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jueves, 13 de septiembre de 2012

SER PARTE EN EL MINISTERIO DEL ÚLTIMO DÍA (Más Allá del Pentecostés, por Clay Sonmore)


...Otro día, clamó otro profeta: «¿No os conmueve a cuantos pasáis por el camino? Mirad, y ved si hay dolor como mi dolor que me ha venido.»  Amos clamó: «Prepárate para venir al encuentro de tu Dios. ¿No será el día del SEÑOR tinieblas, y no luz....?» Joel está clamando desde el pasado: «Porque grande es el día del SEÑOR, y muy terrible; ¿y quién lo podrá sufrir?». Ha llegado el momento para una intervención Divina en la vida decadente de la Iglesia. Las circunstancias y la apostasía son de tal magnitud, que la misericor­dia de Dios pide tal intervención para que se instituya la justicia...

Ciertamente, el cumplimiento de estas profecías tiene que ver con el día que está muy cerca delante de nosotros...

...como se dice en Joel 1:13-15: «Ceñíos y lamentad, sacerdotes; aullad ministros del altar; venid, dormid en cilicio ministros de mi Dios, porque quitado es de la Casa de vuestro Dios el presente y la libación. Pregonad ayuno, llamad a congregación; congregad a los ancianos y a todos los moradores de la tierra en la Casa del SEÑOR vuestro Dios, y clamad al SEÑOR. ¡Ay del día! Porque cercano está el día del SEÑOR, y vendrá como destrucción hecha por el Todopoderoso.»...

...Dios está limpiando verdaderamente a un pueblo que ha clamado por la purificación y por la rectitud. Será solamente después de tal arrepentimiento cuando podremos oír la voz del Señor desde esta tercera y alta dimensión, diciéndonos: «¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros?» Y ojalá que nosotros respondamos como lo hizo Isaías: «¡Heme aquí, envíame a mí!»...

Ciertamente, nosotros estamos al borde de esta última visitación, de una singular y Divina y Apostólica y Poderosa Visitación del Espíritu Santo. Se está elevando el clamor de Su pueblo para estar centrados en Cristo. Lo que fue profetizado por el profeta Joel está sobre nosotros: «...después de esto, derramaré mi Espíritu sobre toda carne.»













Capítulo Catorce

PARA QUE EL PUEDA TENER LA PREEMINENCIA

Muchas cosas se han discutido y presentado en este escrito, y creo que cada una de ellas es vital para la «madurez espiritual» y para «subir más alto.» Pero todas estas promesas deben ser «en Él.» Colosenses 1:16-18 dice: «Porque en él fueron creadas todas las cosas.... Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas consisten por él; y él es la cabeza del cuerpo de la Iglesia, principio y primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga el primado

Moisés oró, no por las cosas o por las experiencias, sino solamente dijo: «Te ruego que me muestres ahora tu camino, para que te conozca...» Si nuestros corazones son justos, si la integridad y la honradez surgen automáticamente antes que la prominencia, la popularidad o cualquier otra cosa, Él nos dará de Sus «caminos» para que conociéndolo a Él, podamos tener Su Gracia y Su Paz. 2 Pedro 1:2 dice: «Gracia y paz os sean multiplicadas en el conoci­miento de Dios, y de nuestro Señor Jesús.»

La peregrinación de Israel por el desierto está llena de ejemplos de lo que ocurre cuando Cristo y Su voluntad se dejan a un lado y se remplazan por algo distinto, aunque esto sea bueno. Porque cuando alguien recogía más maná del que necesitaba, éste criaba gusanos y olía mal; así, algunos ponen hoy la preminencia sobre cosas distintas a Él, hasta que ellos también huelen mal.

Cuando Coré, por iniciativa propia, trató de poner el ministerio del Señor por encima de la voluntad de Dios, cayó por hacerlo así. Del mismo modo, muchos tratan hoy de exaltar sus ministerios, edificando -por sí mismos - pequeños reinos, sin compartir la jefatura.

