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lunes, 9 de julio de 2012

EL TIEMPO Y EL LUGAR DEL LLAMAMIENTO DE DIOS (E. V. Éxodo, Witness Lee)


ESTUDIO-VIDA DE ÉXODO

MENSAJES CINCO y SEIS

DIOS LLAMA AL QUE HA PREPARADO
(1) y (2)

II. EL TIEMPO DEL LLAMAMIENTO DE DIOS

Dios deseaba liberar a los hijos de Israel del cautiverio, pero Él tuvo que esperar que Moisés fuese plenamente preparado. Estos capítulos de Éxodo revelan que Dios es muy paciente. Aún antes del nacimiento de Moisés, los hijos de Israel sufrían en Egipto. Pero Dios esperó por lo menos ochenta años. Resulta fácil ser paciente si no tenemos la fuerza ni la habilidad para hacer algo acerca de la situación; en este caso, usted no tiene otra elección que esperar; no obstante, al que es capaz y calificado, le resulta difícil ser paciente. Dios ciertamente era capaz de liberar a los hijos de Israel; Su poder era suficiente. No obstante, El esperó con paciencia.
A veces estamos agotados por la paciencia de Dios y preguntamos: “¿Cuánto tiempo, Señor? ¿has escuchado nuestras oraciones? Señor, ¿dónde estás? ¿no te preocupas por nosotros? ¿cuánto tiempo vamos a esperar todavía antes de que hagas algo por nosotros?” Parece como si no hubiera Dios en este universo. Los Salmos plantean estas preguntas muchas veces, pues los salmistas eran iguales que nosotros.
Es bueno ser agotado por la paciencia de Dios porque después de esto, descansamos. Podemos estar tan agotados que abandonamos la oración. Sabemos que Dios es verdadero y real y que Él tiene Su tiempo. Por ende, aprendemos a confiar en El. Entonces descansamos.
Después de cuarenta años, Moisés ya no podía esperar más para liberar a los hijos de Israel. Él había recibido la educación más elevada y se había convertido en un hombre poderoso en palabras y en hechos (Hch. 7:22). No cabe duda de que a sus propios ojos él estaba calificado y listo para actuar por el bien de su pueblo. Pero Dios dejó a Moisés a un lado por cuarenta años más, hasta que fuese plenamente preparado conforme a las normas de Dios. En eso vemos la paciencia de nuestro Dios.
¿Por qué Dios tuvo que esperar estos ochenta años? Ninguno de nosotros estaría dispuesto a esperar tanto tiempo. Ciertamente Dios deseaba tener la manera de intervenir antes, pero entre los hijos de Israel no había nadie a quien Él podía presentarse. Por tanto, Dios tuvo que esperar hasta el nacimiento de Moisés. Cuarenta años más tarde Moisés estaba allí y había crecido, pero Dios todavía tuvo que esperar porque Moisés era muy natural. Dios tuvo que esperar porque faltaba una persona preparada.
Aquí vemos un principio. En cada edad, Dios ha deseado hacer algo. El problema no estaba de su lado, sino siempre del lado de Su pueblo. Esta ha sido siempre la pregunta: ¿Dónde está la persona lista para recibir el llamamiento de Dios? En nuestra era también Dios anhela hacer ciertas cosas. ¿Pero quién está listo para Su llamamiento? Hace más de diecinueve siglos, el Señor Jesús dijo que El vendría pronto (Ap. 22:7). Pero todavía Él no ha venido. Si le preguntáramos al Señor porque ha demorado tanto Su regreso, El quizá contestaría: “¿Dónde están las personas listas para Mi regreso? Cuando vea que un número suficiente de personas estén listas, vendré. Tengo muchos deseos de volver, pero ¿a qué volvería?”
