A menudo destruimos la carne maligna, pero preservamos la carne de calidad, la buena carne. Todos tenemos ciertos puntos buenos, ciertos asuntos y pensamos que son mejores que otros. Estos aspectos de la carne son las “ovejas que balan” y “las vacas que mugen”. Cuando pretendemos ser mejores que otros, permitimos que se oigan las ovejas que balan y las vacas que mugen.
ESTUDIO-VIDA DE EXODO
MENSAJE CUARENTA
Y SIETE
LA PELEA CONTINUA CONTRA AMALEC
Lectura Bíblica:
Ex. 17:9-16; 1 S. 15:1-33; Ro. 8:7-8, 13; Gá. 5:17, 24
Los capítulos del uno al diecisiete de Éxodo forman una sección.
En ésta, vemos un cuadro completo de la salvación de Dios, un cuadro que incluye la
terminación con el mundo y la carne. El pueblo escogido de Dios se
encontraba en cautiverio en Egipto, el cual representa al mundo. Luego Dios
vino y terminó al mundo, para cumplir la redención, y liberar a Su pueblo, del
mundo. Después de eso, ellos disfrutaron del suministro del maná celestial y
del agua viva. Entonces, en Éxodo 17, Dios venció a Amalec, es decir, a la
carne.
Si vemos el panorama de los diecisiete primeros capítulos de
Éxodo, veremos un cuadro
de la salvación de Dios que empieza con la destrucción del mundo y concluye con
el aniquilamiento de la carne. Este cuadro nos permite tomar conciencia
de que como el pueblo escogido de Dios, antes estábamos bajo la tiranía del
mundo. Pero después de ser redimidos, salvos y liberados, empezamos a disfrutar
la provisión divina del maná y del agua viva. No obstante, tenemos que
enfrentar a un enemigo muy
subjetivo: la carne. Este enemigo busca perturbarnos, ocuparnos y aun
destruirnos.
La siguiente sección del libro, desde el capítulo dieciocho hasta
el cuarenta, constituye una sección larga relacionada con el reino. Esto indica
que después de ser liberados del
mundo, de haber disfrutado de la provisión divina, y de haber aniquilado la
carne, estaremos en el Reino. ¡Qué buena noticia es ésta! Quizá usted jamás se haya dado
cuenta de que estos capítulos están relacionados con el Reino y sólo se haya
dado cuenta de que estos capítulos cubren la construcción del Tabernáculo como
morada de Dios. Es crucial ver que fuera del Reino, la casa de Dios no
puede llegar a existir. Nosotros estaremos en el Reino sólo cuando venzamos al
enemigo, al mundo y aniquilemos completamente la carne. En el Reino, podemos
construir el Tabernáculo como morada de Dios. El principio es el mismo con la construcción del Templo. Después de que David peleó la batalla contra los enemigos y consiguió
la victoria, Salomón disfrutó del Reino. En este disfrute, el Reino fue
construido. En la segunda sección de Éxodo, de los capítulos dieciocho
al cuarenta, vemos que el pueblo redimido de Dios estaba en el disfrute del Reino. Al ser liberados del
mundo y después de aniquilar la carne,
pudieron construir el tabernáculo como morada de Dios.
Según el Nuevo Testamento, el diablo, el mundo y la carne son
llamados enemigos de Dios (Mt. 13:25, 39; Ro. 8:7-8; Jc. 4:4). En Éxodo, Satanás es representado por Faraón, el mundo por Egipto, y la
carne por Amalec. Después de la derrota de estos tres enemigos,
viene el Reino de Dios.
