"En busca de Papá" – Charles Elliott Newbold, Jr.
Capítulo 12 – Un hombre en obediencia
“Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como
herencia; y salió sin saber a dónde iba.” (Heb. 11:8).
Nosotros, los hombres, hemos sido llamados a ser algo que nunca hemos sido, a recibir una
heredad que nunca hemos tenido. Como Abraham, somos empujados por Dios a obedecerle
por la fe: a juntar a nuestras familias y aventurarnos a esta tierra extraña de la promesa
espiritual—buscando esa ciudad que tiene fundamentos y cuyo constructor y creador es Dios.
No estamos solos. Dios está con nosotros, liberando Su poder sobre aquello que Él llama a
surgir dentro de nosotros. Y hay otros, multitudes de hombres que tienen hambre de tener el
poder del papá liberado en ellos. Nuestros caminos individuales convergen hacia un sendero
único llamado obediencia.
Jesús, al predicar a las multitudes, explicó la importancia de la obediencia, diciendo, “No todo el
que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi
Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos
en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos
milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad.”
(Mateo 7:2123).
Lo ilustró así: “Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un
hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. Descendió lluvia, y vinieron ríos, y
soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la
roca. Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre
insensato, que edificó su casa sobre la arena” (Mateo 7:2427).
Este mensaje es simple. Si construimos algo para Dios conforme a su anteproyecto—incluida la
familia—soportará las tormentas de la vida que están destinadas a golpear contra ella; de otro
modo, caerá. El papá edifica su casa sobre la roca de la obediencia a Dios.
Dios quiere un pueblo obediente:
Dios escogió inicialmente a Israel para ser Su familia y quiso que fueran un pueblo obediente.
Habló a Moisés y dijo: “He aquí yo pongo hoy delante de vosotros la bendición y la maldición:
la bendición, si oyereis los mandamientos de Jehová vuestro Dios, que yo os prescribo hoy, y la
maldición, si no oyereis los mandamientos de Jehová vuestro Dios, y os apartareis del camino
que yo os ordeno hoy, para ir en pos de dioses ajenos que no habéis conocido” (Deut. 11:2628).
Jesús dejó claro que la familia de Dios es un pueblo obediente. Alguien vino a Jesús un día y
Le dijo que Su madre y Sus hermanos querían hablar con ÉL. Jesús le respondió: “¿Quién es
mi madre, y quiénes son mis hermanos? Y extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: He
aquí mi madre y mis hermanos. Porque todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está
en los cielos, ése es mi hermano, y hermana, y madre.” (Mateo 12:4650).
Dios quiere papás obedientes:
Los hombres de obediencia están bajo la autoridad de Dios que los ha hecho las cabezas de
sus casas. Siempre que permanezcan bajo la autoridad de Dios, Dios extiende su cobertura
sobre esa familia. Aunque los hijos puedan estar viviendo en rebelión y sean responsables
personalmente delante de Dios por sus actos, no pueden influenciar el poder de la bendición de
la familia siempre que el papá haya permanecido en obediencia a Dios.
La vida nacional del viejo Israel ilustra este principio. Dios consideró a Israel y a Judá como
naciones justas siempre que sus reyes actuaban justamente.
Los reyes idólatras provocaron pobreza y el desagrado de Dios sobre su nación no importa lo
justa que fuera la gente. Y a la inversa, los reyes justos que honraron a Dios y regresaron a la
prescrita adoración del Señor, trajeron prosperidad y el favor de Dios sobre su nación, no
importa lo maligno que pudiera ser el pueblo.
El bienestar de los pueblos a lo largo de la historia tiene más que ver con la obediencia de sus
cabezas de estado que con los ciudadanos del estado. Como vayan las cabezas políticas de
las naciones, así mismo irán esas naciones.
Del mismo modo, Dios honra a la familia cuyo papá honra y obedece a Dios, que lleva a su
familia como Dios quiso.
Obediencia por amor:
Obedecemos a Dios porque Le amamos. Jesús dijo, “Si Me amáis, guardad Mis
mandamientos.” (Juan 14:15).
Cuánto más lleguemos a conocer a Dios en Cristo, más llegaremos a amarle. Tenemos que
conocer a Dios por nosotros mismos. Saber que Dios tiene más que ver con estar en una
relación personal con Él; amarle con todo el corazón, alma, mente y fuerzas. Amarle lo
suficiente como para presentar hasta nuestros cuerpos a Él como sacrificio vivo (Rom. 12:1).
