ley y la exaltó. Más de una vez, El dijo: “Oísteis que fue dicho a los antiguos ... pero Yo os digo...” (Mt. 5:21-22, 27-28, 31-32, 33-34, 43-44). El Señor Jesús vino sin ninguna intención de abolir la ley. El mismo dijo: “No penséis que he venido para abolir la ley o los profetas; no he venido para abolir, sino para cumplir” (Mt. 5:17). En cuanto a la ley, la enseñanza del Nuevo Testamento es esencialmente la misma que la de los Diez Mandamientos.
Cuando algunos lean eso, se preguntarán acerca del cuarto mandamiento: guardar el día de reposo. Aún en cuanto al día de reposo, el Nuevo Testamento no cambia en principio. En el Antiguo Testamento, el séptimo día era una conmemoración, una marca de la creación de Dios. No obstante, nosotros los santos en la iglesia, hemos sido regenerados en la resurrección de Cristo (1 P. 1:3), y por esta razón, no somos solamente de la creación de Dios, sino también de Su nueva creación. A diferencia de Adán, no somos los que viven en la creación de Dios, sino los que viven en la resurrección de Cristo. Por consiguiente, nuestro día de conmemoración ya no es el séptimo día; sino el octavo día, el primer día de la semana, el día de resurrección. Hechos 20:7 nos dice que los discípulos se reunían en ese día, y no en el séptimo día, para celebrar la mesa del Señor. Según 1 Corintios 16:2, también en este día se apartaban cosas materiales para el uso de Dios. Además, en Apocalipsis 1:10, Juan afirma que él estaba en el espíritu en el día del Señor, el cual era el primer día de la semana. Puesto que existe un día de conmemoración tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, está correcto decir que en cuanto al cuarto mandamiento, no hay ningún cambio en principio. Puesto que los santos del Antiguo Testamento vivían en la creación de Dios, su día de conmemoración era el séptimo día. No obstante, ya que, los santos del Nuevo Testamento, estamos en resurrección, nuestro día de conmemoración es el octavo día. Este día fue cambiado del séptimo día al octavo. No obstante, Dios no ha anulado el principio de apartar un día para el Señor. Vemos nuevamente que en principio, toda la Biblia, el Antiguo Testamento como el Nuevo, es consistente en cuanto a la ley.  (Ver: http://txemarmesto.blogspot.com.es/2012/07/sabado-o-domingo.html)

E. La meta de Dios

La meta de Dios consiste en hacernos uno con El. La manera en que podemos llegar a ser uno con El es con amor, vida, naturaleza y expresión. Nuestro amor por Dios debe ser como el amor de una mujer por su marido, el amor descrito en Cantar de Cantares. Para amar al Señor de esta manera, recibimos Su suministro de vida. Hemos dado muchos mensajes sobre la vida y la edificación, basándonos en Cantar de Cantares (ver Life and Building as Portrayed in the Song of Songs [La vida y edificación presentadas en Cantar de Cantares]). Mediante nuestro amor afectuoso por el Señor Jesús, recibimos el suministro de la vida. Mientras esta vida crece, se produce la edificación. En realidad, el crecimiento de vida es la edificación. Amar al Señor como a nuestro marido y experimentar Su vida y naturaleza, hará de nosotros Su expresión. El Cantar de Cantares describe esta secuencia. Finalmente, en un sentido auténtico, la que ama en Cantar de Cantares llega a ser igual a su amado. Los dos, el hombre y la mujer, llegan a ser uno absolutamente, aún en expresión, viviendo como si fuesen una sola persona.
En la unidad entre el hombre y la mujer, vemos la manera adecuada de obedecer la ley. No obedecemos la ley por el ejercicio de nuestra mente ni de nuestra voluntad. Lo hacemos amando al Señor como nuestro marido. Todos necesitamos este amor dulce, íntimo y afectuoso entre nosotros y el Señor. Debemos amarlo a El como una mujer ama a Su marido. Todos nosotros, jóvenes y ancianos, necesitamos esta clase de amor. Cuanto más amemos al Señor de esta manera, más compartiremos de Su vida y más lo viviremos a El espontáneamente según Su naturaleza. Entonces nuestro vivir se convertirá automáticamente en guardar Su ley. Lo que expresemos será conforme a la ley como Su descripción, definición y expresión.
Como veremos en un mensaje más adelante, si intentamos obedecer la ley de Dios sin tener este amor afectuoso por El, estaremos en tinieblas, seremos condenados, quedaremos expuestos y hasta esta ley acabará con nosotros. Este es el aspecto oscuro de la ley, el aspecto de las “tinieblas”. En este mensaje, nuestro enfoque ha sido considerar el aspecto resplandeciente, el aspecto de la “luz”. Al considerar este aspecto, vemos que sólo podemos obedecer la ley de Dios cuando lo amamos y somos uno con El.

