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CAPÍTULO DOCE
LA ACEPTACIÓN DE LA DISCIPLINA
DEL ESPÍRITU SANTO
Ahora consideraremos la duodécima experiencia de nuestra vida espiritual: La aceptación de la disciplina del Espíritu Santo.
I. EL SIGNIFICADO DE LA DISCIPLINA DEL ESPÍRITU SANTO
La disciplina del Espíritu Santo que estamos considerando no se refiere a la disciplina interna del Espíritu Santo, pues ésa es la función del Espíritu Santo dentro de nosotros como la unción. La disciplina del Espíritu Santo se refiere a lo que el Espíritu Santo está haciendo en nuestro ambiente externo; se refiere a Su arreglo de todas las personas, cosas y sucesos a través de las cuales somos disciplinados.
Aparte del Espíritu Santo como la unción, la obra principal que Dios hace con respecto a nosotros por medio del Espíritu Santo, es Su disciplina externa. Estos dos aspectos incluyen casi toda la obra del Espíritu Santo. Por ejemplo, Romanos 8, que habla de la obra del Espíritu Santo, nos dice en la primera parte cómo el Espíritu Santo, el cual contiene la Ley de Vida, puede librarnos del pecado, y cómo por medio de Él podemos hacer morir los hábitos del cuerpo. Ese capítulo también dice cómo el Espíritu Santo nos guía para que podamos vivir conforme a Él, y finalmente, cómo Él nos ayuda en nuestras debilidades y ora por nosotros. Todas estas actividades son la obra que el Espíritu Santo como la unción obrando dentro de nosotros. En la última parte de ese capítulo leemos: “A los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien” (v. 28). Esto habla de la disciplina del Espíritu Santo en nuestro ambiente exterior. La obra de esta disciplina externa se coordina con Su movimiento y dirección internos. El Espíritu Santo arregla y determina todo lo que viene sobre nosotros en conformidad con la voluntad de Dios. A pesar de que en muchas ocasiones esto causa dolor y problema temporal, aún así, al final redunda en el bien de aquellos que aman a Dios, para que ellos sean conformados a la imagen de Su Hijo. Este arreglo es a lo que nos referimos con la disciplina del Espíritu Santo.
¿Por qué la obra del Espíritu Santo en nosotros requiere la coordinación de la disciplina externa? Porque usualmente la obra interna del Espíritu Santo sola no es suficiente. Podemos decir que la obra interna del Espíritu Santo es hecha mayormente en los que son obedientes, y la disciplina externa del Espíritu Santo es hecha mayormente en los que son obstinados. Cuando el Espíritu Santo se mueve en nosotros y nos unge y cuando nosotros obedecemos el sentir que Él imparte, la voluntad de Dios se cumple y Sus atributos se incrementan dentro de nosotros. Por lo tanto, la unción interna del Espíritu Santo es hasta cierto punto suficiente para los que son obedientes. Sin embargo, si somos obstinados, si no obedecemos la unción interna y nos rebelamos vez tras vez, el Espíritu Santo se ve obligado a producir una atmósfera apropiada para corregirnos y disciplinarnos, haciendo así que nos sometamos. De esta forma, la unción del Espíritu Santo dentro de nosotros es una dulce acción del amor de Dios hacia nosotros y es Su deseo original, mientras que la disciplina externa del Espíritu Santo es una acción de la mano de Dios, una acción que Él se ve obligado a llevar a cabo. Es algo adicional.
Por consiguiente, tanto en el deseo original de Dios como en la enseñanza del Nuevo Testamento, el lugar de la disciplina del Espíritu Santo no es tan importante como el de la unción del Espíritu Santo. En la Palabra de Dios, se habla mucho del Espíritu Santo como la unción, como por ejemplo, el guiar del Espíritu Santo, la iluminación del Espíritu Santo, el fortalecimiento del Espíritu Santo, y de nuestra necesidad de vivir en el Espíritu Santo, de andar conforme al Espíritu Santo y de llevar fruto por medio del Espíritu Santo, etc. Sin embargo, la Biblia habla muy poco en una forma explícita en cuanto a la disciplina del Espíritu Santo; en realidad no contiene tal frase. Esto se debe a que la disciplina del Espíritu Santo no es un asunto que sea agradable al sentir de Dios. Tal condición puede compararse con el hecho de que la mayoría de los padres preparan buenas cosas para sus hijos, no azotes ni varas. En muchas familias el padre se ve obligado a recurrir a reprensiones y azotes a causa de la contumacia y rebelión de sus hijos. De hecho, para el sentir del padre, tales castigos nunca son agradables. De igual manera, lo que Dios ha preparado para nosotros en el Nuevo Testamento siempre es positivo, pero debido a nuestra obstinación, terquedad, desorden y desobediencia, Dios se ve obligado a disciplinarnos. En una situación normal entre los santos y en la Iglesia, la unción del Espíritu Santo debe siempre exceder la disciplina del Espíritu Santo; no debe haber un encuentro constante con la disciplina. Siempre es anormal que los niños en una familia sean castigados todos los días.
Por lo tanto, cuando aceptamos la disciplina del Espíritu Santo, no debemos esperar que sea algo agradable. Algunos hermanos y hermanas parecen gloriarse al testificar de su experiencia de ser disciplinados por el Espíritu Santo. Esto no debe ser así. Ningún niño está orgulloso luego de haber sido castigado por su padre. De igual manera, debemos sentirnos avergonzados cuando recibimos la disciplina del Espíritu Santo. Debemos darnos cuenta de nuestra obstinación, terquedad, desorden y desobediencia, los cuales causan el castigo de parte de Dios nuestro Padre. Indudablemente El me castiga porque me ama, pero cuando yo hablo de Su castigo, ¡esto no es mi gloria! Es por causa de que soy tan rebelde y terco, como una mula sin entendimiento, que Dios se ve obligado a disciplinarme. Esta es mi vergüenza. Por esto, no debemos jactarnos con relación a la disciplina que recibimos. Todos aquellos que se jactan de la disciplina del Espíritu Santo son aquellos que no conocen la naturaleza de la disciplina del Espíritu Santo.
