Casi
invariablemente, aquellos que se mueven en el despertar espiritual de este día, encuentran que esta
transición está acompañada
por la misma experiencia que tuvieron los hijos de Israel en su paso por el Jordán (el símbolo de la muerte)
hacia la tercera dimensión
(la tierra prometida). El ministerio simbolizado
por Moisés y la «Peregrinación por el Desierto» terminaron
para ellos.
Ellos
han llegado a la orilla de las aguas del Jordán
en donde está la exigencia congruente de Dios: «Santificaos, porque el SEÑOR hará mañana entre vosotros
maravillas.... Cuando hayáis entrado hasta el borde del agua del
Jordán, pararéis en el Jordán» Este «pararéis»
conlleva, sin duda, la exigencia de la muerte
a la carne en el Jordán. Hermanos y hermanas: El mañana de Dios está cerca. Él ha preparado «la Compañía de Josué» que prevalecerá sin temor a los gigantes que se
encuentren por delante, ni de
los perseguidores que vengan detrás. Esta compañía está tomando posiciones
para las órdenes de marcha.
Capítulo Ocho
LA UNIÓN CON EL PADRE
Es imperativo que comprendamos el concepto de Dios
en cuanto a la plena estatura, y sólo podemos comprender esto cuando nos
movemos hasta Su punto de vista, porque es únicamente entonces cuando podemos
comprender la gloria de Su herencia en aquellos santos que alcanzan esta
posición. Cuando atendemos a la sabiduría y al entendimiento y al poder en los
cuales se movió la iglesia primitiva, ellos tenían algo que nosotros hemos
perdido, porque aquellos
hombres «trastornaron el mundo» sin ninguna
de las miles de herramientas que hoy tenemos.
Los apóstoles Pedro y Juan vivieron ambos en el
punto de vista de Dios, y compartieron el deseo del corazón del Padre de mover
a Su pueblo de la niñez a la edad
viril de la juventud y, finalmente,
a la paternidad.
En esta condición de padre espiritual, oímos a Juan
cuando exhorta en el capítulo segundo de su primera epístola: «Os escribo a vosotros,
hijitos;» más adelante dice: «Os escribo a vosotros,
jóvenes;» y, posteriormente: «Os escribo a vosotros,
padres.» Juan vio a los creyentes en
estos diferentes grados de madurez, y supo que el Padre eterno
sólo podría estar satisfecho cuando ellos fueran llevados a la estatura de la
paternidad espiritual, como copartícipes con El de Su Vida, de Su Naturaleza,
de Su Propósito y de Su Visión.
El también
vio que el solo transcurrir del tiempo o
la adquisición de mayor conocimiento y experiencia no eran garantía de
desarrollo espiritual. Debía haber un cambio
en las actitudes y en los conceptos. Así, Juan escribe para explicar que los hijitos están conscientes
principalmente de que Dios es su Padre, y de que sus pecados les son
perdonados. En este primer grado del crecimiento, es bastante natural
regocijarse con lo que se ha recibido y con lo que se espera de un Padre
amoroso.
En su actitud, en su propósito y en su concepto, los hijitos se
concentran en torno a la bendición y a la salvación, buscando mover a
Dios en una órbita alrededor de su pequeño centro. ¡Cuan
lejos
están ellos de la plena estatura del Padre!
Cuando
Juan escribe para aquellos que han madurado hasta alcanzar la
virilidad de la juventud, y en cuyo grado de crecimiento predominan
dos cosas: «que la palabra de Dios mora en vosotros, y que habéis vencido al maligno.» Este es un avance significativo,
pues ya no son bebés que
necesitan de la leche, ahora son
jóvenes que requieren de la carne de la
Palabra. Por experiencia, ellos han pasado de la defensiva a la
ofensiva; en lugar de salir corriendo, ahora están venciendo - parcialmente - al maligno. Sin embargo, siendo jóvenes, es muy fácil que
se ocupen en HACER, en lugar de SER.
