...En
mi interior brotó una profunda convicción: no
me atrevía a hacer nada.
Sólo podía decir: “Señor,
no debo iniciar nada. Todo
mi ser necesita que Tú lo laves, no que yo esté activo. Señor,
sólo aplico Tu sangre. Señor, toma Tú la iniciativa.
Si no
haces nada, yo tampoco haré nada”.
Fui capturado por la visión celestial. Había
visto que todo mi ser era completamente pecaminoso, que no
debía inventar nada
ni iniciar nada,
que todo lo que procedía de mí era corrupto a los ojos de Dios, que
aun mis lágrimas de arrepentimiento debían ser lavadas por la
sangre, y que en mi arrepentimiento se encontraba un elemento del ego
que hacía de mi arrepentimiento algo impuro.
Por
tanto, tenía que arrepentirme de ese arrepentimiento...
ESTUDIO-VIDA DE GÉNESIS
MENSAJE VEINTITRÉS
CAÍN Y ABEL
I. CAÍN
B.
Adoró a Dios según su propio concepto,
cuyo origen era
Satanás
¿Qué
había de malo en Caín? Desde el punto de vista humano, él no
estaba equivocado inicialmente. Cuando yo era un joven
cristiano, actuaba como abogado de Caín, buscando argumentos para
defenderlo en la Corte Celestial. Pensaba que no había nada malo en
él. Caín fue el primero en
presentar una ofrenda a Dios, mientras que Abel fue segundo.
El quizás aprendió eso de Caín. Yo
pensaba que presentar una ofrenda a Dios como lo hizo Caín no estaba
mal, pues no era como las apuestas, la mentira o el homicidio. Por
tanto, estaba en desacuerdo con Dios, y le decía: “Dios, no fuiste
justo con Caín. Tu injusticia lo incitó a matar a su hermano. Si
hubieras sido justo en ese asunto, Caín probablemente habría amado
mucho a su hermano”.
Hablé
como un abogado ignorante, como un muchacho torpe en una corte. No
obstante, Dios fue bondadoso para con Caín, pues no ejecutó Su
juicio sobre él. Dios también fue misericordioso para conmigo, pues
no me mató. Finalmente, con
el transcurso de los años, entendí la razón por la cual Dios no
aceptó ni miró a Caín ni a su ofrenda.
Permítanme
explicarles la razón. Caín y
Abel nacieron de padres caídos. Adán y Eva no estaban solamente mal
con Dios, sino que se les
había inyectado la naturaleza maligna de Satanás.
La naturaleza de Satanás había entrado en la naturaleza de ellos,
en su mente y en sus conceptos. Adán y Eva se dieron cuenta
de su condición y reconocieron que estaban equivocados delante de
Dios. De hecho, también se habían llenado del elemento maligno de
Satanás. Se dieron cuenta de que Dios era misericordioso y que
habían hallado gracia ante Él, pues les prometió la salvación y
les proporcionó túnicas de pieles para cubrir su desnudez, lo cual
representaba a Cristo como la verdadera justicia que había de venir.
Como mencionamos en el mensaje anterior, Adán y Eva comunicaron eso
a sus hijos y les declararon el camino de la obra salvadora de Dios.
Por tanto, Caín y Abel no
nacieron de padres puros; eran descendientes de padres contaminados,
corruptos y arruinados.
Consideremos
un vaso de agua pura y otro de agua contaminada. Si usted me ofrece
el agua pura, yo se lo agradecería mucho, y la bebería para
satisfacer mi sed. Pero si me ofrece el vaso de agua contaminada, eso
me molestaría. A pesar de tener sed, rechazaría la propuesta de
beber el agua contaminada. Si usted entiende este ejemplo, se dará
cuenta de que Dios no fue injusto al rechazar lo que le ofrecía
Caín. Queda claro que Dios no
puede aceptar el agua contaminada, es decir, una ofrenda
contaminada. Caín nació
de padres contaminados y era impuro y contaminado por nacimiento. Al
contrario, Dios es santo, justo y puro. Caín y Abel no sólo eran
corruptos y pecadores, sino que dentro de ellos se encontraba el
enemigo de Dios. Puesto que Satanás, el enemigo de Dios,
vivía y actuaba en ellos y los motivaba a hacer cosas, todo
lo que hacían por sí
mismos constituía una
acción del enemigo de Dios. Si
usted fuese Dios y supiese que dentro de Caín estaba el diablo, su
enemigo, ¿aceptaría usted su adoración? Esta
adoración es un insulto para Dios.
