Ahora es el momento para abrir otra brecha. Hay hombres y mujeres gimiendo en el Espíritu por el último gran movimiento del Espíritu, profetizado para el fin de los tiempos. Ahora se está llevando a cabo una obra grande de intercesión, invisible para el hombre que está admirando sus hermosos sistemas y haciendo alarde de las inmensas ganancias que ha conseguido, en tanto que muchos están clamando para que «llueva en el tiempo de la lluvia tardía.»
Capítulo Doce
UNA VOZ "A LA ENTRADA DEL TEMPLO"
«Como en los días
del Hijo del Hombre,» así es hoy día, pues son muy pocos los que están dispuestos a reconocer sus deficiencias y, mucho menos, a entrar por la puerta del arrepentimiento.
Viviendo, como lo estamos, en los últimos
momentos de la era de la Iglesia, y dándonos cuenta de
la atroz situación en que se encuentra el mundo, reconocemos
la ineficacia de la dividida e impotente Iglesia para hacer
frente a la necesidad universal.
Dios, sin embargo, está
levantando un profeta de muchos miembros que está dispuesto a
anunciar Su Voz, y el Señor está diciendo de nuevo como en Jeremías
1:10: «Mira
que te he puesto en este día sobre gentiles y sobre reinos, para arrancar y para destruir,
y para echar a perder y para derribar, y para edificar y para
plantar.» Jeremías y los demás profetas han clamado contra los sistemas decadentes y contra la tibieza
del pueblo. Él fue ordenado para ser profeta,
y no dijo apologéticamente: «en mi opinión,» sino: «Así dice el
SEÑOR.»
Los que rechazan el mensaje del arrepentimiento de
la «Voz que clama en el desierto,»
no se dan cuenta de que Él es tanto el Señor de la
misericordia, como el Señor del juicio [que significa corrección].
El preguntó: ¿Quién dicen los hombres que soy yo? La respuesta
fue: «Unos, Juan el
Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías.»
Ciertamente, el pueblo,
al asociar a Jesús con estos tres profetas, se daba cuenta de que Su
mensaje era un mensaje de corrección.
La crítica actual juzga
brutalmente al profeta de muchos miembros, acusándolo de no tener corazón y de
no saber perdonar, pues carece de amor. No comprenden que Su voz,
clamando como Jesús y Jeremías,
diga: “Mirad, y ved si hay dolor como mi dolor,» y también: «¡Oh, si mi
cabeza se tornase aguas, y mis ojos, fuentes de aguas, para que llore día y
noche los muertos de la hija de mi pueblo!»
La “compañía de Jeremías” que Dios tiene
en el día de hoy, está
contemplando la corrupción del mundo y de la Iglesia, y está de nuevo en intercesión, en pena
y en angustia, y en tristeza y en dolores de parto, suplicando junto con el pueblo y por él y - como Jeremías - está diciendo esas
palabras con amor a «la entrada del Templo.»
La
compañía profética de hoy día será tildada, con frecuencia, de «más santa que tú,» y de ser «súper espiritual,» pero Dios está haciendo una obra en esta «voz» que hará que ellos experimenten lo que Isaías hizo cuando exclamó: «
¡Ay de mí!, que soy muerto; que siendo hombre inmundo de labios, y habitando en
medio de pueblo
que tiene labios inmundos....» Isaías estaba dispuesto a identificarse con los
pecados del pueblo y a arrepentirse,
porque comprendía como la «voz de muchos miembros» de hoy día, que también debía darse cuenta de que «todas
nuestras
justicias (son) como trapo de inmundicia.»
De nuevo, un carbón encendido ha sido tomado del
altar por los serafines. La
confesión completa del profeta, el arrepentimiento del pecado y el conocimiento de
su necesidad ante Dios, es todo lo que se requiere para calificarlo a él, o a cualquier otro, para ser limpio de pecado. Dios no hace acepción de personas, y está preparando una esposa sin
mancha ni arruga que pagará el precio total.
¿Cuál es este precio? El que se encuentra en el Camino del
Calvario hacia la cruz, para llegar también, por medio
de ella, al camino de la santidad, que
está al otro lado. El
costo del mal entendimiento y del desgarramiento de la carne por los amigos que no están dispuestos
a someterse a Su camino (el
camino de la Potestad) será, automáticamente, el precio, del mismo modo que lo
fue para Jesús.