Debido a que la disciplina del Espíritu Santo es algo tan desagradable, Dios en Su intención original puso mayor énfasis en la unción interna, la cual tiene un carácter positivo, que en la disciplina exterior, la cual tiene un carácter negativo. Pero desde el punto de vista de nuestra condición, la disciplina del Espíritu Santo es muy necesaria, porque somos por naturaleza rebeldes, desordenados y desobedientes. Muchas veces no le damos importancia y desobedecemos el mover y la iluminación del Espíritu Santo. Parece que Su unción sola, la cual es Su dulce acción, no es suficiente para que cumplamos Su propósito, sino que necesitamos además la disciplina externa como un factor coordinante para que nos castigue y trate con nosotros a fin de que seamos domados. Por lo tanto, en nuestra experiencia la disciplina del Espíritu Santo no debe ser pasada por alto.
II. EL PROPÓSITO DE LA DISCIPLINA DEL ESPÍRITU SANTO
El propósito de la disciplina del Espíritu Santo para con nosotros puede ser dividido en tres aspectos: el castigo, la educación y el quebrantamiento.
A. El castigo
En Hebreos 12:10 se nos dice que el Padre de los espíritus nos corrige “para lo que nos es provechoso, para que participemos de su santidad”. El castigo mencionado aquí es la primera intención o la primera categoría de la disciplina del Espíritu Santo.
El castigo es necesario debido a nuestra rebelión, terquedad y desobediencia. Muchas veces en nuestra experiencia el Espíritu Santo ya nos ha hablado interiormente y nos ha ungido para hacernos saber la voluntad de Dios, pero debido a nuestra terquedad y rebelión o por alguna otra razón no hemos prestado atención a la voz de Dios ni al sentir del Espíritu Santo. Por esto Dios ha arreglado situaciones en nuestro entorno por medio del Espíritu Santo, para hacer que nos sintamos afligidos, adoloridos, reprimidos y miserables a fin de que seamos castigados y corregidos.
Por ejemplo, considere el caso de un hermano que ha obtenido un ingreso económico de una manera deshonesta y ha sido iluminado por el Espíritu Santo para tratar con la situación; sin embargo, debido a su orgullo y su preocupación por las pérdidas financieras, se rehúsa a obedecer la voluntad de Dios en este asunto. Aun cuando el Espíritu Santo repetidas veces se mueva y le inste, él no obedecerá. En tal circunstancia, Dios no tiene otra alternativa que usar el ambiente externo para corregirlo. Quizá él sea arrollado por un automóvil. Aunque él no muera, ni quede herido críticamente, sufre gran dolor. Mientras está en el hospital gimiendo en angustia, el Espíritu Santo le habla nuevamente, recordándole el antiguo reclamo. El se humilla, se somete y está dispuesto a tratar con su comportamiento de acuerdo a la voluntad de Dios. Poco después de obedecer y aceptar el trato, su herida es sanada gradualmente. Esto es la disciplina ambiental arreglada por el Espíritu Santo según la voluntad de Dios y según nuestra necesidad de corrección. Esto es Su manera de tratar especialmente con nuestra terquedad y desobediencia, para que seamos disciplinados.
El propósito del castigo puede subdividirse en dos clases. Un propósito es tratar con la rebelión y consiste puramente en castigos por nuestra rebelión. El otro es corregir nuestros errores. Esto quiere decir que cuando nos hemos descarriado y rehusamos volvernos a la enseñanza del Espíritu Santo, o cuando estamos a punto de errar, aunque el Espíritu Santo nos haya dado cierto sentir, y procedemos precipitadamente a errar, entonces el Espíritu Santo es forzado a levantar un ambiente que sea un golpe para nosotros a fin de que seamos advertidos y corregidos del error o que seamos guardados de caer en el error. Todas estas actividades son contadas como disciplina.
B. La educación
El segundo propósito o la segunda categoría de la disciplina del Espíritu Santo es la educación. Hablando con propiedad, la corrección mencionada previamente también es una forma de educación. No obstante, la educación que corrige es un castigo debido a nuestra falta, mientras que la disciplina educativa pura no tiene nada que ver con el castigo ni con nuestra falta, aun cuando no hayamos cometido ninguna, de todos modos tenemos que ser educados. Por lo tanto, en este aspecto, la disciplina del Espíritu Santo es necesaria para cada uno de nosotros.
La educación dada por medio de la disciplina del Espíritu Santo coordina con la obra de unción que hace el Espíritu Santo dentro de nosotros para poder lograr la meta de que Dios se mezcle con el hombre. Hemos dicho con frecuencia que el propósito de la unción del Espíritu Santo dentro de nosotros es impartirnos el elemento de Dios. A pesar de eso hay muchos elementos del yo dentro de nosotros que reemplazan los elementos de Dios y que son contrarios a ellos; por lo tanto, esto presenta un gran obstáculo a Dios. En consecuencia, la disciplina del Espíritu Santo para la educación es dada a fin de purgarnos de los elementos contrarios por medio de preparar el ambiente, de tal manera que el elemento de Dios nos pueda ser impartido por medio de la unción. La disciplina que nos corrige trata sólo con nuestra falta y tiene que ver con el problema de nuestro comportamiento exterior, mientras que la disciplina educativa trata con nuestro elemento humano y tiene que ver con el problema de nuestra naturaleza interna. No importa si nuestro comportamiento exterior es bueno o malo, nuestra naturaleza interna está siempre en oposición a Dios.
