ESTUDIO-VIDA DE GENESIS
Eliezer trae a Rebeca ante Isaac |
MENSAJE SESENTA
VIVIR EN
COMUNION CON DIOS:
EL MATRIMONIO DE ISAAC,
UNA VIDA PRACTICA EN UNIDAD CON
EL SEÑOR
(Ver completo en: http://www.librosdelministerio.org/books.cfm?id=1C09270A)
Abraham era un hombre que vivía en
unidad con Dios. Si vivo en unidad con cierto hermano día tras día, no será
necesario que él me diga muchas cosas. Yo sabré lo que le gusta y lo que no le
agrada, lo que le complace y lo que le ofende. Si lo amo y vivo en unidad con
él, todo lo que yo diga y haga dependerá de lo que a él le guste o no le guste. Lamento decir que muchos cristianos no viven en unidad con Dios.
Cuando surgen asuntos importantes, se arrodillan y oran: “Oh Señor, ¿cuál es Tu voluntad?” Y luego no siguen la voluntad de
Dios sino su propio concepto. No conocemos la voluntad de Dios al
orar de esta manera. Si queremos conocer la voluntad de Dios, debemos vivir en
unidad con Él. Si vivimos en unidad con Él, Él no necesitará decirnos lo que
desea, porque ya lo sabremos al ser uno con Él.
Aunque Abraham estaba desesperado por casar a
su hijo, no estaba dispuesto a aceptar a una cananea como esposa de Isaac. Si fuésemos Abraham, podríamos
haber seguido el camino fácil y decir: “Aquí
en la tierra de Canaán hay muchas muchachas. ¿Por qué no puedo escoger a una de
ellas como esposa para mi hijo? Puede haber una muy cerca”. Abraham no
pensaba así, y por consiguiente mandó lejos a su viejo mayordomo, al país de
donde él venía, a fin de encontrar esposa para Isaac. Dios no le dijo a
Abraham que hiciera eso, pero Abraham obró conforme a la voluntad interior y al
concepto de Dios. Como ya vimos, Abraham conocía la voluntad e intención de
Dios porque vivía en unidad con Él en la práctica.
Abraham
no era la única persona que habría de llevar esa vida. Todas las personas mencionadas en este capítulo vivían en un ambiente
de unidad con Dios. Abraham, el viejo mayordomo, Rebeca, Labán,
Betuel e Isaac vivían en unidad con Dios. Espero que todos los santos
que estamos en las iglesias veamos que necesitamos esta vida para cumplir el
propósito de Dios ahora. No debemos orar ni buscar la voluntad
de Dios; debemos vivir en unidad con Él. Cuando vivimos en unidad
con Dios, somos partícipes de Sus conceptos, y todo lo que pensemos y hagamos
concordará con Su sentir. Dios no necesitará decir nada, pues percibiremos lo
que Él piensa, y conoceremos Su sentir interior porque vivimos en unidad con Él.
...
(a) Obró conforme a
la economía de Dios
Considere el caso de Abraham, el primero a quien
Dios llamó. El fue el primero en ser llamado y, por ende, vemos en su caso el principio de la primera mención. Abraham
no actuó de manera tradicional ni religiosa, pues no ayunó ni oró tratando de
descubrir la voluntad de Dios. El no tuvo un sueño repentino, en el cual vio a
Rebeca en la tierra de Caldea esperando al siervo de Abraham. Según el versículo 40, Abraham caminó delante del Señor. Como persona
que anda en la presencia del Señor, no tuvo necesidad de ayunar ni de orar para
conocer la voluntad de Dios. Al caminar en la presencia del Señor, él hizo
todas las cosas conforme a la voluntad de Dios y a Su economía.
