...hay momentos en los cuales el Señor nos hace pasar por dificultades. Al principio, no nos damos cuenta de que el Señor está presente. Pensamos que nuestro cónyuge, o un anciano, nos mortifican. Finalmente, nos damos cuenta de que no se trata de nuestro cónyuge ni de un anciano, sino que es Dios quien obra en nosotros.
Esto
nos da la respuesta a la primera pregunta acerca de la
lucha que el Señor, en forma de hombre,
libró con Jacob. Dios
no nos quebranta visiblemente apareciéndosenos como el Dios de
gloria. Cuando Dios nos azota, al principio pensamos que alguien
pelea con nosotros...
A
veces sí nos damos cuenta, pero nos rehusamos a reconocerlo. Si
lo admitiéramos, indudablemente dejaríamos
de luchar en
el acto. Por consiguiente, nos esforzamos
considerablemente por no dejarnos someter, y
hacemos todo lo posible por subyugar al contrario, sin
darnos cuenta de que en la mayoría de los casos en realidad estamos
luchando con el Señor...
ESTUDIO-VIDA DE GÉNESIS
MENSAJE SETENTA Y CINCO
QUEBRANTADO
C. Quebrantado
Génesis
32:22-32 relata una experiencia crucial en la vida de Jacob, el
escogido de Dios. Esta es verdaderamente una porción extraordinaria
de la Palabra santa. Es única, y no hay ningún otro pasaje similar
en la Biblia. No obstante, por falta de experiencia, la
mayoría de los cristianos no han prestado la debida atención a este
pasaje de la Escritura. Por la misericordia del Señor, en este
mensaje, examinaremos esta experiencia vital en la vida de Jacob y
recibiremos ayuda de ella.
En
este capítulo, la experiencia de Jacob es muy práctica, personal e
íntima. ¿Qué puede ser más íntimo que luchar con alguien por lo
menos durante media noche? El Señor luchó en
forma de hombre con Jacob “hasta que rayaba
el alba” (v. 24). Yahweh Dios jamás lucharía con un
desconocido ni con un pecador incrédulo. Observe que el
versículo no dice
que el hombre “vino” para luchar con Jacob; dice que “mientras
Jacob permanecía allí solo, meditando en su problema, el Señor
vino y luchó con él”. ¡No!, dice simplemente: “Luchó
con él un varón”, lo
cual indica que el
varón ya estaba allí y que no necesitaba venir.
Esto revela que el
Señor había estado con Jacob todo el tiempo.
¿Por
qué empezó el Señor a luchar repentinamente con Jacob? Sin duda
debe de haber una razón. La razón era el trasfondo de Jacob. Cuando
Jacob regresó a la tierra de su padre, tuvo dos problemas: a Labán
en la retaguardia, y a Esaú en la vanguardia. Había sido liberado
de la mano usurpadora de Labán, y ahora sentía desesperación ante
la perspectiva de enfrentarse a su hermano Esaú. La lucha se produjo
en ese momento. Los mensajeros de Jacob habían regresado para
informarle que Esaú venía a su encuentro con cuatrocientos hombres.
Cuando Jacob oyó esto, quedó aterrorizado. Pensaba que si Esaú
venía a recibirlo, no necesitaba traer consigo cuatrocientos
hombres. Le parecía que Esaú era como el capitán que va al mando
de un ejército. Indudablemente, Jacob pensaba que Esaú venía a
matarle. Al creer eso, Jacob se vio obligado a orar. Después de
hacer una excelente oración, dividió en nueve manadas el presente
de ganado que envió a Esaú. Sin embargo, no tenía paz, porque su
problema seguía frente a él. Por consiguiente, como lo afirman los
versículos 22 y 23: “Se levantó aquella noche, y tomó
sus dos mujeres, y sus dos siervas, y sus once hijos, y pasó el vado
de Jaboc. Los tomó, pues, e hizo pasar el arroyo a ellos y a todo lo
que tenía”. Después de hacer esto, se quedó solo,
probablemente considerando la situación y preguntándose qué iba a
hacer en caso de que Esaú le atacara. La
carga de Jacob era pesada, y su situación era grave; de modo
que estaba
desesperado.