Aparentemente
no vemos al diablo en Génesis 4; vemos a Caín matando y mintiendo.
Sin embargo, en Juan 8:44 el Señor Jesús dijo que fue el diablo el
que mató y mintió. A los ojos de Dios, no fue solamente
Caín, sino el diablo. Además, en 1 Juan 3:12 se afirma que Caín
era “del maligno”. La palabra griega traducida “del”
significa “proveniente de”. Por consiguiente, Caín provenía del
maligno, del diablo. La fuente
de Caín era Satanás. Estos dos versículos nos muestran clara y
concluyentemente que Caín y el diablo, el
diablo y Caín, eran uno.
Quizás
usted se pregunte ¿cómo
puede el diablo motivar a la gente a adorar a Dios? Considere
el caso de Pedro en Mateo 16:21-23. Después de recibir la
visión celestial acerca de Cristo, él fue incitado por Satanás a
decirle al Señor Jesús, quien acababa de hablar de que padecería e
iría a la muerte: “¡Dios tenga compasión de Ti, Señor!” El
Señor se volvió y le dijo a Pedro: “¡Quítate de delante de Mí,
Satanás”. Observe que el
Señor no dijo: “¡Quítate de delante de Mí, Pedro!” Así que
el que acababa de recibir una revelación del Padre se convirtió en
Satanás. No se hizo
Satanás por algo maligno, sino mostrándose interesado en el
Señor.
Cuando
nos exhortan a adorar a Dios, o cuando nos acercamos al Señor, y
procuramos tener comunión con Él, constantemente Satanás, el
insidioso, nos incita a no hacerlo, y nos propone un camino que
difiera de la revelación de Dios, en su intento de alejarnos de la
economía de Dios. Mientras
Satanás nos aparte del camino de Dios y nos impida cumplir el
propósito de Dios, nos motivará incluso a hacer cosas para Dios.
Esta fue la manera en que obró en Caín.
Debemos
tener cuidado, pues nos puede suceder lo mismo. Debemos
comprender que no se trata
de obrar sino
de ser. La
cuestión no es si adoramos a Dios o no, sino si somos uno con el
diablo en lo que hagamos. Aun cuando usted ame a los demás,
siendo uno con el diablo, esta clase de amor es un insulto para Dios,
porque Satanás, el enemigo de Dios, está activo en tal acción. Así
que, Caín presentó la
ofrenda, pero el diablo
fue el que lo motivó,
el que inició
su adoración. Supongamos
que usted tiene un enemigo que se niega a reconciliarse con usted,
pero que manda a alguien a que lo adore a usted. ¿No consideraría
usted esa adoración como un insulto? Ahora podemos ver lo que estaba
errado en Caín.
Caín
ofreció a Dios el fruto de su propia labor (Gn. 4:3). El
trajo del fruto de la tierra sin
derramar sangre. Esto
significa que había
rechazado el camino redentor de Dios,
que había oído de sus padres. El camino redentor de Dios,
según había sido revelado a los padres de Caín, consistía en un
sacrificio en el cual la sangre fuese derramada, pues sin
derramamiento de sangre no hay remisión de pecados (He. 9:22). A
los ojos de Dios el hombre había caído, estaba arruinado, era
pecaminoso y estaba contaminado. Necesitaba el derramamiento de la
sangre para la remisión de los pecados. Aunque los padres de Caín
ciertamente le hablaron del camino redentor de Dios, él lo rechazó
y lo hizo a un lado. A Caín
no le interesó el camino de Dios, e inventó
su propio camino según su propio concepto.
¿Qué
es un concepto? Los
conceptos humanos provienen
del Árbol del Conocimiento.
Al tomar Caín el camino del Árbol del Conocimiento, abrió su ser
al diablo. Cuando hizo esto, quedó completamente atrapado por el
maligno. Fue Caín quien inventó la
religión. Usted
argumentará: “Caín inventó la religión para adorar a Dios. El
no inventó los casinos de apuestas”. Pero Dios
no se interesa en lo que usted inventa;
El se interesa en el
origen. Las
invenciones del hombre no se originan
en Dios y no se conforman al espíritu
del hombre, sino a su mente. Si
su invención se
inicia
en usted, en su
mente, esa invención, por muy buena que sea, tiene su origen
en Satanás, pues Satanás, el insidioso, se halla en su
mente. Cuando Caín diseñó su
propia manera de adorar
a Dios, él fue absolutamente uno con Satanás. El estaba
lleno y saturado del diablo. Por consiguiente, el Señor Jesús en
Juan 8:44 aludió a él cuando habló de Satanás. ¿Cómo se atrevió
este hombre a presentar una ofrenda a Dios sin derramar sangre?