El privilegio de andar con Él por
este camino, un camino de soledad, será sólo para aquellos
que han tenido una salida espiritual de todo lo que es Babilonia.
Este
camino de la muerte no es el que se pone al abrigo de los muros de la seguridad de cualquier
sistema, o iglesia, o cuerpo colectivo. Hebreos 13:10 (amplificado) dice de este desgarramiento de nuestra
carne, hecho generalmente con mucha persecución y mal entendimiento: «Porque tenemos un altar, del cual no
tienen facultad de comer los que
sirven y adoran en el Tabernáculo. Porque los cuerpos de aquellos animales, la sangre de los cuales es metida por el pecado en el Santuario por
el Príncipe, son quemados fuera del campamento. Por lo cual
también Jesús, para santificar al pueblo por
su propia sangre, padeció y murió fuera de la puerta, y
los separó como santos para Dios. Salgamos, pues, de todo lo que nos
impida y de todo lo que se nos oponga para unirnos a Él, fuera del campamento, en el
Calvario llevando el desprecio y la
injuria y el vituperio junto con Él.» Oh,
hermanos, «oigan lo que el
Espíritu dice a las iglesias.» Oh, que podamos (1) «conocerle, y (2) el poder de Su
resurrección, y (3) la
participación de Sus padecimientos, llegando a ser semejantes a Él en Su muerte.»
De nuevo, hay tres posiciones en la cruz: (1) la posición de «conocerle.» que es disfrutada por el gran campamento evangélico. Son muchos menos los que tienen el bautismo en
el Espíritu Santo, y han entrado (2) a la
vida del «poder
de Su resurrección.» Sin
embargo, Dios está llevando a la vida (a Su Vida, a una vida en el Espíritu) de (3) la «participación de Sus padecimientos.» a un pueblo «sin mancha
ni arruga,» que
está «fuera del
campamento» de la aceptación general, y que va a ser «conocido como Él es conocido.» Estos llevarán
con gusto Su vituperio para que ellos puedan tener «el conocimiento de
Cristo Jesús como el Señor... olvidando
ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndose a lo que está delante [más allá del Pentecostés],
prosiguiendo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo
Jesús. Así que, todos
los que son perfectos, esto mismo sientan.»
«Pero las cosas que
para mí eran ganancia, las he apreciado como pérdida por amor del Cristo. Y ciertamente, aun
aprecio todas las cosas como pérdida
por el eminente conocimiento del (1) Cristo, (2) Jesús, (3) mi Señor, por amor del cual lo he
perdido todo, y lo tengo por estiércol, para ganar al
Cristo.»
De nuevo, hermanos, «oigan lo que el Espíritu dice a las iglesias.»
Podemos oír la circundante «nube de testigos»
que daban testimonio de esta Verdad, diciendo: «Despojémonos de todo peso y desechemos todo impedimento - toda carga innecesaria - y del pecado que tan
fácil, artera y diestramente nos asedia y nos enreda, y corramos con
perseverante paciencia y con constante y activa persistencia la carrera señalada que tenemos por delante, puestos los
ojos en Jesús.» (Amplificado).
Lo que fue hecho aquel día cruel, no fue derrota;
fue victoria, la más grandiosa victoria. Fue
el amor en su más alta expresión. Incluso, en el día de hoy, Jesús,
como Señor, y los que han entrado en Su
Potestad, están fuera del campamento de la organizada, sistematizada
y, con frecuencia, cruel religión legislativa (denominacional,
o no). Por
esto, no queremos dar a entender, necesariamente, una salida física, sino que, por lo menos, lo más seguro es que esto sea una salida por medio
de una transformación espiritual. Nos encontramos en la Babilonia
espiritual, pero no tenemos que ser participantes de ella. Del mismo modo, «estamos
en este mundo,
pero no somos de este mundo.»