La
Biblia no indica que Jacob oraba cuando estaba solo. Uno ora en
muchas ocasiones en que no tiene problemas, pero cuando tiene muchos
problemas, no ora. Cuanto más preocupado esté uno, menos ora.
Uno simplemente no puede orar porque el problema es difícil y la
situación grave. ¿Por qué? Porque no ha sido derribado. Por
muy grave que sea el problema, usted no ha sido derribado. Por una
parte, al igual que Jacob no podemos seguir adelante, pero
por otra, no oramos, sino que permanecemos allí y reflexionamos
acerca de la situación, preguntándonos qué
hacer.
Mientras
Jacob consideraba la manera de enfrentarse a su
problema, sorpresivamente un hombre se puso a luchar
con él. Repito que el versículo no nos dice que el hombre vino y
peleó con él. El texto dice simplemente: “Y luchó con él
un varón”. Cuando leemos este pasaje, nos damos cuenta
inmediatamente de que este hombre era el Señor. Sin embargo, al
principio de la lucha, Jacob no se dio cuenta de que el hombre era
Dios. El pudo haber pensado que la persona que lo atacaba era uno de
los cuatrocientos hombres de Esaú. Cuando aquel varón empezó a
luchar con Jacob, éste no
estuvo dispuesto a perder.
Quizá Jacob se haya dicho: “Este hombre ha venido para
capturarme, pero no lo dejaré”.
Al
llegar a este punto, debemos hacernos cuatro preguntas.
Primera, ¿por qué luchó el Señor como hombre con Jacob? ¿Qué necesidad había de hacerlo? Cuando el Señor se apareció a Abraham, se presentó como el Dios de gloria. Sin embargo, aquí no vemos que el Señor se haya aparecido a Jacob, sino que como hombre luchó contra él.
Segunda,
¿por qué no pudo el Señor, siendo todopoderoso, prevalecer contra
Jacob, un pequeño hombre?
Tercera, ¿por
qué esperó el Señor tanto para tocar el encaje del muslo de Jacob?
¿Por qué no lo hizo desde el principio? El Señor debe
de haber luchado con Jacob por lo menos seis horas, empezando quizás
a la media noche hasta el alba. ¿Por qué permitió el Señor que
esta lucha se extendiera tanto?
Y cuarto,
¿por qué se negó el Señor a decirle Su nombre a Jacob? En muchas
otras ocasiones, el Señor reveló Su nombre a la gente. Pero
aquí, después de que Jacob le pidiera revelar Su nombre, no se lo
quiso decir, y se lo ocultó.
No pretendo dar una respuesta completa a todas estas preguntas, pero podemos, mediante nuestra experiencia, hallar por lo menos una respuesta parcial.
En
este pasaje de la Palabra, no vemos ninguna aparición del Dios de
gloria, y tampoco tenemos una visitación del Señor. A Abraham el
Señor se le apareció primeramente como el Dios de gloria (Hch.
7:2); más adelante, en Génesis 18, el Señor le visitó y comió
con él. Pero esta experiencia de Jacob no era ni una aparición
de Dios ni una visitación del Señor; fue una especie
de disciplina. Cuando usted fue salvo, el Señor se
le apareció, y desde entonces usted ha recibido visitaciones
agradables del Señor. No obstante, aparte de la aparición del Señor
en el momento de nuestra salvación y de Su visitación en momentos
de comunión, hay momentos en
los cuales el Señor nos hace pasar por dificultades. Al
principio, no nos damos cuenta de que el Señor está presente.
Pensamos que nuestro cónyuge, o un anciano, nos
mortifican. Finalmente,
nos damos cuenta de que no se trata de nuestro cónyuge ni de un
anciano, sino que es Dios quien obra en nosotros.