LA VIDA NATURAL NOS TRAE SUFRIMIENTO, AUNQUE NO NOS PRIVA DE LA GRACIA (E.V. Génesis, Witness Lee)




La vida natural no entorpece la gracia, pero nos acarrea sufrimiento. No disminuirá la cantidad de gracia que recibamos, pero sí incrementará nuestra medida de sufrimientoMientras usted tenga parte de su vida natural, ésta le causará sufrimientos. Si usted no desea sufrir, no debe vivir en la vida natural. No se valga de su astucia, ni ejerza su sabiduría para ayudar a Dios, ni haga nada usando su vida natural. 
Esto solamente añadirá sufrimiento

ESTUDIO-VIDA DE GÉNESIS

MENSAJE SESENTA Y CINCO

UNA DEBILIDAD NATURAL COMO ABRAHAM
Y
UNA VIDA NATURAL COMO JACOB


...

d. Una vida natural igual como la de Jacob

En Isaac no vemos solamente la debilidad natural sino también la vida natural. El seguía viviendo en el nivel natural. No llevaba una vida supuestamente espiritual todo el tiempo. Después de que Isaac oró, Dios le dio dos hijos: Esaú y Jacob. Isaac amaba a Esaú porque éste era un cazador muy hábil y porque “comía de su caza” (25:27-28). El amor de Isaac por su primogénito era limitado a la esfera de la vida natural, a su preferencia natural, como lo fue el amor de Jacob por José (37:3-4). El marido empezó a mostrar un amor parcializado; así que la esposa hizo lo mismo. Esaú, “diestro en la caza”, fue el hijo preferido de su padre, y Jacob, un hombre tranquilo que moraba en tiendas, fue el hijo predilecto de su madre. A las madres les gusta tener un hijo que se quede tranquilo cerca de ellas. Ninguna madre preferiría a un hijo agreste que disfruta de los deportes todo el día. En la familia de Isaac, el padre prefería a Esaú, y la madre a Jacob. ¿Qué clase de vida era ésta, acaso era una vida espiritual, una vida de resurrección? No. Era una vida natural, aunque no era una vida pecaminosa. No debemos pensar que somos diferentes, pues los padres tienen un amor parcializado. Si usted tiene varios hijos, amará a uno de ellos más que a los demás, conforme a su preferencia, y todos sus hijos sabrán quién es su predilecto. Este amor parcializado no corresponde a nuestro espíritu, sino a nuestras preferencias naturales. Amamos a un muchacho o a una muchacha en particular, porque corresponde a nuestro gusto natural. Esta es la vida natural.