I. AMALEC: LA CARNE
LLENA DE ENEMISTAD CONTRA DIOS
En el Antiguo Testamento, el enemigo que más se menciona es
Amalec, porque él tipifica la carne, la cual es el último enemigo del Reino de
Dios. La carne es lo que
impide que la iglesia sea edificada apropiadamente. Mientras la carne
cause problemas, el Reino no podrá venir. El Reino viene sólo después de que la
carne ha sido aniquilada. Por el bien de la vida de Iglesia, debemos aniquilar
nuestra carne. Si ésta no
es aniquilada, no puede haber Reino de Dios. Entonces sin el reinado de Cristo,
es decir, Su autoridad como cabeza, el Cuerpo no puede ser edificado. Esta es la razón por la cual durante los últimos diecinueve siglos, se ha
producido muy poca edificación de la Iglesia. Las confusiones y divisiones entre los cristianos
contemporáneos se deben primeramente a la carne, a Amalec. Entre los
cristianos, Amalec prevalece. Por esta razón, no tenemos el Reino de Dios de
una manera práctica. Sin el Reino, no puede haber edificación. En la gran
mayoría de los cristianos, no se puede hablar ni siquiera de la edificación de
la Iglesia.
Le damos gracias al Señor porque en Su misericordia y gracia,
nosotros en Su recobro hemos aprendido algo acerca de la importancia de
aniquilar la carne. La carne sigue causando problemas, pero no permitimos que nuestra carne no
tenga restricciones. Simplemente no tenemos la valentía de permanecer en la
carne. No obstante, muchos cristianos sienten mucho valor al estar en la
carne. ¡Cuán fuerte es Amalec hoy en día! Puesto que Amalec prevalece, no hay
ni Reino ni edificación.
En sus escritos Pablo habla exhaustivamente de la carne. El usa
ciertas expresiones que muestran que la carne es enemistad contra Dios. Por
ejemplo, en Romanos 8:7, él dice que “la
mente puesta en la carne es enemistad
contra Dios; porque no se sujeta a la ley de Dios, ni tampoco puede”. La
carne es fea por la simple razón de que no se somete a la Ley de Dios. Desde el
punto de vista de Dios, la carne no tiene Ley. La falta de Ley prevalece entre
los cristianos contemporáneos. La carne no tiene Ley por eso no se somete a Dios.
En 8:8, Pablo continúa y declara: “Y los que están en la carne no
pueden agradar a Dios”. La carne no se somete a la Ley de Dios, no
puede someterse a la Ley de Dios, ni puede agradar a Dios. Por consiguiente, a
los ojos de Dios, no hay ningún lugar para la carne. Esta debe ser aniquilada.
La carne denota la totalidad del viejo hombre caído. Por consiguiente, la carne
no se refiere simplemente a una parte de nuestro ser, sino a todo nuestro ser
caído. Según Romanos 6:6, el viejo hombre ha sido crucificado juntamente con
Cristo. Puesto que el viejo hombre no tiene esperanza, Dios lo puso en la Cruz
y lo crucificó juntamente con Cristo. Como veremos, debemos cooperar con Dios
en lo que El ha hecho al crucificar la carne (Gá. 5:24). El destino de la carne es morir.
Sin importar lo que nosotros pensemos de la carne, para Dios ésta es rebelde y
menospreciada. Por esta razón, Dios erradicó el nombre de Amalec.
II. YAHWEH PELEARA CONTRA AMALEC
DE GENERACIÓN EN GENERACIÓN
Dios también determinó pelear con Amalec de generación en
generación. En muchos versículos del Antiguo Testamento, vemos que el pueblo de
Dios combatió contra Amalec. Vemos esto en Jueces
3:13-15; 5:14; 6:3; 7:12-14; 1 Samuel 15:2-9,
32-33; 27:8; 30:1-17; 2 Samuel 8:12;
1 Crónicas 4:42-43. Vemos la guerra
contra Amalec aún en el libro de Ester
(3:1-6; 9:7-10), donde vemos que Amán era un agagueo, un descendiente de Agag,
el rey de Amalec que fue despedazado por Samuel (1 Sm. 15:33). Aunque a Agag lo
mataron, algunos de sus descendientes sobrevivieron. Amán fue uno de los
últimos descendientes de Agag. Dios aborrece la carne representada por Amán.