Esto
nos da la respuesta a la primera pregunta acerca de la lucha que el
Señor, en forma de hombre, libró con Jacob. Dios
no nos quebranta visiblemente apareciéndosenos como el Dios de
gloria. Cuando Dios nos azota, al principio pensamos que alguien
pelea con nosotros. Muchas
veces la lucha dura mucho tiempo. En el caso de Jacob, es posible que
la lucha haya durado unas seis horas, pero en nuestro caso, pueden
ser seis semanas, seis meses o seis
años. Hermanas,
¿cuanto tiempo han luchado ustedes con su marido? Quizá
ustedes luchan con él todos los días. Se dan cuenta de que como
cristianas, no puede haber ni separación ni divorcio. Sin
embargo, se sienten ciertamente libres de alegar con
él. Quizá usted piense dentro de sí: “Qué desgracia
haberme casado con este hombre. No puedo divorciarme de él, pero por
lo menos puedo discutir con
él”. Algunas esposas han estado luchando con su marido
durante mucho tiempo. Por supuesto, pasa lo mismo con nosotros
los maridos, pues nosotros también luchamos con nuestras esposas. En
el caso de muchos de nosotros, la vida matrimonial ha sido una vida
de lucha. Quizás pensemos que
luchamos con nuestro cónyuge, pero en realidad, el
oponente no es nuestro cónyuge ni el anciano ni las circunstancias,
sino el Señor mismo.
En nuestra experiencia, nos damos cuenta finalmente de que el Señor
está ahí. Por ejemplo, una hermana puede al final decir: “No es
mi marido el que lucha conmigo, sino el Señor”.
Si
entendemos la respuesta a la primera pregunta, podremos contestar las
otras tres. Al
aparecérsenos el Señor para traernos salvación, se nos revela como
el Señor de gloria, pero al quebrantarnos, se mantiene
escondido. Cuando
pasamos por dificultades, pensamos que éstas provienen de una
persona o alguna situación; no se nos ocurre que vengan del
Señor. Pero cuando
venga una situación
adversa, debemos
percatarnos de que el Señor está allí. No le pregunte Su
nombre. Con frecuencia, las hermanas me han
preguntado: “Hermano Lee, ¿por qué el Señor me dio este marido?”
Y algunos hermanos me han dicho: “Hermano Lee, ¿acaso no conoce el
Señor todas las cosas? Si tal es el caso, ¿por qué no hace nada
con mi esposa?” La
respuesta a esto es que el Señor está obrando en secreto. Por
la experiencia de Jacob, podemos
conocer el nombre del que está luchando con nosotros. Para
una hermana, el nombre del Señor podría ser “marido”,
y para un hermano, “esposa”.
En algunos casos, el nombre del Señor podría ser “un
anciano complicado”.
Si somos francos, muchos de nosotros reconoceremos que tenemos
interrogantes acerca de nuestro matrimonio. Muchos han preguntado:
“¿Por qué?” Otro podría preguntar: “Entre todas las hermanas
jóvenes de la iglesia, ¿por qué tuve que casarme con ésta?” Cuando
somos probados, al principio no reconocemos que se trata de una
acción del Señor. A veces sí nos damos cuenta, pero nos
rehusamos a reconocerlo. Si
lo admitiéramos, indudablemente dejaríamos
de luchar en
el acto. Por
consiguiente, nos
esforzamos considerablemente por no
dejarnos someter, y
hacemos todo lo posible por subyugar
al contrario, sin darnos
cuenta de que en la mayoría de los casos en
realidad estamos luchando con el Señor.
Consideremos
ahora la segunda y la tercera preguntas. Si
el Señor nos sometiera inmediatamente, ¿cómo podríamos ser
expuestos? Algunos
dirán: “He orado por mi esposa durante años. ¿Por
qué el Señor no me contesta? ¿Por qué ella no cambia?” La
razón es que usted
debe quedar expuesto. El
Señor luchó con Jacob para exponer lo
natural que éste era. Esto requirió por lo menos media
noche. Nosotros también debemos pasar por un largo período de
problemas. Muchos de nosotros seguimos luchando. El
Señor intenta someterle a usted, pero usted
lucha para
controlar las circunstancias.
Quizá el Señor use a su esposa para someterle a usted, pero
usted ejerce su fuerza para vencerla. Por
consiguiente, la pelea continúa. Espero
que en este mensaje, la luz brille sobre usted, y usted diga: “Oh
ahora veo que he peleado durante años. Ahora entiendo que el
propósito de esto era exponer lo
natural que soy. El
problema no es mi esposa, sino mi fuerza natural. Sigo siendo un
hombre natural”.