La vida natural siempre nos causa problemas. La predilección en la vida de Isaac provocó la necesidad de suplantar. Rebeca quería que su hijo preferido recibiera la bendición. En el capítulo veintisiete vemos que ella perfectamente podía suplantar (vs. 5-7). Ella le enseñó a Jacob a suplantar. En el capítulo treinta Jacob engañó a su tío Labán en cuanto al rebaño (vs. 31-43). El principio se aplica también en el capítulo veintisiete. Rebeca preparó una carne gustosa y cubrió las manos y el cuello de Jacob con pieles de cabrito. Cuando Isaac lo palpó, dijo: “La voz es la voz de Jacob, pero las manos, las manos de Esaú” (27:22). Aquí vemos que el arte de suplantar lo aprendió Jacob de su madre, quien formaba parte de su padre. En cierto sentido, la madre engañó al padre; eso significa que la segunda parte de una persona engañó a la primera. El engaño de esta familia consiste en engañarse a sí misma. Al final en la familia, todos fueron engañados. Cuando leí este capítulo, dije: “Rebeca, te creías muy lista, pero en realidad, fuiste necia. ¿Acaso no sabes que Dios había dispuesto que Jacob fuese el primero? Tú no necesitabas ayudar a Dios”. Rebeca al tratar de ayudar a su hijo, lo perdió. Génesis no nos dice cuánto tiempo vivió Rebeca. Es posible que haya muerto antes de que Jacob hubiese vuelto de la casa de Labán. Eso significa que Rebeca perdió a su hijo por causa del engaño. Rebeca probablemente no vivió lo suficiente para ver nuevamente a su hijo Jacob. Ella pensaba que lo estaba ayudando, pero en realidad, lo perdió por haber suplantado.

Resulta difícil pensar que una persona como Isaac hubiese tenido esta debilidad natural y hubiese llevado una vida tan natural. Isaac sufrió por causa de su vida natural (26:34-35; 27:41-46; 28:6-9). Isaac disfrutó siempre la gracia, pero hubo sufrimiento en su vida. Tanto Isaac como Rebeca sufrían por vivir de una manera natural, pues las mujeres de Esaú fueron “amargura de espíritu” para ellos (26:34-35).

Debido al amor parcializado predominante en esa familia, Esaú aborreció a Jacob y quería matarlo. Cuando Rebeca se enteró de esto, le pidió a Jacob que huyera a casa de su hermano Labán y se quedara con él hasta que la ira de Esaú hubiese desaparecido. No obstante, Rebeca le presentó a Isaac otra versión (27:46). Parecía decir: “Las esposas de Esaú nos han causado mucha amargura de espíritu y yo no podría vivir si Jacob tomara como esposa a una mujer de éstas. Debemos mandarlo lejos para que consiga esposa”. Rebeca dijo lo mismo de dos maneras distintas. Toda esposa sabia hace eso, pues cuenta la misma historia de dos maneras distintas. Igual que muchas esposas actuales, Rebeca le mintió a Isaac al decirle la verdad. Ella quería enviar a Jacob lejos para protegerlo de Esaú, pero no le dijo esto a Isaac, sino que le dijo que estaba cansada de sus nueras gentiles y que no quería que Jacob tomara esta clase de esposa, sugiriendo así que Isaac enviara lejos a Jacob para que consiguiera una esposa de su propio linaje. Lo que dijo era cierto, pero la intención era otra. Eso causó sufrimiento.

Mientras Isaac disfrutaba de la gracia, también sufría por vivir en la esfera natural. La vida natural no entorpece la gracia, pero nos acarrea sufrimiento. No disminuirá la cantidad de gracia que recibamos, pero sí incrementará nuestra medida de sufrimiento. Mientras usted tenga parte de su vida natural, ésta le causará sufrimientos. Si usted no desea sufrir, no debe vivir en la vida natural. No se valga de su astucia, ni ejerza su sabiduría para ayudar a Dios, ni haga nada usando su vida natural. Esto solamente añadirá sufrimiento. Es mejor que no llevemos una vida natural.

Isaac vivió en la vida natural, pero Dios obró soberanamente en todas las cosas. En cierto sentido, la vida natural ayudó a la soberanía de Dios. Dios había predestinado a Jacob para que tuviera la primogenitura y participara de la bendición del primogénito. La suplantación de Rebeca le causó sufrimientos, pero esto fue dispuesto soberanamente por Dios para cumplir Su propósito. Todo se encontraba bajo la soberanía de Dios para que se cumpliera Su propósito. Por lo tanto, podemos decir: “Alabado sea el Señor, porque el propósito de Dios se está cumpliendo, aunque yo sea bueno o malo, espiritual o no. No importa lo que suceda, me encuentro en la gracia y la disfruto”. Nada nos puede impedir que disfrutemos la gracia. No obstante, si queremos evitar el sufrimiento, no debemos vivir en la vida natural.

