...Otro día, clamó otro profeta: «¿No os conmueve a cuantos pasáis por el camino? Mirad, y ved si hay dolor como
mi dolor que me ha venido.» Amos clamó: «Prepárate para venir al encuentro de tu Dios. ¿No será el día del SEÑOR tinieblas, y no
luz....?» Joel está clamando
desde el pasado: «Porque grande es
el día del SEÑOR, y muy terrible; ¿y quién lo podrá sufrir?».
Ha llegado el momento para una intervención Divina en la vida decadente
de la Iglesia. Las circunstancias y
la apostasía son de tal magnitud, que la misericordia de Dios pide tal intervención para que se
instituya la justicia...
Ciertamente, el
cumplimiento de estas profecías tiene que ver con el día que está muy cerca
delante de nosotros...
...como se dice en Joel 1:13-15: «Ceñíos y lamentad, sacerdotes; aullad
ministros del altar; venid, dormid en cilicio ministros de mi Dios, porque quitado es de la Casa
de vuestro Dios el presente y la libación. Pregonad ayuno, llamad a congregación; congregad a los ancianos y a todos
los moradores de la tierra en la
Casa del SEÑOR vuestro Dios, y clamad al SEÑOR. ¡Ay del día! Porque cercano está el día del SEÑOR, y
vendrá como destrucción hecha por el Todopoderoso.»...
...Dios está limpiando
verdaderamente a un pueblo que ha clamado por la purificación y por
la rectitud. Será solamente después de tal arrepentimiento cuando podremos oír la voz del Señor desde esta tercera y alta dimensión, diciéndonos: «¿A
quién enviaré, y quién irá por nosotros?» Y ojalá que nosotros respondamos como lo
hizo Isaías: «¡Heme aquí, envíame a mí!»...
Ciertamente, nosotros estamos al
borde de esta última visitación, de una singular y Divina y Apostólica y
Poderosa Visitación del Espíritu Santo. Se está elevando el clamor de
Su pueblo para estar centrados en Cristo. Lo que fue profetizado por el profeta
Joel está sobre nosotros: «...después de esto, derramaré mi
Espíritu sobre toda carne.»
Capítulo Catorce
PARA QUE EL PUEDA TENER LA PREEMINENCIA
Muchas cosas se han discutido y presentado en este
escrito, y creo que cada una de ellas es vital para la «madurez
espiritual» y para «subir más alto.» Pero todas
estas promesas deben ser «en Él.» Colosenses 1:16-18 dice: «Porque en él
fueron creadas todas las cosas.... Y él es
antes de todas las cosas, y todas las cosas consisten por él; y él es la cabeza del cuerpo de la Iglesia,
principio y primogénito de entre los
muertos, para que en todo tenga el primado.»
Moisés oró, no por las cosas o por las
experiencias, sino solamente dijo: «Te ruego que me muestres ahora tu camino, para que te conozca...» Si nuestros corazones son
justos, si la integridad y la honradez surgen automáticamente antes que la prominencia, la popularidad o cualquier otra cosa, Él nos dará de
Sus «caminos» para que conociéndolo
a Él, podamos tener Su Gracia y Su
Paz. 2 Pedro 1:2 dice: «Gracia y paz os sean multiplicadas en el conocimiento de Dios, y de nuestro Señor Jesús.»
La peregrinación de Israel por el desierto está
llena de ejemplos de lo
que ocurre cuando Cristo y Su voluntad se dejan a un lado y se remplazan por algo distinto, aunque esto sea bueno.
Porque cuando alguien recogía más maná del que necesitaba,
éste criaba gusanos y olía mal; así, algunos ponen hoy la
preminencia sobre cosas distintas a Él, hasta que ellos también
huelen mal.
Cuando Coré,
por iniciativa propia, trató de poner el ministerio del Señor por
encima de la voluntad de Dios, cayó por hacerlo así. Del mismo modo, muchos tratan hoy de exaltar sus
ministerios, edificando -por sí
mismos - pequeños reinos, sin
compartir la jefatura.
El cuadro principal es el tabernáculo y su
mobiliario. El mobiliario puede
significar las cosas que nos llevan a la
plenitud de Cristo. El altar puede
significar el discipulado; la mesa, la pura doctrina, etc.