Cuánto más lleguemos a conocerle, más podremos confiar en Él y obedecerle. El viejo himno
sigue siendo cierto: “Confía y obedece, porque no hay otra forma de ser feliz en Jesús que
confiar y obedecer.” El amor, la confianza y la obediencia funcionan juntos.
La obediencia es un sacrificio:
Dios casi siempre requiere algo de nosotros que va en contra de nuestro viejo hombre de
naturaleza de pecado, de carne. La obediencia al Espíritu de Dios clava nuestra carne a la
cruz. Gálatas 5:17 dice: “Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es
contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis.”
La obediencia hace guerra contra nuestro sentido de importancia personal, nuestra ambición de poder, posición y posesiones. Yo digo “Yo”. La obediencia dice “Él”. Yo digo “Yo quiero”. La obediencia dice todo el tiempo, “Entrégate”.
La obediencia es el acto de rendirnos al señorío de Jesucristo. Tenemos que estar dispuestos a
sufrir pérdida si es que vamos a aprender la obediencia a Dios. Incluso Jesús tuvo que
aprender la obediencia de la forma dura. “Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la
obediencia.” (Heb. 5:8). Cualquier cosa que nos impida ir por medio de la cruz hasta la vida de resurrección, es enemiga de la cruz.
Jesús es nuestro ejemplo de obediencia hasta la muerte. Él también nos provee con el poder
de la gracia para estar dispuestos y ser capaces de hacer tales sacrificios del yo. Él dijo,
“Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y
hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga.” (Mateo
11:29-30).
Lo que parece imposible para nosotros, se hace posible cuando saltamos en fe y obediencia.
Obedecemos la Palabra:
La obediencia a Dios tiene que ver con vivir por la palabra de Dios. Tiene que ver con tomar
a Dios por Su palabra—creyendo que Dios dijo lo que quiso decir y que quiso decir lo
que dijo.
Hay muchos principios en la palabra de Dios que tenemos que obedecer simplemente porque
Él lo dijo así. Éstos son unos pocos puntos definidos de obediencia en la palabra de Dios.
Cuando tratamos de la familia de forma específica, las esposas han de someterse a sus
maridos como al Señor. Los maridos han de amar a sus esposas como Cristo amó también a
Su Asamblea de los llamados fuera y Se entregó a Sí mismo por ella (Efesios 5:2225).
Los maridos han de vivir con sus esposas conforme al conocimiento y entendimiento, honrándolas
(1ª Ped. 3:7). Los niños han de obedecer a sus padres en el Señor; han de honrar a sus padres
y madres; y los padres no han de provocar a sus hijos a ira, sino criarlos en la disciplina y
amonestación del Señor (Efesios 6:14).
El papá busca obedecer la palabra de Dios en todas las cosas.
Obedecemos al Espíritu:
Romanos 8:14 nos dice que los hijos de Dios son los que son guiados por el Espíritu de Dios.
La palabra de Dios nos da principios generales para tener dirección. Pero a veces necesitamos
una palabra más específica de Dios. Para esta palabra específica, oramos. Escuchamos la silenciosa voz en nuestros espíritus. Esperamos a tener el testimonio y el acuerdo en la palabra y en los
demás. Probamos los motivos de nuestros corazones. Sondeamos nuestras conciencias.
Y después, actuamos en fe. Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el
cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada. (Santiago 1:5). Nos levantamos
por la mañana, entregamos nuestras vidas a Su voluntad, Le pedimos que se encargue de
nuestro día, y confiamos en que lo haga así. Tenemos un deseo profundo de obedecer a Dios
en cada aspecto de nuestras vidas.
Confiamos que “Por Jehová son ordenados los pasos del hombre, Y él aprueba su camino.”
(Salmos 37:24). Descansamos en la confianza de que Dios no nos dejará equivocarnos incluso si nos equivocamos, porque “sabemos que todas las cosas ayudan a bien a los que aman al Señor, a los que son llamados conforme a Su propósito.” (Rom. 8:28).
Dios es un Dios exigente:
Ahora asumimos saber algo de Dios, de Su Palabra, de Su voluntad y de lo que nos va a exigir
la obediencia a Él. Es tiempo de obedecer. En el acto de la obediencia, encontramos que Él es
un Dios exigente.
