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lunes, 31 de enero de 2011

SI QUIERES OÍR SU VOZ, ESCUCHA EL SILENCIO, A. B. Simpson





INTRODUCCIÓN DEL ADMINISTRADOR:

En cierta ocasión el Señor me mostraba en una imagen mental que para oír Su voz con claridad debo silenciar todas las otras voces. La imagen mental era la de aquel que está en un local lleno de gente, donde están hablando todos entre si en corrillos y cada cual alzando más la voz para hacerse oír. En ese ambiente, si a alguien le llaman por su teléfono móvil descolgará y como no oirá nada, se verá forzado a salir afuera para poder escuchar a quien le llama, especialmente si en la pantalla del móvil el número que aparece es el del 'Jefe'.

Este artículo, de "Manantiales del Desierto", Habla de eso; de aprender a escuchar a nuestro precioso Salvador en la oración de silencio y quietud.



"Hubo silencio y oí una voz acallada" (Job 4:16)

Hace unos veinte años uno de mis amigos puso en mi mano un librito titulado 'Paz Verdadera'. Era un antiguo mensaje medieval y no contenía sino un solo pensamiento: Que Dios está esperando en lo más profundo de mi ser, para hablarme, si yo solamente permanezco lo suficientemente callado para poder oír Su voz.

Yo creí que esto sería una cosa muy fácil y empecé a guardar silencio; pero no había hecho nada más que comenzar, cuando un perfecto alboroto de voces llegó a mis oídos; un millar de notas clamorosas por dentro y por fuera; hasta que no podía oír otra cosa sino un ruido violento y ensordecedor. Algunas eran mis mismas voces, mis propias preguntas, mis mismas oraciones. Otras eran las sugestiones del tentador y las voces del inquieto mundo. Por todas direcciones era atraído, empujado y saludado con aclamaciones ruidosas y una inquietud inexplicable. Creía que era necesario que escuchase algunas de estas voces y que las contestase, pero Dios dijo: "Cállate y conoce que soy Dios".

Entonces me arribó un conflicto de pensamientos acerca del mañana y sus deberes y necesidades y quise atenderlos, pero Dios dijo: "Cállate".

Y cuando empecé a escucharle y, despacio y gradualmente, aprendí a obedecer y cerré mis oídos a todos los sonidos, me di cuenta al poco tiempo que, cuando las otras voces cesaron o yo cesé de oírlas, había en lo más íntimo de mi ser una voz pequeña y silenciosa, que empezó a hablarme con una ternura, con un poder y con un aliento que no es posible describir.

Cuando estaba escuchando, la voz de la oración se convirtió para mi en la voz de la sabiduría, la voz del deber; y no tuve ya que pensar tanto, orar tanto o confiar tan agudamente. Pero aquella "pequeña y queda voz" del Santo Espíritu en mi corazón, era la oración de Dios en el secreto de mi alma; era la respuesta de Dios a todas mis preguntas, era la vida y fortaleza de Dios para mi alma y mi cuerpo; y se convirtió en la substancia de todo conocimiento, de toda oración, y toda bendición; porque era el mismo Dios VIVO, mi vida, mi todo.

Es así como nuestro espíritu bebe en la VIDA de nuestro Señor RESUCITADO y puede lanzarse en medio de los conflictos y deberes de la vida, como la flor que a través de las sombras de la noche, ha bebido las frescas y cristalinas gotas de rocío. Pero así como el rocío no desciende jamás en una noche tormentosa, así el rocío de Su gracia nunca desciende a las almas INQUIETAS.

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