UN HOMBRE QUE SE ARREPIENTE Y RINDE CUENTAS ("En Busca de Papá", Charles Elliott Newbold, Jr.)



En Busca de Papá – Charles Elliott Newbold, Jr.

Capítulo 16 – Un hombre que rinde cuentas

Los hombres se reunían cada Martes por la noche en el sótano de Steven. Lo habían estado
haciendo durante años. Bebían café. Reían. Lloraban. Oraban. A veces pasaban las doce de la
noche para asegurarse de que todos hubieran tenido una oportunidad de compartir. Dios ha
sido conocido por hacer milagros poderosos en favor de estos hombres que se preocupaban lo
suficiente por sus vidas y por las de sus amados para dar cuentas unos a otros semana tras
semana.
Estos hombres no estaban solos. Muchos hombres se están reuniendo en grupos para rendir
cuentas, en busca de integridad. Estudian juntos, reciben colectivamente de la sabiduría y
experiencias de los demás, oran juntos, crecen juntos y son mentores unos a otros en amor.
Colectivamente suplen la ausencia del modelo de papá.
Rendir cuentas es vivir en relación con otros como un libro abierto por el que otros pueden no
solo leer nuestras vidas, sino influir en la escritura de las mismas para producir carácter e
integridad.

Disposición para rendir cuentas

Rendir cuentas tiene que comenzar con una disposición de que otros sepan todo de nosotros
en nuestras vidas. Necesitan saber los secretos más oscuros—esos pecados que tan
fácilmente nos acosan—no para avergonzarnos o condenarnos o extender la murmuración
sobre nosotros, sino para ayudarnos a mantener un estilo de vida de arrepentimiento, para
animarnos y fortalecernos.
Lo que hay escondido en la oscuridad permanece escondido siempre que sea mantenido en
secreto. El pecado prospera en la oscuridad del secretismo y de la negación. Pero una vez que
el pecado es expuesto a la luz, es erradicado por la luz. No puede sobrevivir en la luz del
arrepentimiento y la confesión.
Rendir cuentas en relaciones con los demás será fingido y estéril si no estamos dispuestos a
ser transparentes. Seguiremos engañándonos a nosotros mismos e intentaremos engañar a los
demás haciéndoles creer que estamos bien cuando en realidad no lo estamos.

Honestidad con el yo

Antes de poder dejar que otros nos sondeen, deberíamos desear hacer un poco de sondeo
nosotros mismos. Deberíamos querer ser dueños de la verdad en relación con esos pecados
que hemos estado pretendiendo que no existen. Dejaremos de justificarlos. Conocer la verdad
sobre nosotros mismos es difícil para muchos de nosotros, porque no fuimos enseñados como
saber lo que sentimos, pensamos, queremos o creemos. ¿Cómo podemos entonces esperar
que lo contemos a los demás?
Comenzamos echando una larga y seria mirada honesta a nosotros mismos y nos confesamos
culpables ante algunos hilos de verdad. Admitimos que tenemos problemas: pecados,
adicciones, comportamientos obsesivocompulsivos,
y malas actitudes. Y quizás, solo quizás, seamos nosotros la causa de esos problemas.
Somos dueños de esas realidades sobre nosotros mismos. Somos dueños del hecho de que
nuestras vidas son imposibles de manejar, que no tenemos fuerza sin Dios, que estamos
dispuestos a cambiar o a ser cambiados por Dios y que necesitamos rendir cuentas en
nuestras vidas. Confesiones como éstas llevan al arrepentimiento. El arrepentimiento tiene que
ver con cambiar nuestras mentes y la dirección de nuestras vidas.
Cuanto más aprendemos sobre nuestros defectos de carácter, seré menos probable que estos
defectos gobiernen nuestras vidas. Sólo podemos resolver esos problemas que sabemos que
existen.
Pero no todo lo que tiene que ver con nosotros es malo. Tenemos también rasgos de
personalidad buenos. Cuánto más sepamos sobre nuestros dones, talentos y atributos, más
podremos consagrarlos para que Dios los use en Su Reino. Él quiere todos ellos.
Al llegar a saber quienes somos, estaremos mejor preparados para someternos a Dios y a
otros rindiendo cuentas.

