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jueves, 16 de febrero de 2012

SER LLENOS DEL ESPÍRITU POR DENTRO Y POR FUERA: Saturados de VIDA y envueltos de PODER.


CAPITULO CATORCE

SER LLENOS DEL ESPíRITU SANTO

Ahora llegamos a la decimocuarta experiencia de vida, la cual es ser llenos del Espíritu Santo. Este es un asunto muy complicado, porque es un tema extenso en la Biblia. En los dos mil años pasados, todos los expositores de la Biblia, como también aquellos que tienen una búsqueda espiritual, han tenido diferentes puntos de vista y varias explicaciones con respecto a este tema. Por lo tanto, hasta hoy, muchos, incapaces de encontrar una definición común, están más bien confundidos con respecto a este tema. Sin embargo, si aceptamos la palabra del Señor con un corazón puro y si comparamos nuestra experiencia con ella, sentiremos que es muy sencilla. Cuando discutamos este tema, trataremos de simplificarlo todo lo posible, haciendo completamente a un lado el carácter investigativo y simplemente hablando acerca de nuestra experiencia en conformidad con la Escritura.
Cuando consideramos este asunto de ser llenos del Espíritu Santo o de la obra del Espíritu Santo sobre nosotros, debemos ver claramente que la Biblia está dividida en dos períodos —el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento—, y que nuestra experiencia se divide en dos grandes aspectos: el exterior y el interior.