Por ejemplo, sería muy difícil aplicar una capa de pintura adicional a una mesa pequeña que ya ha sido pintada con una capa gruesa de pintura brillante. Tal superficie simplemente no puede absorber la nueva pintura. En otras palabras, el elemento original viene a ser un opositor del elemento que se ha de añadir. Es por eso que debemos lijar la pintura original para que la superficie quede áspera y pueda absorber la nueva pintura. De igual manera, si estamos llenos del elemento del yo, al Espíritu Santo le es difícil ungirnos por medio de Su mover y de la unción interior. En consecuencia, también es necesario que el Espíritu Santo produzca circunstancias que actúen como una lija sobre nosotros. Este tipo de lijado no tiene como fin castigarnos debido a nuestra rebelión, ni corregir nuestros errores, sino hacernos ásperos (porosos, absorbentes), permitiendo así que el Espíritu Santo nos imparta el elemento de Dios por medio de ungirnos; pues, de otra manera seríamos brillantes y lisos, sin tratamiento alguno y duros.
Hay muchos hermanos y hermanas que son como el cristal, resbalosos y duros. A pesar de que el Espíritu Santo muchas veces les habla, ellos no escuchan. Ellos han escuchado muchos mensajes, de hecho han llegado a ser “expertos” en ellos. No importa cuál sea el mensaje, ellos conocen todos los puntos en la secuencia apropiada; sin embargo, la verdad es que ellos no han tocado ni siquiera la realidad del mensaje. Este tipo de persona sólo puede ser tratada por el Espíritu Santo a través de varias dificultades del ambiente que lo cortan y lijan aquí y allá; entonces escuchará el mensaje en una manera seria. En ese momento la palabra del Espíritu Santo, así como la unción y el mover del Espíritu Santo, serán eficaces. Por eso, el segundo propósito de la disciplina del Espíritu Santo es coordinar con la unción interna del Espíritu Santo, educándonos así para que podamos ser receptivos a la obra del Espíritu Santo.
Para preparar un huevo con condimentos, el cascarón debe ser quebrado a fin de que los condimentos puedan penetrar en el huevo. Cuando Dios desea que el Espíritu Santo penetre en nosotros los que estamos enteros de acuerdo a nuestra naturaleza, así como el cascarón reluciente, necesitamos ser quebrantados en coordinación con la obra de Dios de penetrar en nosotros. Este es el propósito educativo de la disciplina del Espíritu Santo.
Con un propósito educativo, la disciplina del Espíritu Santo es dada no sólo para rompernos de manera que el elemento de Dios pueda mezclarse más con nosotros, sino también para cocinarnos, ya que estamos muy crudos y somos hoscos por naturaleza. Cuando cocinamos arroz, no lo hacemos porque el arroz tenga fallas y necesite ser corregido. Ponemos el arroz en la olla y lo cocinamos con agua sobre el fuego para que el arroz, el cual está crudo y duro, se cueza y se suavice, y quede sabroso y comestible. Igualmente, todos nosotros, antes de ser tratados por Dios, estamos crudos, somos agrestes y estamos duros. Necesitamos la disciplina de Dios por medio del Espíritu Santo y del ambiente para que nos queme y cocine. Tal cocción hará que suframos y seamos afligidos, como si hubiésemos pasado por fuego y por agua, pero esto es hecho para que nuestra condición cruda y dura venga a ser madurada y suavizada, y para que tengamos la fragancia de la madurez y podamos suplir la necesidad del hombre y satisfacerle.
Una persona cruda no sólo es agreste y dura, sino que también tiene un olor desagradable, como cualquier pescado o carne cruda, no importa cuán buena sea la calidad. Un hermano crudo puede tener muchas virtudes naturales: puede ser muy gentil y humilde, puede amar, buscar y servir fervientemente al Señor. Todo esto es bueno; sin embargo, debido a que todavía está crudo, no cocido, y que pertenece a la vida natural no resucitada, todas sus virtudes llevan un desagradable olor humano y no la fragancia de Cristo. Si usted se encuentra con un hermano así después de que ha sido puesto en dificultades por cierto tiempo, o ha pasado por enfermedades serias, encontrará que él aún es gentil y manso, aún ama al Señor, lo busca y le sirve; sin embargo, usted sentirá que todas estas cualidades son diferentes: el olor crudo y desagradable ha sido grandemente eliminado, y un olor fragante fluye de él. Si es así, debemos humillarnos y alabar al Señor y decir que este hermano ha sido realmente educado por la disciplina del Espíritu Santo.
C. El quebrantamiento
El tercer propósito de la disciplina del Espíritu Santo es el derrumbamiento o quebrantamiento. Hemos dicho repetidas veces que la obra de Dios en nosotros tiene como propósito central mezclar Su elemento con nosotros y forjarlo dentro de nosotros. Para alcanzar esta meta, debemos primero ser derribados. El propósito educativo del cual hemos hablado es trivial y secundario cuando se compara con esto. La disciplina educativa hace que meramente tengamos una abertura o una grieta, mientras que el quebrantamiento nos aplasta y demuele completamente, hasta el punto de que todo lo que haya en nosotros de la creación natural y vieja se desintegra completamente. Por lo tanto, el quebrantamiento es el paso más severo y también la meta final en la disciplina del Espíritu Santo.
Lamentamos decir que en nuestro medio no hemos visto que muchos sean disciplinados por el Espíritu Santo en una forma tan severa, y que muchos de nosotros no conocemos la disciplina del Espíritu Santo a ese grado. Por el contrario, vemos algunos que cuanto más son disciplinados por el Espíritu Santo, más duros y más consolidados en sí mismos se vuelven. Esta es una condición equivocada. Normalmente, cuanto más es disciplinada una persona por el Espíritu Santo, más es terminada. El resultado final de la disciplina del Espíritu Santo siempre es que podemos ser derribados, rotos y reducidos a nada. Es mediante la disciplina del Espíritu Santo que Dios derriba completamente nuestra vieja creación de manera que el elemento de Su nueva creación sea edificado en nosotros.