El cuadro principal es el tabernáculo y su mobiliario. El mobiliario puede significar las cosas que nos llevan a la plenitud de Cristo. El altar puede significar el discipulado; la mesa, la pura doctrina, etc.

Significativamente, todas estas cosas eran como escalones que conducían al Arca, donde «yo apareceré en la nube sobre la cubierta» (Levítico 16:2). Además, Mateo 4:4 dice: «No con solo el pan vivirá el hombre, mas con toda palabra que sale por la boca de Dios.» Sí, Él debe ser el rey supremo: «Cristo en nosotros, la esperanza de Gloria.»

Los tratos personales de Dios, un testimonio interior y un llama­miento para subir más alto, además de una casi compulsiva revolución en mucho de lo que integra mi mundo, me llevaron a un estado de proporciones catastróficas el año pasado. Este ha sido un cambio de una vida de mucha actividad a otra de estar solo con Él; de pasar de una amplia actividad nacional a otra limitada a unos pocos. Aunque este camino me ha resultado extraño, Dios me ha llevado, sin embargo, por un hermoso sendero durante este tiempo, y me lo ha confirmado por medio de muchas experiencias precio­sas.

Hace cinco meses, Dios me hizo ver muy claramente, y lo confirmó por boca de varios testigos, que «me encerrara en mi casa,» para buscar Su rostro y Su voluntad en tales asuntos. Entré en mi casa con amargura y con espíritu aturdido. En mi encierro clamaba: « ¡Ay de mí!, que soy muerto; porque soy hombre inmundo de labios, y habito en medio de pueblo que tiene labios inmundos.» Sin embargo, de algún modo, me doy cuenta en ese encierro de que todavía estoy acunado en las manos de la justicia y de la misericor­dia del Señor, que me están siendo restituidas. Veo que el arrepentimiento y la purificación deben ser completos, antes de que yo tenga la capacidad para tener Su «entendimiento» y, mucho más, para andar en el orden Divino.

Durante los días de esos meses de arrepentimiento y purificación, vi esa esperanzadora visión momentánea de la luz. Cuando llegó la restauración y encontré algo nuevo, el Hijo jamás se había mostrado tan resplandeciente. Durante las dos últimas semanas, Dios me dio algo completamente diferente de mí mismo en un nuevo bautismo de amor y, poco a poco, me he dado cuenta de que he padecido (un sufrimiento necesario) en mi espíritu cuando empezó la lucha, porque me he resistido a hablar de estas verdades sin temor ni licencia del hombre, tal como Dios me ha guiado para que les hable a mis hermanos de tiempos pasados.

Siento que lo sabía desde antes, pero que ahora conozco realmente la tristeza y la alegría que acompañaron a Jesús cuando Él «padeció fuera de la puerta» (Hebreos 13:12). Siento que ahora he presentado la Verdad de Dios, y confío en que ello haya sido con Su Amor Ágape.

Algo queda muy claro cuando estudiamos el poder de la santa iglesia primitiva. Es una característica que no existe ahora en la Iglesia actual. Esta cualidad es el amor de los unos a los otros. Leemos que la iglesia primitiva «perseveraba unánime cada día.» Ellos elevaban unánimes su voz a Dios, y tenían cuidado de andar unánimes para el movimiento del Espíritu Santo. Su amor era tan grande que, incluso, vendían mucho de lo que poseían y tenían todas las cosas en común. Vemos que aun cuando la distancia entre los grupos era grande, prevalecía ese mismo amor.

Para un pueblo unido como ese, cualquier cosa que el hombre pudiera añadir se reconocería rápidamente como un sustituto. La Iglesia universal (el cuerpo de Cristo) se compone solamente de aquellos que lo coronan a El como Rey y conocen la realidad del camino victorioso al lado de su Salvador. Ellos están siendo formados a Su imagen, congregados en verdadero amor, y poseí­dos por el amor que Jesús manifestó: «Nadie tiene mayor amor que este, que ponga alguno su alma por sus amigos» (Juan 15:13). Esta profundidad de la confraternidad en Cristo produce un pueblo que tiene apego a la Palabra: «Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis los unos a los otros... En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros» (Juan 13:34,35).