En Éxodo, Dios no pudo venir cuando Moisés era un niño o cuando todavía confiaba en su fuerza y habilidad naturales. Dios tuvo que esperar hasta que Moisés cumpliera los ochenta años. Entonces, después de preparar a Moisés, Dios vino y lo llamó. Los hijos de Israel clamaron por causa de la tiranía, la persecución y la opresión, pero Dios todavía tuvo que esperar por la preparación de Moisés. En el mismo principio, el Señor sigue demorando Su regreso porque no hay suficiente gente que esté preparada para ello.
En los capítulos dos y tres de Éxodo vemos que los hijos de Dios que eran perseguidos clamaron a El y que el Dios de misericordia, de gracia y de amor deseaba rescatarlos. Pero Moisés crecía lentamente hacia la madurez. El clamor de los israelitas era desesperado y el anhelo de Dios era grande, pero el crecimiento de Moisés era lento. Hoy en día la situación es la misma. Muchos santos han anhelado el regreso del Señor, y El mismo desea volver. ¿Pero dónde están los que han sido preparados? Por consiguiente, en lugar de quejarse al Señor acerca de la situación actual, debemos dedicarnos a crecer en vida.
Cuando Moisés fue descartado por la soberanía de Dios, posiblemente estaba muy desilusionado y sin esperanza. Él se conformó con ser pastor apacentando al rebaño en la tierra de Madián. Un hombre educado en el palacio real estaba obligado a vivir como pastor en el desierto. Con el transcurso de los años, él lo perdió todo: su confianza, su futuro, sus intereses, sus metas. Finalmente, Moisés probablemente alcanzó el punto en el cual ya no pensaba más en ser aquel que Dios usaría para rescatar a los hijos de Israel del cautiverio egipcio. Moisés debe de haber pensado: “Debo cuidar este rebaño. Pero ni siquiera es mío; pertenece a mi suegro. No tengo ningún imperio, ningún reino. No tengo otra cosa que hacer aparte de sostener mi familia. Mi preocupación inmediata consiste en encontrar hierba fresca para el rebaño y agua para que beban”. Pero un día, cuando Moisés fue plenamente procesado, Dios se apareció a él y lo llamó. A la edad de ochenta años, a los ojos de Dios, Moisés estaba plenamente preparado y calificado, y Él se presentó a Moisés en el momento preciso.
El relato del llamamiento de Moisés por parte de Dios es más largo que el relato del llamamiento que les hizo a otras personas en la Biblia. El de Abraham es breve, y lo mismo sucede con el llamamiento de Isaías. Vemos lo mismo en el llamamiento de Pedro y de Saulo de Tarso. Pero el relato del llamamiento de Moisés es largo y detallado. En este relato, encontramos todos los puntos básicos acerca del llamamiento de Dios. Por tanto, si deseamos conocer el pleno significado del llamamiento de Dios, debemos prestar más atención al que Dios hizo a Moisés en Éxodo 3.
Moisés fue el primer siervo completo, calificado y perfeccionado de Dios en la historia. Noé fue usado por Dios para construir el arca, pero él no era la clase de siervo que era Moisés. Ni siquiera Abraham, el padre de la fe, fue perfeccionado para servir a Dios como lo fue Moisés. Por ser el primer siervo de Dios plenamente calificado en la Biblia, Moisés es el modelo de un siervo de Dios, y el llamamiento que le hizo Dios es la norma que usa para llamar a todos Sus siervos. En principio, todos debemos ser llamados como lo fue Moisés.