¿Qué
había de malo en la lucha entre Jacob y el Señor? ¡Nada! La razón
por la cual el Señor luchó con Jacob fue simplemente
que éste todavía era muy natural. Aquí lo que estaba sucediendo no
se relacionaba con nada pecaminoso, sino con la vida natural,
con el hombre natural. Se
requiere mucho tiempo para exponer nuestra vida
natural. Necesitamos
un período extenso de lucha antes de que eso pueda producirse.
Mediante este período de lucha, nuestra
naturalidad, igual que
la de Jacob, queda
plenamente expuesta.
Al leer los capítulos treinta y uno, treinta y dos y treinta y tres,
vemos cuán natural era
Jacob. El había sido quebrantado y había sufrido mucho, pero
en el capítulo treinta y dos seguía
siendo natural. El no confiaba en el Señor, y era totalmente incapaz
de expresar al Señor. Era natural, y su expresión estaba llena de
sí mismo.
En
cierto momento de la lucha, el Señor tocó el encaje del muslo de
Jacob. El versículo 25 declara: “Y cuando el varón vio
que no podía con él, tocó en el sitio del encaje de su muslo, y se
descoyuntó el muslo de Jacob mientras luchaba con él”. El
Señor tocó el tendón del muslo de Jacob, que es la
parte más fuerte. El
Señor no tenía la intención de someter a Jacob, sino
de exponerle. Después
de exponer su vida natural, tocó su
muslo. Inmediatamente se descoyuntó éste, y Jacob quedó
cojo. Dice el versículo 31 que Jacob “cojeaba
de su cadera”.
Después
de que el muslo de Jacob fue descoyuntado, pudo haber pensado dentro
de sí: “Este luchador es más fuerte que yo. Él no me ha
dado muerte, pero indudablemente me ha debilitado”. Al darse
cuenta Jacob de que su rival era más fuerte que él, le pidió que
le bendijera (v. 26). Dudo que aun en ese momento Jacob se haya dado
cuenta de que este luchador era Dios. El luchador le dijo a Jacob
después de tocarle: “Déjame, porque raya el alba” (v.
26). Pero Jacob le contestó: “No te dejaré, si no me
bendices”. Después de esas palabras, el Señor le preguntó a
Jacob cuál era su nombre (v. 27). El Señor ya conocía el
nombre de Jacob. Entonces ¿por qué le hizo esta pregunta?
Para hacer que Jacob tomara
consciencia de quién era él, y obligarle a reconocer que él era
Jacob, el suplantador (manipulador). Después
de que Jacob le dijo su nombre al luchador, éste le dijo: “No
se dirá más tu nombre Jacob, sino Israel; porque has luchado con
Dios y con los hombres, y has vencido” (v. 28). El nombre
Israel significa “uno que lucha con Dios”. Muchos
cristianos saben que Israel significa “príncipe de
Dios”, pero, según los
mejores diccionarios y traducciones, tal significado es
secundario. El primer
significado del nombre Israel es “uno que lucha con
Dios” (también
significa "soberanía de Dios, el que está bajo el gobierno de Dios o de acuerdo
con Dios". ¡Príncipe de Dios porque gobierna con Dios o bajo
Dios!; alguien que ha reconocido y aceptado Su soberanía
y se ha rendido, dejando de luchar contra las circunstancias y
permitiendo que Dios gobierne usando esas circunstancias para
transformarle, para cambiarle a él. Esta nos parece a nosotros la
significación principal del nombre Israel).
Al
oír Jacob que su
nombre había sido cambiado por
Israel, uno que lucha con Dios, entendió
inmediatamente que el oponente era Dios. Quizá
haya pensado: “Oh, El es Dios, y me ha llamado el luchador contra
Dios”. Entonces Jacob le dijo: “Declárame ahora tu
nombre” (v. 29). El Señor contestó: “¿Por qué
me preguntas por mi nombre?” (v. 29). El
Señor no le dijo Su nombre a Jacob. En nuestra experiencia, el
Señor nos quebranta siempre en secreto. El Señor
no reveló Su nombre a Jacob, pero sí le bendijo. Después de
bendecir a Jacob, el relato no dice que el Señor le haya dejado. El
Señor había estado con él todo el tiempo, y aun después de la
lucha seguía allí. El Señor no vino ni se fue; simplemente luchó
con Jacob. Esta fue la experiencia de Jacob en el Antiguo Testamento,
mas nuestra experiencia es aún más vívida. El Señor jamás
nos abandonará. Cuando
debamos ser disciplinados, Él nos proporcionará el azote que
necesitemos.