Si consideramos la disciplina del Espíritu Santo meramente como una corrección o una educación espiritual, entonces este tipo de disciplina hará que el hombre sea edificado y perfeccionado. Parecerá entonces que uno que originalmente estaba incompleto ha venido a estar completo por medio de ser disciplinado por el Espíritu Santo; o uno que originalmente estaba en una condición pobre, después de haber sido disciplinado por el Espíritu Santo, ha mejorado muchísimo. No obstante, la disciplina del Espíritu Santo nunca tuvo esta finalidad. Por el contrario, la disciplina del Espíritu Santo es dada para romper y moler aquel que es completo, y para desordenar a aquel que está muy bien. El propósito original de la disciplina del Espíritu Santo no es edificarnos, sino quebrantarnos. Por esto, si una persona siempre es dócil, el Espíritu Santo le perturbará hasta tal punto que ya no podrá seguir siendo dócil. Si hay alguno que nunca contiende con otros, el Espíritu Santo le turbará a tal grado que sea forzado a contender. Nunca piense que si una persona no es dócil, es que está siendo disciplinada por el Espíritu Santo. Algunas personas son siempre dóciles; sin embargo, el Espíritu Santo produce un ambiente que las perturbe y las obligue a dejar de ser apacibles, incluso los hace enojar terriblemente. Este terrible enojo es un tipo de quebrantamiento para ellos.
El motivo por el cual Dios nos quebranta es que ninguno de nuestros elementos naturales tiene lugar delante de Dios. La afabilidad, la obediencia y otras cualidades de algunas personas pertenecen a la constitución natural y vienen por nacimiento. Algunas personas nacen con un buen temperamento; por eso ellos reciben elogios del hombre y se consideran dignos de alabanza, sin saber que ese buen rasgo natural es el mayor obstáculo para la obra del Espíritu Santo dentro de ellos. De ese modo, sus vidas espirituales son retardadas. Por lo tanto, el Espíritu Santo producirá circunstancias una y otra vez que irritan a tal persona y hacen que se enoje. Llegará el día en que no podrá soportar más todas las irritaciones y se enojará en una forma terrible. Entonces se desanimará, pensando que por haber perdido la paciencia tan terriblemente, no podrá seguir sirviendo al Señor, y su futuro estará terminado. Él no sabe que mientras tiene miedo de ser terminado, el Espíritu Santo teme que él no lo sea. El motivo por el cual el Espíritu Santo continuamente le irrita y presiona es que él sea terminado. Tal es la naturaleza severa de la disciplina del Espíritu Santo.
Si hemos experimentado más al Señor, debemos confesar que la disciplina que nos da el Espíritu Santo, ya sea castigo o educación, es para nuestro quebrantamiento. En realidad, no hay ni castigo ni educación; toda la disciplina del Espíritu Santo tiene como fin derrumbar y quebrantar. Sólo cuando los definimos podemos clasificarlos en las tres categorías de castigo, educación y quebrantamiento. De hecho, después de que todo está dicho y hecho, la disciplina del Espíritu Santo tiene un solo propósito: rompernos y quebrantarnos.
Puesto que el propósito principal de la disciplina del Espíritu Santo es quebrantar, no tiene que ver necesariamente con ningún error de nuestra parte. El nos disciplina sin importar nuestros errores. Por supuesto, si somos desobedientes, seremos tratados; no obstante, aunque seamos obedientes, con todo, seremos tratados. Su propósito no es sólo corregirnos o hacer que seamos más obedientes, sino quebrantarnos. El propósito básico de Su disciplina es quebrantar. Cuanto más completa sea una persona, más necesita ser despedazada. Parece ser que aquellos cuyo comportamiento es muy desordenado no necesitan el quebrantamiento disciplinario; puesto que ellos ya están llenos de heridas, sólo necesitan un profundo arrepentimiento el día que son iluminados. Más bien, aquel que nunca ha hecho nada incorrecto o nunca ha caído, quien es tan completo y que se comporta tan bien, es la persona que necesita el zarandeo, los golpes, el trato y el quebrantamiento del Espíritu Santo a través del ambiente hasta que llegue a ser totalmente aplastado y terminado.
La salvación que Dios da es muy especial. Por un lado El necesita la bondad del hombre, mientras que por el otro, Él la rompe. De acuerdo al punto de vista humano, esto ciertamente es contradictorio. Cuando una persona desobedece, Dios quiere que obedezca; pero cuando ella es obediente, Dios aplasta su obediencia. Si una persona no es dócil, Dios quiere que sea dócil; pero cuando llega a ser dócil, Dios aplasta su docilidad. Cuando no le amamos fervientemente, Él quiere que seamos fervientes, y Él nos llevará a amarle; pero cuando le amamos fervientemente, Él nos rompe en pedazos. En la dirección de Dios, Su obra siempre parece tan contradictoria. Sin embargo, esta contradicción es exactamente la obra quebrantadora de la disciplina del Espíritu Santo en nosotros.
Por lo tanto, en la experiencia de esta lección debemos prestar atención especial al aspecto del quebrantamiento. Necesitamos ver que a pesar de que la disciplina del Espíritu Santo tiene el propósito doble de castigar y educar, aún así, el propósito final es el quebrantamiento. En términos sencillos: toda la disciplina del Espíritu Santo tiene como fin nuestro quebrantamiento. El nos quebranta si estamos bien o si estamos mal. Nos quebranta si somos obedientes o si somos desobedientes. Nos quebranta si somos rebeldes o si no lo somos. Delante de Dios, nuestra maldad no vale nada, y lo mismo ocurre con nuestra bondad; que estemos equivocados no significa nada, lo mismo que si estamos en lo correcto; tanto nuestras desobediencias como nuestras obediencias no significan nada; tampoco nuestras rebeliones y nuestras sumisiones tienen valor alguno. Todas éstas necesitan ser quebrantadas. La disciplina del Espíritu Santo tiene como propósito final el quebrantamiento del hombre.