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C. Tierra santa

En el versículo 5, Dios dijo a Moisés: “No te acerques; quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tu estás, tierra santa es”. En este versículo, la “tierra santa” se refiere a la tierra que el hombre no ha tocado. Esto indica que el llamamiento de Dios se produce en un lugar en donde no existe ninguna interferencia humana. El llamamiento de Dios siempre llega a una persona que se encuentra en tierra virgen, una tierra que sólo Dios toca. Esto significa que cada llamamiento genuino ocurre en un lugar donde no hay ninguna manipulación humana ni opinión. Si deseamos ser llamados por Dios, debemos estar en un lugar plenamente reservado para El.


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B. Perdió la confianza en sí mismo

Después de aquellos años en el desierto, Moisés perdió toda confianza en si mismo (3:11; cf. 2:11-13). Cuando Dios llamó a Moisés, éste dijo: “¡Ay Señor! Nunca he sido hombre de fácil palabra ni antes, ni desde que Tú hablas a Tu siervo; porque soy tardo en el habla y torpe de lengua” (4:10). ¿Entonces por qué dice Esteban en Hechos 7:22 que Moisés era poderoso en palabras y hechos? Cuando Moisés tenía cuarenta años de edad él era poderoso en palabras y hechos. Eso significa que él era elocuente. Pero después de cuarenta años más, él perdió confianza en sí mismo; él se consideraba a sí mismo como tardo de habla. El relato de Éxodo 4 y el de Hechos 7 son verdaderos. El relato de Hechos 7 se aplica a Moisés a la edad de los cuarenta años, mientras que el relato de Éxodo 4 se aplica a él cuando tenía ochenta años, después de ser disciplinado y después de que su habilidad natural fuese despedazada.
Pocos cristianos conocen realmente la manera que Dios usa al disciplinar a la gente. Me he encontrado con muchos santos que tenían muchísima confianza en que habían recibido de parte de Dios la carga de hacer una obra particular para El. No obstante, sin ninguna excepción, en cuanto empezaron a hacer algo, Dios intervino para disciplinarlos. Cuando estamos tan seguros de que somos llamados y tenemos carga, debemos esperar la disciplina de Dios. Puede que esperemos que otros nos apoyen, pero en lugar de eso se oponen a nosotros. Desanimados por este rechazo, quizá decidamos abandonar totalmente la carga. Pero no podemos abandonar ninguna carga que procede verdaderamente de Dios. Si usted puede abandonar una carga, esto indica que no venía de Dios desde un principio. Cuando hemos recibido la carga por parte del Señor, no podemos desechar esa carga por mucho que se opongan los demás a nosotros. Podemos estar muy desilusionados, pero la carga permanece con nosotros. Tarde o temprano esta se levanta nuevamente en nosotros.
Sin lugar a dudas, cuando Moisés tenía cuarenta años de edad le vino una carga del Señor. Estoy convencido de que los padres de Moisés, particularmente su madre, lo había consagrado a Dios. Indudablemente, Moisés aceptó voluntariamente la carga de Dios. No obstante y por confiar tanto en que tenía la habilidad y el poder de llevar a cabo esta carga, Dios arregló las cosas para que él fuese rechazado. Moisés debió haber estado profundamente desilusionado. Año tras año, Dios operó en Moisés, no para eliminar la carga, sino para terminar la habilidad natural de Moisés y hacer que él no tuviese ninguna confianza en sí mismo.
Nuestro problema es éste: si recibimos una carga del Señor, tenemos la tendencia a usar nuestra fuerza natural para llevarla a cabo. Pero si nuestra fuerza natural es aniquilada, entonces tenemos la tendencia a desechar la carga. No separamos la carga de Dios de nuestra fuerza natural. Nos gusta combinar estas dos cosas, pero Dios quiere separarlas, es decir, guardar la carga y desechar nuestra fuerza natural. Por consiguiente, a Dios le tomó cuarenta años aniquilar la fuerza natural de Moisés. En principio, El hará lo mismo con nosotros.