Amadísimos míos, no tomen esto como un llamamiento general para que abandonen su iglesia local o su actividad
espiritual, a las cuales ustedes han
llegado a estar ligados. Cualquiera
que me conoce, sabe que durante años, y hasta el día de hoy, he
creído que Dios hará que ustedes permanezcan justamente donde
están, hasta que pidan su renuncia o, al menos,
hasta que Dios levantara el peso de esa actividad y los sacara de allí.Quizás ese grupo o esa iglesia no marchan como debería, pero Dios ama a las personas de ese grupo, tanto como Él lo
hace con ustedes o conmigo. A menos que el ministerio de ustedes allí
sea terminado, siento que la
iglesia o la confraternidad de ustedes y su pueblo, podría ser un campo propicio en el que Dios está buscando a un «hombre que
hiciese vallado y que se pusiere en la brecha.» Pero esto significaría, ciertamente, un
verdadero «permanecer en la brecha,» y ustedes saben que esto quiere decir morir. Invariablemente, la carne de ustedes clamará por una
reubicación física, y pueden encontrar que
no se les permite salir físicamente, sólo para satisfacer el deseo de la carne. De la
misma manera la persona llamada por Dios a una reubicación física no podrá
quedar sola para satisfacer el deseo de la carne de estar cómoda. Una persona podría seguir siendo parte de un grupo con espíritu denominacional,
o de un grupo que tuviese un espíritu de dominación y, sin embargo, estar por
encima de la esclavitud y del espíritu de ellos. También,
una persona podría estar físicamente por fuera de tal actividad y, sin
embargo, estar atada por el espíritu de la esclavitud. Como yo lo veo, se trata de una ascensión espiritual, y
Dios puede que
lleve, o no, a una dislocación física.
Querido hermano, querida hermana, debo arrancarles
esa falsa sensación de seguridad que se ha apoderado de
ustedes al igual que de la inmensa mayoría de aquellos que insisten en que ellos han tenido una salida espiritual, aunque no hayan
tenido una reubicación física. ¿Ha oído usted realmente, y obedecido la Palabra del Señor: «Salid de ella, pueblo mío, para que no seáis
participantes de sus pecados,
y que no recibáis de sus plagas»? Están también aquellos, aunque
muy pocos, que han oído y obedecido esta Palabra, ya sea que él o ella hayan
tenido una salida espiritual y física, ya sea que esto haya sido limitado por
Dios a sólo una salida espiritual (o de subir más alto). Sin tener en cuenta cuál de las
dos posiciones ya nombradas haya sido seguida, creo
que todos los que escogieron este camino conocerán el sufrimiento y el rechazo espiritual o físico (y eso a manos de aquellos que han quedado atrás). Sí,
en todos los casos, los que están luchando por aquello que está «Más
Allá del Pentecostés» serán «aves
de muchos colores», y conocerán el sufrimiento y el rechazo y el mal
entendimiento, que fueron el dudoso placer
de nuestro Señor cuando Él se enfrentó, sin tregua, contra la maquinaria espiritual de Sus días. Por favor lean, en
todo el capítulo 23 de Mateo, lo que Jesús tenía que decir. Este capítulo termina con el clamor del Hijo de la
Gloria: «¡ Jerusalén, Jerusalén,
que matas a los profetas, y apedreas a los que son enviados a ti! ¡Cuántas
veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus pollos
debajo de las alas, y no quisiste! He aquí vuestra Casa os es dejada
desierta.» Y Jesús salió y se alejó del Templo.
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En este
tiempo, Jesús todavía estaba físicamente ligado al templo, pero, ¿quién insinuaría que Él estaba por fuera de
la voluntad de Dios o que, por temor, El
falló al pronunciar la Palabra del Padre o que, de algún modo, Él era un compromisario? Tampoco estaba padeciendo ninguno de los delirios de grandeza de
la maquinaria que se estaba aprovechando del templo. «Salgamos, pues, a él,
fuera del campamento (fuera del camino popular, del
camino de la carne),
llevando su vituperio» (Hebreos 13:13).
El misterio de Babilonia la Grande, la Madre de
las Rameras es, y siempre lo ha sido, llegar al pueblo de Dios para hacer una falsa alianza y someter a sus aliados a alguien
distinto de Él solo. Creo, con buenas razones bíblicas, que la
Madre de las Rameras tiene sus raíces en Roma. ¿Cuántos de nosotros hemos creído que ella ha
criado hijas rameras?