Significativamente,
todas estas cosas eran como escalones
que conducían al Arca, donde «yo apareceré en la nube sobre
la cubierta» (Levítico 16:2). Además, Mateo
4:4 dice: «No con solo el pan vivirá el hombre, mas con toda palabra que
sale por la boca de Dios.»
Sí, Él debe ser el rey
supremo: «Cristo
en nosotros, la esperanza
de Gloria.»
Los tratos personales de Dios, un testimonio
interior y un llamamiento para subir más alto, además de una casi
compulsiva revolución en mucho de lo que integra mi mundo, me
llevaron a un estado de proporciones catastróficas el año pasado.
Este ha sido un cambio de una vida de mucha actividad a
otra de estar solo con Él; de pasar de una amplia actividad nacional a otra limitada a unos pocos.
Aunque este camino me ha resultado extraño, Dios me ha llevado,
sin embargo, por un hermoso sendero durante este tiempo, y
me lo ha confirmado por medio de muchas experiencias preciosas.
Hace
cinco meses, Dios me hizo ver muy claramente, y lo confirmó por boca de varios testigos, que «me encerrara en mi casa,» para buscar
Su rostro y Su voluntad en tales asuntos. Entré
en mi casa con amargura y con espíritu aturdido. En mi
encierro clamaba: « ¡Ay de mí!, que
soy muerto; porque soy hombre inmundo de labios, y habito en medio de pueblo
que tiene labios inmundos.» Sin embargo, de algún modo, me doy cuenta en ese
encierro de que todavía estoy acunado en las manos de la justicia y
de la misericordia del Señor, que me están siendo restituidas. Veo que el arrepentimiento y la purificación
deben ser completos, antes de que yo tenga la capacidad para
tener Su «entendimiento» y, mucho más, para andar en el orden
Divino.
Durante los días de esos meses de arrepentimiento y
purificación, vi esa esperanzadora visión momentánea de la luz.
Cuando llegó la restauración y encontré algo nuevo, el Hijo
jamás se había mostrado tan resplandeciente. Durante las dos
últimas semanas, Dios me dio algo completamente diferente de mí
mismo en un nuevo bautismo de amor
y, poco a poco, me he dado cuenta de que
he
padecido (un sufrimiento necesario) en mi espíritu cuando empezó la lucha, porque me he resistido a hablar de
estas verdades sin temor ni licencia del hombre, tal
como Dios me ha guiado para que les hable a mis hermanos de tiempos pasados.
Siento que lo sabía
desde antes, pero que ahora conozco realmente la tristeza y la
alegría que acompañaron a Jesús cuando Él «padeció fuera de la puerta» (Hebreos 13:12). Siento que ahora he presentado la Verdad de
Dios, y confío en que ello haya sido con Su Amor Ágape.
Algo
queda muy claro cuando estudiamos el poder de la santa iglesia primitiva. Es una
característica que no existe ahora en la Iglesia actual. Esta cualidad es el amor de los unos a los otros.
Leemos que la iglesia primitiva «perseveraba unánime cada día.» Ellos
elevaban unánimes su voz a Dios, y tenían cuidado de andar unánimes
para el movimiento del Espíritu Santo. Su amor era tan grande que, incluso, vendían mucho de lo que
poseían y tenían todas
las cosas en común. Vemos que aun cuando la distancia entre los grupos era grande, prevalecía
ese mismo amor.
Para un
pueblo unido como ese, cualquier cosa
que el hombre pudiera añadir se reconocería rápidamente como un sustituto. La Iglesia universal (el cuerpo de
Cristo) se compone solamente de aquellos que lo coronan a
El como Rey y conocen la realidad del camino victorioso al lado
de su Salvador. Ellos están siendo formados
a Su imagen, congregados en verdadero amor, y poseídos por
el amor que Jesús manifestó: «Nadie tiene mayor
amor que este, que ponga
alguno su alma por sus amigos» (Juan 15:13). Esta profundidad
de la confraternidad en Cristo produce un pueblo que tiene apego a la Palabra: «Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis los unos a los otros... En esto
conocerán todos que sois mis discípulos, si
tuviereis amor los unos con los otros» (Juan
13:34,35).
