Los edificadores de reinos continuarán congregando gran número de fieles,
pero jamás llegarán a ser el organismo que sea la «Compañía de Josué»,
que está señalada como el ministerio del fin de los tiempos,
la que nos llevará al camino para entrar en la tierra prometida.
¿Estamos dispuestos a pagar el precio?
Capítulo Dos
LA EDIFICACIÓN DE «un reino»
Versus
LA EDIFICACIÓN DEL REINO
El principal denominador común para el fracaso de
los órdenes, tanto político como eclesiástico, es el mismo. Los hombres están edificando «un reino,» en lugar
de edificar EL REINO. Dios le ha prometido
a Su pueblo «todas las cosas» espirituales, materiales y temporales,
pero sólo a Él debe dársele toda la gloria. El poder de Satanás
fue quebrantado en el Calvario, y el poder de Satanás también puede ser quebrantado completamente en nuestra vida.
Los
edificadores de reinos
continuarán congregando gran número de fieles, pero jamás llegarán a ser el
organismo que sea la «Compañía de Josué» que está
señalada como el ministerio del fin de los tiempos, la que nos llevará al camino para entrar en la tierra prometida.
¿Estamos dispuestos a pagar el precio?
A menos
que recibamos una nueva visitación de una Fe que mueva montañas; de una humildad que nos haga luchar por el lugar más bajo, en lugar de hacerlo por el más
elevado, y de un «amor sin fingimiento» que realmente «prefiera los unos a los
otros,» seguiremos
apartándonos de la unción divina y del llamamiento que -quizás
- vinieron a nosotros hace años. ¿Estamos también nosotros edificando
un reino o, en realidad, muchos reinos? La edificación de reinos
parece ser la maldición número uno de la Iglesia.
Esto no es algo difícil de comprender, porque la naturaleza humana
es hoy día la misma que fue en los días de Sodoma, cuando «La Soberbia de la Vida»
fue uno de los tres pecados por los cuales Dios
tuvo que pronunciar el juicio, con el fin de poner de manifiesto la
pureza.
La
edificación de un reino, en lugar de edificar El Reino, es una extraña tentación que casi ha
destruido la verdadera confraternidad en el Espíritu Santo. La soberbia de la vida - la destructora de la verdadera
humildad - es algo terrible. Ella asoma continuamente su
horrible cabeza, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento.
La iglesia primitiva estaba asediada por este mismo defecto antes de que
estuviera llena con el Espíritu Santo, y fuera quebrantada
completamente por la Roca, para ser llevada así al abandono total
de todos los derechos. Pedro, Santiago y Juan también lucharon
y contendieron en cuanto a cuál de ellos sería el hombre más
alto en el pilar totémico.
Tan claro como lo fue en aquel tiempo, y como lo es
hoy, así de claro es hoy día que son pocos los que contienden
por el lugar más bajo, por el camino bajo - el camino de los
«quebrantados y contritos.» Sin embargo, ellos tenían la excusa de
que no habían sido llenos por el Espíritu. Creo que nuestra
experiencia en el Espíritu Santo, incluyéndome a mí, está con más
frecuencia en él tenía que en
él tiene.
Lo que está ocurriendo podría
llamarse mejor el Culto a la Personalidad.
Esta situación también tiene en sí algunas peculiaridades insidiosas,
porque muchos sienten que
no ocupan un sitio de auto-exultación
por encima de los demás, donde se elogie al hombre y se les ponga ante el público como si ellos
fueran los así llamados «grandes»
o «admirables» del pueblo de Dios, y todo esto, con la exclusión de los
«pequeños y preciosos» en el pueblo de Dios. El rápido
incremento del Culto a la Personalidad debe afligir ciertamente
el corazón del Maestro. La Palabra nos dice que nosotros sólo somos pecadores
salvados por la gracia, y que toda nuestra justicia
es como trapo de inmundicia. Creo
que esto aflige el corazón
de Dios, y que el juicio caerá pronto sobre aquellos que sigan practicando o contribuyendo
de algún modo a este terrible «Culto.» No
corresponde al plan de Dios la focalización en cualquier individuo
u organismo, sin que haya una centralización en El. «Y yo,
si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo.»