El misterio de Babilonia ha seducido a los llamados
a ser separados solamente a Dios, y los ha llevado a un país remoto, lejos de
la casa del PADRE, pero el Señor está haciendo una «Cosa Nueva» y está
diciendo; «Yo les silbaré y
los juntaré, porque yo los he redimido y los sembraré entre los pueblos. Y [el pueblo]
pasará por el mar con tribulación
(los tiempos de la tribulación están sobre nosotros) y los fortificaré en el
SEÑOR, y en su nombre caminarán, dice el SEÑOR.»
Sí, Él
los está llamando, está llamando a los hijos pródigos que están lejos de la casa del PADRE
para que no se comprometan más con las hijas rameras, sino que se levanten y salgan dejando atrás a las
pocilgas de los cerdos. Ya no
se alimentará Su pueblo con los desperdicios de la teología humana y con los métodos religiosos, sino que serán guiados y alimentados en forma
divina.
Que yo
pueda detenerme para decirles que este toque claro de trompeta, no
es un llamamiento a una insurrección general, en algún grado, contra las
personalidades, más de lo que fueron los llamamientos
de Juan el Bautista y de Jeremías, sino que es un llamamiento al arrepentimiento, un escudriñamiento del alma. Esto es para el pastor o el laico; para los
sistemas denominacionales, o no
denominacionales, organizados o no organizados, con el fin de que
dejen libres a los cautivos, y a sí mismo para sacarlos de la lid
política espiritual, de la presión de la fuerza y de la crueldad, como lo leemos en Jeremías 23 y en Ezequiel 34.
«Donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad»
(2 Corintios 3:17). ¡Pastores y laicos, sean liberados, sean
libres! Sin embargo, «no uséis la libertad como ocasión para la carne, sino
servíos por amor los unos a los otros.»
Y la
palabra del Señor está viniendo al profeta de muchos miembros, y está diciendo de nuevo:
«Hijo de hombre, mientras la
casa de Israel moraba en su tierra, la contaminó con sus caminos y con sus obras; como inmundicia de menstruosa
(la Iglesia) fue su camino delante de
mí.... Les esparcí por las naciones... (Hasta) cuando sea santificado en vosotros delante de sus
ojos... y os traerá a
vuestro país. Esparciré sobre
vosotros agua limpia (de una raíz en desuso que significa ser completo, madurado, en la edad plena), y seréis limpiados de todas vuestras
inmundicias; y de todos vuestros ídolos os limpiaré. Os daré corazón nuevo, y
pondré Espíritu nuevo
dentro de vosotros... os (limpiaré) de todas vuestras iniquidades... y las ruinas serán redificadas... y (plantaré) lo
que estaba desolado.... Yo el SEÑOR he hablado, y lo haré... En los últimos días consideraréis esto perfectamente.» Y de nuevo, Él dice: «A ruina, a
ruina, a ruina lo reduciré, y esto no será más, hasta que venga aquel cuyo es
el derecho, y yo se lo entregaré.»
Creo
firmemente en la congregación de los
santos de casa en casa, pasando por entre las barreras
tradicionales, denominacionales, doctrinales y de otra clase. También creo
firmemente que Dios tiene y está levantando
muchos de los quíntuples ministerios entre estos preciosos grupos,
llenos del Espíritu.
Aquí estamos empezando a ver un «fluir
de vida nueva,» una sumisión de los unos a los
otros, una eclosión del «orden
divino,» y una liberación en el Espíritu, porque aquellos que tienen autoridad han
llegado a conocer, por el Espíritu, la cualidad del sometimiento de Jesús. Ellos ya no están contendiendo por
la posición más prominente, sino que están
listos para un espontáneo reconocimiento de que «El mismo constituyó a unos apóstoles; a otros, profetas;
a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del
ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos
lleguemos a la unidad (ya no a todas estas
divisiones hechas por el hombre) de la fe
y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto. Antes siguiendo
la verdad en caridad (ya sin temor ni favoritismo) crezcamos en todo en aquel que es la
cabeza, el Cristo; del cual, todo el cuerpo compuesto y bien ligado entre sí
por todas las junturas de su alimento, que
recibe según la operación de cada miembro.» Este es el verdadero ministerio
del cuerpo de Cristo.