Esto quiere decir: «Ama a otro,» no «ama a alguien a causa de otro.»
La expresión «a causa de» implicaría un amor mutuo a la manera
del que envía. Jesús se
dio completamente a Sí Mismo, aun cuando
nosotros lo rechazábamos. Él
nos amó y murió por nosotros
aunque dimos la espalda a Su amor.
Él nos amó y murió por
nosotros, aun cuando nosotros no hemos
hecho nada por merecer Su amor. Esto no es un «os amaré, si vosotros me amáis.» Es un amor de «los
unos a los otros» que no exige a cambio ninguna retribución.
Cuando
el pueblo de Dios se congregue de nuevo en un vínculo común de amor y de unidad poniendo a un lado a todas las
cosas que subsisten
entre nosotros y nuestro Señor, entonces
y sólo entonces, tendremos de nuevo un gran movimiento de Su Espíritu.
Entonces veremos
una demostración del poder de
esta grande y santa Iglesia. Señales y prodigios serán la
regla antes que la excepción. Grandes multitudes aclamarán a Dios por la salvación, y multitudes
adicionales
de cristianos dejarán a un lado los cuidados y las concupiscencias de este mundo y pondrán
sus manos en la mano lacerada de su Salvador. Siento con todo mi corazón que Dios está empezando a unir a Su Iglesia en estos últimos
días. Él
está abriendo los ojos de Su pueblo para que ellos se den cuenta de que, posiblemente, los más grandes obstáculos que persisten en el camino del gran
renacimiento son el yo y la falta de amor. Juan 13:34-35
es el grito de nuestro corazón para Su pueblo: «Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos
a otros, como yo os he amado... En esto conocerán todos que sois mis discípulos,
si tuviereis amor los unos con los otros.» Nuestro Señor nos dice: «Este
es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he
amado.» Más
adelante, el afirmará de nuevo: «Esto os mando: Que os améis
los unos a los otros.»
En la oración de intercesión del Señor, poco antes de Su crucifixión, leemos lo referente a Su deseo de que nosotros seamos uno; y observe cómo El
repite a menudo la frase «una cosa.» «Padre santo,
a los que me has dado, guárdalos en tu nombre para que sean uno,
así como nosotros.... Mas no ruego solamente por ellos, sino también por los que han de creer en mí por la
palabra de ellos, para que todos
sean una cosa; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean una cosa en nosotros;
para que el mundo crea que tú me
enviaste. Y yo, la claridad que me diste les he dado; para que sean una cosa, como también nosotros somos
una cosa. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en una
cosa: y que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado, como
también a mí me has amado.»
Oh, amigos, seamos una cosa en Cristo.
Hagamos a un lado todo obstáculo, y renovemos el propósito original de
nuestra meta con el fin de hacer todo cuanto podamos para hacer que
esta unidad se haga realidad. Seamos perfectos en Uno, para que el
mundo pueda conocer que Él es el Cristo viviente, y que Él sí habita dentro de
estos templos de barro. «En esto conocerán todos que sois mis
discípulos, si tuvieseis amor los unos con los otros.»
«Mas si andamos en
luz, como él está en luz, tenemos comunión con él, entre nosotros, y la sangre
de Jesús, el Cristo, su Hijo nos limpia
de todo pecado.» ¿Qué dice la Palabra acerca del pueblo que tiene
esta comunión? Dice que si Cristo ha
limpiado sus pecados, entonces
ellos andarán en la luz, así como Él está en la luz. Si nosotros andamos en esta luz,
entonces también tendremos confraternidad los unos con los otros. El mandamiento de Dios para nosotros es que tengamos amor sin hipocresía.
El
clamor de la hora es tener unidad de
corazón y de espíritu. Las Escrituras dicen: «Procurad con diligencia que seáis hallados
de él sin mácula, y sin
reprensión, en paz.» «Velad pues, orando a todo tiempo, que seáis tenidos por dignos de evitar todas
estas cosas que han de venir, y de
estar en pie delante del Hijo del hombre.» Temo
por nuestra iglesia y por nuestro pueblo del día de hoy. Pero sé que Dios
está oyendo el grito del corazón de los muchos que están haciendo
un llamamiento para la restauración de ese amor que ha sido destruido, y que El
responderá a ese grito.