Llegando al “ fondo”

No es hasta que llegamos al “fondo” que estamos dispuestos a arrepentirnos. El
arrepentimiento comienza cuando llegamos al final de nosotros mismos. Lo profundo que
tengamos que llegar para tocar “fondo” es diferente para cada uno de nosotros. Puede
depender de nuestra terquedad.
Norman estaba sentado en la cocina mientras le ofrecíamos orar con él por sus problemas.
Teníamos un deseo tan grande de ayudarle a dar un giro a su vida. No tenía hogar, estaba
hambriento, en bancarrota, y en paro. Su única posesión era la ropa que vestía su cuerpo.
Caminaba horas por noche, algunas veces bajo la lluvia, durmiendo de pie apoyado contra una
pared.
“Norman, ¿estas contento con tu vida?”, le pregunté.
“Si”, fue su simple respuesta.
“¿Eso es todo?”, pregunté. Había sido golpeado por la incredulidad. “Si eso es todo, entonces
no puedo hacer nada por ti”.
Lo profundo que tengamos que llegar para “tocar fondo” podrá depender de lo profundamente
arraigado que esté el pecado; porque cuánto más profundo es el pecado, más difícil será
desarraigarlo. Cuando ese pecado es generacional, como lo es en muchos casos, esa raíz
crece aún más profundamente.
Aunque no siempre nos gustan los efectos que esos pecados tienen en nosotros, parece como
si fueran amiguitos para nosotros. No queremos rendirlos. Puede que no hayamos terminado
con ellos, y sólo vamos a dar a Dios aquellas cosas con las que hemos terminado. Rara vez
hemos terminado algo hasta que comienza a producirnos más dolor que placer. Así, Dios
puede permitir que sucedan ciertas cosas como resultado de que ese pecado nos lleve al fin de
ello, para llevarnos al fin de nosotros mismos.

Sometiéndonos a un círculo de mentores

Diferentes mentores servirán a diferentes propósitos en nuestras vidas. Puede que
descubramos que ya tenemos un círculo de mentores. Algunos nos guían espiritual y
moralmente. Algunos os ofrecerán servicios profesionales, como doctores, abogados y
contables. Otros estarán disponibles para la consejería emocional y psicológica. Diferentes
mentores están cualificados para estar ahí a favor nuestro en maneras distintas. Debemos
anhelar recibir de estos mentores conforme a sus propósitos. Abusaríamos de nuestros
dentistas si le contásemos nuestros problemas financieros. No son expertos en esa área ni
tampoco es asunto de ellos—a menos, claro está, que les debamos dinero.
Nuestras esposas, si estamos casados, son mentores en ciertas áreas de nuestras vidas. Mi
esposa sabe todo lo que necesita saber sobre mí para la santidad de nuestro matrimonio. Me
conoce física, espiritual, social, sexual ética, financiera y moralmente. Me conoce como un
libro. Rindo cuentas a ella automáticamente por cada donut que se supone que no debo comer,
por cada taza de café que se supone que no debo beber, por cada grano de sal que se supone
que no debo usar, y por cada dedo que no se supone que no debo levantar.
Mi esposa es una influencia positiva en mi vida porque ella es la que vive conmigo día a día. Es
cariñosa, tierna y me acepta. No es crítica ni juiciosa. Sabe como “estar junto a su hombre”. No
predica, no da la lata ni intenta rescatarme. Está casi demasiado dispuesta a que yo tome mis
propias decisiones, sabiendo muy bien que yo estoy dispuesto a sufrir las consecuencias, ella
es una roca. Además, con frecuencia cuenta como va por encima de mi cabeza en oración para
entregar las cosas a mi Cabeza, Jesús, cuando piensa que estoy haciendo algo mal; y puede
dejarlo ahí.
Y sin embargo, hay veces cuando necesito a otros hombres, no a mi esposa, con quien hablar
las cosas.