Jeremías,
Isaías y el precursor de Jesús, Juan el Bautista, estuvieron en contra de la mediocridad, y
con sus diagnosis de la decadencia espiritual
de la nación y de su creciente apostasía, no había por delante nada distinto al juicio
Divino sobre la nación y sobre la Iglesia.
Mientras Babel estaba siendo
edificada, y mientras los hombres decían: «Hagámonos un nombre, por si
fuéramos esparcidos,» Dios
estaba buscando un hombre que oyera Su voz. Dios descendió y confundió su lengua para que ellos no pudieran entenderse los unos a los otros. Pero, ahora, estamos viviendo en el
tiempo de la destrucción
de la gran torre de Babel. «Dios devolverá al pueblo una lengua pura, y habrá paz.»
Dios encontró a un hombre que
oiría Su voz y que pagaría el precio. El mensaje no era nada
fácil; dejar a su familia, a sus amigos, todo aquello por lo que había
trabajado, por todo lo que había atesorado en este mundo; dejar atrás la
oportunidad de mayores ganancias en los agradables
alrededores de Babilonia, para estar dispuesto a perder
su buena reputación, a ser mal comprendido y a ser vituperados. ¿A dónde lo llevaría este
llamamiento? Él no lo sabía. Él contaba
conque Dios se lo diría. En caso contrario, toda esperanza estaría perdida.
¿Quién respondió al llamamiento? El fiel Abraham. Los demás andarían
parte del camino, se detendrían y edificarían una ciudad y le darían un nombre, pero Abraham ya había visto
una ciudad más grande, y él no podría
olvidar esa gloriosa visión. Tampoco tendría que
ponerle un nombre, pues Dios ya se lo había puesto. Algunos de los
que fueron con él no habían recibido este llamamiento de lo alto. A Lot sólo le gustaba la prosperidad que representaba estar con el «tío Abraham.» Existen los compañeros de viaje que sólo hacen parte de la cabalgata, mientras ella sea una cabalgata agradable.
Les gusta el mensaje, les gusta sentir la unción del Espíritu, disfrutan de la libertad de culto, pero no son los llamados, y deben ser separados. A Abraham no le gustaba la idea de perder a
Lot en esa tierra extraña, con tantos enemigos, y con tan poca gente en su
grupo, pues todos los amigos contaban. Pero
Dios dijo que Lot tenía que irse, pues él no había sido llamado. Estoy
seguro de que Lot se habría disgustado mucho al pensar que alguien
pudiera decir que él no había sido llamado. Después de todo,
hay que tener en cuenta cuan lejos había llegado él en este asunto. Él había
salido de Ur y de Babilonia, ¿no era así? ¿No se había detenido en Harán con Taré?
Pero él no tenía espíritu para mirar a lo
alto, el espíritu de ser. El
ansiaba la prosperidad, ansiaba hacer
ganancias en la tierra, expandirse.
Los ojos de Abraham estaban en las montañas, y se
encontraba aquí, después de haber sido
separado de aquellos que no tenían el llamamiento de lo alto que Dios le permitió ver como su herencia. «Mira (Abraham) desde el lugar donde estás hacia el norte y el sur,
y al oriente y al occidente. Porque
toda la tierra que ves, la daré a ti y a tu descendencia.»
Abraham
«a honra, prefiriéndoos los unos a los otros» le dio a Lot la primera opción de la tierra, y
Lot, egoístamente, escogió la más verde y, al parecer, la mejor tierra. Pero la Palabra confirma que mientras Lot recibía la verdura,
Abraham recibía la gloria. Sin embargo, y en conclusión, Abraham
recibió como adición a la gloria «todas estas cosas [que] te serán añadidas.» Sí,
hay mucho más para los que creen.
'
En las fangosas orillas del Jordán, a pie descalzo y vestido con extrañas vestiduras, estaba el hijo de un
sacerdote del templo. Como
descendiente de Zacarías, Juan podía haber entrado al círculo
íntimo de aquellos que ejercían el elevado oficio del Sacerdocio del Templo. Pero Jerusalén había llegado
en un alto grado de pecado y de perfidia, y
la gloria del Templo era obra del hombre.