Según el libro de Ester, la carne obra de manera escondida para debilitar al
pueblo de Dios y aun matarlo. El Amán
actual, la carne, intenta obrar en la iglesia. La conspiración de Amán que
consistía en aniquilar a los hijos de Israel, quedó finalmente expuesta y
frustrada. Ester fue ejercitada para vencer a Amán, la carne escondida. Con su
ayuda, Amán fue matado. Por tanto, vemos que el libro de Ester es la
continuación de la historia de la guerra de Dios contra Amalec de generación en
generación.
III. CÓMO COMBATIR CONTRA AMALEC
A. Orar con el Cristo que intercede
Ahora llegamos al asunto importante de cómo combatir contra
Amalec. Primero, combatimos al orar con el Cristo que intercede
(Ex. 17:11). Moisés levantó sus manos en la cima del monte y eso tipifica el
Cristo que intercede en los cielos. En Éxodo 17:12, vemos que cuando las manos
de Moisés se cansaban, “Aarón y Hur sostenían sus manos,
el uno de un lado y el otro de otro; así hubo en sus manos firmeza hasta que se
puso el sol”.
¿Qué significa esto? Hemos señalado que Moisés tipifica aquí a Cristo
quien intercede por nosotros en los Cielos. Pero no podemos decir que las manos
de Cristo se cansan, ¿verdad? Ciertamente Cristo no necesita que nadie le
sostenga las manos. En los Cielos no hay ningún Aarón ni Hur que ayude a Cristo
en Su intercesión. Entonces
parece que la tipología no corresponde totalmente. Puesto que la Biblia fue
inspirada por Dios, aquí debe haber algo relacionado con nuestra experiencia
espiritual. Si consideramos estos versículos a la luz de nuestra experiencia,
entenderemos que para aniquilar la carne, no necesitamos solamente
la intercesión de Cristo por nosotros en los cielos, sino que nosotros también debemos orar.
Algunos maestros cristianos recalcan la obra objetiva de Cristo en los Cielos. Señalan que Cristo está en los cielos intercediendo por nosotros. Otros dedican mucha atención a la importancia de ayunar y orar. Si alguien es perturbado por la carne le aconsejan ayunar y orar. En nuestra experiencia, necesitamos el aspecto objetivo y también el subjetivo. Como lo hemos señalado, el hecho de que Moisés oraba en la cima del monte tipifica a Cristo que intercede por nosotros en los cielos. Pero el hecho de que Moisés necesitó que Aarón y Hur le levantaran las manos representa nuestra necesidad de orar. Mientras Cristo ora en los Cielos, debemos orar aquí en la Tierra. Cuando oramos, somos uno con Moisés en la cima del monte. Pero cuando aniquilamos la carne, somos uno con Josué peleando en el valle.
Algunos maestros cristianos recalcan la obra objetiva de Cristo en los Cielos. Señalan que Cristo está en los cielos intercediendo por nosotros. Otros dedican mucha atención a la importancia de ayunar y orar. Si alguien es perturbado por la carne le aconsejan ayunar y orar. En nuestra experiencia, necesitamos el aspecto objetivo y también el subjetivo. Como lo hemos señalado, el hecho de que Moisés oraba en la cima del monte tipifica a Cristo que intercede por nosotros en los cielos. Pero el hecho de que Moisés necesitó que Aarón y Hur le levantaran las manos representa nuestra necesidad de orar. Mientras Cristo ora en los Cielos, debemos orar aquí en la Tierra. Cuando oramos, somos uno con Moisés en la cima del monte. Pero cuando aniquilamos la carne, somos uno con Josué peleando en el valle.
Aunque el Cristo que intercede no necesita que nadie le sostenga
las manos, necesitamos que
nuestras manos de oración sean apoyadas. Les resulta fácil cansarse.