El
versículo 30 dice: “Y llamó Jacob el nombre de aquel
lugar, Peniel; porque dijo: Vi a Dios cara a cara, y fue librada mi
alma”. Después
de recibir
la bendición del
Señor, Jacob vio claramente que el luchador era Dios, y llamó
a ese lugar Peniel, que significa “la faz (rostro) de
Dios”.
Después
de examinar la experiencia que tuvo Jacob en este capítulo, podemos
pensar que él fue transformado por ella. Pero en realidad,
no hubo ninguna transformación, pues el capítulo treinta y tres
revela que Jacob seguía siendo Jacob. No hubo ningún cambio en
su manera de vivir. El seguía planeando, dividiendo
y haciendo lo posible por enfrentar la situación (maquinando).
No se produjo ningún cambio en su manera de actuar,
pero sí hubo un cambio evidente en su vida:
su vida misma había sido tocada. Después de su experiencia en
Peniel, él cojeaba (rengueaba).
Tanto antes como después de haber sido tocado por el Señor, él
podía hacer cualquier cosa, pero después de ser tocado por
el Señor, todo lo que hacía lo hacía cojeando.
Entre
nosotros los cristianos existen dos tipos de personas
fracasadas y débiles: las que cojean y las que no cojean. Por
ejemplo, podemos perder nuestra calma, sea que cojeemos o
no. Puedo
enojarme con un hermano, pero en
esa acción, otros observarán que cojeo. Si uno
no hace nada, los demás no sabrán que cojea. No
obstante, cuanto más actuaba Jacob, más quedaba expuesta su
cojera. Sin
embargo, permítame decir que no debemos intentar imitar a un
cojo. La imitación nunca produce resultados.
Quienes
estamos en las iglesias del recobro del Señor somos escogidos de
Dios. Estamos en Su mano, en Su camino, y yo tengo la plena certeza
de que también estamos bajo Su disciplina. Independientemente de que
usted se dé cuenta o no, que lo reconozca o no, usted se encuentra
bajo la mano del Señor. Tarde o temprano sentirá que ha sido tocado
por Él. Cuando llegue el
momento, sabrá
que es cojo y
que nunca volverá
a ser el mismo.
Usted puede seguir teniendo sus debilidades, pero no
será el mismo. Si
todavía puede seguir siendo el mismo, eso indica que no ha
experimentado el toque del Señor.
En
el caso de Jacob, el toque del Señor se produjo una
vez y para siempre; no
obstante, en nosotros se pueden producir varios
golpes. De todos
modos, el principio es el mismo. Muchos de nosotros podemos
testificar que desde el día que empezamos a amar al Señor y
particularmente desde que llegamos a la vida de iglesia y empezamos a
seguir al Señor en Su recobro, hemos tenido que pasar por
circunstancias que han tocado lo profundo de nuestro ser. Estábamos
luchando continuamente. Durante mucho tiempo no nos dimos cuenta
de que el Señor nos estaba disciplinando. Un
día, el Señor nos tocó repentinamente, y quedamos cojos. Desde
entonces, no somos
los mismos. Quizá
seguíamos siendo naturales o débiles, pero no éramos los
mismos.
No
se imagine que con un solo golpe, su vida entera cambiará y usted
será totalmente transformado. ¡No! En
el caso de Jacob, el golpe se produjo en el capítulo treinta y dos,
pero la madurez no
se manifestó claramente antes
del capítulo cuarenta y siete. Del
capítulo veintiséis al treinta y dos, encontramos muchos fracasos,
errores y equivocaciones. Después de que Dios le tocó, en el
capítulo treinta y tres, él no cambió mucho aparentemente; pero en
realidad, en vida,
él sí sufrió un gran cambio. Antes
del capítulo treinta y dos, Jacob era natural, y nunca había sido
tocado por el Señor. Pero después del capítulo treinta y dos, todo
lo que hacía, lo hacía cojeando.