Mientras Jerusalén se vanagloriaba de sus logros y hacía alarde de su belleza y
de su poder - producto del hombre -, Dios estaba llaman do a alguien para que saliera fuera de las murallas, e instara
a subir a un lugar más alto en el Espíritu. Dios había abandonado el orden viejo, pero ellos no lo sabían. No había nadie a quien seguir, nadie que les mostrara el camino. Este
fue un liderazgo del Espíritu y por
el Espíritu. Él no podía seguir a su padre,
no obstante lo mucho que lo amaba, porque Zacarías estaba atrapado en el
orden viejo. Soportando su reproche, Juan salió fuera de las puertas, sin
importarle lo que los demás pudieran pensar
de él, oyendo solamente la voz de Aquel que le hablaba desde el cielo.
La puerta de la bendición
espiritual que se abrió en Pentecostés, jamás
se cerró de nuevo aunque, aparentemente, la Iglesia entró en un período de gran oscuridad. Los hombres luchaban
por aumentar la parte material de la Iglesia. Se hizo un gran esfuerzo
por avanzar más, pero muy poco por
ascender. Como resultado de esto, la oscuridad. Se hizo más densa. Cosas
atroces, que ni siquiera pueden calificarse
como edificantes, tuvieron lugar en los cuarteles generales de la
organización terrenal en Roma. Entonces, un
día, Dios descendió en medio de esta confusión y escogió a un sacerdote, y le habló a su corazón. El oyó y creyó, y el
31 de octubre de 1517, inscribió para siempre su nombre en la historia, cuando fijó sus 95 tesis en la puerta de
su iglesia en Wittenberg. Dios se valió del valor de un hombre para ayudar a abrir la puerta con
el fin de que la humanidad del mundo entero saliera de la oscuridad de la
religión de Roma, y entrara en un nuevo día en el Espíritu. Martín
Lulero tuvo un buen comienzo al lograr resultados en el ámbito donde él se encontraba. Él podía haber invertido su tiempo en seguir adelante, pero oyó el llamamiento
Divino. Cuando él empezó el ascenso en Dios, alborotó a todos los demonios del Infierno contra él. Los líderes religiosos de su
tiempo querían darle muerte,
destruirlo. ¿Por qué? Simplemente porque en ellos prevalecía el amor al statu quo y odiaban a
aquellos que instaban al ascenso
en Dios por las grandes alturas del Espíritu.
Lo cierto era que las organizaciones terrenales estimulan, casi siempre, el seguir adelante con sus programas
horizontales, en tanto que desestimulan y combaten cualquier esfuerzo
por el ascenso. Observe la historia, y verá que esto es verdad. Esta es la verdadera
naturaleza de los sistemas eclesiásticos, y parece que no cambian. Finalmente,
Dios destruirá todo esto con el resplandor de Su gloria. A veces, parecen ablandarse y pueden, incluso,
tener un avivamiento ocasional. Sin embargo, la maquinaria es inamovible y
no tiene corazón. Los que incitan a nuevas dimensiones en el Espíritu, deben estar libres para moverse como el
Espíritu determine. Este es el «Camino del Espíritu.»
Ahora hemos llegado al comienzo de este siglo. Aquí
encontramos las iglesias del momento, revividas de algún modo de cuando en cuando,
pero haciendo todavía lo posible por expandirse en el ámbito de la salvación por la fe. Regados por acá y por allá por la faz del globo hay pequeños grupos de santos, o de
individuos, que se afanan por un movimiento más grande del Espíritu.