I. LAS CARACTERISTICAS DE LA OBRA
DEL ESPIRITU SANTO EN
LOS DOS GRANDES PERIODOS,
EL ANTIGUO TESTAMENTO Y EL NUEVO

A. En el Antiguo Testamento el Espíritu de Dios venía sobre el hombre exteriormente, mientras que en el NuevoTestamento el Espíritu Santo mora en el hombre interiormente.
La primera característica de la obra del Espíritu Santo tiene que ver con la manera en que viene al hombre en los dos períodos, el Antiguo Testamento y el Nuevo; en el Antiguo Testamento el Espíritu de Dios venía sobre el hombre exteriormente, y en el Nuevo Testamento el Espíritu Santo mora dentro del hombre. El Antiguo Testamento a menudo contiene tales dichos como, “El Espíritu de Dios (o el Espíritu de Jehová) vino sobre...” cierta persona. Esto implica que el Espíritu de Dios venía sobre el hombre y movía al hombre a hacer cierta obra. Aunque en el Antiguo Testamento esta acción del Espíritu de Dios de venir sobre el hombre para moverlo a obrar para Dios ocurrió frecuentemente, con todo, fundamentalmente en aquel tiempo el Espíritu de Dios no había entrado en el hombre ni moraba en él ni se había mezclado con él. Ya que el Espíritu de Dios meramente venía sobre el hombre, El podía no contender con el hombre para siempre (Gn. 6:3) y algunas veces El podía ser quitado (Sal. 51:11). No es sino hasta el período del Nuevo Testamento que el Espíritu Santo empieza a entrar en el hombre y a mezclarse con él; más aún, El vive en el hombre para siempre, para no separarse de él jamás; así que el hombre puede disfrutar la bendición del Espíritu Santo eternamente. Por lo tanto, Su morada en nosotros es el rasgo más sobresaliente de la obra del Espíritu Santo en el período del Nuevo Testamento.
B. En el Antiguo Testamento el Espíritu de Dios venía principalmente para dar poder, mientras que en el Nuevo Testamento el Espíritu Santo ha venido principalmente para ser vida (naturaleza).
Segundo, debemos ver claramente a la luz de la Biblia, que en el período del Antiguo Testamento el Espíritu de Dios descendía sobre el hombre para moverlo a llevar a cabo la obra de Dios; el énfasis estaba en que el Espíritu de Dios era poder para el hombre. En el Antiguo Testamento de generación en generación, el Espíritu de Dios continuamente descendía sobre el hombre como un poder divino que lo movía a obrar, pelear y hablar para Dios, o como la sabiduría excelente que capacitaba al hombre para manejar asuntos para Dios. Por ejemplo, después de que el Espíritu de Dios descendió sobre Moisés, él fue revestido de poder para pelear contra Faraón y hablar por Dios. El Espíritu de Dios sobre él también vino a ser su sabiduría, y lo capacitó para manejar los asuntos de Dios, encargarse de la casa de Dios, guiar a los israelitas, gobernar al pueblo de Dios, y edificar el tabernáculo para Dios. Todo este trabajo ejecutado por Moisés no provenía de su poder o sabiduría propia, sino que fue el resultado del descenso del Espíritu de Dios sobre él.
Aunque sobre las personas que se mencionan en el Antiguo Testamento venía el Espíritu de Dios como poder y sabiduría, aún así, en principio ellos no recibieron el Espíritu de Dios dentro de ellos para que se mezclara con ellos para ser su vida. En los tiempos del Antiguo Testamento, el Espíritu de Dios meramente descendía sobre el hombre como poder, pero no entraba en el hombre como vida. El solamente le otorgaba poder divino al hombre, pero no le impartía una naturaleza divina. Por lo tanto, en el Antiguo Testamento vemos varias personas que poseían el poder de Dios, pero que no tenían nada de la naturaleza de Dios. Sansón es el mejor ejemplo (Jue. 14—16). El tenía el poder sobrenatural de Dios sobre él, pero al mismo tiempo no tenía la naturaleza de Dios en ninguna forma. Aquí tenemos un hombre fuerte cuyo poder iba más allá de lo común, pero cuya naturaleza era totalmente incompatible con Dios. Es muy difícil encontrar alguien en el Antiguo Testamento que fuera más fuerte que Sansón; en lo que a fuerza se refiere, Sansón era indudablemente un superhombre. Pero con respecto a su naturaleza y vida, Sansón era el más deficiente de todos aquellos que Dios usó en el Antiguo Testamento. En naturaleza y vida, Moisés y David tenían algo cercano a la presencia del Espíritu de Dios, pero en el caso de Sansón tal condición no existía en ninguna manera. Por lo tanto, con respecto a poder, Sansón estaba lleno del Espíritu de Dios, pero con respecto a la vida, él no tenía el Espíritu Santo. Esto se debe a que en los tiempos del Antiguo Testamento el Espíritu de Dios descendía sobre el hombre como poder, no como vida. El descendía sobre el hombre para que éste tuviera el poder de Dios, pero no Su naturaleza. No es sino hasta los tiempos del Nuevo Testamento cuando el Espíritu Santo formalmente entra en el hombre y llega a ser la vida del hombre, para que el hombre pueda tener la naturaleza de Dios.
C. En el Antiguo Testamento el Espíritu de Dios fue empleado por el hombre, mientras que en el Nuevo Testamento el Espíritu Santo es el Señor en el hombre.
Basado sobre los dos puntos señalados podemos concluir que el Espíritu de Dios, el cual descendía sobre el hombre en el Antiguo Testamento, no vino en Su Persona para ser el Señor a fin de que el hombre obedeciera, sino como poder para ser empleado por el hombre. Sabemos que el Espíritu Santo es una Persona, pero en los tiempos del Antiguo Testamento el Espíritu de Dios no descendía sobre el hombre en Su Persona. Si El hubiera descendido sobre el hombre en Su Persona, El habría venido como Señor, y el hombre habría tenido que obedecerle. No obstante, en los tiempos del Antiguo Testamento El descendía como poder sin Su Persona; por eso, parecía que, por el contrario, El obedecía al hombre y era usado por el hombre.