Esto quiere decir: «Ama a otro,» no «ama a alguien a causa de otro.» La expresión «a causa de» implicaría un amor mutuo a la manera del que envía. Jesús se dio completamente a Sí Mismo, aun cuando nosotros lo rechazábamos. Él nos amó y murió por nosotros aunque dimos la espalda a Su amor. Él nos amó y murió por nosotros, aun cuando nosotros no hemos hecho nada por merecer Su amor. Esto no es un «os amaré, si vosotros me amáis.» Es un amor de «los unos a los otros» que no exige a cambio ninguna retribución.

Cuando el pueblo de Dios se congregue de nuevo en un vínculo común de amor y de unidad poniendo a un lado a todas las cosas que subsisten entre nosotros y nuestro Señor, entonces y sólo entonces, tendremos de nuevo un gran movimiento de Su Espíritu. Entonces veremos una demostración del poder de esta grande y santa Iglesia. Señales y prodigios serán la regla antes que la excepción. Grandes multitudes aclamarán a Dios por la salvación, y multitudes adicio­nales de cristianos dejarán a un lado los cuidados y las concupis­cencias de este mundo y pondrán sus manos en la mano lacerada de su Salvador. Siento con todo mi corazón que Dios está empezando a unir a Su Iglesia en estos últimos días. Él está abriendo los ojos de Su pueblo para que ellos se den cuenta de que, posiblemente, los más grandes obstáculos que persisten en el camino del gran renacimiento son el yo y la falta de amor. Juan 13:34-35 es el grito de nuestro corazón para Su pueblo: «Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros, como yo os he amado... En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros.» Nuestro Señor nos dice: «Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado.» Más adelante, el afirmará de nuevo: «Esto os mando: Que os améis los unos a los otros.»

En la oración de intercesión del Señor, poco antes de Su cruci­fixión, leemos lo referente a Su deseo de que nosotros seamos uno; y observe cómo El repite a menudo la frase «una cosa.» «Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre para que sean uno, así como nosotros.... Mas no ruego solamente por ellos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean una cosa; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean una cosa en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. Y yo, la claridad que me diste les he dado; para que sean una cosa, como también nosotros somos una cosa. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en una cosa: y que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado, como también a mí me has amado.»

Oh, amigos, seamos una cosa en Cristo. Hagamos a un lado todo obstáculo, y renovemos el propósito original de nuestra meta con el fin de hacer todo cuanto podamos para hacer que esta unidad se haga realidad. Seamos perfectos en Uno, para que el mundo pueda conocer que Él es el Cristo viviente, y que Él sí habita dentro de estos templos de barro. «En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuvieseis amor los unos con los otros.»

«Mas si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión con él, entre nosotros, y la sangre de Jesús, el Cristo, su Hijo nos limpia de todo pecado.» ¿Qué dice la Palabra acerca del pueblo que tiene esta comunión? Dice que si Cristo ha limpiado sus pecados, entonces ellos andarán en la luz, así como Él está en la luz. Si nosotros andamos en esta luz, entonces también tendremos confra­ternidad los unos con los otros. El mandamiento de Dios para nosotros es que tengamos amor sin hipocresía.

El clamor de la hora es tener unidad de corazón y de espíritu. Las Escrituras dicen: «Procurad con diligencia que seáis hallados de él sin mácula, y sin reprensión, en paz.» «Velad pues, orando a todo tiempo, que seáis tenidos por dignos de evitar todas estas cosas que han de venir, y de estar en pie delante del Hijo del hombre.» Temo por nuestra iglesia y por nuestro pueblo del día de hoy. Pero sé que Dios está oyendo el grito del corazón de los muchos que están haciendo un llamamiento para la restauración de ese amor que ha sido destruido, y que El responderá a ese grito.