En Topeka, Kansas, a principios
de 1900, un predicador metodista llamado Charles Parham se
separó del campo evangélico para buscar a Dios. Los demás no podían comprender
sus actos. «¿Dónde
está su preocupación por las almas, hermano Parham?» Con un
ministerio evangélico tan poderoso como el que él tenía, y en una
ciudad bastante grande, él podía haber seguido ganando almas
para Jesús, pero ¿dónde se encontraba? En una casa grande de
Topeka con un grupo de santos que estaban convencidos de que no
tenían todo lo que Dios tenía para ellos, y que también estaban convencidos
de que era tiempo de que la iglesia se moviera y entrara en un ámbito más grande
en el Espíritu. Así empezaron el ascenso
para Dios. ¡Ellos se encontraron con tremendos
poderes de las tinieblas que se les oponían encarnizadamente a cada paso! No obstante, siguieron avanzando en Dios. Después,
el 31 de diciembre de 1900, en una embadurnada reunión en Nueva York,
una mujer fue llena con el Espíritu y empezó a hablar en otras lenguas. La gente de la casa siguiente a la casa grande, no supo nada de lo ocurrido en esta
ocasión trascendental, y les importó poco; pero se estaba abriendo una puerta para la Iglesia del
fin de los tiempos y para el bautismo glorioso con el Espíritu Santo y el fuego. Con
este humilde comienzo, empezaron a suceder cosas por todo el mundo.
El avivamiento hizo eclosión en 1902 en un gran movimiento del Espíritu en Gales. Evan
Roberts y otros fueron arrebatados en un glorioso huracán de fuerza
espiritual y en un diluvio de lluvia espiritual. En 1904 en Los Ángeles, Frank Bartleman y otros más estaban
luchando denodadamente en el Espíritu por un poderoso movimiento para esa
ciudad. Ellos fueron escarnecidos y
rechazados por aquellos que sólo tenían ojos
para la expansión y el adelanto en el
ámbito de la salvación por la fe.
Ellos fueron de una iglesia a otra buscando
la confraternidad del Espíritu, pero parecía que todo lo que ellos podían hacer era esforzarse y gemir en
su espíritu por un ascenso en Dios. Y fueron echados fuera.
Dios estaba oyendo a aquellos que a Él clamaban y
descendió en el pequeño grupo del hermano Charles Parham, donde
éste estaba predicando en Houston, Texas, y llamó al predicador nazareno de raza
negra para que fuera a Los Ángeles. Él fue llevando un mensaje
nuevo en el Espíritu, una experiencia nueva en Dios. Fue rechazado por las formas de religión
existentes allí, pero Dios abrió la puerta en un viejo edificio de la
Calle Azuza. Fue de aquí de donde
empezaron a fluir poderosos ríos de poder y de bendición hasta los más apartados
rincones de la tierra. Alguien se había atrevido a oír, a creer, a obedecer y a
esforzarse por algo más grande. Los pioneros
de Dios se estaban moviendo.
Desde
este momento en adelante hubo un
poderoso avance para el Evangelio. Las iglesias, las ciudades y
las naciones fueron sacudidas
por la fuerza poderosa de Dios, manifestada por medio de Sus humildes siervos. Incontables
miles de almas fueron arrastradas al Reino en esta gran cosecha. Las iglesias pentecostales brotaron por todas
partes en el
país, a despecho de la violenta y encarnizada oposición hecha por los sistemas religiosos.
Esta es la norma. Un nuevo ascenso en el Espíritu siempre produce
un alcance mayor jamás visto bajo el orden
viejo del hombre. Veamos el ejemplo de la
iglesia primitiva.
Después
de pocos años de glorioso avivamiento en los primeros años del siglo, el hombre empezó
a adueñarse de ello. Las organizaciones
empezaron a afirmarse, y se crearon las denominaciones, y las juntas de autoridad empezaron a afianzarse en Pentecostés, para
que ahora tuviéramos la capacidad de expandirnos, según decían ellos. Era necesario conseguir fondos para un
servicio misionero más eficiente - y ellos hicieron la expansión. Pero el
ascenso estaba casi detenido. El avivamiento pentecostal llegó a dividirse en muchas facciones. Las
iglesias y los predicadores se combatían unos a otros, mientras el
mundo y el diablo miraban y se reían.
Ahora
es el momento para abrir otra brecha. Hay hombres y mujeres gimiendo en el Espíritu por el último gran movimiento del Espíritu, profetizado
para el fin de los tiempos. Ahora se está llevando a cabo una obra grande
de intercesión, invisible para el hombre que está admirando sus hermosos
sistemas y haciendo alarde de las inmensas
ganancias que ha conseguido, en tanto que muchos están clamando para que «llueva en el tiempo de la lluvia tardía.»
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