Tome por ejemplo el combustible para un automóvil; no tiene personalidad. El combustible no es el amo del vehículo para que éste le obedezca. Debido a que el vehículo no tiene poder para moverse por sí mismo, necesita el combustible. Este combustible es lo que causa el movimiento del vehículo y así es utilizado por el vehículo mismo. De igual forma, Dios deseaba que Moisés liberara a los israelitas de Egipto y los guiara a Canaán, pero Moisés estaba carente de poder. A él le faltaba poder para hablar a Faraón en nombre de Dios. También le faltaba poder para guiar a los millones de israelitas a través del desierto. Tampoco tenía poder para gobernar la casa de Israel, ni para edificar el tabernáculo de Dios, conforme al patrón celestial. Indudablemente, Moisés fue enseñado en todo el conocimiento de Egipto y estaba muy capacitado; sin embargo, su aprendizaje y capacidad limitados no eran suficientes para satisfacer la necesidad de esa gran comisión. Por lo tanto, el Espíritu de Dios vino, no para ser su amo a fin de que Moisés obedeciera, sino para suplir su falta de poder y estar bajo su mandato. Moisés era como una bicicleta que sólo podía correr a diez kilómetros por hora, y el Espíritu de Dios era como un motor añadido a la bicicleta, la cual aumentó su velocidad a 100 kilómetros por hora. En realidad, el Espíritu de Dios que venía sobre el hombre en el Antiguo Testamento era como el motor añadido a la bicicleta, el propósito del cual no era convertirse en el amo de la bicicleta ni controlarla, sino llegar a ser el poder que la mueve y que aumenta su eficacia. Este era exactamente el significado de la visión de la zarza ardiendo, la cual Moisés vio cuando fue llamado (Ex. 3:2-3). La zarza era Moisés, y el fuego era el Espíritu de Dios que descendió sobre él. La zarza era de poco valor, pero el fuego que ardía sobre él vino a ser su fuerza.
Por lo tanto, debemos tener presente el principio de que en los tiempos del Antiguo Testamento, a pesar de que el Espíritu de Dios descendía y llegaba a ser un gran poder que movía al hombre, con todo y eso, El no descendía en Su Persona para llegar a ser el Señor del hombre a fin de que éste le obedeciera; sino que descendía sobre el hombre como un poder para ser empleado por él.
Sin embargo, el principio de la obra del Espíritu Santo es enteramente diferente en el Nuevo Testamento. Ahora, cuando El desciende para obrar en el hombre, El no solamente desciende sobre el hombre para ser poder para el hombre, sino que El mora en el hombre y se mezcla con él para ser su vida, impartiéndole así la naturaleza de Dios. Esto significa que ahora El viene en Su persona para morar en el hombre. Ya que El viene en Su persona para morar en el hombre, El viene para ser su Señor, y exige obediencia de parte del hombre. Es interesante que no haya una sola frase en todo el Antiguo Testamento que diga que el hombre debe obedecer al Espíritu de Dios. Pero en el Nuevo Testamento se nos dice que el Espíritu Santo toma control de nosotros (Hch. 16:6-7) y que debemos andar por el Espíritu (Gá. 5:25). En 2 Corintios 3:18 especialmente se llama al Espíritu Santo “el Señor Espíritu”. El Espíritu Santo hoy es el Señor, una Persona. El mora en nosotros para ser nuestro Señor; por lo tanto, debemos entregarnos a El y someternos a Su gobierno. El no es solamente nuestro poder, sino también nuestro Señor. El no es solamente el combustible del vehículo, sino el conductor. El no es solamente el motor de la bicicleta, sino el dueño, el que la maneja. No solamente el poder del vehículo depende de El, sino que aun si el vehículo se detiene, avanza o retrocede, está todo bajo Su manejo y operación. Nuestra naturaleza y nuestra vida son de El. El es nuestra vida, nuestra naturaleza y nuestro Señor.
D. En el Antiguo Testamento el Espíritu de Dios tiene un solo aspecto, mientras que en el Nuevo Testamento el Espíritu Santo tiene doble aspecto.
Nosotros los que estamos en la dispensación del Nuevo Testamento disfrutamos las bendiciones dobles del Espíritu Santo, a saber, el aspecto de ser poder para nosotros, y el de ser nuestra vida y naturaleza. Aquellos que vivieron en la dispensación del Antiguo Testamento disfrutaron el Espíritu de Dios solamente como el poder externo, mientras que los que están en el Nuevo Testamento también disfrutan del Espíritu Santo como la vida interna. Esto no significa que en los tiempos del Nuevo Testamento Dios termina el aspecto de la obra que fue hecha en el Antiguo Testamento, sino que más bien El continúa con mayor intensidad el primer aspecto y añade otro. En el Antiguo Testamento había solamente un aspecto, pero en el Nuevo Testamento hay dos aspectos; en el Antiguo Testamento sólo se tenía el aspecto externo, pero en el Nuevo Testamento tenemos tanto el externo como el interno. Por lo tanto, en la dispensación del Nuevo Testamento, no sólo podemos depender del Espíritu Santo como el poder externo para llevar a cabo la obra que Dios nos encomendó, sino que por medio del Espíritu Santo como la vida interior, podemos mezclarnos con Dios y ser uno con El. ¡Qué gracia de Dios tan gloriosa es ésta!