(b) Encomendó su
siervo al Señor
Abraham no exhortó a su siervo a ser fiel y
honesto, ni a hacer una buena labor, sino
que lo encomendó al Señor
(vs. 2-3, 9, 40-41). Aquí vemos
que el ámbito en el cual vivía
Abraham era el Señor mismo. Al encomendar su siervo al Señor, él lo
introdujo en lo profundo del Señor. Del mismo modo, no debemos exhortar a la gente con nuestra sabiduría, ni
siquiera con nuestro amor, sino con el Señor.
(c) Creyó en el
Señor soberano
Abraham creyó en el Señor soberano, y le dijo
a su siervo que el Señor enviaría Su ángel y que su camino sería próspero (v. 40). Abraham parecía
decir: “Dios enviará Su ángel delante de
ti. Aunque te mando con esta tarea, yo creo en Dios. En cierto sentido, no creo
que tú puedas cumplir esta obra, pero confío en el Dios vivo. No necesitas
sentir la carga ni preocuparte. Ve y haz el trabajo, pues mi Dios mandará Su
ángel a fin de hacer la obra por ti”. ¡Qué maravillosa vida tuvo Abraham! Si fuésemos Abraham, habríamos dicho: “Siervo mío, debes entender que he pasado
por muchas experiencias. Permíteme darte ahora un mapa y hablarte del pueblo y
de sus costumbres”. Abraham
no hizo eso. Sólo pidió a su mayordomo que sirviera al Señor, y le aseguró que
Dios mandaría Su ángel delante de él y que su camino prosperaría. Aquí vemos la
fe viva de Abraham.
(3) Rebeca
(a) Casta, amable y
diligente
En el versículo 16
vemos que Rebeca “era de aspecto muy
hermoso, virgen”. Rebeca era casta y pura. También era amable y diligente
(vs. 18-20). Cuando el siervo de Abraham le pidió de beber, ella inmediatamente
le dio agua. También sacó agua para sus camellos. A una muchacha le cuesta trabajo sacar agua del pozo y
verterla en la pila para diez camellos, pero ella lo hizo. Si las hermanas jóvenes quieren estar bajo la soberanía de Dios,
especialmente en cuanto a su matrimonio, deben ser amables
y diligentes. Toda mujer joven que sea desagradable y
descuidada debería quedarse soltera. Cuando la gente le pide a usted que le haga un favor, debe hacerle dos,
y el segundo debe superar el primero. Usted no debe dar solamente agua al
hombre, sino que también debe sacar agua para sus diez camellos. Si obra así,
estará calificada para conseguir su marido, su Isaac. Este consejo es
válido para todas las jóvenes solteras.
(b) Incondicional
Rebeca era incondicional (vs. 57-58,
61). Ella nunca había visto a Isaac, pero estuvo dispuesta a ir a él sin
vacilar. Ella
no le dijo a su madre: “Madre, nunca he
visto a Isaac. Quizás debería escribirle primero y luego pedirle que me visite.
Entonces yo podría decidir si me caso con él”. Rebeca no habló de esta
manera. Su hermano y su hermana dudaban y le pedían que se quedara por lo menos
otros diez días, pero ella dijo: “Iré”. Ella estaba absolutamente resuelta.Durante los últimos cuarenta años, he visto hermanas jóvenes que han tenido problemas mentales como resultado de pensar demasiado en el matrimonio. Algunas han pasado días, semanas, meses y años preguntándose si cierto hermano era el que Dios había preparado para ellas. Cuando esas hermanas se me acercaron a preguntarme, les dije, con tono de reproche: “Si usted piensa que él es el hermano indicado, cásese con él ciegamente. Pero si él no lo es, olvídese de él y no hable más del asunto. Cuanto más considera, más perturba a Dios, a sí misma y también a mí. ¿Cómo le podría contestar sí o no? Si contesto sí, usted me dirá que yo no conozco bien al muchacho. Si le digo que no, no quedará satisfecha porque ya está enamorada de él. No lo piense más. Cásese con él u olvídelo”. Les respondí así con mucha seriedad. Hermanas jóvenes, si ustedes desean casarse, deben aprender a ser amables, diligentes e incondicionales.
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