Cuando Dios llamó a Moisés, Moisés dijo que él era tardo de habla. Parece que Moisés estaba diciendo: “Señor, ahora que has aniquilado mi habilidad, ya no puedo aceptar Tu carga, quiero renunciar. No soy la persona adecuada para ser enviada a Faraón y liberar a los hijos de Israel de sus manos. Soy tardo de habla. ¿Cómo podré hablar a Faraón?” Al hablar de esta manera al Señor, Moisés en apariencia era sincero. No obstante, Dios se enojó con él (4:14). Esto indica que por parte de Moisés había algún problema. Dios deseaba “contratar” a Moisés, pero él se negó a aceptar el trabajo. Mientras Moisés estaba negociando con el Señor, Dios sabía lo que estaba en su corazón. Interiormente Moisés pudo haber dicho: “Señor, hace cuarenta años, hice todo lo posible para rescatar a los hijos de Israel, pero no me permitiste tener éxito. Fui rechazado, y tuve que huir a este desierto, donde he sufrido durante cuarenta años. He olvidado todo lo que aprendí en el palacio real, he llegado a ser nada. Ahora Tú me pides que vaya a Faraón. Cuando yo era calificado, Tú me despediste. Pero ahora que no estoy calificado ni soy capaz, quieres contratarme”. Secretamente, Moisés quizá haya culpado al Señor. Esta pudo haber sido la razón por la cual Dios no estaba contento con él.
En Moisés y en Dios había algo que no fue expresado. Dentro de Sí mismo, el Señor quizá haya dicho: “Moisés, no necesito que hagas nada. ¿No ves la zarza allí? Está ardiendo, pero no se consume. Todo lo que quiero es que tú me manifiestes a Mí. Moisés, no rechaces la carga, recíbela, pero no uses tu habilidad y fuerza para llevarla a cabo. Puesto que te consideras como muerto, ahora puedo usarte. Moisés, no me rechaces. No procuro usarte según tu concepto natural. Quiero usarte a Mi manera, como una zarza ardiente que no se consume”.
No es fácil hacer algo por el Señor sin usar nuestra propia fuerza o habilidad. En el transcurso de los años he aprendido esta lección, principalmente por medio de sufrimientos y fallas. A menudo la gente tiene la siguiente actitud: si les piden hacer algo, deben ser capaces de hacerlo por su propia manera sin interferencia ni consejo de los demás. Aún los ancianos en la iglesia a veces tienen esta actitud. Nuestro sentir puede ser: “si quieres que haga eso, entonces apártate y déjame hacerlo”. No obstante, cuando Dios nos llama a hacer algo, Él quiere que lo hagamos pero no por nosotros mismos. Cuando Él nos llama, parece que Dios dice: “Sí, quiero que hagas eso, pero quiero que lo hagas por Mi, y no por ti”. A menudo nuestro problema reside en el hecho de que si no podemos hacer cierta cosa por nosotros mismos, entonces nos negamos a hacerla. Esta actitud ha sido un gran impedimento para la obra del recobro del Señor.
Muchos santos saben que necesitamos la vida de iglesia; no obstante, por estar desilusionados, son renuentes a ir a las reuniones. Se parecen a Moisés desilusionado en el desierto y disciplinado por Dios hasta que perdió su confianza. No obstante, todavía estaba dispuesto a tomar la carga del Señor. Moisés recibió la carga de Dios antes de la edad de los cuarenta años. No obstante, Moisés tuvo que aprender a cooperar con Dios sin usar su habilidad ni fuerza natural. Dios no pudo llamar a Moisés hasta que éste hubiese perdido toda la confianza en si mismo. En principio, Dios nos disciplina de la misma manera. Cuando dejamos de confiar en nosotros mismos, El viene y nos llama.