Ahora
podemos entender la razón por la cual Dios no aceptó la ofrenda de
Caín. Aunque Caín debió darse
cuenta de que Dios deseaba un sacrificio con derramamiento de sangre,
no lo hizo. El adoró a Dios según
su propio concepto, sin
derramamiento de sangre, y sin las pieles del sacrificio, con las
cuales se podía cubrir. Esto significa que él rechazó el
camino de Dios, que consistía en tomar a Cristo como la justicia de
Dios para cubrirse, según
lo revelan Filipenses 3:9 y 1 Corintios 1:30. El, al igual que los
judíos religiosos, buscó
establecer su propia
justicia, haciendo a un
lado la justicia de Dios, y negándose a someterse a ella como
lo revela Romanos 10:3. Por tanto,
su ofrenda constituía un insulto para Dios; era una abominación a
Sus ojos, y Él la rechazó.
C. Siguió su propio camino (el camino de Caín)
Judas
11 habla de aquellos que “han seguido el camino de Caín”. ¿Cuál
es el camino de Caín? Es
hacer el bien para complacer a Dios y adorarlo, en arrogancia, con
esfuerzos humanos y conforme a la propia invención del hombre
motivado por el diablo. El
camino de Caín consiste en adorar
a Dios religiosamente sin Cristo. Desde
el punto de vista humano, el camino de Caín no es malo, pues la
religión es la mejor
invención de la cultura humana. De hecho, la Biblia enseña
que la religión fue la primera y la más destacada de las
invenciones de la cultura humana. No obstante, debemos hacernos la
siguiente pregunta: ¿Quién
inventó la religión? No fue Caín, sino Satanás, quien motivaba
interiormente a Caín. Satanás usurpó la primera generación
humana al inducirla a que tomara del Árbol del Conocimiento.
Sin embargo, Dios intervino para rescatar al hombre y recobrarlo por
Su camino redentor. Aunque, en cierto sentido, tanto Adán como Eva
estaban perdidos, Dios intervino y los volvió a Sí mismo, abriendo
Su camino redentor, el camino del derramamiento de sangre. Fue así
como Dios llevó a cabo la obra de rescatar, de salvar. Vimos que
Adán y Eva comunicaron este camino a sus hijos y que Caín, su
primogénito, lo rechazó, siguió su propio camino, y se unió con
el diablo. Ese rechazo, es
decir, el seguir su
propio camino, equivalía
a rechazar a Dios y seguir a Satanás. Este es el camino maligno de
Caín.
Dios
nos reveló plenamente Su camino. Por mucho que hayan predicado Adán
y Eva a sus hijos, no tenían la Biblia como la tenemos nosotros.
Tenemos la Biblia, la cual se compone de sesenta y seis libros que
nos relatan claramente el
camino de la salvación, el camino de la vida, el camino del
derramamiento de sangre y el camino de Cristo. Tenemos el
camino. No obstante, muchas personas han oído hablar de ese camino,
o sea que han oído la
predicación del evangelio, pero se han apartado de él y han seguido
su propio camino, tratando de adorar
a Dios según sus
propios conceptos
y procurando hacer el bien para complacer a Dios según
su propio deseo.
Mucha gente sigue el camino de Caín, el cual no consiste en apostar
en las casas de juego, sino en fabricar una religión humana, una
manera de adorar a Dios, que no concuerda con la revelación divina,
sino con la invención
del hombre.
Aparentemente eso es bueno, pero en realidad es horrible, pues al
inventar la religión,
la segunda generación humana fue completamente capturada por
Satanás. Satanás se apropió de la primera generación
humana induciendo al hombre a comer del Árbol del Conocimiento,
y capturó la segunda generación apartando al hombre del camino de
Dios e induciéndolo a seguir las invenciones humanas.
El camino
de Dios está en
contraste con el bien
y el mal. Muchas
personas piensan que mientras no hagan nada malo, andan bien. Sin
embargo, en tanto que usted se encuentre fuera del camino de Dios, no
interesa si está en el lado del bien o en el del mal. A Dios
no le interesa que usted esté en el lado bueno o en el malo; El
sólo se preocupa por el hecho de que usted se halle en Su camino
redentor. Tal vez
usted piense que es superior y que su camino es mejor que el de Dios.