Sabemos que para aniquilar la carne, debemos orar. Pero a menudo nuestras manos se cansan. Por tanto, necesitamos la ayuda de Aarón y de Hur.
Aarón, el sumo sacerdote, representa el sacerdocio, y Hur, quien pertenecía a tribu de Judá representa el reinado. El nieto de Hur, Bezaleel,
recibió la capacidad de trabajar en los diseños del Tabernáculo (31:1-5). Como
lo veremos cuando consideremos los últimos capítulos de Éxodo, el Tabernáculo, el edificio de Dios, fue construido por el sacerdocio y
el reinado. Nuestra
oración debe ser sostenida por el sacerdocio y el reinado. A veces
nuestras manos de oración se cansan no por la falta de deseo de orar, sino por
la falta de incentivo y de aliento. Esto significa que quizá necesitemos un Aarón y un Hur, el sacerdocio
y el reinado.
El sacerdocio está
relacionado con el Lugar Santísimo.
En nuestra experiencia, el Lugar Santísimo siempre está relacionado con nuestro espíritu. Por tanto, cansarse en oración
indica un problema o carencia en nuestro espíritu.
Por alguna razón, nuestro espíritu no es agudo, activo, ni positivo con el
Señor. Esto obstaculiza nuestra oración. Nuestra experiencia lo confirma. Cuando estamos cansados no
debemos tratar de orar más. Por lo contrario, debemos ver lo que pasa con
nuestro espíritu. En nuestro espíritu,
hay una carencia de sacerdocio. Necesitamos a Aarón, al sumo sacerdote, para
fortalecer nuestro espíritu.
Otra razón del cansancio en la
oración es la rebeldía contra el reinado. Si usted dice que no es rebelde,
entonces le haré una pregunta acerca de la desobediencia. ¿Puede decir que
jamás ha desobedecido al Señor? Por ejemplo, una hermana quizá se sienta
restringida por el Señor y mantenida alejada de la tienda, pero ella puede
desobedecer e ir allí de todos modos. En el transcurso de un solo día, podemos
desobedecer al Señor en muchas ocasiones. Vamos en contra de la autoridad, del reinado, dentro de
nosotros. Por lo tanto, debido a la carencia del reinado, nos cansamos
fácilmente cuando oramos.
Nuestra oración se entorpece
también cuando no nos preocupamos por la
construcción del Tabernáculo. Hur está relacionado con la construcción. De hecho, la meta del
libro de Éxodo se relaciona con la construcción del Tabernáculo. Hemos señalado
que Bezaleel, el nieto de Hur, recibió el don de Dios para obrar en muchos
aspectos del Tabernáculo. Esto
indica que nuestra oración debe hacerse con miras a la edificación de la Iglesia. Hoy en día esta es la meta de Dios. Si el propósito de nuestra
vida de oración no es la edificación de la Iglesia, nuestra oración no durará
mucho. Pero si tenemos el
sacerdocio y el reinado y nos preocupamos por la construcción del Tabernáculo,
la Iglesia, nuestra vida de oración no se cansará. Más bien será apoyada por el
sacerdocio y el reinado, y tendrá la edificación de la Iglesia como propósito.
Luego podremos pelear contra la carne, Amalec, por medio de nuestra oración.
En nuestra oración, debemos ser uno con Cristo en los Cielos.
Debemos unirnos a Cristo y ser uno con Él en Su intercesión. Debemos hacer de
Su oración nuestra oración, de Su intercesión, nuestra oración instantánea. Apoyados por el sacerdocio y el
reinado, es decir, levantados en nuestro espíritu y sometidos a la autoridad de
Dios, debemos orar con Él en el Trono en los Cielos. Además, la dirección de
nuestra oración debe ir hacia la meta de la construcción de la Casa de Dios. Si tenemos estos factores: el sacerdocio,
el reinado, y el edificio de Dios como propósito, no creo que nuestra oración
pueda ser detenida. El cuadro de Aarón y Hur sosteniendo las manos de Moisés representa la
unión en oración entre Cristo y nosotros. Cuando Cristo intercede, oramos. Nos
unimos a Él en Su intercesión. Esa es la manera correcta en que debemos orar
para aniquilar la carne.