III. LA POSICIÓN DE LA DISCIPLINA DEL ESPÍRITU SANTO
La posición de la disciplina del Espíritu Santo en la obra completa de Dios es primeramente exterior, no es interior. A pesar de que la disciplina del Espíritu Santo trata con cosas que hay dentro de nosotros, la disciplina misma está en nuestro ambiente exterior. El Espíritu Santo usa todo tipo de ambiente fuera de nosotros para disciplinarnos y quebrantarnos.
Segundo, la disciplina del Espíritu Santo es negativa, no es positiva. Hemos dicho que la obra positiva de Dios por medio del Espíritu Santo es ungir, guiar, iluminar, fortalecer interiormente, etc. La Biblia habla mucho de estos aspectos, todos los cuales son gloriosos, dulces y de capital importancia a los ojos de Dios. No obstante, dentro de nosotros hay muchos elementos naturales que deben ser quitados; en consecuencia, en la obra de Dios hay una parte adicional, la cual es el trato o disciplina ambiental. Según nuestra experiencia, estos tratos y disciplinas son extremadamente vitales; sin embargo, son dolorosos y avergonzantes, y a los ojos de Dios no son de primordial importancia, así que son negativos.
Además, la obra positiva del Espíritu Santo dentro de nosotros es siempre llevada a cabo por medio del Espíritu de Dios, mientras que la disciplina negativa del Espíritu Santo en nuestro medio ambiente es efectuada por obra de Satanás. Todas las personas, cosas y sucesos usados en la disciplina del Espíritu Santo son manipulados por Satanás. Por ejemplo, si alguien se nos opone y nos causa problemas, esta oposición o problema indiscutiblemente no viene directamente de Dios, sino directamente de Satanás. Además, un ladrón que roba nuestra ropa, o un fuego que quema nuestra casa, sin duda no es enviado directamente por Dios, sino por Satanás. Si alguien es obstinado y rebelde y peca contra Dios, y como resultado cae enfermo de cuidado, esta enfermedad no es enviada directamente por Dios, sino por Satanás. Por eso, todas las personas, las cosas y los sucesos envueltos en la disciplina del Espíritu Santo son medidas para nosotros por Dios según nuestra necesidad. Pero aquel que actúa tras la gente, las cosas y los sucesos para hacernos daño, es Satanás. Por consiguiente, ésta es otra razón importante por la cual decimos que la disciplina del Espíritu Santo no es dulce.
Ya que la posición de la disciplina del Espíritu Santo es externa y negativa, no debemos considerarla más importante que la unción positiva interna del Espíritu Santo. El propósito de que nosotros experimentemos la disciplina del Espíritu Santo es que podamos experimentar la unción del Espíritu Santo. Si sólo tuviésemos la disciplina del Espíritu Santo, pero no Su unción, ésta no tendría significado.
IV. LAS CARACTERÍSTICAS DE LA DISCIPLINA DEL ESPÍRITU SANTO
Hay dos características de la disciplina del Espíritu Santo: una es temporal, la otra de larga duración. La disciplina temporal es sólo por un corto período de tiempo, y usualmente viene repentinamente y pasa rápidamente. Tome como ejemplo uno que es golpeado por un automóvil y gravemente herido, pero que no muere. Luego de dos semanas en el hospital él se recuperará, y la disciplina terminará. Eso es disciplina temporal.
La disciplina de larga duración es de un período de tiempo más largo, bien sea varios años, o puede requerir toda nuestra vida. Así, el dolor es grande, y el quebrantamiento es severo. Suponga, por ejemplo, que Dios le da a un hermano una esposa que le gusta pelear, o que Él le da a una hermana un esposo poco razonable, causándole un sufrimiento diario, quizás difícil de sobrellevar. Puesto que, como cristianos, no se pueden divorciar, la esposa viene a ser una disciplina de toda la vida para el esposo, y de igual manera, el esposo para la esposa.
Las disciplinas de larga duración son mayormente en un ambiente en el que vivimos regularmente, tal como nuestra familia, el trabajo, la iglesia o los parientes. Entre éstos, la disciplina de la familia es la de mayor duración y es la más severa. Muchos en China dicen que una familia es un cepo*. [*Un collar cuadrado de madera como de 1 metro de lado, usado en países orientales para aprisionar el cuello y a veces también las manos de alguien para castigarlo.] Esto es muy significativo. La gente de este mundo toma el matrimonio como un disfrute; pero en la práctica, cuando nos casamos, recibimos un trato doloroso, y debemos prepararnos para ponernos el cepo y llevar un candado. No hay nada que ate más a la gente que la familia. Aquel que tiene una familia recibe un yugo y una disciplina de Dios. El esposo es una disciplina de toda la vida para la esposa, y la esposa para el esposo.
Los niños en la familia son también un medio de disciplina. Aquellos que no tienen niños siempre desean tener niños, pero a pesar de sus deseos, algunos permanecen sin niños. Otros, que tienen muchos niños, no quieren ni uno más, sin embargo mientras menos los desean, más tienen. Cierta hermana puede desear tener un hijo dócil como Jacob, pero desafortunadamente su niño es tan salvaje como Esaú y crea muchos problemas en la casa todos los días. Ella llega a sentir que su casa es como un horno. Los sirvientes se pueden despedir, pero los niños se tienen que conservar ya sea que a ella le guste o no. Ellos la siguen por toda la vida y sirven como una disciplina de larga duración para ella.