Muchos religiosos, que han inventado su propia religión, se
consideran superiores a los que siguen el camino de salvación de
Dios. Tal vez sean
más grandes que nosotros, pero nosotros estamos en el camino de
Dios. El camino de
Caín no es el camino del mal declarado, sino el camino del bien.
No obstante, distrae al hombre y lo aparta de Dios. Satanás
está tanto en el lado del bien como en el del mal. Recuerde
que el Árbol de la Vida posee un solo factor: la
vida. Pero el
árbol del conocimiento tiene dos factores: el
bien y el mal. Por
tanto, mientras usted esté fuera del camino de Dios se encontrará
en el camino de Satanás, independientemente
de si hace el bien o el mal.
Quisiera
dirigirme a los no salvos que leen este mensaje. Ustedes necesitan el
camino redentor de Dios. No interesa cuánto bien hayan hecho o
puedan hacer, deben entender que nacieron pecadores, que la
naturaleza diabólica está en su carne, y que el elemento satánico
se encuentra en su mente. Necesitan, entonces, el derramamiento de la
sangre de Jesús, porque sin ella no hay remisión de pecados.
¡Agradecemos
a Dios porque el Señor Jesús derramó Su sangre! Con ella tenemos
la remisión de nuestros pecados. Mi
esposa puede testificar que casi siempre que oramos juntos la primera
palabra que digo es: “Señor, acudimos a Ti por Tu sangre. Señor,
límpianos con Tu sangre. ¡Cuánto necesitamos que Tu sangre nos
cubra!” Cuando nos encontramos en la vieja creación,
todavía tenemos un elemento sucio y corrupto dentro de nosotros. Por
consiguiente, necesitamos ser lavados por la sangre de Jesús.
Frecuentemente he dicho al Señor en mis oraciones: “Señor,
debemos pasar por el altar. Necesitamos que Tú seas nuestra ofrenda.
Señor, te tomamos a Ti como nuestro sacrificio por el pecado y Te
ofrecemos la grosura”. Caín erró el blanco. El rechazó el camino
del derramamiento de la sangre y tomó el camino de Satanás.
Cuando
el apóstol Pablo estaba en la religión judía, aventajaba a muchos
de sus contemporáneos (Gá. 1:14). No obstante, en aquel tiempo él
no consiguió la justicia de Dios. En Filipenses 3:9 él presentó
una palabra profunda y excelente: “Y ser hallado en El, no
teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la
que es por medio de la fe en Cristo, la justicia procedente de Dios
basada en la fe”. Pablo no quería ser hallado en sí mismo,
con su propia justicia; él quería ser hallado en Cristo, con
la justicia que es de Dios. Nosotros, igual que Pablo, debemos ser
hallados en Cristo. El hecho de que Él sea nuestra justicia se
expresa en las palabras de un himno muy conocido: “El Cristo de
Dios es mi justicia, mi hermosura, mi vestido glorioso”. Cristo,
como la justicia de Dios, es nuestro vestido bajo el cual
permanecemos. Dios nos ha puesto en Cristo y lo ha hecho nuestra
justicia (1 Co. 1:30). Permanecemos bajo Su cubierta. Somos uno con
Él. Nuestra justicia es Él
mismo, Su misma persona, y no uno de Sus atributos.
En
Romanos 10:3 Pablo habló de los judíos incrédulos: “Porque
ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la
suya propia, no se han sujetado a la justicia de Dios”.
Esos judíos eran verdaderos seguidores de Caín. Caín
fue el precursor de ellos, pues mostró el ejemplo de intentar
establecer su propia
justicia y de no someterse al camino de Dios,
que consiste en tomar
a Cristo como su justicia.
De nuevo afirmo que éste es el camino de Caín. Cada
vez que nosotros, estando fuera de Cristo, intentamos hacer el bien
para complacer a Dios, a los ojos de Él seguimos los pasos de Caín.
No haga eso jamás. Según la revelación dada por Dios, debemos
darnos cuenta de que adorar
a Dios según nuestro parecer es un insulto para Él.
II. ABEL
B.
Adoró a Dios conforme
a la revelación de Dios
(No
INVENTAR ni INICIAR nada)
Abel
no presentó su sacrificio según sus conceptos, sus ideas o
sus preferencias, sino conforme al camino de salvación de Dios.