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F. Una zarza que arde sin consumirse

Antes de hablar a Moisés, Dios le mostró la señal de la zarza ardiente. Él se le apareció en una llama de fuego en medio de una zarza (v. 2), una zarza que ardía con fuego sin ser consumida. Al ver esta zarza ardiente, Moisés dijo: “iré yo ahora y veré esta grande visión, por qué causa la zarza no se quema” (v. 3). La zarza representaba a Moisés. Esto indica que todo aquel que es llamado por Dios debe estar consciente de que no es más que una zarza con fuego ardiendo dentro de él y que este fuego es Dios mismo. Dios desea arder dentro de nosotros y sobre nosotros, pero Él no nos quemará, es decir, Él no nos usará como combustible.
Según Génesis 3, las espinas representan la maldición que viene por el pecado. Esto indica que, como llamado de Dios, Moisés era un pecador bajo la maldición de Dios. Moisés era una zarza, y no un cedro del Líbano.
El fuego que ardía dentro de la zarza representa la manifestación de la santidad de Dios. Génesis 3:24, donde se menciona por primera vez un fuego en la Biblia, habla de una “espada encendida que se revolvía por todos lados, para guardar el camino del árbol de la vida”. Este fuego apareció después de la caída del hombre por comer del árbol del conocimiento del bien y del mal. Esta llama excluyó al hombre del árbol de la vida. Le impidió aún tocarlo. En Éxodo 3, se vuelve a mencionar el fuego. Aquí el fuego no excluye al hombre de nada; por el contrario, indica que la gloria de la santidad de Dios debía quemar dentro de Moisés y sobre él, aunque él era una zarza, un pecador bajo la maldición de Dios. ¿Cómo la santidad de Dios puede arder dentro de nosotros? Esto es posible solamente mediante la redención de Dios, que cumple los requisitos de la santidad de Dios. Por consiguiente, hoy en día, la santidad de Dios ya no nos excluye del árbol de la vida; arde dentro de nosotros, aunque antes éramos pecadores bajo la maldición de Dios. El fuego santo es ahora uno con el pecador condenado y aún arde sobre él.
El hecho de que la zarza ardía sin ser consumida indica que la gloria de la santidad de Dios debe arder dentro de nosotros, pero que no debemos estar agotados. Si un siervo de Dios está agotado, puede significar que él está usando su propia energía para hacer algo por Dios. Dios no desea usar nuestra vida natural como combustible. El arderá solamente usándose a Si mismo como combustible. Nosotros hemos de ser solamente una zarza con el fuego divino que arde dentro de nosotros.
Creo que Moisés nunca olvidó la visión de esta zarza ardiente. El recuerdo de esta visión debe haber obrado dentro de él para recordarle continuamente que no debía de usar su fuerza ni habilidad natural. Mediante la señal de la zarza ardiente, Dios impresionó a Moisés con el hecho de que él era una vasija, un canal por el cual Dios había de manifestarse. No resulta fácil aprender que no somos más que una zarza para la manifestación de Dios. En el transcurso de los años, he aprendido una sola lección: laborar por Dios sin usar la vida natural como combustible, sino dejar que Dios arda dentro de mí.
En Marcos 12:26, el Señor Jesús se refiere a la zarza de Éxodo 3:2. En una traducción se añaden las palabras: “la sección de” antes de “zarza”; mientras que otra versión dice: “el lugar acerca de”. El relato de la zarza ardiente ha de ser un recuerdo continuo y un testimonio permanente para los llamados de Dios. Testifica el hecho de que no podemos ser nada más que zarzas.
En estos días, hemos visto que todos los santos pueden ser apóstoles, profetas, evangelistas, y pastores y maestros. No obstante, si deseamos funcionar como estos dones para el Cuerpo de Cristo, primero debemos ser zarzas ardientes, aquellos que, como Moisés, no tienen ninguna confianza en si mismos y que no arden por Dios conforme a su energía natural.
Desde el momento en que Dios llamó a Moisés, Moisés dejó de tener confianza en sí mismo. Cuando los demás se rebelaron en contra de él, él no argumentó con ellos, sino que fue a Dios y cayó delante de El. Al hacer esto, Moisés mostró que él era una zarza ardiente. Mientras Moisés se postraba delante de Dios, El apareció como un fuego resplandeciente, manifestándose a Sí mismo desde el interior de Moisés como la zarza.
Que este relato de la zarza nos impresione profundamente y que nunca lo olvidemos. En nosotros mismos, no somos nada; somos simples zarzas. Pero Dios todavía nos atesora y desea manifestarse a Sí mismo como una llama de fuego desde nuestro interior. Debemos atesorar el hecho de que El arde al no poner ninguna confianza en lo que somos conforme al hombre natural. Nuestro hombre natural con su energía, fuerza, y habilidad debe ser aniquilado y olvidado. Nuestra habilidad y fuerza no significan nada. ¿Qué puede hacer una zarza? Nada. Usted se considerará capaz, pero finalmente se dará cuenta de que no es más que una zarza inútil. Todos debemos tener esta visión de nosotros mismos. Le damos gracias a Dios porque Él nos visita, permanece con nosotros, y arde sobre nosotros. La llama divina arde dentro de nosotros y sobre nosotros, pero nosotros mismos no somos consumidos.
Después de que Dios llamó a Moisés y lo envió a Faraón, no fue Moisés sino Dios mismo Él que lo hizo todo y que fue glorificado. Moisés no tenía ningún arma; él tenía solamente una vara. Con esa vara, él se fue a Faraón según la orden del Señor, y Dios lo hizo todo. Por consiguiente, la gloria fue manifestada no para Moisés, sino siempre para Dios. Dentro de Moisés y sobre él se manifestaba la gloria de Dios.
Todos debemos ser llamados como Moisés. Tarde o temprano, todos contemplaremos la misma visión que recibió Moisés en el capítulo tres de Éxodo, la visión de una zarza que arde sin ser consumida. Esta visión debe ser grabada sobre nuestro ser. Entonces cada vez que toquemos la obra de Dios o el servicio de la iglesia, tendremos el recuerdo de que no somos más que una zarza. Un día todos estaremos conscientes de eso.

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