Sometiéndonos a hermanos de confianza

Encontrar a los hombres adecuados para esta clase de rendimiento de cuentas no es tarea
fácil. Lleva tiempo encontrar a otros hombres que se han probado dignos de confianza y que
estén dispuestos a conectar en apertura y honestidad. Hemos de ser cautelosos sobre airear
nuestros trapos sucios a cualquiera. Muchos no pueden ser confiados con nuestra honestidad.
Ellos mismos están todavía en pecado y negación. Siempre que puedan apartar la atención
sobre ellos mismos calumniando a los demás, eso es precisamente lo que harán.
Una vez di mi testimonio a un grupo de hombres de iglesia. Creo que me estaban considerando
como un candidato a pastor asistente. Yo quería ser honesto y abierto con ellos. Les compartí
sobre mi participación en algunas actividades de ocultismo durante un breve tiempo en mi
período de ateismo y como esa atadura me había llevado de vuelta al Señor. No pudieron
manejar esa información. ¿Cómo era posible que un hombre que había sido ordenado
previamente para el ministerio, pudiera haber llegado tan lejos? ¿Se podría confiar otra vez en
él? ¿Se había vuelto loco? No estoy seguro de lo que pensaron; pero sea lo que sea, la puerta
se cerró para mi ministerio candidato después de aquello.
Aunque tenemos que ejercer la cautela, no podemos ser gobernados por lo que otras personas
piensen de nosotros. No es asunto nuestro lo que piensen los demás a menos, que por
supuesto, les hayamos dañado y necesitemos arreglar algunos asuntos. Si tenemos temor de
lo que otros piensen de nosotros, lo más seguro es que nos sea imposible abrirnos a otros
hermanos de confianza.

Sometiéndonos a hermanos que nos aceptan

Hasta que no lleguemos a aceptarnos unos a otros sin juzgarnos ni criticarnos, lo más probable
es que no revelemos nuestras más profundas necesidades. Dudo mucho que hubiera podido
hacer un círculo para rendir cuentas de aquellos hombres de iglesia a quienes di mi testimonio.
Debemos mostrar tanta gracia, amor y aceptación unos a otros como el Señor nos las ha
mostrado hacia nosotros mismos. Y sin embargo, aceptarnos unos a otros no significa que
condonemos nuestros pecados en absoluto. La meta del rendir cuentas es ayudarnos unos a
otros a vivir por encima del pecado. Porque “no envió Dios a Su Hijo al mundo para condenar al
mundo sino para que el mundo fuera salvo por Él.” (Juan 3:17).
Es vitalmente importante que los hombres nos reunamos para rendir cuentas honestamente,
abiertamente y en aceptándonos unos a otros. Encontrar otros hombres con quienes deseemos
ser honestos mutuamente, abiertos y receptivos es como encontrar un tesoro enterrado. Vale la
pena comprar todo el campo para tenerlo.