Aniquilar a la carne no es un asunto superficial, pues todo
nuestro ser caído es la carne. En cierto sentido, la carne somos nosotros. Vencer a la carne es mucho más difícil que vencer al mundo o al pecado.
Para vencer la totalidad de nuestro ser caído, necesitamos muchas oraciones en
unión con la intercesión del Cristo celestial. Para orar de esta manera,
debemos identificarnos con Cristo y ser uno con Él. Mientras Él ora en los
cielos, oramos juntamente con Él. Si queremos orar de esta manera, debemos ser levantados en nuestro
espíritu por el sacerdocio y sometidos por el reinado. También debemos cuidar
el Edificio de Dios. Luego tendremos el apoyo necesario para sostener nuestra
vida de oración.
En Éxodo 17:12, vemos que Aarón y Hur tomaron una piedra y
la pusieron debajo de Moisés, y él se sentó sobre ella. Esto indica que nuestra vida de oración debe tener una base firme. Cuando yo era joven,
aprendí a orar, pero mi oración no tenía ninguna base sólida. Pasa lo mismo con
muchos cristianos contemporáneos; ellos han aprendido a orar, pero carecen de
base firme en su vida de oración. Según el contexto de Éxodo 17, no creo que la base firme para
nuestra vida de oración sea Cristo directamente. Más bien creo que la piedra
usada como base firme se refiere a nuestra conciencia de que dentro de nosotros
mismos somos capaces de sostener una vida de oración. Ese es el reconocimiento del hecho de que necesitamos apoyo.
En nuestra vida natural, nosotros como Moisés, no podemos perseverar en
oración. Simplemente no podemos orar todo el día. Por tanto, debemos tomar
conciencia de nuestra debilidad. Esta conciencia nos da la base firme que
necesitamos para nuestra vida de oración.
Cuando usted está a punto de orar, debe darse cuenta de que usted
no es capaz de orar. Cada persona que ora puede testificar que no se puede
llevar una vida de oración sin una base firme. Necesitamos algo sólido que
levante nuestra vida de oración. Cuando usted ore, dígale al Señor: “Señor no puedo seguir orando, necesito una
base firme para mi oración, y Te tomo a Ti como base”.
Vemos que Moisés oró hasta la puesta del
sol. Quizá tengamos un buen momento de oración temprano por la
mañana, pero generalmente no podemos seguir hasta mediodía y mucho menos hasta
el fin del día. ¿Puede usted mantenerse en un espíritu de oración desde temprano
por la mañana hasta el mediodía? Es probable que solamente unos pocos entre
nosotros sean capaces de hacer eso. Moisés pudo orar hasta la puesta del sol porque él tenía una piedra,
una base sólida, sobre la cual sentarse y porque Aarón y Hur lo apoyaban.
Sea alentado y dígale al Señor: “Señor no
puedo orar sin cesar. Pierdo
fácilmente mi calma y chismeo. Pero no puedo orar continuamente. Señor, puedo
orar poco tiempo, pero no puedo orar todo el día”. Si usted le dice eso al Señor, se dará cuenta de
que está sentado sobre una piedra. Entonces usted tendrá una base sólida para
su vida de oración.
Siento la carga de compartir este punto porque sé que enfrentamos
muchos problemas en nuestra vida de oración. Si deseamos
preservar nuestra vida de oración, debemos cuidar cuatro asuntos: la base
firme, el sacerdocio, el reinado, y la construcción del Tabernáculo. Entonces nuestra vida de
oración será sostenida.