Dios le habló a Ezequiel: «Y tú, hijo de hombre, he aquí que pondrán sobre ti cuerdas, y con ellas te ligarán y no saldrás entre ellos... para que no los reprendas, porque son casa rebelde. Más cuando yo te hubiere hablado, abriré tu boca, y les dirás: Así dijo el Señor DIOS: El que oye, oiga; y el que cesa, cese; porque casa rebelde son. Y si tú amonestares al impío, y él no se convirtiere de su impiedad y de su mal camino, él morirá por su maldad, y tú habrás librado tu alma.»

De nuevo dice el Señor: «El que oye, oiga; y el que cesa, cese.»

Elías, en sus días, vio que Israel está siendo madurado en el pecado. Él vio el juicio que se posaba sobre los líderes y sobre los sistemas que se habían apoderado de los corazones y de las mentes del pueblo, y lo habían esclavizado. El dirigió su mensaje a los líderes de la nación, y clamó: «¿Hasta cuándo claudicaréis vosotros entre dos pensamientos? Si el SEÑOR es Dios, seguidle; y si Baal, id en pos de él.» Permanecer indeciso no es la mejor defensa. Así como los neutralistas han inclinado, en muchos ejemplos históricos, la balanza en favor del enemigo, del mismo modo hacen los neutralistas espirituales, al inclinar la balanza en favor del enemigo de sus almas en esta batalla espiritual. Creo que muchos están siendo pesados y hallados faltos.

Otro día, clamó otro profeta: «¿No os conmueve a cuantos pasáis por el camino? Mirad, y ved si hay dolor como mi dolor que me ha venido.»  Amos clamó: «Prepárate para venir al encuentro de tu Dios. ¿No será el día del SEÑOR tinieblas, y no luz....?» Joel está clamando desde el pasado: «Porque grande es el día del SEÑOR, y muy terrible; ¿y quién lo podrá sufrir?». Ha llegado el momento para una intervención Divina en la vida decadente de la Iglesia. Las circunstancias y la apostasía son de tal magnitud, que la misericor­dia de Dios pide tal intervención para que se instituya la justicia.

En el pasado, Elías fue enviado con un mensaje del Señor. Ese mensaje no venía con palabras suaves ni con fluidas galanterías, sino con una atronadora acusación de los individuos, de la iglesia y de la nación. Israel había llegado a un punto donde nada menos que el despertar espiritual podría hacer evitar el juicio. Elías clamó contra las fuerzas de la apostasía y de la rebeldía espiritual. Él se encontraba muy solo en el lugar de la responsabilidad Divina. Aun cuando había cien profetas ocultos en una caverna, y siete mil israelitas que no habían doblado sus rodillas ante Baal, ellos tenían mucho cuidado de no identificarse hasta cuando supieran qué camino seguiría la multitud. Pero...descendió fuego y empezó a llover (hermosa dualidad de símbolos de que Dios tiene pronto acopio), en el momento en que UN HOMBRE solo, Elías, se encon­traba agobiado por la necesidad de que el pueblo de Dios volviera verdaderamente a Él.

Ezequiel también está clamando: «Arrojarán su plata en las calles, y su oro será desechado; ni su plata ni su oro podrán librarlos en el día del furor del SEÑOR.»

Juan habla de este día en Apocalipsis 6:16,17: «Y decían a los montes y a las piedras: Caed sobre nosotros, y escondednos de la cara de aquel que está sentado en el trono, y de la ira del Cordero; porque el gran día de su ira es venido, ¿y quién podrá estar delante de él?»  El Señor dice en Proverbios 1:24-28: «Por cuanto llamé, y no quisisteis oír; extendí mi mano, y no hubo quien escuchase; antes desechasteis todo consejo mío, y no quisisteis mi reprensión; también yo me reiré en vuestra calamidad, y me burlaré cuando os viniere lo que teméis; cuando viniere como una destrucción lo que teméis, y vuestra calamidad llegare como un torbellino; cuando sobre vosotros viniere tribulación y angustia. Entonces me llama­rán, y no responderé; me buscarán de mañana, y no me hallarán.»

