INTRODUCCIÓN DEL ADMINISTRADOR:
En
cierta ocasión el Señor me mostraba en una imagen mental que para
oír Su voz con claridad debo silenciar todas las otras voces.
La imagen mental era la de aquel que está en un local lleno de
gente, donde están hablando todos entre si en corrillos y cada cual
alzando más la voz para hacerse oír. En ese ambiente, si a alguien
le llaman por su teléfono móvil descolgará y como no oirá nada,
se verá forzado a salir afuera para poder escuchar a quien le llama,
especialmente si en la pantalla del móvil el número que aparece es
el del 'Jefe'.
Este
artículo, de "Manantiales
del Desierto",
Habla de eso; de aprender a escuchar a nuestro precioso Salvador en
la oración
de silencio y quietud.
"Hubo
silencio y oí una voz acallada" (Job 4:16)
Hace
unos veinte años uno de mis amigos puso en mi mano un librito
titulado 'Paz
Verdadera'. Era
un antiguo mensaje medieval y no contenía sino un solo pensamiento:
Que Dios
está esperando en lo más profundo de mi ser, para hablarme, si yo
solamente permanezco lo suficientemente callado para poder oír Su
voz.
Yo
creí que esto sería una cosa muy fácil y empecé a guardar
silencio; pero no había hecho nada más que comenzar, cuando un
perfecto alboroto de voces llegó a mis oídos; un millar de notas
clamorosas por dentro y por fuera; hasta que no podía oír otra cosa
sino un ruido violento y ensordecedor. Algunas eran mis mismas voces,
mis propias preguntas, mis mismas oraciones. Otras eran las
sugestiones del tentador y las voces del inquieto mundo. Por todas
direcciones era atraído, empujado y saludado con aclamaciones
ruidosas y una inquietud inexplicable. Creía que era necesario que
escuchase algunas de estas voces y que las contestase, pero Dios
dijo: "Cállate
y conoce que soy Dios".
Entonces
me arribó un conflicto de pensamientos acerca del mañana y sus
deberes y necesidades y quise atenderlos, pero Dios dijo: "Cállate".
Y
cuando empecé a escucharle y, despacio y gradualmente, aprendí
a obedecer y cerré mis oídos a todos los sonidos,
me di cuenta al poco tiempo que, cuando
las otras voces cesaron o yo cesé de oírlas, había en lo más
íntimo de mi ser una
voz pequeña y silenciosa,
que empezó a hablarme con una ternura, con un poder y con un aliento
que no es posible describir.
Cuando
estaba escuchando, la voz de la oración se convirtió para mi en la
voz de la sabiduría, la voz del deber; y no
tuve ya que pensar tanto, orar tanto o confiar tan agudamente.
Pero aquella
"pequeña y queda voz" del
Santo Espíritu en mi corazón, era
la oración de Dios en el secreto de mi alma;
era
la respuesta de Dios a todas mis preguntas, era la vida y fortaleza
de Dios para mi alma y mi cuerpo; y se convirtió en la substancia de
todo conocimiento, de toda oración, y toda bendición; porque era el
mismo Dios VIVO, mi vida, mi todo.
Es
así como nuestro espíritu bebe en la VIDA de nuestro Señor
RESUCITADO y
puede lanzarse en medio de los conflictos y deberes de la vida, como
la flor que a través de las sombras de la noche, ha bebido las
frescas y cristalinas gotas de rocío. Pero
así
como el rocío no desciende jamás en una noche tormentosa, así
el
rocío de Su gracia nunca desciende a las almas INQUIETAS.
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