De ahí en adelante, la
impresión que él daba a la gente era bastante diferente.
Cuando se inclinó ante Esaú, todavía era natural, pero su cojera
evidenciaba que había sido tocado por el Señor. ¿Notó usted
alguna vez que cuando Jacob fue al encuentro de Esaú y se inclinó
ante él, iba cojeando? Esaú
no vio a un Jacob sano (entero),
sino a una persona lisiada. Aquí
vemos que no hubo ninguna variación en su
manera de vivir, pero sí
se había producido un cambio en su
vida. Lo que el Señor
tocó no fue su conducta,
sino su fuerza
interior natural. El
tendón del muslo de Jacob había sido tocado.
Son
pocos los cristianos que entienden cuán importante es la experiencia
de Jacob en esta porción de la Palabra. La
mayoría dedica su atención al pecado
exterior, a las acciones
erróneas, a la mundanalidad, sin pensar jamás que su vida
natural, su fuerza
natural, debe ser
quebrantada. No obstante, el Señor no se preocupa solamente por
cambiar nuestra conducta,
sino que desea mucho más tocar nuestra vida
natural. No importa si
usted se disgusta con su esposa o no, si su vida natural no ha sido
tocada, usted sigue siendo natural. A los ojos de Dios no hay mucha
diferencia entre enojarse con la esposa y mantener la calma. Si usted
pierde la calma, sigue
siendo usted, y si
controla sus instintos, sigue
siendo usted. Pero cuando
Jacob fue tocado, aunque seguía siendo el mismo externamente,
en su
interior la vida
natural había
sido quebrantada. Por
supuesto, desde el punto de vista humano, me gusta ver que los
hermanos y las hermanas cambien de actitud hacia su cónyuge. Pero en
lo profundo de mi ser, no
valoro mucho ese cambio externo si su ser interior sigue
igual. Cuando nos
portamos mal, le resulta difícil al Señor forjarse en nosotros. Y
cuando somos buenos, el caso es el mismo. De hecho, puede resultarle
más difícil al Señor forjarse en nosotros cuando somos tan
buenos. No se trata de cambiar externamente ni
de mejorar, sino de ser tocados internamente. El
tendón de
uno, su fuerza
natural interna, debe
ser tocada por el Señor. Todos necesitamos ser tocados así.
Al
seguir a Jacob, podemos ser tocados repetidas veces, pues en nuestro
caso el golpe quizá no se produzca de una sola vez por
todas. Después de luchar
durante cierto tiempo, tendremos la profunda
convicción de que
hemos sido tocados. El
Señor siempre nos toca en una parte crítica.
Cuando Él toca una parte específica, quedamos
cojos y ya no volvemos a ser los mismos interiormente.
De ahí en adelante, cojeamos y
ya no somos totalmente sanos (enteros).
Existen
muchísimas clases de personas entre los millares de santos que hay
en la vida de iglesia: inteligentes, sabios, astutos,
orgullosos, arrogantes. Según la
religión, el camino
correcto es cambiar nuestro comportamiento
exterior. No
obstante, el camino
de Dios, el camino de vida,
es distinto. Dios no le
dijo a Jacob: “Jacob, he peleado contigo, te he tocado, he cambiado
tu nombre, y te he dado Mi bendición. De ahora en adelante, no debes
usar tu
astucia ni tu
fuerza natural para
enfrentar a tu hermano Esaú. Deja de ser astuto. Confía
en Mí y déjame hacerme cargo de este asunto”.
La Biblia no dice eso. Todo lo que vemos es el relato del toque que
recibió Jacob. El Señor tocó
su muslo (algo
en su mecánica interna fue cambiado), cambió
su nombre y le
dio Su bendición; esto
fue todo. No le dio ningún sermón, ni ninguna instrucción.