II. LA DIFERENCIA ENTRE EXPERIMENTAR
EL ESPIRITU SANTO EXTERNAMENTE
Y EXPERIMENTARLO INTERNAMENTE

Hemos visto las características de la obra del Espíritu Santo en dos grandes períodos, el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento. Veamos ahora la experiencia que tenemos del Espíritu Santo tanto interna como externamente.

A. La experiencia interna viene primero;
luego la externa

Las personas de los tiempos del Antiguo Testamento no tenían la experiencia de que el Espíritu Santo morara en ellas, sino únicamente la de que el Espíritu de Dios descendiera externamente; sin embargo, en los tiempos del Nuevo Testamento el hombre puede tener ambos aspectos. Además, el hombre primero debe experimentar la morada interna del Espíritu Santo y más tarde debe experimentar el descenso externo del Espíritu Santo. Por lo tanto, en los tiempos del Nuevo Testamento el hecho de que el Espíritu Santo more en uno viene a ser la base para Su descenso externo sobre el hombre.

1. El Señor Jesús como modelo

La primera persona del Nuevo Testamento que experimentó esto de que el Espíritu Santo morara interiormente, fue Jesús de Nazaret. Cuando el Espíritu Santo empezó a morar en Jesús de Nazaret, esto fue una gran obra de Dios que marcó el cambio de la era. Desde que la historia de la raza humana empezó, a pesar de que muchos habían experimentado el descenso del Espíritu de Dios sobre ellos, que los movía a llevar a cabo la obra de Dios, no hubo ninguno entre ellos en quien morase el Espíritu Santo, y con quien el Espíritu Santo estuviese mezclado, llegando a ser su vida y naturaleza. Ni Moisés ni David tuvieron tales experiencias, ni tampoco Elías ni Daniel las tuvieron. En cuatro mil años, no hubo ni una sola persona que tuviese semejantes experiencias. No fue sino hasta después de que pasaron cuatro mil años que Jesús de Nazaret apareció, Aquel en quien el Espíritu Santo moró, con quien se mezcló y llegó a ser Su vida y naturaleza. Esto se debió a que la misma vida que estaba dentro de El era del Espíritu Santo.
Ya que el Señor Jesús fue el primero en tener la experiencia de que el Espíritu Santo morase en Su interior, y ya que El es la Cabeza de los creyentes del Nuevo Testamento así como de la iglesia, entonces el Espíritu Santo obra en los creyentes neotestamentarios y en la iglesia de la misma manera que obraba sobre el Señor; el Espíritu Santo obra en el Cuerpo de la misma manera que obró en la Cabeza. La experiencia de nuestra Cabeza, el Señor Jesús, con respecto al Espíritu Santo, llega a ser el mismo modelo o ejemplo para nosotros los creyentes neotestamentarios en cuanto a la experiencia del Espíritu Santo.
La experiencia del Señor Jesús con respecto al Espíritu Santo estaba claramente dividida en dos aspectos: primero la experiencia interna del Espíritu Santo como vida, y luego la experiencia externa del Espíritu Santo como poder. El comenzó a experimentar el Espíritu Santo como vida interna al ser concebido. El Señor Jesús fue concebido por el Espíritu Santo (Mt. 1:20). Fue el Espíritu Santo quien entró en María, quien pertenecía a la vieja creación, y de ella nació Jesús el nazareno. Por lo tanto, desde el momento que el Señor Jesús fue concebido, Su vida y naturaleza interna eran del Espíritu Santo. En otras palabras, podemos decir que desde el día que nació, El fue lleno del Espíritu Santo.
Desde el día en que el Señor nació hasta que se manifestó públicamente para llevar a cabo la obra de Dios —durante estos treinta años— El vivió en la presencia de Dios por el Espíritu Santo como la vida que había en El. Isaías 53:2 dice: “Subirá cual renuevo delante de él, y como raíz de tierra seca...” Esto se refiere a Su vida antes de que tuviera treinta años de edad. Fue enteramente por el llenar del Espíritu Santo como Su vida que El, por un lado, pudo vivir humildemente en la casa de un carpintero pobre como un hijo de hombre, mientras que por otro lado El pudo andar de acuerdo a las leyes de Dios.
Cuando El tenía treinta años de edad y estaba a punto de trabajar para Dios, ocurrió el primer evento externo: mientras El era bautizado en el río Jordán, el Espíritu Santo descendió sobre El como paloma, y fue lleno del Espíritu Santo. Después de cuarenta días de pruebas en el desierto, El estaba aún más lleno del poder del Espíritu Santo y trabajaba para Dios en las varias regiones alrededor de Galilea (Mt. 3:16; Lc. 3:21-23; 4:1-15). Vemos que esta experiencia Suya fue exactamente la misma que aquella que tuvieron otros en el Antiguo Testamento cuando experimentaban el Espíritu Santo. Cuando Ezequiel estaba junto al río de Quebar, el Espíritu de Jehová descendió sobre él, y él abrió su boca y habló de parte de Dios (Ez. 1:1-3). De la misma manera, cuando el Señor Jesús estaba en el río Jordán, el Espíritu Santo descendió sobre El, y El abrió Su boca para predicar las buenas nuevas del reino del cielo. Esto prueba que el Señor Jesús experimentó en este tiempo otro aspecto de la obra del Espíritu Santo: el descenso del Espíritu Santo sobre El como poder divino, capacitándole para llevar a cabo la obra de Dios.
Allí vemos que el Señor Jesús experimentó el Espíritu Santo en dos aspectos: la experiencia del Espíritu Santo por dentro como vida para poder tener la naturaleza de Dios, y la experiencia del Espíritu Santo por fuera como poder, que le capacita para que realice la obra de Dios. El primero experimentó el Espíritu Santo internamente como vida al ser concebido; más tarde, al ser bautizado, experimentó el Espíritu Santo por fuera como poder. En esa ocasión El fue lleno del Espíritu Santo tanto interna como externamente.
Algunos piensan que Juan el Bautista fue el primero en ser lleno del Espíritu Santo en el Nuevo Testamento. No fue realmente así. Con relación a Juan el Bautista, Lucas 1:15 dice: “Y será lleno del Espíritu Santo, aun desde el vientre de su madre”. Sin embargo, en el texto original, ser lleno se refiere al aspecto del poder exterior, según el mismo principio en que el Espíritu de Dios descendía sobre los profetas exteriormente en el Antiguo Testamento. Aunque en cuanto a tiempo él recibió el Espíritu Santo mientras estaba en el vientre de su madre, esto, sin embargo, no dejaba de ser un solo aspecto, el aspecto exterior de poder. Esto fue diferente a lo que se recibe en el Nuevo Testamento, lo cual consta de dos aspectos: primero el interno y luego el externo, el aspecto de vida y luego el aspecto de poder. Aunque Juan era el más grande entre los profetas, el Señor dijo que el menor en el reino de los cielos es mayor que él (Mt. 11:11). Por lo tanto, conforme al principio de experimentar la obra del Espíritu Santo, él en cierta medida era como aquellos que estaban en el período del Antiguo Testamento; su experiencia no puede ser considerada completamente dentro del período del Nuevo Testamento.