La iglesia es también un lugar donde el hombre es disciplinado severamente. Dios ordena que no podemos ser cristianos aislados; debemos estar en la iglesia y en el Cuerpo, sirviendo al Señor y coordinando con los hermanos y hermanas. Sin embargo, Dios también dispone que algunos hermanos y hermanas peculiares estén con nosotros. Ellos aman al Señor y están consagrados, pero tienen una disposición peculiar. Ellos siempre están en conflicto con nosotros y nos hacen sufrir. Esto también es la disciplina del Espíritu Santo a largo plazo.
A través de nuestra vida encontramos muchos casos de este tipo de disciplina. Algunos, como Pablo, viven continuamente con un aguijón en el cuerpo, que puede ser una debilidad de su cuerpo físico o alguna incapacidad. Esta es una disciplina de larga duración. La disciplina temporal dura un corto período de tiempo, así que tenemos esperanza de ser librados; pero la disciplina de larga duración requiere un período largo y no deja ni cambia su sabor; siempre permanece igual. Por lo tanto, cuando la disciplina de larga duración venga sobre nosotros, no debemos esperar que ésta pase; más bien, debemos abandonar toda esperanza y estar dispuestos a aceptarla a lo largo de nuestra vida. En realidad, la disciplina de larga duración es la más preciosa; ella sola nos puede dar un quebrantamiento largo y severo. Las buenas lecciones son aprendidas por medio de pasar por la disciplina de larga duración. Por lo tanto, debemos prestar atención no sólo a la disciplina temporal, sino, aún más, a la disciplina de larga duración.
V. EL ALCANCE DE LA DISCIPLINA DEL ESPÍRITU SANTO
El alcance de la disciplina del Espíritu Santo es universal. Sus dimensiones son iguales a las del universo. Todo lo que está en el universo está incluido en este alcance. Por eso, todo lo que viene a nosotros, incluyendo personas, cosas y sucesos, grandes o pequeños, es la disciplina del Espíritu Santo. Debemos creer que nada de aquello con lo que los cristianos se topan es lo que la gente del mundo llama coincidencia o suerte, sino que es el arreglo y la disciplina del Espíritu Santo. No es que ciertos aspectos, cierto tipo de cosas, o ciertos asuntos sean la disciplina y arreglo del Espíritu Santo, y todo lo demás no lo sea. Debemos admitir que en todo nuestro vivir, todo asunto es la disciplina del Espíritu Santo. La razón por la cual usted tiene cierta oportunidad de empleo es la disciplina del Espíritu Santo. La razón por la cual usted conoce a ciertos hermanos y hermanas es también la disciplina del Espíritu Santo. Usted desearía ser saludable, pero desafortunadamente usted es débil; ésta es la disciplina del Espíritu Santo. Usted espera que su trabajo se ensanche para poder rendir un buen servicio al Señor, pero desafortunadamente usted encuentra tantos problemas que no es capaz de moverse, ésta también es la disciplina del Espíritu Santo. Que usted tenga una esposa virtuosa y prudente o que se haya casado con el esposo que usted deseaba, depende de la disciplina del Espíritu Santo. Que tenga o no la vida de hogar perfecta depende también de la disciplina del Espíritu Santo. Usted no desea tener muchos hijos, sin embargo desafortunadamente sus hijos son especialmente numerosos; ésta es la disciplina del Espíritu Santo. O usted deseaba tener hijos pero desafortunadamente usted no tiene ninguno; ésta es la disciplina del Espíritu Santo. Aun la pérdida de una propiedad, la mala administración de los negocios, o la carencia en asuntos espirituales son la disciplina del Espíritu Santo. Debemos aplicar la disciplina del Espíritu Santo a todo nuestro vivir, a todo nuestro ambiente. Debemos admitir especialmente que todas aquellas circunstancias que no son ni placenteras ni agradables están dentro del rango de la disciplina del Espíritu Santo. De este modo aprenderemos la lección en una forma completa.
VI. LA ACEPTACIÓN DE LA DISCIPLINA DEL ESPÍRITU SANTO
Para aceptar la disciplina del Espíritu Santo debemos tomar nota de los siguientes puntos:
A. Reconozca que es la disciplina
El reconocimiento precede a la aceptación. Cuando recibimos al Señor como nuestro Salvador, primero debemos reconocer que El es el Salvador. De igual manera, al aceptar la disciplina del Espíritu Santo, primero debemos reconocer que todo lo que afrontamos proviene de la disciplina del Espíritu Santo. En otras palabras, cada vez que nos encontramos con algo, debemos darnos cuenta de que esto procede del Espíritu Santo, y debemos reconocerlo como Su disciplina.
Previamente nos hemos referido a Romanos 8:28, que dice que todas las cosas obran para bien. Mateo 10:29-30 también dice: “No se venden dos pajarillos por un cuarto? Con todo, ni uno de ellos cae a tierra sin vuestro Padre. Pues aun vuestros cabellos están todos contados”. Estos pasajes muestran que todas las cosas que vienen a nosotros, aun un asunto trivial como la caída del pelo, han sido permitidos y medidos por Dios para que obren en nuestro beneficio espiritual. En consecuencia, con respecto a todas las cosas, debemos admitir que son la disciplina del Espíritu Santo.
B. Encuentre el propósito
Puesto que reconocemos que cualquier cosa que venga a nosotros es la disciplina del Espíritu Santo, debemos descubrir cuál es el propósito de la disciplina. Por ejemplo, alguien que haya sido golpeado por un automóvil no puede pensar ingenuamente que puesto que esta es la disciplina del Espíritu Santo, es suficiente alabar al Señor; si tal es el caso, él no puede cosechar el beneficio. El debe preguntarse: ¿Por qué fui golpeado por el automóvil? ¿Cuál es el propósito del Espíritu Santo al darme tal disciplina? ¿Es esto para castigarme, educarme o quebrantarme? El debe tener un corazón anhelante y un espíritu de oración; él debe permanecer callado delante del Señor buscándole hasta que sepa con certeza que es un problema o una necesidad en particular lo que causa que sea disciplinado por el Espíritu Santo. De esta manera él puede aprender la lección espiritual y obtener un beneficio práctico.