Sometiéndonos a hermanos consagrados

Los hombres que están dispuestos a conectarse unos a otros en honestidad, apertura y
recepción, desearán entregarse fielmente unos a otros, a ellos mismos, a Dios y al proceso.
Esto implica una entrega de tiempo. Los hombres que rinden cuentas tienen que
comprometerse a un tiempo para estar juntos y comprometerse a ser fieles unos con otros en
ese tiempo. Los hermanos que han entrado en relaciones para rendir cuentas pueden recibir
llamadas a las dos de la madrugada. Saltarán de la cama, nos recogerán en la cabina de
teléfono junto a la tienda de bebidas alcohólicas de la esquina, y compartirán una taza de café
hasta que rompa el día, si es que eso es lo necesario.
Dios me ha bendecido a lo largo de los años con unos pocos hombres que están tan cerca de
mí como hermanos. Estamos a cientos de millas de distancia unos de otros; y sin embargo,
estaremos dispuestos a cruzar la frontera de varios estados para “estar ahí” unos por otros.
Conocemos las debilidades y fortalezas de todos. Nos amamos y nos apoyamos unos a otros.
Compartimos nuestras alegrías y nuestros sufrimientos. No nos juzgamos ni nos condenamos
unos a otros, pero tampoco dejamos que ninguno de nosotros se marche con basura en
nuestras vidas.
Creo que Dios ha puesto hombres con quién Él nos va a conectar. Él quiere esto por todos
nosotros. No quiere a hombres gobernando a otros hombres, sino a hombres sometidos unos a
otros como compañeros. Puede que esos hombres ya estén en nuestras vidas. Oremos y
pidamos a Dios que nos abra los ojos para verlos. Demos pasos con medida para llegar a
conocernos unos a otros a un nivel más íntimo. Construyamos una relación de confianza y
estemos dispuestos a comprometernos unos con otros en sinceridad.
Por causa de rendir cuentas, no es necesario buscar a otros hombres que tengan el mismo
pecado que nosotros. Pero está bien si así fuera, porque comprenderemos la vulnerabilidad en
cada uno de nosotros. Pero es algo igualmente poderoso si tenemos a otros en nuestras vidas
que son fuertes en áreas en las que nosotros somos débiles, y nosotros podemos ser fuertes
en áreas en las que otros son débiles. Romanos 15:1 nos instruye: “Así que, los que somos
fuertes debemos soportar las flaquezas de los débiles, y no agradarnos a nosotros mismos.”
Podemos ganar fortaleza unos de los otros cuando estamos conectados a hombres que
conocen nuestras debilidades y vulnerabilidades, que puedan llamarnos en cualquier momento
que sientan la necesidad de hacerlo y preguntar, “¿Cómo te va en esa área?”. Si nos va bien,
lo decimos. Si no, lo decimos dejamos que el hermano nos ministre.
La fidelidad y la lealtad son disciplinas que han de perfeccionarse con la práctica. Comencemos
a practicar la fidelidad y la lealtad a nuestros hermanos rindiendo cuentas. Seamos fieles en lo
poco—siendo fieles en participar de las reuniones con ellos, llegar a tiempo, quedarse un buen
rato y orar fielmente. Aprender la fidelidad en el grupo tendrá su efecto maduro sobre nuestra
fidelidad en casa.

Sometiéndonos a hermanos que oran

Siempre podremos encontrar a quién estén dispuestos a escucharnos, a cargarnos de consejo,
a servirnos una bebida. Es más difícil hallar a otros que estén dispuestos a ponerse de rodillas
y orar por nosotros. Podemos someternos a nuestros camareros, barberos, médicos y
abogados, pero lo que en realidad necesitamos es socios de oración.
Cuántas más personas podamos incluir en nuestro círculo de mentores, más apoyo de oración
que habremos conseguido para nosotros mismos. Dios responde a la oración, especialmente a
la oración ferviente y eficaz de hombres piadosos (Santiago 5:16). Oremos juntos unos con
otros, oremos unos por otros, oremos juntos unos por otros y oremos cuando estemos lejos
unos de los otros. La oración nos ayudará a mantenernos cubiertos de los dardos de fuego del
diablo.

Sometiéndonos unos a otros

El sometimiento unos a otros sugiere que todos nosotros tenemos un terreno común. Aquellos
individuos que consideran que están más allá de la corrección no pertenecen al grupo. Crean
un clima de desconfianza y no produce seguridad tenerlos cerca.
Cuando nos sometemos unos a otros en el entorno de un grupo de apoyo confidencial,
seremos más transparentes y confiaremos más unos en otros. Dios dará más de Su
misericordia y de Su gracia. Nos dará sabiduría y entendimiento. Se creará un clima para que
Dios envíe Su palabra para edificación, sanidad, liberación, transformación y fortalecimiento. El
Salmo 107:20 dice “El envió su palabra y los sanó y los libró de la muerte.”