Todo lo que hizo Jacob después de eso, por ejemplo, dividir a los
suyos en tres grupos, era decisión suya. Muchas veces después de
que el Señor nos toca, no nos dice qué debemos hacer, sino que nos
deja en libertad, y nos permite hacer lo que nos parezca. Si
examinamos nuestra experiencia, veremos que las cosas son así.
A
los que cuidan de los demás, y particularmente a los ancianos, les
gusta instruir a la gente. En ocasiones dicen: “Hermano, estás
equivocado. Ahora que el Señor te ha bendecido, no debes seguir
tratando así a tu esposa. Indudablemente, por causa de la gloria del
Señor, debes cambiar”.
Las hermanas comprometidas en el cuidado de los demás quizá le
digan a otra: “Hermana, deja
de discutir con tu
marido. No debes
hacer esto ni aquello”. Este es nuestro método, pero no es el
método del Señor.
Después de que el Señor hirió el muslo de Jacob y le bendijo, no
le dejó ninguna instrucción. No le dijo ni una sola palabra.
Después de que Jacob recibió aquel golpe, seguía valiéndose por
sí mismo. El parecía decir a los suyos: “Quédense atrás.
Déjenme ir adelante para ver a mi hermano Esaú”. Sin
embargo, cuando se aproximó a su hermano, lo hizo cojeando.
¡Qué diferencia entre nuestro concepto natural y los caminos de
Dios! ¡Qué diferencia entre la práctica religiosa y el toque del
Señor!
No
quisiera oír que se les dé instrucciones a ustedes; preferiría ver
que el Señor tocara a muchos de ustedes uno por uno. A menudo las
hermanas han acudido a mí para quejarse de su marido. No
obstante, mientras acusan a su marido delante de mí, me alegro
porque en sus acusaciones observo que cojean. Quizá algunos días
antes, hubieran venido a mí sin ningún rasguño. Pero ahora
se puede ver claramente la cojera, pese a que siguen quejándose
de sus maridos y acusándolos. No
reprendo a estas queridas hermanas, pues estoy contento de ver que
han sido tocadas. Ser
quebrantado es mejor que cualquier tipo de instrucción. El
toque del Señor en nuestra vida
natural es mucho
mejor que cien mensajes. Esto es lo que necesitamos hoy.
Dice
el versículo 31: “Y
cuando había pasado Peniel, le salió el sol; y cojeaba de su
cadera”. Después
de haber sido tocado, le salió el sol (amaneció
la aurora del nuevo día, la vida de resurrección).
Estaba lisiado, pero
en la luz. En el
recobro del Señor, todo
aquel que tiene luz debe ser una persona lisiada (débil).
Bajo la luz nadie es totalmente sano
o fuerte; todo
aquel que se encuentra bajo la luz del resplandor celestial es cojo.
En la noche oscura, Jacob era fuerte y todos sus miembros estaban
sanos. No obstante, después de haber sido tocado, salió
el sol sobre él y quedó lleno de luz.
El estaba bajo el
resplandor de la luz celestial; aún así, era un hombre lisiado.
Muchos de nosotros tenemos esta clase de experiencia porque estamos
verdaderamente en la mano del Señor y seguimos Su camino.
en el versuculo 32 habla q despues de la lucha con peniel jacob kedo herido y x eso los judios no comen...que es lo q no comen despues de esa lucha
ResponderEliminarBueno, Witness Lee en su comentario no dice nada. Parece ser un aserto de un escritor posterior, tal vez Esdras o algún otro. El texto dice claramente que es el tendón del muslo (¿cadera?). Esto dice M. Henry en su comentario:
EliminarEl escritor inspirado menciona una costumbre tradicional que tenía la generación de Jacob, en memoria de esto, no volver a comer de ese tendón o músculo, de todos los animales, por el cual el hueso de la cadera se fija en su taza: por lo que conservan el memorial de esta historia, y dio ocasión a sus hijos para preguntar acerca de ello; también hicieron honor a la memoria de Jacob. Y este uso todavía podemos hacer de ello, para reconocer la misericordia de Dios, y nuestras obligaciones con Jesucristo, que ahora podemos mantener nuestra comunión con Dios, en la fe, la esperanza y el amor, sin peligro, ya sea de la vida o la integridad física.