El adoró a Dios conforme a la revelación divina (He. 11:4).
Al contrario de Caín, Abel presentó los primogénitos de su rebaño,
que se componía probablemente de corderos. La Biblia dice que él
“trajo también de los primogénitos de sus ovejas, de lo más
gordo de ellas” (Gn. 4:4). Cuando
ofrecía la grosura, el animal era sacrificado y la sangre derramada,
pues sin muerte era imposible presentar la grosura a Dios. Abel
estaba consciente de que necesitaba una ofrenda con derramamiento de
sangre. El sabía que había nacido de padres caídos y que era
maligno, pecador y estaba contaminado a los ojos de Dios. Por
tanto, ofreció algunos primogénitos de sus ovejas, derramando la
sangre por su redención y quemando la grosura para satisfacer a
Dios. ¿Quién le dijo que ofreciera los primogénitos de las ovejas?
Indudablemente el obró conforme a las instrucciones de sus padres.
Lo que Abel hizo correspondía exactamente a los requisitos de la Ley
Mosaica que sería dada más tarde. Esto demuestra que su
manera de adorar a Dios concordaba
con la revelación divina,
y no con su concepto.
Todo
lo que nosotros, los seres
caídos, pensamos, es pecaminoso. Aun cuando tengamos los
mejores pensamientos, nuestra manera de pensar sigue siendo
pecaminosa. Además, todo lo que
vemos y decimos es pecaminoso. San
Agustín dijo que aun nuestras lágrimas de arrepentimiento necesitan
ser lavadas por la Sangre. Somos tan pecaminosos que hasta
necesitamos arrepentirnos por nuestro arrepentimiento. Somos la
corporificación del pecado. Por consiguiente, todo lo que
se origina en
nosotros,
en nuestros
pensamientos, en nuestras
palabras, en lo que oímos y sentimos, es algo pecaminoso.
Debemos quitarnos de en medio. En
realidad quitarnos de en medio significa quitar de en medio al
diablo, porque el diablo está en nuestro ego. Si nos
hacemos al margen, rechazaremos simultáneamente a Satanás de manera
absoluta. No diga: “Mi método es bueno. Mis pensamientos
son excelentes”. Por muy buenos que sean sus pensamientos,
Satanás está en ellos, y usted debe rechazarlos y tomar el
camino de Dios conforme a lo que Él revela.
La
ofrenda de Abel tipificaba a Cristo. Según Números 18:17, el
primogénito de una vaca o de una oveja, que tipificaba a Cristo, no
podía ser comido por los israelitas; tenía que ser ofrecido a Dios.
Por consiguiente, en
tipología, Abel ofreció Cristo a Dios. La ofrenda del
primogénito de una vaca o de una oveja presentaba dos factores: la
sangre, rociada sobre el altar para la redención, y la
grosura, quemada sobre el altar como ofrenda, como olor grato
a Yahweh, el cual le traía satisfacción. El Señor Jesucristo
tenía estos dos factores. El tenía la sangre que fue derramada por
nosotros, y la grosura que satisfacía el deseo de Dios. Abel
obedeció lo que sus padres le habían comunicado con respecto al
camino de salvación de Dios, y presentó esta ofrenda a Dios. Por
tanto, Abel tomó a Cristo
como su cubierta y
fue justificado por Dios (He. 11:4; Mt. 23:35).
Necesitamos la sangre de Cristo para ser limpios, y
necesitamos a Cristo mismo para cubrirnos a fin de
ser aceptos a Dios y satisfacerle.
Permítanme
compartir con ustedes algunas experiencias mías. Cuando era un joven
activo, pensaba
que podía y debía hacer muchas cosas para Dios.
Pensaba que era muy inteligente, muy capaz y con muchísima
iniciativa. En
consecuencia, soñaba con hacer muchas cosas
por Dios y por la iglesia. Al poco tiempo, la
luz celestial vino y resplandeció sobre mí. Aunque no vi mucho al
principio, la luz siguió resplandeciendo día y noche, aun cuando yo
dormía. Gradualmente recibí iluminación hasta el punto de
inclinarme delante del Señor y decirle: “Señor, no me atrevo a
mirarme ni a imaginar cómo soy. Todo lo que soy es una vergüenza.
Cada parte de mi ser es horrible”. Me veía realmente así. En
aquel tiempo, empecé a ver cuán valiosa es la sangre del Señor.
Oré: “Señor,
no tengo nada que decir; sólo lávame. Lávame con Tu sangre. Limpia
mis ojos, limpia mis pensamientos, limpia cada parte de mi ser.