Como
remate, Juan describe a aquellos que han llegado a ser padres espirituales. En este grado más elevado de la
estatura, despertamos - de
pronto - a algo bastante maravilloso. Como niños, lo reconocimos a El como nuestro Padre en una relación que comenzaba. Como jóvenes,
lo honramos a El como nuestro Padre en una relación de mando. Ahora, como padres, somos uno con Él en su Paternidad, mediante una íntima
identificación. Parecería que existiera una
transferencia de Su anhelante corazón de Padre a nuestro corazón. Llegamos a
compartir una unión con Su Espíritu, con Su Propósito, con Su
Deseo, con Su Visión y con Su Dedicación.
De pronto, nos sentimos subyugados por el hecho de que Su Paternidad es el factor determinante en todas las
cosas. Puesto que Él está primero que
todo y por encima y más allá de todo lo demás, y porque también somos
llamados a ser padres en Él, nos encontramos siendo copartícipes en el gran tema central
del universo. Sí, Dios en este grado del crecimiento nos ha forzado a una plena
comprensión más completa de Sí Mismo.
Como niños, estábamos esencial y
continuamente ocupados por lo que
podíamos conseguir, con un llamamiento y una
dedicación obnubilantes por alcanzar el cielo, y por llevar también allí a los
demás. Como jóvenes, nos vemos
enfrentados al hecho de poner cada faceta de
nuestra vida bajo Su autoridad y mando; sin embargo, en este concepto,
solamente lo hemos visto a Él como «un Dios de acción.» En el campo de acción
de Su maravillosa actividad, llegamos a vernos embargados por lo que
podremos hacer por Él. Se espera entonces que nosotros también estemos ocupados con el HACER, ya que nuestro concepto
primario de Dios, en este segundo grado de la estatura, se refiere al Dios
que está haciendo. Esto no satisfará nunca a Dios, porque Él debe presionarnos
más allá del mero plano de la actividad, para que veamos quién es Él y lo que Él ha sido desde
la fundación del mundo.
Cuando avanzamos hacia el
concepto de Dios más pleno para la Iglesia, nuestra mente finita se confunde al
darse cuenta de que Dios no ha hecho nada
para llegar a ser el Padre, porque el Señor siempre ha sido el Hijo eterno. Así que no es Su HACER, sino que - por
el contrario - es Su SER lo que se superpone a todo lo demás. De este modo, como padres espirituales, estamos llamados a ser una manifestación de Él. No sólo somos instrumentos en Sus manos, pues al trabajar para Él, le estamos
permitiendo a Él que viva y se
manifieste a Sí Mismo por medio de nosotros, siguiendo los tres grados de la madurez: (1) niños, (2)
jóvenes y (3) padres.
Reconocemos
esta misma posición de trino y uno en el Eterno que fue desde la fundación del mundo: (1) el Hijo, (2) el Espíritu
Santo, y (3)
el Padre, en Su ministerio de (1) Jesús, (2) el Cristo, y (3) el Señor. Los títulos son
significativos: Jesús significa el Salvador; Cristo significa el que Unge o el Ungido; y
Señor significa Rey o Amo. (Ver cuadro del Tabernáculo en
la página 56).
En la primera etapa del
crecimiento, en el grado de niños, nos preocupamos por nosotros mismos; en
este grado de interesarnos en lo que podemos conseguir, hemos llegado a
conocerlo a Él como el Salvador. Esto está caracterizado por la
posición fundamental o evangélica.
Luego, avanzamos en la senda de la vida, llegando a conocer a Cristo, al Ungido o al
que Unge - cuando estamos llenos del
Espíritu Santo. En
esta posición intermedia llegamos a preocuparnos por el HACER.
Así es en muchos grupos que han conocido el bautismo
en el Espíritu, puesto que al estar llenos con el Espíritu, se han preocupado por hacer,
hacer y hacer; por planear, planear y planear, encontrándose tan preocupados por
sus planes, y por sus coros,
y por sus actividades, y por sus diversos programas legalistas, que - raras veces - deja lugar
para sencillamente SER lo que Él quiere que seamos.