C. Confiese en cuanto al punto específico por el cual es tratado
Una vez que nos cercioramos de que el propósito de la disciplina del Espíritu Santo al tratar con nosotros tiene que ver con un problema, debemos confesarlo de una manera seria delante del Señor. Si no hubiese sido por ese problema y dificultad no habríamos tenido necesidad de la disciplina del Espíritu Santo. Ya que el Espíritu Santo arregla el ambiente para disciplinarnos con respecto a un punto específico, debemos darnos cuenta de que es en tal punto específico que tenemos un problema delante de Dios, ya sea que seamos obstinados u orgullosos, testarudos o desobedientes, no dispuestos a pagar el precio, o no dispuestos a negar el yo; es una cosa u otra la cual debe ser quitada o quebrantada, tratada o derribada. De cualquier manera existe un problema. Debemos recordar que la disciplina del Espíritu Santo nunca hace que suframos sin razón; más bien, se debe siempre a que hay áreas dentro de nosotros que necesitan ser tratadas. El Espíritu Santo quizás ya nos ha ungido muchas veces, sin embargo, seguimos desobedeciendo; por lo tanto, El ha dispuesto tal disciplina para ayudar Su unción interna. En consecuencia, una vez que descubrimos el propósito de la disciplina del Espíritu Santo, debemos tener una confesión cabal con relación al punto en cuestión.
D. Sométase
Después de que confesamos nuestros pecados, debemos someternos mediante el Espíritu Santo. Esta sumisión implica aceptación. Después de que vemos que el propósito de esta disciplina es tratar con un punto específico, debemos someternos en ese punto particular. Sólo entonces podemos aceptar la disciplina del Espíritu Santo.
E. Adore
Después de que aceptamos la disciplina del Espíritu Santo, debemos adorar a Dios. La adoración es la forma más alta de gratitud. Debemos adorar a Dios por Su obra en nosotros y la forma en que trata con nosotros. Por Su trato con nosotros, por Su deseo en nuestra vida y por quebrantarnos en tal manera, debemos no sólo dar gracias delante de Él, sino también adorarle.
El cuadro más claro en la Biblia de un hombre que adora a Dios se ve en Jacob. Cuando estaba muriendo, él adoró a Dios apoyado en su bastón. Ese bastón, el cual él llevó consigo a través de toda su vida, muestra por un lado la experiencia completa de su vida, y por otro, su vida como un peregrino. Ponemos más énfasis en el aspecto de la experiencia de toda su vida, porque ésta incluye su vida como peregrino. Por lo tanto, que Jacob adorara a Dios apoyado en su bastón, significa que él adoró a Dios en conformidad con su experiencia. Cuando una persona tiene la experiencia de ser dirigida por Dios, entonces puede rendir adoración delante de Él. Sin embargo, si alguien nunca ha tenido la experiencia de ser tratado por Dios, le es difícil rendir adoración delante de Dios. Toda adoración del hombre a Dios está basada en la experiencia del hombre delante de Dios. En consecuencia, después de haber sido disciplinados delante de Dios necesitamos tener una adoración muy clara, segura y solemne. En este momento, estamos realmente aceptando la disciplina de Dios en una manera firme.
Algunas veces parece que hemos aceptado la disciplina delante de Dios, sin embargo, no completamente, porque ni hemos confesado cabalmente ante Él, ni hemos aceptado la disciplina de Dios, ni lo hemos adorado solemnemente. Tal parece que hemos aceptado la disciplina pero no la hemos aceptado cabalmente; por esto la aceptación no es sólida. Que en lo sucesivo, cuando aceptemos la disciplina del Espíritu Santo, podamos descubrir el propósito, reconocer nuestras flaquezas y debilidades, someternos desde lo más profundo y finalmente adorar a Dios. En esta forma nuestra aceptación será muy firme.
VII. LA APLICACIÓN DE LA DISCIPLINA DEL ESPÍRITU SANTO
Aplicación significa aceptación continua. Si la naturaleza de la disciplina es temporal, ésta termina después de que la hemos aceptado. Sin embargo, si la naturaleza de la disciplina es de una duración extensa y larga, necesitamos no sólo aceptarla, sino saber cómo aplicarla.
Tome por ejemplo el caso dado anteriormente con respecto al accidente automovilístico. Aquella fue una disciplina temporal. Mientras el hermano que fue golpeado estuvo en la cama del hospital, él se dio cuenta de la causa de ser disciplinado y se sometió. Poco después fue sanado y de esta manera la disciplina terminó. No obstante, cuando Dios prepara una esposa, un esposo o un colaborador para nosotros, uno que esté diariamente a nuestro lado, esta clase de disciplina la debemos no meramente aceptar una vez, sino que debemos aplicarla continuamente. Aplicar la disciplina quiere decir que nosotros cooperamos con el Espíritu Santo y le ayudamos a que nos discipline y nos trate. Cuando los niños pequeños toman medicinas, algunas veces necesitan que un adulto les tape la nariz forzándolos, para que de esta manera la medicina pase por su garganta. Esto no es necesario cuando los adultos toman medicina. A pesar de que la medicina es amarga, ellos se la toman solos. Por esto, para aplicar la disciplina del Espíritu Santo, no debemos ser como niños pequeños al tomar medicinas, que tienen que ser forzados por Dios para que la acepten, en vez de eso, debemos aplicarla voluntariamente y de buena gana.