2. La experiencia de los apóstoles

Inmediatamente después del Señor Jesús, los apóstoles fueron los primeros en experimentar el Espíritu Santo. Ellos también tuvieron primero la experiencia de que el Espíritu Santo morara en ellos, y que luego descendiera externamente. En Juan 14, el Señor prometió a Sus discípulos que El le rogaría al Padre que les enviase otro Consolador, el Espíritu de realidad, para que morase en ellos a fin de que pudiesen vivir como el Señor vivía (vs. 16-20). Esta palabra del Señor indicaba que ellos experimentarían al Espíritu Santo internamente como vida.
En la noche de la resurrección, mientras los discípulos estaban reunidos, el Señor apareció en medio de ellos y “sopló y les dijo: Recibid el Espíritu Santo” (Jn. 20:22). Así el Señor cumplió la promesa que había hecho, al hacer que el Espíritu Santo entrara en ellos y llegara a ser su vida. El día que Dios creó a Adán del polvo, El sopló en él para que tuviera vida y fuera un hombre viviente con un espíritu. Ahora, de la misma manera, el Señor sopló en los discípulos para que ellos pudieran tener vida y llegaran a ser hombres regenerados. Sin embargo, lo que Dios impartió en el hombre con Su soplo cuando lo creó, no era el Espíritu de Dios; por lo tanto, lo que el hombre obtuvo fue sólo su propio espíritu, y una vida creada. En la noche de la resurrección, lo que el Señor impartió con Su aliento en los discípulos fue Su propio Espíritu; por lo tanto, los discípulos obtuvieron el Espíritu Santo y Su vida eterna e increada, para poder vivir por siempre como el Señor mismo. Por lo tanto, hablando en forma estricta, exacta y práctica, Pedro, Juan, Santiago y el resto de los apóstoles llegaron a ser regenerados por medio de obtener la vida de Dios, en la noche de la resurrección. El aliento que el Señor infundió en ellos fue el aliento de vida. Tenía como fin la vida, no el poder.
En el día de Pentecostés, los apóstoles experimentaron el otro aspecto de la obra del Espíritu Santo, a saber, el Espíritu Santo como poder. Hechos 2:1-4 dice: “Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen”. Desde entonces, los apóstoles predicaban el evangelio con gran poder, conduciendo a millares y millares a la salvación.
Si comparamos los dos casos de las experiencias de los apóstoles en recibir el Espíritu Santo, podemos ver la diferencia. El Espíritu Santo de vida, el cual ellos experimentaron la noche de la resurrección, fue representado por el “aliento”; mientras que el Espíritu Santo de poder, el cual experimentaron en Pentecostés, fue representado por tres cosas: “viento”, “fuego” y “lenguas”. Tanto el viento como el fuego, representan poder, mientras que la lengua sirve para hablar y también está relacionada con el poder. Además, en Pentecostés, el Espíritu Santo se asentó “sobre cada uno de ellos”. El no entró en ellos. Por lo tanto, lo que ellos experimentaron fue el Espíritu Santo sobre ellos exteriormente como su poder. Fue a través de este poder externo del Espíritu Santo que ellos hablaron las lenguas de varias naciones, predicaron el evangelio, y más tarde trabajaron para el Señor en diferentes regiones.
Por lo tanto, en la experiencia de los apóstoles, también podemos ver ambos aspectos de la obra del Espíritu Santo, y que ellos experimentaron el aspecto interno primero, y luego el externo.