Por favor, hermanos, no
confundamos esta vida de Ser con una vida de no Hacer nada, porque un
hombre o una mujer que haya entrado por las puertas de la
«Vida en el Espíritu» será alguien apasionado por las almas, alguien que andará por las
calles y no verá a las personas
como tales, sino que las verá como almas vivientes. El o ella se afanarán y se fatigarán
por esa iglesia en apuros, muerta o agonizante, o por
cualquier actividad espiritual que alguna vez anduviera en la luz, pero que ahora «ha
perdido su primer amor.» Ellos verán a aquellas personas
que adoran allí, como algo precioso a los ojos del Señor. Habrá acción, pero ahora el
único que dirige es el Espíritu Santo, de tal
forma que ya nadie actuará con las energías de la carne. Ya no tendrán la obligación de
probar su vitalidad
espiritual ante sí mismos o ante Dios. Ya no habrá un testimonio que sea prematuro o
tardío, o que falta la fundamentación basada en la intercesión. En lugar de eso,
ahora vemos un testimonio,
o una actividad, o una iglesia, o una confraternidad, o un hombre o una mujer
que mueven montañas, que sólo deifican a Dios y a Sus propósitos, que cambian
las ciudades y que cambian la historia.También hay aquellos que entran en esta dimensión bajo tal
compasión y tal intercesión, que el peso de tal ministerio resulta casi demasiado grande para ser
llevado por cuerpos físicos comunes y corrientes. Estos son un pueblo que ha encontrado que, por un tiempo, todas sus actividades
se han dedicado a la oración, y que Dios ha cerrado sus bocas para el testimonio vocinglero. Sin embargo, la palabra de Dios «no volverá
vacía» a Él,
ni tampoco lo harán tales ministerios de intercesión sometidos de ese modo al Espíritu.
Casi
invariablemente, aquellos que se mueven en el despertar espiritual de este día, encuentran que esta
transición está acompañada
por la misma experiencia que tuvieron los hijos de Israel en su paso por el Jordán (el símbolo de la muerte)
hacia la tercera dimensión
(la tierra prometida). (Ver página 56). El ministerio simbolizado
por Moisés y la «Peregrinación por el Desierto» terminaron
para ellos.
Ellos
han llegado a la orilla de las aguas del Jordán
en donde está la exigencia congruente de Dios: «Santificaos, porque el SEÑOR hará mañana entre vosotros
maravillas.... Cuando hayáis entrado hasta el borde del agua del
Jordán, pararéis en el Jordán» Este «pararéis»
conlleva, sin duda, la exigencia de la muerte
a la carne en el Jordán. Hermanos y hermanas: El mañana de Dios está cerca. Él ha preparado «la Compañía de Josué» que prevalecerá sin temor a los gigantes que se
encuentren por delante, ni de
los perseguidores que vengan detrás. Esta compañía está tomando posiciones
para las órdenes de marcha.
Es
necesario que nosotros clarifiquemos nuevamente esta dimensión de «ser.» No es un lugar de
solaz, sino de reposo en Él. Aunque la dimensión más amplia de la «Vida en el Espíritu» de Dios empieza con una crisis, es seguida por un proceso. Lo mismo ocurre también con las otras dos
etapas: la salvación y el bautismo del Espíritu. Muchos, probablemente la mayoría de los creyentes en su revelación progresiva, entran
en la crisis, pero jamás continúan con el proceso. Esta detención, quedándonos cortos del «supremo llamamiento de Dios en el Cristo Jesús,» es uno
de los más grandes males que sobrevienen en la iglesia
cristiana. El
designio sublime de Dios para
Sus hijos es el de que progresen continuamente hacia lo alto, desde el día de nuestra cruz
hasta el día de nuestra corona.
Hay un tiempo
de morir a la carne (no
a la carne sino al mundo, nada más recibir el bautismo en el Espíritu Santo es
que tenemos el poder para salir del MUNDO y del PECADO), donde
el buscador se mueve desde
la Pascua (la Salvación) hasta Pentecostés. También existe un adecuado y más riguroso tratamiento por parte del Espíritu durante este tiempo de morir a sí mismo (a la CARNE, al viejo hombre. El
poder del espíritu Santo viene para llevarnos al “hoyo” y vencer completamente
al pecado y al mundo) y de moverse desde Pentecostés
a esta «Vida en el Espíritu;» ¡sí, a una vida MAS ALLÁ DEL PENTECOSTÉS!