Ciertamente, el cumplimiento de estas profecías tiene que ver con el día que está muy cerca delante de nosotros. ¿Podría ser posible que estas palabras fueran escritas solamente para los que no pertenecen a ninguna iglesia? Creo que no. Esto nos incumbe a cada uno de nosotros;  pues, como se dice en Joel 1:13-15: «Ceñíos y lamentad, sacerdotes; aullad ministros del altar; venid, dormid en cilicio ministros de mi Dios, porque quitado es de la Casa de vuestro Dios el presente y la libación. Pregonad ayuno, llamad a congregación; congregad a los ancianos y a todos los moradores de la tierra en la Casa del SEÑOR vuestro Dios, y clamad al SEÑOR. ¡Ay del día! Porque cercano está el día del SEÑOR, y vendrá como destrucción hecha por el Todopoderoso.»

Dios me ha hecho conocer ahora, y como nunca antes, que Él tiene una controversia con la Iglesia, y también conmigo. Nosotros también hemos tenido a menudo la forma, pero hemos desconocido Su poder y Su preminencia. Amos 9 nos dice: «Vi al Señor que estaba sobre el altar.» Él me hizo saber que este juicio y purifica­ción vendrán pronto. La posición del Señor (Adonaí) es significa­tiva. «Adonaí» significa cabeza soberana, controlador, amo y dueño. El altar significa propiamente misericordia, porque es el lugar donde se hace un sacrificio substitutivo; pero cuando el altar y el sacrificio son profanados, el altar se convierte en un lugar de juicio.

Asimismo, que yo pueda rechazar cualquier elación (¿?) sobre mis propias aspiraciones de justicia, Dios me ha hecho comprender, la necesidad que hay en mi propia vida para una restauración del altar y del sacrificio. Él está haciendo esto ahora al llevarme a Isaías 6: «Vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo. Y encima de él estaban serafines... y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, Santo, Santo, el SEÑOR de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria.» Y como Isaías clamó, llorando por este día, yo también tengo que decir: «¡Ay de mí, que soy muerto! Que siendo hombre inmundo de labios, y hablando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, el SEÑOR de los Ejércitos.» No fue el reconocimiento que hizo Isaías de su pecado lo único que lo hizo llorar por su lamentable estado, sino que fue porque él vio al Señor, al Señor de los Ejércitos, sentado en un trono alto y sublime, y allí, en presencia de ese ÚNICO, él reconoció su necesi­dad, y prometió la confesión pública y el arrepentimiento. ¡Oh, que nosotros, como cuerpo, podamos llegar pronto a un estado seme­jante! Pero Él también ha prometido que si nosotros confesamos al igual que renegamos de esta impureza, El enviaría a Su serafín para que tome un carbón encendido del altar y lo ponga en nuestra boca con el fin de purificarnos de nuestra iniquidad y quitar nuestro pecado.

Dios está limpiando verdaderamente a un pueblo que ha clamado por la purificación y por la rectitud. Será solamente después de tal arrepentimiento cuando podremos oír la voz del Señor desde esta tercera y alta dimensión, diciéndonos: «¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros?» Y ojalá que nosotros respondamos como lo hizo Isaías: «¡Heme aquí, envíame a mí!»

Ciertamente, nosotros estamos al borde de esta última visitación, de una singular y Divina y Apostólica y Poderosa Visitación del Espíritu Santo. Se está elevando el clamor de Su pueblo para estar centrados en Cristo. Lo que fue profetizado por el profeta Joel está sobre nosotros: «...después de esto, derramaré mi Espíritu sobre toda carne.»

Sin Su santidad, ningún hombre verá a Dios y, ciertamente, nadie tendrá parte en ese ministerio del último día. Dios está llevándonos siempre más cerca al lugar de la purificación completa. La carne debe morir y, en su lugar, debe quedar un cuerpo «lavado y blanqueado,» un pueblo sin mancha ni arruga. Este pueblo no tendrá voluntad, porque habrá sometido esa parte de su propia naturaleza a su Amo y Señor. Este cuerpo, entonces, ya no ejercerá derechos, porque no los tiene, al haberle dado a El todos los derechos. La consecuencia automá­tica de tal sometimiento incondicional, es una vida que fluye en el Espíritu, una vida de andar en Él, una vida de ganancia de todo lo que se perdió en el primer Adán.