Tomando responsabilidad por nosotros mismos

Aunque rindamos cuentas unos a otros, no podemos esperar que otros vivan nuestras vidas
por nosotros. Podemos y probablemente deberíamos hacer un inventario de nuestras vidas
para ver lo que nos ha hecho ser como somos. Pero no podemos escondernos detrás de lo que
otros nos han hecho como excusa para permanecer en pecado. Es tiempo de crecer y de tomar
responsabilidad por nosotros mismos.
Mi hijo pasó un tiempo de prueba hace muchos años que le llevó a la consulta de un consejero.
Su consejero le ayudó a ver los efectos que sus padres y su pasado habían tenido sobre él
para moldearlo hasta llegar a ser la persona que era. Culparnos era la excusa que él tenía para
no trabajar sobre sus propios asuntos.
Le he pedido que me perdone en repetidas ocasiones. Nada cambió hasta que un día le dije,
“Hijo, yo acepto mi responsabilidad por lo que te sucedió de niño. Cometí serios errores
contigo. Pero ahora eres un hombre maduro, un individuo adulto tú mismo. Ya no puedes más
esconderte detrás de mí. Tienes que ser responsable por ti mismo.” Me dijo varias veces
después que esa amonestación cambió su mente y su vida.
Yo tiendo a ser un conserje en el sentido disfuncional del término. Por conserje me refiero a
alguien que hace por los demás lo que en realidad ellos tendrían que estar haciendo por ellos
mismos. Los conserjes hacen estas cosas para hallar significado en la aprobación de los
demás. Aunque nunca obtengamos esa aprobación, seguimos preocupándonos por todo
compulsivamente. Nos inclinamos hacia los asuntos de los demás aunque no sean asunto
nuestro. Nos inclinamos a los asuntos de los demás porque no tenemos un sentido claro de
nuestros propios límites. No diferenciamos bien lo que es asunto nuestro de lo que no es.
He sido condicionado a ser así durante mis años de formación. Podría culpar a mi madre por
hacerme así y por seguir preocupándose por los demás, o podría tomar mi propia
responsabilidad yo mismo y dejar de actuar de ese modo.
Necesito que otros hombres que saben esto de mí—hombres que me llamen la atención
cuando me vean liando las cosas. Pero esos otros hombres en mi vida no pueden vivir mi vida
por mí. Yo no puedo vivir mi vida por ellos. Tenemos que tomar responsabilidad por nosotros
mismos. Hasta que no estemos dispuestos a hacer eso, estaremos simplemente falsificando el
rendir cuentas, algo que no cambiará nada.
Deberíamos desear tomar responsabilidad en todas las áreas de la vida: lo que pensamos y
hacemos. Deberíamos desear tomar responsabilidad por nuestro crecimiento espiritual, nuestra
salud física y emocional, las finanzas, actitudes y resentimientos. Deberíamos querer tomar
responsabilidad si dejamos a una mujer embarazada, mentimos o cometemos errores. No
hemos de echar la culpa a los demás. Deberíamos decir “Lo siento, por favor, perdóname.”
Daremos los pasos necesarios para arreglar las cosas.
Somos responsables de recibir ayuda cuando la necesitamos. ¿Cómo sabemos cuando
necesitamos ayuda? Cuando Dios ha intervenido sobrenaturalmente y no podemos ignorarlo
por más tiempo.
Siempre que seamos honestos con nosotros mismos, será más probable que aceptemos
responsabilidad por nosotros mismos. Cuando dejamos de ser honestos con nosotros mismos,
echaremos las culpas a los demás de nuestro comportamiento.

Sometiéndonos a Dios

Finalmente, rendir cuentas es un asunto entre el individuo y Dios. Podemos fingir unos con
otros y negarnos a nosotros mismos, pero no podemos engañar a Dios. Poco bueno surge de
pretender sometimiento a otros si no estamos dispuestos a someternos a Dios para rendirle
cuentas. Sólo nosotros sabemos si somos o no honestos en cuánto a ser responsables de
nosotros mismos, Dios y los demás, cuando nadie más nos está mirando.