Señor, limpia todo mi ser”.
Un día
hice una larga confesión al Señor que duró medio día. A pesar de
haber confesado cosas sin interrupción, sentí que mi confesión no
era completa. En mi interior brotó una profunda convicción: no
me atrevía a hacer nada.
Sólo podía decir: “Señor,
no debo iniciar nada. Todo
mi ser necesita que Tú lo laves, no que yo esté activo. Señor,
sólo aplico Tu sangre. Señor, toma Tú la iniciativa.
Si no
haces nada, yo tampoco haré nada”.
Fui capturado por la visión celestial. Había
visto que todo mi ser era completamente pecaminoso, que no
debía inventar nada
ni iniciar nada,
que todo lo que procedía de mí era corrupto a los ojos de Dios, que
aun mis lágrimas de arrepentimiento debían ser lavadas por la
sangre, y que en mi arrepentimiento se encontraba un elemento del ego
que hacía de mi arrepentimiento algo impuro. Por tanto, tenía que
arrepentirme de ese arrepentimiento. Esto
es lo que significa aplicar la sangre de Jesús y vestirnos de Cristo
como nuestra justicia, como nuestra cubierta.
He llegado a reconocer que necesito la sangre de Cristo. He entendido
que todo
lo que hago debe ser simplemente el vivir a Cristo como mi cubierta.
“Ya
no vivo yo, mas vive Cristo en mí”.
Este es el significado de ofrecer los primogénitos y la grosura al
Señor. Puedo testificar que nunca estuve tan contento como aquella
vez. Me embargaba la dulzura del Señor. Estaba en los cielos. Esta
fue la experiencia de Abel. Sé que muchos de los que leen este
mensaje han tenido esta clase de experiencia.
Lo
que hizo Abel corresponde exactamente al evangelio del Nuevo
Testamento, que nos exhorta a recibir el lavamiento de la sangre,
a negarnos a nosotros
mismos, a hacernos a un lado, y a tomar a Cristo como nuestra
cubierta. Debemos
confesar nuestros pecados y negarnos a nosotros mismos. Debemos
ofrecer a Cristo como los primogénitos de las ovejas de Dios y
presentar Su grosura como la dulzura que satisface a Dios,
olvidándonos de nosotros mismos,
rechazándonos a nosotros mismos, renunciando a nosotros mismos,
quitándonos de en medio y tomándolo a El como nuestra cubierta. Si
hacemos eso, no sólo viviremos
para Él, sino también
viviremos por Él. Cristo
no es solamente el sacrificio para
Dios, sino también el camino de
Dios, el camino de
redención y de vida. Hebreos
11:4 dice que por el sacrificio que ofreció en fe, el cual
tipificaba a Cristo, Abel obtuvo el testimonio de que era justo. Con
esa clase de fe él sigue hablando hoy en día.
Un día hice una larga confesión al Señor que duró medio día. A pesar de haber confesado cosas sin interrupción, sentí que mi confesión no era completa. En mi interior brotó una profunda convicción: no me atrevía a hacer nada. Sólo podía decir: “Señor, no debo iniciar nada. Todo mi ser necesita que Tú lo laves, no que yo esté activo. Señor, sólo aplico Tu sangre. Señor, toma Tú la iniciativa. Si no haces nada, yo tampoco haré nada”. Fui capturado por la visión celestial. Había visto que todo mi ser era completamente pecaminoso, que no debía inventar nada ni iniciar nada, que todo lo que procedía de mí era corrupto a los ojos de Dios, que aun mis lágrimas de arrepentimiento debían ser lavadas por la sangre, y que en mi arrepentimiento se encontraba un elemento del ego que hacía de mi arrepentimiento algo impuro. Por tanto, tenía que arrepentirme de ese arrepentimiento. Esto es lo que significa aplicar la sangre de Jesús y vestirnos de Cristo como nuestra justicia, como nuestra cubierta. He llegado a reconocer que necesito la sangre de Cristo. He entendido que todo lo que hago debe ser simplemente el vivir a Cristo como mi cubierta. “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”. Este es el significado de ofrecer los primogénitos y la grosura al Señor. Puedo testificar que nunca estuve tan contento como aquella vez. Me embargaba la dulzura del Señor. Estaba en los cielos. Esta fue la experiencia de Abel. Sé que muchos de los que leen este mensaje han tenido esta clase de experiencia.
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