Debemos creer que todas las circunstancias que se nos plantean no son sólo un arreglo temporal o accidental del Espíritu Santo, sino que han sido dispuestas de antemano por el Espíritu Santo en el plan eterno de Dios. Antes de que fuésemos salvos y aun antes de que naciéramos, Dios había dispuesto de antemano nuestros padres, cónyuge, hijos, iglesia o colaboradores. En todo el universo, Dios ha ejercido Su sabiduría grandemente al ocuparse de todas estas medidas disciplinarias maravillosas para poder tratar con nosotros. Por lo tanto, nunca debemos desear que Dios cambie a la parte contraria o el ambiente. Debemos continuar aceptando y aplicando Su disciplina hasta que seamos derribados y quebrantados.
VIII. EL EXÁMEN DEL RESULTADO
Cuando aceptamos la disciplina del Espíritu Santo, necesitamos echar una mirada atrás después de un cierto período de tiempo y examinar qué resultado hemos obtenido de esta disciplina. Algunas personas han sido disciplinadas continuamente, sin embargo, no hay resultado alguno. Cierto hermano pudo haber pasado a través de diez o veinte años de disciplina y haber experimentado todo tipo de problemas, tales como estar sin trabajo, atravesar pobreza, enfermedades, angustias y otras amarguras de la vida; sin embargo en él no hay evidencia de ninguna grieta, herida o quebrantamiento. El es como una concha irrompible de hierro. No importa cuántos tratos él haya atravesado, permanece sellado e intacto, sin ningún resultado de la disciplina. ¡Esto es ciertamente lamentable!
No piense que nosotros no tenemos heridas porque no ha habido ninguna disciplina. Realmente, a ninguno de nosotros se nos deja sin disciplina. Nuestro Dios nunca ha errado, Su mano puede ser vista en todo lo que emprendemos. Como regla general cada uno de nosotros debe ser quebrantado y mostrar el resultado de haber sido disciplinado. Cuanto más tiempo un hermano ha estado en la iglesia, más quebrantamiento debe de tener. Ser quebrantado es ser derribado. Por medio del quebrantamiento nuestra constitución natural llega a su fin. Sin embargo, si pasamos por la disciplina y no hemos sido quebrantados, ni mostramos evidencia de haber sido golpeados o derribados, esto prueba nuestra falta de aceptación de la disciplina del Espíritu Santo y especialmente nuestra falta de aplicar esta disciplina. Si tal es el caso, simplemente hemos puesto todo en manos del destino, permitiendo que las circunstancias pasen de largo sin ningún sentido mientras el tiempo pasa.
Por esto, cada uno de nosotros debe mirar siempre atrás y examinar el resultado obtenido de la disciplina. El resultado mostrará si nuestra condición espiritual es rica o pobre. Cuanto más aceptemos la disciplina del Espíritu Santo, mayor será el resultado y más rica será nuestra condición espiritual. Sin embargo, si aceptamos poca disciplina, el resultado correspondiente será pequeño y la condición espiritual pobre.
IX. LA PRUEBA DE LA DISCIPLINA DEL ESPÍRITU SANTO
La disciplina del Espíritu Santo no sólo es dada para tratar con nosotros o quebrantarnos, sino también para probarnos.
Algunas personas han estado en aflicciones dolorosas, pero después de un período de tiempo sus sufrimientos pasan y sus vidas se vuelven cómodas. No se les critica sino que se les alaba; no se les oprime, sino que se les exalta; todo les sale bien. Tal ambiente próspero prueba dónde estamos en el camino.
Por lo tanto la disciplina del Espíritu Santo consta no sólo de las pruebas de los sufrimientos, sino también de las pruebas de la prosperidad. Algunos hermanos y hermanas pueden soportar las aflicciones de la pobreza, pero no pueden pasar la prueba de ser ricos. Algunos pueden soportar la crítica y el ataque, pero no pueden pasar la prueba de ser alabados y exaltados. Algunos, que nunca han sido expuestos a las riquezas aseguran que ellos no aman el dinero. Esto no es confiable. No es sino hasta que el oro y la plata están al alcance de ellos que será probado si ellos realmente aman el dinero o no. Algunos dicen que ellos amarán a sus esposas, pero esto lo dicen porque no la tienen; una vez que ellos tienen una esposa a la cual amar, será probado si ellos la aman o no. Para exponer nuestra condición interior necesitamos que el Espíritu Santo no sólo use un ambiente doloroso de aflicciones, sino que también necesitamos que el Espíritu Santo nos ponga en un ambiente favorable para probarnos. Por eso, la disciplina del Espíritu Santo obra por medio de las aflicciones y de las pruebas simultáneamente. Pero normalmente la disciplina del Espíritu Santo que viene por medio de las aflicciones es siempre más frecuente que las pruebas que vienen a través de la prosperidad.
X. PALABRA DE CONCLUSIÓN
La disciplina del Espíritu Santo es una lección importante para los santos. Hay muchas lecciones positivas para los santos, pero ésta es la única que es negativa. A pesar de que hay otras lecciones de tratos que tienen que ver con aspectos negativos, aún así, todos ellos requieren la coordinación de la disciplina del Espíritu Santo. En la Biblia, los antepasados y todos los vencedores en el camino de la vida, según se narra en la historia de la Iglesia, han tenido experiencias ricas y definidas en este respecto. A pesar de que ellos no utilizaron necesariamente la expresión “la disciplina del Espíritu Santo”, con todo, es sumamente evidente que ellos experimentaron circunstancias diversas que les confrontaban con aflicciones y pruebas. El apóstol Pablo, en Filipenses capítulo 4, nos dice que él sabía vivir humildemente y tener abundancia; esto se debe a que había aprendido las lecciones de la disciplina del Espíritu Santo en medio de todas las circunstancias. Mucho más nosotros, quienes buscamos el crecimiento en vida, debemos prestar plena atención a esta lección, no sólo para conocer plenamente estos puntos, sino para aceptar cabalmente los tratos. Entonces permitiremos que la mano del Alfarero nos moldee y nos forme a nosotros, los pedazos de barro, para que lleguemos a ser vasos apropiados, llenos de la gloriosa imagen de Su Hijo.
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