La efusión del Espíritu en el pueblo denominacional de nuestros días, no es el fin de la historia. «Porque he aquí, Cristo, el primogénito entre muchos hermanos, está diciendo: He aquí mi siervo, me reclinaré sobre él; escogido mío, en quien mi alma torna contentamiento; puse mi Espíritu sobre él, dará juicio (corrección) a los gentiles... Yo, el SEÑOR, te llamé en justicia, y por tu mano te tendré; te guardaré y te pondré por alianza del pueblo, por luz de los gentiles (de los incircuncisos); para que abras los ojos de los ciegos; para que saques de la cárcel a los presos, y de casas de prisión a los asentados en tinieblas. Yo soy el SEÑOR. Este es mi nombre; y a otro no daré mi gloria, ni mi alabanza a esculturas. Las cosas primeras he aquí vinieron, y yo anuncio nuevas cosas, antes que salgan a luz, yo os las haré notorias.»

«No os acordéis de las cosas pasadas, ni traigáis a memoria las cosas antiguas. He aquí que yo hago cosa nueva; presto saldrá a luz; ¿no la conoceréis? Otra vez pondré camino en el desierto, y ríos en la soledad.»

«Cantad al SEÑOR un nuevo cántico, su alabanza desde el fin de la tierra; los que descendéis del mar [de gente], y cuanto hay en él, las islas y los moradores de ellas.»

«El SEÑOR saldrá como gigante, y como hombre de guerra desper­tará celo; gritará, voceará, y se esforzará sobre sus enemigos. Desde el siglo he callado, he tenido silencio, y me he detenido; daré voces, como mujer que está de parto; asolaré y devoraré juntamen­te. Tornaré en soledad montes y collados; haré secar toda su hierba; los ríos tornaré en islas, y secaré los estanques. Y guiaré a los ciegos por camino, que nunca supieron, les haré pisar por las sendas que nunca conocieron; delante de ellos tornaré las tinieblas en luz, y los rodeos en llanura. Estas cosas les haré, y nunca los desampararé.»

« Serán tornados atrás, y serán avergonzados de vergüenza, los que confían en la escultura; y dicen al vaciadizo: Vosotros sois nuestros dioses.»

«Oh sordos, oíd; y ciegos, mirad para ver. ¿Quién es ciego, sino mi siervo? ¿Quién tan sordo, como mi mensajero, a quién envío? ¿Quién es ciego como el perfecto, y ciego como el siervo del SEÑOR, que ve muchas cosas y no advierte, que abre los oídos y no oye? El SEÑOR celoso por su justicia, magnificará la ley y la engrandecerá. Por tanto éste es pueblo saqueado y hollado; todos ellos han de ser enlazados en cavernas, y escondidos en cárceles. Serán puestos a despojo, y no habrá quien los libre; serán hollados, y no habrá quien diga: RESTITUID.»

« ¿Quién de vosotros oirá esto? ¿Advertirá y considerará respecto al porvenir?»

«Y una voz de muchas aguas clamó del pasado, del presente y del futuro, y dijo: ¿Quién irá, y quién Restituirá? Y vi incontable multitud de salvadores que subían al Monte Sion para juzgar al monte de Esaú (que significa hacedores o creadores de lo propio); porque el reino será del SEÑOR.» Y de nuevo oí la Voz que clamaba:


¿Quién irá y quién RESTITUIRÁ?

Y vi a este salvador de muchos miembros con paso PERFECTO y con UNA voz que clama:
«SI, SEÑOR, ENVÍAME A MI.»
Sí, Señor, levántame a ese ámbito más alto,
Más Allá del Pentecostés.


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