B. El aspecto interno y el aspecto externo experimentados al mismo tiempo

Después de Pentecostés, la experiencia del Espíritu Santo tanto interna como externamente fue plenamente cumplida en la Cabeza (el Señor Jesús) así como en el Cuerpo (representado por los apóstoles). Desde aquel entonces, todos aquellos que desean experimentar la obra del Espíritu Santo pueden experimentar al mismo tiempo tanto la morada interna del Espíritu Santo como el descenso exterior. La prueba de esto la vemos en la casa de Cornelio.
En Hechos 10 vemos que Pedro fue enviado a predicar el evangelio en la casa de Cornelio, y mientras él estaba predicando, el Espíritu Santo cayó sobre todos aquellos que escuchaban, haciendo que recibieran no solamente el Espíritu Santo que mora interiormente como vida, sino también el Espíritu Santo como poder, que descendió sobre ellos externamente. Por lo tanto, comenzando con la casa de Cornelio hasta hoy, es posible experimentar la obra del Espíritu Santo por dentro y por fuera al mismo tiempo. La obra del Espíritu Santo por dentro es la base para la obra del Espíritu Santo por fuera; mientras que la obra del Espíritu Santo por fuera es la prueba de la obra del Espíritu Santo por dentro. Esta es la condición más normal.
Por supuesto, a través de las generaciones ha habido muchos que experimentaron el Espíritu Santo solamente como vida por dentro cuando fueron salvos; luego después de cierto período de tiempo experimentaron el Espíritu Santo externamente como poder. Ha habido también algunos que nunca experimentaron el Espíritu Santo externamente como poder. En cualquier caso, en la dispensación del Nuevo Testamento, nadie puede experimentar el Espíritu Santo exteriormente como poder antes de experimentarlo internamente como vida. Tampoco puede alguien experimentar el Espíritu Santo sólo exteriormente sin experimentarle como vida por dentro. Tales cosas nunca pueden ocurrir en la dispensación del Nuevo Testamento.

III. LA MANERA DE SER LLENOS DEL ESPIRITU SANTO

A. El cumplimiento del hecho objetivo

A fin de ser llenos del Espíritu Santo, necesitamos primero conocer que en lo que concierne al hecho objetivo, tanto el aspecto interior como el exterior, han sido realizados por Dios. El Espíritu Santo como vida interior fue dado en la noche de la resurrección, mientras que el Espíritu Santo como poder por fuera descendió el día de Pentecostés. El coro de un himno que escribió A. B. Simpson* [*Hymns #248, publicado por Living Stream Ministry.] dice: “No dudes del Espíritu, quien fue dado hace tiempo”. El descenso del Espíritu Santo es como la crucifixión del Señor Jesús; ambos son hechos cumplidos. Hoy el Señor Jesús no necesita ser crucificado de nuevo, ni tampoco el Espíritu Santo necesita descender otra vez. Dios no necesita dar al Señor Jesús al hombre para ser crucificado de nuevo; ni tampoco Dios tiene que enviar el Espíritu Santo de nuevo para llenar al hombre por dentro y por fuera. Dios ya lo ha realizado todo. El problema ahora está en que recibamos esto por fe. A fin de ganar a Cristo y experimentarle hoy, necesitamos solamente recibirle; de la misma forma, a fin de obtener el Espíritu Santo, sea interna o externamente, también necesitamos solamente recibirlo a El. En la medida que recibamos el Espíritu Santo, en esa misma medida el Espíritu Santo nos llenará. Estudiaremos ahora separadamente los dos aspectos de recibir el llenar del Espíritu Santo.