Debemos «empeñarnos por entrar
en este reposo,» para encontrar como resultado «un descanso de nuestras obras.» Al llegar a esto, nos encontraremos
permaneciendo en el lugar donde estuvo Josué cuando se hallaba a orillas del
Jordán y oyó la
Palabra del Señor: «Pararéis
en el Jordán.»
El
Señor le dijo a Moisés que se detuviese
para que subiera al monte durante
cuarenta días, con el fin de que Él pudiera hablarle allí «cara
a cara» con
relación a «Su Orden Debido» y a las consecuentes exigencias de la necesidad
del arrepentimiento para el pueblo. Ustedes sabrán, seguramente, que el pueblo de la congregación estaba ocupado en HACER antes que
en SER, y que en su consiguiente descontento por la aparente
inactividad, se llegarían hasta Aarón para decirle: «Haznos
dioses que vayan delante de nosotros, porque a
este Moisés, el varón que nos sacó de la tierra de Egipto, no
sabemos que le haya acontecido.» Entonces el SEÑOR le dijo a Moisés en el monte, al término de los
cuarenta días: «Anda, desciende, porque tu pueblo
que sacaste de la tierra de Egipto se ha corrompido.
Pronto se han apartado del camino que yo les mandé; se han
hecho un becerro de fundición, y lo han adorado.... Dijo más el
SEÑOR a Moisés:... por cierto es pueblo de dura cerviz. Ahora, pues,
déjame para que se encienda mi ira en ellos.» Pero Dios, en Su misericordia y por la intervención y la
intercesión de Moisés, dejó una vía de escape por medio del arrepentimiento.
Moisés se puso a
la puerta del campamento, y dijo: «¿Quién
está por el SEÑOR? Júntese conmigo.» Dios
dio muerte ese día a todos los desobedientes. Después «Moisés
tomó el tabernáculo y lo levantó lejos, fuera del
campamento.... Y cualquiera que buscaba al SEÑOR, salía
al Tabernáculo de Reunión que estaba fuera del campamento.» Del mismo modo, hoy tiene que
haber lugar para esa experiencia del
Jordán de buscar Su rostro y Su voluntad; y Su voluntad y Su plan serán conocidos
invariablemente por aquellos que «pararen en el Jordán.»
Además
de la Palabra del Señor a Moisés en el monte para que se detuviera, encontramos incontables relatos en la Palabra para
que nos detengamos, tales como la palabra que le fue dada a
Josué, a Jeremías,
a Ezequiel] (encerrado en su casa), a Pablo (durante dos años) (no solo dos años, además 10 años de las soledades de la Cilicia, hasta que Bernabé
fue enviado a buscarlo) y a
Jesús (durante cuarenta días). Esta es una necesarísima transición por la muerte del HACER al SER, y la
necesitamos todos. Amados
hermanos, ¿qué pasa con ustedes?
Sé, desde luego, que ellos - los «escribas, y los fariseos, y los hipócritas» los perseguirán, y que
ni siquiera tratarán de comprender lo que ocurre. Pero ellos tampoco comprendieron
a Jesús. Jesús
nos dijo ciertamente que: «El jamás nos desampararía, ni nos dejaría.»
Mateo 5:11,12 nos dice: «Bienaventurados
sois cuando os vituperen y os persigan, y se dijere toda clase
de mal de vosotros por mi causa, mintiendo. Gózaos y alegraos, porque
vuestro galardón es grande en los cielos; que así
persiguieron a los profetas que estuvieron antes que vosotros.»
Ustedes
o yo jamás comprenderemos esta
insuperable «Vida en el Espíritu.» este
precioso camino que nos mueve MAS ALLÁ DEL PENTECOSTÉS en esta Unión con el Padre, sin el aplastamiento y el quebramiento
que provienen de los más amados e íntimos allegados de
ustedes. Por
favor, hermanos, no evadan ustedes esta confrontación
de ser mal entendidos, pues Dios tampoco nos ha llamado para una vida de
constante justificación. Él es nuestro justificador.
(Las notas parentéticas en letra pequeña color azul han sido añadidas por el blog)
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