Parece que nos empeñamos cada vez
más en buscar el favor de alguien o de algo, con el fin de
conseguir la aceptación. El comprometer nuestras convicciones
no tiene cabida en la ministración de «este evangelio del reino.»
El Señor afirmó: «No he venido para traer paz, sino espada.»
Siempre habrá paz entre los hermanos «andando en el Espíritu.» Sin
embargo, según las Escrituras, cuando una parte de la familia de
fe se abstiene de lo mejor de Dios, habrá una división.
La mayor parte de la gente es introvertida por
naturaleza, pero muchos se convierten en conspicuos extrovertidos en
Dios. Hacer callar a estos
ministerios individuales y tratar de que se sometan a un molde proveniente del
centro general de operaciones, no es de acuerdo con las
Escrituras.
Creo que nuestros ministerios individuales pueden
dar la impresión de apartarse los unos de los otros, como los
radios de una rueda. Si todos estamos anclados en el cubo de la rueda del amor, no habrá confusión,
aunque así pueda parecerle al extraño; e, incluso, a nosotros mismos nos
parece, a veces, que todo es confusión y desesperanza.
«Entonces Jesús
dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y
sígame. Porque cualquiera que
quisiere salvar su vida, la perderá, y cualquiera que perdiere su vida por causa de mí, la hallará.»
Quizás, aquí esté nuestra mayor falla como individuos y como cuerpos
colectivos.
¿Estamos
tomando verdaderamente esta cruz, y lo estamos siguiendo a El sin temor ni favor? ¿Estamos dispuestos a perder nuestras vidas por El, o estamos listos a acomodar nuestras convicciones
para conseguir el aplauso de los hombres, con el fin de aumentar nuestro crecimiento numérico, o
para lograr el favor de los
grupos o de las denominaciones? Si vamos a aceptar esta premisa
del compromiso y no estamos dispuestos a perder nuestra vida,
nuestra reputación nuestra confraternidad, nuestro organismo
u organización, sino que tratamos de salvarlos, los perderemos con
seguridad.
Podemos tomar la decisión de
entrar en la tierra prometida y de luchar contra los gigantes, o tomar el
camino fácil de la carne y andar errantes por el desierto.
Por cualquier camino podemos crecer numéricamente, pero sólo hay un camino
perfecto de Dios, en tanto que lo otro representa la voluntad
permisiva de Dios.
A causa
de la premisa de la congregación de los hombres, (1) prescindiendo de la
denominación, y porque las personas que entran en estas reuniones están (2)
desesperados por Dios, y porque (3) Dios honra Su Palabra dondequiera que ella se predica, nos parece con frecuencia que tenemos
un maravilloso movimiento del Espíritu, a despecho del egocentrismo del hombre y de la variada delincuencia espiritual. Pero, debemos dejar de creer que por el crecimiento numérico y
por las bendiciones en las reuniones o de las actividades, estamos
automáticamente en el centro de la perfecta voluntad de Dios.
Él quiere que no nos solacemos en las estadísticas
numéricas, porque ellas no son la calificación del éxito espiritual.
No debemos medir nuestros logros por las estadísticas o
permitir que éstas sean el termómetro para ver si nos estamos moviendo
en lo mejor de Dios. El rápido crecimiento de las actividades
ha traído la «prosperidad numérica,» pero también ha traído
la «muerte espiritual.»
Con tan
escaso tiempo y con una mancomunidad tan grande de fuerzas como las que hay en el Gran Ejército
de Dios, sería una tragedia si se
pretendiera encerrar a todo el mundo en un corral, centralizando el control en
cualquier cuartel general específico. Aun
entonces, la mayor parte de las decisiones deberían ser tomadas
por empleados contratados. No, hermanos, en tanto que confiemos en Dios para que los hombres
tengan sabiduría, también debemos
quitar los muros, y darle a todo el mundo una licencia franca para que ellos se
muevan como el Espíritu los guíe.
