Yo estaba en las habitaciones y en las calles con ellos. Vi a Jesús esperando en la habitación del novio. La novia estaba en otra habitación. Él estaba Preparándose para ir a verla. Al retrasarse, ella se asomó a la ventana y se interesó en las actividades de la calle. La atracción de la calle arrastró a su corazón de ramera hasta que salió ella misma a la calle.
Pronto, después de caminar por las calles, fue violada. Su vergüenza la llevó a creer que no tenía otra opción que convertirse en una prostituta, y eso es lo que hizo. Estaba en un burdel, encerrada tras puertas medievales enormes, de roble sólido. Parecían formidables. Estaban cerradas con pestillos, con una clase de pasamanería de cobre, y diferentes tipos de herrajes.
Jesús salió en su búsqueda. Sabía donde estaba. Al acercarse a las puertas, los demonios le aullaban y le siseaban e intentaban meterle prisa, aunque tenían una actitud cobarde hacia Él. Abrió las puertas y entró. Ella estaba echa un desastre y Él intentaba convencerla para que se fuera con Él. En su culpa y en su vergüenza, ella rehusó, y de esa forma, Él se marchó.
Esperó un tiempo y la visitó de nuevo. Todavía no le miraba al rostro. Una vez más, Él la dejó. Estando esperando en su habitación, fuegos de pasión e ira repentinamente se encendieron en sus ojos. Salió furioso de su habitación y a pasos largos por la calle, se acercó a la casa donde vivía su novia prostituida.
Todo el mundo Le vio llegar. Huyeron delante de Él. Los demonios le vieron y corrieron delante de Él para cerrar las puertas, con la esperanza de evitar que entrara. Sin duda ni pausa, en su andar, golpeó las puertas con las palmas de sus manos. ¡BOOM! Explotaron. Las astillas salieron volando por todas partes.
Entró y la descubrió seca por su vergüenza. Su rostro estaba escondido en sus manos. Esta vez era distinto. Esta vez Él no le pidió que se fuera con Él. Esta vez Él agarró su mano y la llevó a la habitación de la novia, aunque estaba con su vestido sucio, manchado de semen.
Pude ver la pasión y el amor que Él tenía hacia ella en sus ojos. Jesús la veía sólo de una manera. La veía como una virgen. Sin embargo, ella no le miraba. Él la alcanzaba, la tocaba con ternura, y levantaba su rostro hacia el Suyo. Con muchas dudas, ella lentamente levantó sus ojos para mirar a los suyos. La vio más allá de su vergüenza y la levantó más allá de su vergüenza. En el instante en que sus ojos coincidieron con los Suyos, fueron llenos de la misma pasión que El había tenido para ella.
Yo estaba ahí mismo con ellos. Casi podía ver en sus rostros. Me eché hacia atrás y vi que ella había cambiado. Era hermosa. Tenía el mismo brillo que Jesús. Eran uno. No había atracción o anhelo para nadie más que el uno para el otro. Ella solo tenía ojos para Él. Ella se parecía a ÉL, y Él a ella. Estaban en pie en una misma luz. Él no había disminuido en absoluto, más bien ella había crecido en Él. Aunque ella se parecía a Él y tenía el mismo fuego en sus ojos como el que tenía Él en los suyos, ella estaba todavía bajo Sus pies, bajo Su autoridad. Eso es lo que lo hacía tan hermoso como era.
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