Dios le habló a Ezequiel: «Y tú, hijo de hombre, he aquí que pondrán sobre ti cuerdas, y con ellas te
ligarán y no saldrás entre ellos... para que
no los reprendas, porque son casa rebelde. Más cuando yo te hubiere hablado, abriré tu boca, y les dirás: Así dijo el Señor DIOS: El que oye, oiga; y el que cesa,
cese; porque casa rebelde son. Y si
tú amonestares al impío, y él no se convirtiere de su impiedad y de su mal camino, él morirá por su
maldad, y tú habrás librado tu alma.»
De nuevo dice el Señor: «El que oye, oiga; y el que cesa, cese.»
Elías, en sus días, vio que Israel está siendo
madurado en el pecado. Él vio el juicio que se posaba sobre los líderes y
sobre los sistemas que se habían apoderado de los corazones y de las mentes del pueblo, y lo habían esclavizado. El dirigió su
mensaje a los líderes de la nación, y
clamó: «¿Hasta cuándo
claudicaréis vosotros entre dos pensamientos?
Si el SEÑOR es Dios, seguidle; y si Baal, id en pos de él.» Permanecer indeciso
no es la mejor defensa. Así como los neutralistas han
inclinado, en muchos ejemplos históricos, la balanza
en favor del enemigo, del mismo modo hacen los neutralistas espirituales,
al inclinar la balanza en favor del enemigo de sus almas
en esta batalla espiritual. Creo que muchos están siendo pesados y hallados faltos.
Otro
día, clamó otro profeta: «¿No os conmueve a cuantos pasáis por
el camino? Mirad, y ved si hay dolor como mi dolor que me ha venido.» Amos clamó:
«Prepárate para venir al
encuentro de tu Dios. ¿No
será el día del SEÑOR tinieblas, y no luz....?» Joel está clamando desde el pasado: «Porque
grande es el día del SEÑOR, y muy terrible; ¿y quién lo podrá sufrir?». Ha llegado el momento para una intervención Divina en la vida decadente
de la Iglesia. Las circunstancias y
la apostasía son de tal magnitud, que la misericordia de Dios pide tal intervención para que se
instituya la justicia.
En el
pasado, Elías fue enviado con un
mensaje del Señor. Ese mensaje
no venía con palabras suaves ni con fluidas galanterías, sino con una
atronadora acusación de los individuos, de la iglesia y de la
nación. Israel había llegado a un punto donde nada menos que el
despertar espiritual podría hacer evitar el juicio. Elías clamó contra las fuerzas de la apostasía y de la
rebeldía espiritual. Él se encontraba muy solo en el lugar de la responsabilidad Divina. Aun cuando había cien profetas ocultos en una
caverna, y siete mil israelitas que no habían doblado sus rodillas ante Baal, ellos tenían mucho
cuidado de no identificarse hasta cuando supieran qué camino seguiría la multitud.
Pero...descendió fuego y
empezó a llover (hermosa dualidad de símbolos de
que Dios tiene pronto acopio), en el momento
en que UN HOMBRE solo, Elías, se encontraba
agobiado por la necesidad de que el pueblo de Dios volviera verdaderamente
a Él.
Ezequiel
también está clamando: «Arrojarán su
plata en las calles, y su oro será desechado; ni su plata ni su oro podrán
librarlos en el día del furor del
SEÑOR.»
Juan
habla de este día en Apocalipsis 6:16,17: «Y decían a los montes y a las piedras: Caed sobre nosotros, y
escondednos de la cara de aquel que
está sentado en el trono, y de la ira del Cordero; porque el gran día de su ira
es venido, ¿y quién podrá estar delante de
él?» El Señor dice en Proverbios
1:24-28: «Por cuanto llamé, y no quisisteis oír; extendí mi mano, y no hubo
quien escuchase; antes desechasteis
todo consejo mío, y no quisisteis mi reprensión; también yo me reiré en vuestra calamidad, y me burlaré cuando os
viniere lo que teméis; cuando viniere como una destrucción lo que teméis,
y vuestra calamidad llegare como un torbellino; cuando sobre vosotros viniere tribulación y angustia. Entonces me llamarán, y
no responderé; me buscarán de mañana, y no me hallarán.»