Incluso si esto da lugar a posibles excesos o
desviaciones, me siento contento de moverme en libertad como el Espíritu
guía, previniendo de que esta libertad no se emplee como
licencia o como excusa, sino que quiero responder solamente a
Dios y a la palabra ungida (cuando ella es ungida) en nuestros
hermanos, con sumisión y humildad, que es el
único camino para reclutar las personas necesarias para «trastornar el mundo»
rápidamente y ahora.
Pablo tiene una respuesta para nosotros cuando
repite: «Todavía, hermanos, os ruego por el nombre del Señor
nuestro, Jesús, el Cristo, que habléis
todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros disensiones, antes seáis
perfectos, unidos en un mismo entendimiento
y en un mismo parecer. Porque me ha sido declarado de vosotros, hermanos míos, por los que son de Cloe,
que hay entre vosotros
contiendas; quiero decir que cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo; pues yo de Apolos; y yo de
Cefas; y yo del Cristo. ¿Está
dividido el Cristo? ¿Fue crucificado Pablo por vosotros? ¿O habéis sido bautizados en el nombre de
Pablo?» Pablo
no pide que todos o que todo esté centralizado en él mismo, ni niega el llamamiento y el
liderazgo divinos de Apolos o de Cefas. Esencialmente, él quiere que el pueblo siga
a Dios, según los dictados
de la propia y divina guía de ellos, pero con «amor, sin fingimiento» para todos, porque «Cristo
no está dividido.»
Mucha gente pregunta sobre la confusión y sobre la
falta de amor y de confianza que existe, incluso, en nuestros
círculos de pentecostés. ¿Por qué hay tal confusión? ¿Cómo es posible que el enemigo se introduzca en la
escena y la domine de tal manera con el «culto a la personalidad» y con «la
edificación de reinos» en tantos
casos? Señor, ayuda a descubrir en esta disertación
algunos de los encubiertos «porqués».
Todos nosotros, los que fuimos verdaderamente
bautizados en el «Espíritu Santo y
en Fuego» podemos mirar retrospectivamente a los
primeros días (que eran considerablemente mejores) de esta dimensión,
anhelando la humildad y la
sencillez sin paralelo que estaban desprovistas del ambicioso complejo del «culto a la personalidad» y del “espíritu de la edificación
de reinos” que ahora prevalecen. Algunos serán lo suficientemente
honestos para admitir
que nosotros, como un todo, hemos perdido esa cualidad fundamental.
Bien sea que seamos ricos o pobres, educados o no, creo
que una de las grandes evidencias para el escéptico, sea que esta experiencia
no descansa ni en la sabiduría ni en el poder humanos, sino
que - por el contrario - descansa en el poder divino.
Pablo, un hombre de
gran inteligencia y educación, y que antes había disfrutado de un
lugar destacado en el sistema religioso de su época, dijo: «Dios no ha escogido al sabio y al poderoso,
humanamente hablando, sino que Dios ha escogido a los simples
del mundo, para avergonzar al poderoso, y Dios ha escogido a los humildes,
y a los desechables y a los don nadie con el fin de aniquilar lo
que tiene algún valor, para que toda la humanidad pueda ser humilde en la
presencia de Dios» (1ª Corintios 1:25,
según la traducción de Berkeley). Esto fue porque Pablo había dejado a un lado sus dotes naturales,
con el fin de preferir la «unción
que pudre el yugo» para que él pudiera conseguir la
sencillez que aborrece el espíritu de la «edificación de reinos.» ¿Como hizo la iglesia
primitiva para hacerse famosa con la frase «Mirad, como se aman los unos a los otros» ¿Cómo pudieron ellos
«trastornar el mundo»? Creo que fue porque casi todos los de la iglesia primitiva, como Pablo conocían la realidad de la vida crucificada, del caminar en el
Espíritu, exento de la «edificación de reinos» y del «culto a la
personalidad,» dejando lugar así solamente para Él.
www.campamento42.blogspot.com
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