El versículo 11 dice: “Y
sucedía que cuando alzaba Moisés su mano, Israel prevalecía; más cuando él
bajaba su mano, prevalecía Amalec”. Esto indica que cuando nuestra vida de
oración se cansa, nuestra carne prevalecerá. Esto lo confirma nuestra propia
experiencia. Sólo una vida
de oración adecuada puede vencer nuestra carne. No se imagine que por
haber sido salvo durante mucho tiempo y haber tenido ciertas experiencias
espirituales, su carne ya no puede prevalecer. De hecho, si cesa nuestra oración, nuestra carne
mostrará espontáneamente que es la misma que la de los incrédulos. Por
muy rica que sea nuestra experiencia espiritual, esta no mejorará a nuestra
carne. Nuestra carne ni siquiera recibirá influencia por ello. La carne no
puede recibir influencia, no puede cambiar ni mejorar, aun después de haber
sido cristiano durante varias décadas. Si su oración cesa, su carne será la
misma ahora como antes de su salvación. Puesto que la carne no cambia ni mejora, debemos orar sin cesar.
Ya vimos que la verdadera oración nos identifica con el Cristo
celestial. La experiencia de identificación con Cristo en los Cielos se produce
por medio de una vida de oración apropiada. Cuando oramos de una manera
genuina, disfrutamos de una unión celestial con Cristo. No obstante, esta
oración depende de una base firme, del sacerdocio, del reinado, y de la meta
del edificio de Dios.
B. Al matar la carne
con el Espíritu que lucha
También combatimos contra Amalec al matar la carne con el Espíritu
que lucha (Ro. 8:13; Gá. 5:17, 24). Romanos 6:6 afirma que nuestro viejo hombre ha sido
crucificado juntamente con Cristo. No obstante, en Romanos 8:13, vemos
que todavía debemos matar
las prácticas del cuerpo con la ayuda del Espíritu. Además, en Gálatas
5:24, Pablo nos dice que los
que pertenecen a Cristo han crucificado la carne. Si no creemos que
nuestro viejo hombre ha sido crucificado juntamente con Cristo en la Cruz, no
podremos vencer nuestra carne. Basándonos en el hecho de que nuestro
viejo hombre ha sido crucificado, tenemos el valor y el aliento de matar la
carne.
Según Romanos 8:13, cuando aniquilamos las prácticas del cuerpo,
el Espíritu obra con nosotros. Esto significa que la medida en que el
Espíritu obra depende de la medida en que estamos dispuestos a hacer nuestra
parte. Si crucificamos la carne, el Espíritu inmediatamente obra con
nosotros. Todos apreciamos la obra del Espíritu. No obstante, el Espíritu no
obra si no obramos. El Espíritu ayuda a los que se ayudan
a sí mismos. Sin
embargo, queda patente que aun cuando intentamos ayudarnos a nosotros mismos,
de todos modos no podemos cumplir nada. Necesitamos el Espíritu, y el Espíritu
necesita nuestra cooperación. El espera
que nos ayudemos a nosotros mismos. En cuanto hacemos eso, El viene y lo hace todo
para nosotros. Mediante el Espíritu que mora en nosotros, mueren las
prácticas del cuerpo.
En principio, el asunto es el mismo que en Gálatas 5. Según el
contexto de este capítulo, el Espíritu y la carne pelean mutuamente. No
obstante, los que pertenecen a Cristo deben seguir crucificando la carne. Mientras el Espíritu pelea
contra la carne, la crucificamos. Eso se cumple por nuestra cooperación con la
obra del Espíritu.
Por una parte, debemos orar
con Cristo; por otra, debemos aniquilar a la carne con el Espíritu que lucha.
Hoy en día, Cristo está en los Cielos y también dentro de nosotros como el
Espíritu que lucha. En los Cielos, Él es
el Moisés que intercede, y en nosotros, es el Josué que lucha. Debemos estar
unidos al Cristo celestial para cooperar con el Cristo que mora en nosotros.
Entonces y de una manera muy práctica, la carne será aniquilada.