Ciertamente, el cumplimiento de
estas profecías tiene que ver con el día que está muy cerca delante de nosotros.
¿Podría ser posible que estas palabras fueran escritas solamente para los que no pertenecen
a ninguna iglesia? Creo que no. Esto nos incumbe a cada uno de nosotros; pues, como se dice en Joel 1:13-15: «Ceñíos
y lamentad, sacerdotes; aullad ministros del altar; venid, dormid en cilicio
ministros de mi Dios, porque quitado es de la Casa de vuestro
Dios el presente y la libación. Pregonad ayuno, llamad a
congregación; congregad a los ancianos y a todos los moradores de la
tierra en la Casa del SEÑOR vuestro Dios, y clamad al SEÑOR. ¡Ay
del día! Porque cercano está el día del SEÑOR, y vendrá como destrucción hecha por
el Todopoderoso.»
Dios me ha hecho conocer ahora, y como nunca antes,
que Él tiene una controversia con la Iglesia, y también conmigo. Nosotros también hemos
tenido a menudo la forma, pero hemos desconocido Su
poder y Su preminencia. Amos 9
nos dice: «Vi al Señor que estaba sobre el altar.» Él me hizo saber que este juicio y purificación vendrán pronto.
La posición del Señor (Adonaí) es significativa. «Adonaí»
significa cabeza soberana, controlador, amo y dueño. El altar significa propiamente misericordia,
porque es el lugar donde se hace un sacrificio substitutivo; pero cuando el
altar y el sacrificio son profanados, el altar se convierte en un lugar de juicio.
Asimismo, que yo pueda rechazar cualquier elación (¿?) sobre mis propias aspiraciones de justicia, Dios me ha hecho comprender, la necesidad que hay en mi propia vida para una restauración del altar y del
sacrificio. Él está haciendo esto
ahora al llevarme a Isaías 6: «Vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y
sublime, y sus faldas llenaban el templo.
Y encima de él estaban serafines... y el uno al otro daba voces, diciendo:
Santo, Santo, Santo, el SEÑOR de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria.»
Y como Isaías clamó, llorando por este día, yo también tengo que decir: «¡Ay de mí, que soy muerto! Que siendo hombre inmundo de labios, y hablando en medio de pueblo que tiene labios
inmundos, han visto mis ojos al Rey,
el SEÑOR de los Ejércitos.» No fue el reconocimiento que hizo Isaías de
su pecado lo único que lo hizo
llorar por su lamentable estado, sino que fue porque él vio al Señor, al Señor de los Ejércitos, sentado en un
trono alto y sublime, y allí, en presencia de ese ÚNICO, él reconoció
su necesidad, y prometió la confesión pública y el arrepentimiento. ¡Oh, que nosotros, como cuerpo, podamos llegar pronto a un
estado semejante! Pero Él también
ha prometido que si nosotros confesamos al igual que renegamos de esta
impureza, El enviaría a Su serafín para que tome un carbón encendido del altar y lo ponga en nuestra boca con el fin de purificarnos de nuestra iniquidad y
quitar nuestro pecado.
Dios está limpiando
verdaderamente a un pueblo que ha clamado por la purificación y por
la rectitud. Será solamente después de tal arrepentimiento cuando podremos oír la voz del Señor desde esta tercera y alta dimensión, diciéndonos: «¿A
quién enviaré, y quién irá por nosotros?» Y ojalá que nosotros respondamos como lo
hizo Isaías: «¡Heme aquí, envíame a mí!»
Ciertamente, nosotros estamos al
borde de esta última visitación, de una singular y Divina y Apostólica y
Poderosa Visitación del Espíritu Santo. Se está elevando el clamor de
Su pueblo para estar centrados en Cristo. Lo que fue profetizado por el profeta
Joel está sobre nosotros: «...después de esto, derramaré mi
Espíritu sobre toda carne.»