B. La manera de ser llenos
del Espíritu Santo internamente

La manera de ser llenos del Espíritu Santo interiormente es la siguiente:

1. Vaciarnos a nosotros mismos

A fin de recibir la regeneración del Espíritu Santo, debemos primero confesar nuestros pecados, arrepentirnos, y aceptar el hecho de que Cristo murió por nosotros. De igual manera, a fin de recibir el llenar del Espíritu Santo, debemos primero aceptar el hecho de que hemos muerto con Cristo. Luego debemos tratar con el pecado, el mundo, la carne, nuestra opinión y nuestra habilidad natural, a fin de que podamos vaciarnos completamente de éstos, no permitiendo que ninguno de ellos tenga ya lugar en nosotros, sino más bien permitiendo que el Espíritu Santo gane todo el terreno en nosotros. Si respondemos a la exigencia del Espíritu Santo, quitando aquello que debe ser quitado y abandonando aquello que debe ser abandonado, quedando así vacíos y dejando que el Espíritu Santo tenga todo el terreno y autoridad en nosotros, entonces automáticamente el Espíritu Santo nos llenará, y nosotros experimentaremos y disfrutaremos subjetivamente el llenar del Espíritu Santo. Por esta razón hemos puesto esta lección de ser llenos del Espíritu Santo después de las experiencias de los diferentes tratos.

2. Creer

Después de que hemos tratado con todo y nos hemos vaciado, debemos creer que el Espíritu Santo está llenándonos desde adentro. Solamente necesitamos creer en el llenar del Espíritu Santo, sin tratar de sentir si hemos sido llenos o no. La fe verdadera no depende de lo que sintamos. Si solamente creemos de esta manera, el Señor hará que el ser llenos del Espíritu Santo sea nuestra experiencia práctica.

C. La manera de ser llenos
del Espíritu Santo exteriormente

La manera de ser llenos del Espíritu Santo externamente es la siguiente:

1. Estar dispuestos a ser usados por Dios

Hemos dicho previamente que el descenso del Espíritu de Dios como poder sobre el hombre tiene como fin revestirlo de poder para que el hombre sea competente para la obra que Dios le ha encomendado y para que pueda ser usado por Dios. Comenzando en el Antiguo Testamento, sobre cualquiera que estuviese realmente dispuesto a ser usado por Dios, el Espíritu de Dios descendía como poder. Moisés fue una persona así; igual que Sansón, David, Elías, Eliseo, Ezequiel y otros profetas.
En el Nuevo Testamento el principio sigue siendo el mismo. El Señor Jesús fue el primer ejemplo del Nuevo Testamento sobre quien descendió el Espíritu Santo. La razón por la cual el Espíritu Santo descendió sobre el Señor en el día de Su bautismo fue que el Señor estaba dando testimonio al cielo y a la tierra mediante el bautismo, de que desde ese día El iba a ser oficialmente usado por Dios. En los tiempos cuando a la gente del mundo no le importaba la voluntad de Dios ni Su obra, sino que los hombres vivían para sí mismos, Jesús de Nazaret se levantó delante de todo el universo, declarando que deseaba vivir para Dios, ser usado por Dios y trabajar para Dios. Fue en esa ocasión que el Espíritu Santo descendió sobre El.
Esto fue cierto también en el caso del primer grupo de apóstoles. Originalmente ellos eran pescadores, pero dejaron tanto la pesca como la barca, y con todo su corazón estaban dispuestos a ser usados por Dios. Ellos deseaban continuar la obra del Señor para cumplir la obra de Dios en la tierra. El deseo y la actitud de sus corazones preparó el camino para que Dios derramara el Espíritu Santo sobre ellos en el día de Pentecostés.
Ejemplos de esta clase son innumerables en la historia de la iglesia. Hace unos doscientos años, los hermanos de Moravia tuvieron un gran derramamiento del Espíritu Santo. Antes de aquello, ellos también fueron preparados para ser usados por Dios; por lo tanto, en una reunión de la mesa del Señor, el Espíritu Santo los llenó grandemente. Después de esto ellos fueron usados por Dios en una manera sobresaliente.
De hecho, si desde el principio todos aquellos que han sido salvos hubieran estado dispuestos a abandonar todo por el Señor para ser usados por El, entonces además de ser salvos cada uno estaría en posición de recibir ambos aspectos del llenar del Espíritu Santo simultáneamente, como ocurrió en la casa de Cornelio. Lamentamos decir que hoy día hay muy pocos que están dispuestos a ser usados por Dios después de ser salvos. La mayoría de la gente está satisfecha con sólo poseer vida eterna y no tener que perecer. Ellos pasan por alto completamente la obra de Dios y Su plan; tampoco desean tener poder para trabajar para Dios y cumplir Su plan. Aunque el Espíritu ha operado hasta cierto grado en aquellos que han sido salvos, y éstos tienen un deseo de trabajar para Dios, no obstante, debido a que no están dispuestos a entregarse a Dios para que El los use, restringen el mover del Espíritu Santo y su deseo de trabajar para Dios. Aunque el Espíritu Santo dentro de ellos se mueve constantemente y les hace exigencias, con todo, ellos siguen rehusándose. Cuando Rebeca se comprometió con Isaac, ella no se detuvo, sino que, dejando la casa de su padre, siguió al viejo sirviente para darse a Isaac (Gn. 24). Muchos hoy han creído en Cristo y son salvos, pero rehúsan entregarse a Cristo. Ellos se detienen en su posición original, no estando dispuestos a dejar que el Señor los use. ¡Por consiguiente nuestro Señor siempre parece ser engañado por los hombres! El les dio salvación a los hombres, y aún así ellos le dan la espalda, rehusando darse a El. Tal condición hace que los hombres sean incapaces de recibir el llenar externo del Espíritu Santo después de que han sido salvos.
Ya que el hombre no está dispuesto a ser usado por Dios, pocos alcanzan a ser llenos externamente del Espíritu Santo; esto hace de esta experiencia algo raro y misterioso. De hecho, el aspecto externo del Espíritu Santo de ninguna manera es más preciado o más difícil de obtener que el aspecto interno del Espíritu Santo, ya que el único requisito es que estemos dispuestos a ser usados por Dios.