C. Aniquilar todo lo bueno y lo malo
que procede de (se origina en ) la carne
Si deseamos combatir contra Amalec, debemos aniquilar todo lo que proviene de la carne, ya sea bueno o
malo. Aunque para nosotros
algunos aspectos de la carne parecen buenos, en realidad nada de la carne es bueno.
En Primera de Samuel 15:3, el Señor mandó que Esaú “fuese e hiriera a Amalec y destruyera todo
lo que tenía y no se apiadara de él, matara hombres, mujeres, niños y aun los
de pecho, vacas, ovejas, camellos y asnos”. Saúl destruyó completamente a la gente con su espada,
pero él perdonó “a Agag, y a lo mejor de
las ovejas y del ganado mayor, de los animales engordados, de los carneros y de
todo lo bueno, no lo quisieron destruir; más todo lo que era vil y despreciable
destruyeron” (1 S. 15:9). Saúl justificó eso diciendo que “el pueblo perdonó lo mejor de las ovejas y de las vacas, para sacrificarlo a Yahweh, su Dios”
(1 S. 15:15). Es
difícil discernir si Saúl estaba mintiendo. Quizá él haya conservado lo mejor de las ovejas y del ganado para su
propio uso, y no para sacrificarlo a Yahweh. Según 1 Samuel 15:12, Saúl
levantó un monumento, quizá para conmemorar su victoria sobre Amalec. Esto indica que él no se preocupaba por la Palabra ni la intención de Dios, sino que se interesaba solamente por su
disfrute y gloria. Cuando Samuel se enfrentó a Saúl y le reprochó lo
que había hecho, Saúl todavía se justificaba diciendo que él había obedecido a
la voz del Señor, pero que “el pueblo
tomó del botín ovejas y vacas, las primicias del anatema, para ofrecer
sacrificios a Jehová su Dios” (vs. 20-21). Esto indica que la
carne maligna fue destruida, mientras que el aspecto aparentemente bueno de la
carne pudo permanecer.
A menudo destruimos la carne maligna, pero preservamos
la carne de calidad, la buena carne. Todos tenemos ciertos puntos buenos, ciertos
asuntos y pensamos que son mejores que otros. Estos aspectos de la carne son
las “ovejas que balan” y “las vacas que
mugen”. Cuando pretendemos ser
mejores que otros, permitimos que se oigan las ovejas que balan y las vacas que
mugen.
Saúl pretendía haber cumplido el mandamiento del Señor. No
obstante, Samuel dijo: “¿Pues que balido
de ovejas y bramido de vacas es éste que oigo con mis oídos?" (v. 14).
Cuando Saúl pretendía que esos animales fueran conservados como sacrificios
para el Señor, Samuel respondió: “¿Se complace Jehová tanto en los
holocaustos y víctimas como en que se obedezca a las palabras de Jehová?
Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios y el prestar atención que
la grosura de los carneros. Porque como pecado de adivinación es la rebelión, y
como ídolos e idolatría la obstinación” (vs. 22-23). A menudo los
predicadores hablan de estos versículos. Sin embargo, en lugar de obedecer y de
escuchar, entre los cristianos
contemporáneos hay mucho balido de ovejas y bramido de vacas. Si deseamos vencer nuestra carne, debemos aniquilarla completamente,
matando totalmente todo, sea bueno o malo. Si permanece algo de la
carne, debe ser aniquilado.
D. Por obediencia a la Palabra del
Señor
La pelea contra Amalec requiere
también obediencia a la palabra del
Señor (1 S.
15:22-23). En la época de Saúl, se obedecía solamente a la Palabra de una
manera exterior. Hoy en
día, debemos obedecer a la unción
interior. Cuando desobedecemos a la unción interior, inmediatamente la
carne prevalece. Pero si obedecemos siempre a la
unción interior, oraremos juntamente con Cristo y cooperaremos con el Espíritu
que mora en nosotros. Esto permitirá vencer a la carne y aniquilarla. Esta es
la manera de combatir la carne.
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