Jesús contó una parábola sobre tres individuos que recibieron una cierta cantidad diferente de
dinero cada uno de ellos de parte de un noble. El que recibió menos devolvió al noble sin
aumento y dijo, “te tenía miedo, porque eres un hombre exigente, que recoges lo que no
depositaste y siegas lo que no sembraste." (Lucas 19:21). El noble en esta parábola describe a
un Dios que demanda lo que se le debe.
Dios quiere que Le obedezcamos explícitamente. La obediencia es hacer lo que Él dice,
hacerlo cuándo Él lo dice, hacerlo cómo Él lo dice y hacerlo todo el tiempo que Él requiera que se haga. Es para nuestro bien que hacemos esto.
La obediencia es justicia:
Abraham creyó a Dios y Dios depositó justicia en su cuenta bancaria espiritual. La justicia es
estar a bien con Dios. Estamos a bien con Dios cuando estamos andando en fe. Abraham fue
hecho justo porque creyó en lo que Dios estaba haciendo y actuó sobre lo que Dios había
dicho.
Santiago 2.17 dice, “Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma. Pero alguno
dirá: Tú tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por
mis obras.”
La obediencia es el acto (u obras) de la fe. Sin la obediencia la fe está muerta. La obediencia
es justicia en movimiento. Descubrimos lo que Dios quiere, entonces Le amamos y confiamos
en Él lo suficiente como para salir en fe para hacer exactamente lo que Él pide.
La obediencia libera el poder:
La obediencia a Dios libera el poder de Dios. Él llena de poder y bendice Sus planes, no los
nuestros. Sus obras se cumplen por Su fuerza. Nuestras obras tendrán que cumplirse con
nuestras propias fuerzas. Sus obras perduran por toda la eternidad. Nuestras obras perecerán con nosotros. Sus obras son vivas. Nuestras obras son muertas.
Pablo escribe: “la obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el
fuego será revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego la probará. Si permaneciere la
obra de alguno que sobreedificó, recibirá recompensa. Si la obra de alguno se quemare, él
sufrirá pérdida, si bien él mismo será salvo, aunque así como por fuego.” (1ª Cor. 3:1315).
Cualquier obra que no esté edificada sobre el fundamento de Jesucristo, será quemada como
madera, paja y hojarasca (v. 1112).
La obediencia libera las bendiciones:
Las bendiciones de Dios también están asociadas con la obediencia a Dios. Deuteronomio
28:114 describe todas las bendiciones que vendrían sobre los israelitas y los cubrirían si
escuchaban la voz del Señor su Dios:
Habían de ser bendecidos en la ciudad, en el campo, en el fruto del cuerpo, el fruto de su tierra,
el fruto de sus rebaños. Disfrutarían de aumento de sus ganados, de sus ovejas, de su cesta y
de su despensa. Serían bendecidos por donde quiera que fueran. El Señor haría que los
enemigos que se levantaran contra ellos serían golpeados delante del rostro de ellos: vendrían
en contra de ellos por un camino y huirían por siete. El Señor ordenaría la bendición de sus
despensas y de todo aquello en lo que pusieran sus manos. Los bendeciría en la tierra que el
Señor les daba. El Señor los establecería como un pueblo santo para Él mismo, tal y como lo
se lo había jurado. Todo el pueblo de la tierra vería que eran llamados por el nombre del Señor
y les temerían. El Señor los haría abundar y les abriría a ellos SU buen tesoro—el cielo para
dar la lluvia en su tierra y a su tiempo, y para bendecir la obra de sus manos. Prestarían a las
naciones y no tomarían prestado. El Señor había de hacerlos cabeza y no cola. Y tenían que
estar por encima, no por debajo, si escuchaban los mandamientos del Señor su Dios, que Él
mismo les había ordenado obedecer y cumplir.
Los cincuenta y cuatro versículos que siguen a estas bendiciones describen las cosas que
vendrían sobre ellos bajo la maldición de la desobediencia. Habría un cambio de 180º en la
bendición.
La obediencia a Dios mantiene unida a la familia y libera la bendición del Padre sobre la familia.
La desobediencia resulta en la desintegración de la familia, marcando la maldición.
Israel se rebeló contra Dios y consecuentemente fue cortado de Él. La maldición de la
desobediencia consumió la bendición de la obediencia. Cuando la familia se rompe y perdemos
de vista los propósitos eternos de Dios, perdemos Su poder y caemos presa de la maldición.
El papá es un hombre de obediencia. Permanece en la brecha a favor de su familia para que su
familia sea el recipiente del amor de Dios, de su misericordia, gracia, poder y bendición.
Amen.
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