Sin Su santidad, ningún hombre
verá a Dios y, ciertamente, nadie tendrá parte en ese ministerio
del último día. Dios
está llevándonos siempre
más cerca al lugar de la purificación
completa. La carne debe morir y, en su lugar, debe
quedar un cuerpo «lavado y blanqueado,» un pueblo sin mancha ni arruga. Este
pueblo no tendrá voluntad, porque habrá sometido esa parte de su propia
naturaleza a su Amo y Señor. Este
cuerpo, entonces, ya no ejercerá derechos, porque no los tiene, al haberle dado a El todos los derechos. La consecuencia automática de
tal sometimiento incondicional, es una vida que fluye en el Espíritu, una vida de andar en Él, una vida de ganancia de todo lo que se
perdió en el primer Adán.
La efusión del Espíritu en el
pueblo denominacional de nuestros días, no es
el fin de la historia. «Porque he aquí,
Cristo, el primogénito entre muchos hermanos, está
diciendo: He aquí mi siervo, me reclinaré
sobre él; escogido mío, en quien mi alma torna contentamiento; puse mi Espíritu sobre él, dará juicio (corrección) a
los gentiles... Yo, el SEÑOR, te llamé en justicia, y por tu mano te tendré; te guardaré y te pondré por alianza del
pueblo, por luz de los gentiles (de los incircuncisos); para que abras
los ojos de los ciegos; para que saques de
la cárcel a los presos, y de casas de prisión
a los asentados en tinieblas. Yo soy el SEÑOR. Este es mi nombre; y a otro no daré mi gloria, ni mi
alabanza a esculturas. Las cosas
primeras he aquí vinieron, y yo anuncio nuevas cosas, antes que salgan a
luz, yo os las haré notorias.»
«No os acordéis de las
cosas pasadas, ni traigáis a memoria las cosas antiguas. He aquí que yo hago
cosa nueva; presto saldrá a luz; ¿no la conoceréis? Otra vez pondré
camino en el desierto, y ríos en la soledad.»
«Cantad al SEÑOR
un nuevo cántico, su alabanza desde el fin de la tierra; los que descendéis del
mar [de gente], y cuanto hay en él, las islas
y los moradores de ellas.»
«El SEÑOR saldrá
como gigante, y como hombre de guerra despertará celo; gritará, voceará, y se esforzará sobre
sus enemigos. Desde el siglo he
callado, he tenido silencio, y me he detenido; daré voces, como mujer que está de parto; asolaré y
devoraré juntamente. Tornaré en
soledad montes y collados; haré secar toda su hierba; los ríos tornaré en islas, y secaré los estanques. Y guiaré a los ciegos por camino, que nunca supieron, les haré
pisar por las sendas que nunca
conocieron; delante de ellos tornaré las tinieblas en luz, y los rodeos
en llanura. Estas cosas les haré, y nunca los desampararé.»
« Serán tornados
atrás, y serán avergonzados de vergüenza, los que confían en la escultura; y
dicen al vaciadizo: Vosotros sois nuestros dioses.»
«Oh sordos, oíd; y ciegos, mirad
para ver. ¿Quién es ciego, sino mi siervo? ¿Quién tan sordo, como mi
mensajero, a quién envío? ¿Quién es ciego
como el perfecto, y ciego como el siervo del SEÑOR, que ve muchas cosas y no advierte, que abre los oídos y no oye? El SEÑOR celoso por su justicia, magnificará
la ley y la engrandecerá. Por tanto
éste es pueblo saqueado y hollado; todos ellos han de ser enlazados en
cavernas, y escondidos en cárceles. Serán
puestos a despojo, y no habrá quien los libre; serán hollados, y no habrá quien
diga: RESTITUID.»
« ¿Quién de
vosotros oirá esto? ¿Advertirá y considerará respecto al porvenir?»
«Y una voz de
muchas aguas clamó del pasado, del presente y del futuro, y dijo: ¿Quién irá, y quién
Restituirá? Y vi incontable multitud de salvadores que subían al Monte Sion para juzgar al monte de Esaú (que significa hacedores o creadores de lo propio); porque el reino será
del SEÑOR.» Y de nuevo oí la Voz que clamaba:
¿Quién
irá y quién RESTITUIRÁ?
Y vi a este salvador de muchos
miembros con paso PERFECTO y con UNA voz que clama:
«SI, SEÑOR,
ENVÍAME A MI.»
Sí, Señor, levántame a ese
ámbito más alto,
Más Allá del Pentecostés.
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