2. Creer

Una vez que nos hemos entregado y estamos dispuestos a ser usados completamente por Dios, debemos creer en el llenar exterior, el derramamiento, del Espíritu Santo. Esto también debe recibirse por fe más que lo que uno sienta. Si estamos dispuestos a ser usados por Dios y creemos en el derramamiento del Espíritu Santo, entonces el poder externo del Espíritu Santo será manifestado sobre nosotros.
Por lo tanto, no hay necesidad de rogar que seamos llenos exteriormente del Espíritu Santo. Todo lo que necesitamos es levantarnos en respuesta al llamado de Dios, encomendarnos al Señor para estar a Su disposición y decirle: “Señor, sé que me has salvado para poder usarme. Ahora yo pongo mi todo en Tus manos para estar a Tu disposición. También sé que no puedo hacer nada por mi propia fuerza; por lo tanto, necesito Tu Espíritu. Ya que sé que Tu Espíritu ha sido dado, estoy aquí para recibirlo por fe”. De esta manera, la experiencia del derramamiento del Espíritu Santo no es un asunto difícil. En cuanto a la manera en que se manifiesta el llenar exterior, debemos permitir que el Espíritu Santo tome plena responsabilidad. Algunos admiran las manifestaciones externas de otros, e insisten en que ellos también hablen en lenguas, en que lloren o se rían como lo hacen otros; si tal es el caso, lo que realmente desean es hablar en lenguas, llorar o reír, y no el derramamiento del Espíritu Santo. Otros insisten en no llorar ni reír, porque temen ser poseídos por un demonio. Esto también es un concepto erróneo. Nuestra insistencia a menudo limita la libertad del Espíritu Santo para obrar. Por lo tanto, mientras experimentamos el derramamiento del Espíritu Santo, necesitamos dar plena libertad al Espíritu Santo, sin insistir en alguna cosa ni rechazarla.
En resumen, el llenar del Espíritu Santo interior y exteriormente es una bendición gloriosa en el Nuevo Testamento. Es también un cumplimiento de la bendición que Dios prometió a Abraham (Gá. 3:14). Que podamos, por un lado, vaciarnos más para que el Espíritu Santo, junto con la plenitud de la Deidad, pueda llenarnos desde dentro y capacitarnos así para manifestar la gloriosa imagen de Dios. Por otro lado, necesitamos darnos más al Señor para ser usados por El, a fin de que el Espíritu Santo pueda descender sobre nosotros ricamente, dándonos poder y dones; entonces podremos servir a Dios, tratar con el enemigo de Dios, y ¡traer el reino de Dios!

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