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lunes, 1 de noviembre de 2010

UNGIDO PARA LA SEPULTURA (DE ORUGA A MARIPOSA), José




Arrastrándose y pegado a la tierra

Crisálida (Sepulcro y Puerta a Novedad de Vida)

Capaz de volar (Vida en el espíritu)



UNGIDO PARA LA SEPULTURA
(DE ORUGA-GUSANO A MARIPOSA)

La mayoría de las orugas son gusanos de aspecto más bien feo y repulsivo, que se arrastran. Sin embargo, les llega el tiempo de construir un capullo y encerrarse en él para transformarse en bellas mariposas. Este capullo será su lecho mortuorio, su tumba y, a la vez, puerta de resurrección a un nivel de vida superior en otra dimensión o esfera más elevada; cual bellas mariposas, ya no se arrastrarán más por los suelos y las ramas, sino que, usando sus lindas alas, podrán volar.

La trasformación de una oruga en mariposa es una de las más vívidas metáforas, que el Creador nos ha dejado en la naturaleza, del paso de la vida en la carne de una persona justificada por la fe (salva: engendrada por el Espíritu, pero aún no convertida o nacida de nuevo), a la vida en el espíritu.

Cuando leemos la Carta a los Romanos de Pablo, vemos que en el capítulo 6 todo parece estar bien: "consideraos muertos al pecado, el pecado no se enseñoreará de vosotros, liberados del pecado..."; pero en el capítulo 7 la situación desciende hasta la profunda sima del "¡miserable de mí!, ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?"; para después remontar hasta un pináculo de la victoria gloriosa del "¡más que vencedores!", en el capítulo 8.

Esta vida de Vencedor viene por deshacernos del hediondo cadáver (nuestro propio cuerpo de muerte o mortal) al que miserablemente caminamos atados (el viejo hombre, la vieja creación, el contacto contaminante con el propio cuerpo muerto), arrojándolo en una tumba de revelación, que nos despertará a la realidad de que, no sólo fuimos crucificados con Él, sino también sepultados con Él. Tumba a la que sólo accedemos tras "firmar" voluntaria y conscientemente la preceptiva acta de nuestra defunción que autoriza nuestra sepultura.

Sólo así, estándonos quietos y reposando de TODAS NUESTRAS obras en dicho lecho mortuorio, como Dios de las Suyas (Heb. 4: 4b; 10), dejaremos de tratar con los síntomas de nuestro andar como zombis, cosa que no consigue atajar la causa de la hediondez y pudrición de los cadáveres andantes que somos en ese estado. Sólo así, cesando de obrar por un breve lapso de tiempo  (Dios nos revelará el día "D" y la hora "H" en que hemos de descender al "sepulcro", para con ello reconocer que los muertos no pueden obrar NADA) recibiremos, por experiencia, la vida de resurrección: ¡Cristo en nosotros, la esperanza de gloria!, o Cristo formado en nosotros (Col. 1: 27; Gál. 4: 19).

Decía Watchman Nee en sus escritos sobre Efesios, que la auténtica vida cristiana comienza no con obrar, sino con un glorioso sentarse, para luego andar y al final poder estar firmes. Esta es la secuencia progresiva en dicha carta paulina: sentaos (2: 6), andad (4: 1, 17; 5: 1, 8, 15), estad firmes (6: 11, 13, 14).

No se trata de pasividad, sino de algo similar a estar sentados sobre una "silla de ruedas" (el Espíritu Santo), en la que nos desplazamos, pero estando sentados mientras la silla carga con nuestro peso, sin apenas esfuerzo de nuestra parte. Sin embargo, hasta que nos damos cuenta (volviendo en sí, Luc. 15: 17; ahora mis ojos te ven, Job. 42: 5), tratamos de caminar sin haber "visto" nuestra posición de unión con el Cristo que está sentado en los lugares celestiales (1: 20), descansando hasta que el Padre ponga a todos sus enemigos por estrado de sus pies; y, peor aún, haciendo "guerra espiritual" al más puro estilo de los hijos de Esceva, sin haber sido despojados del viejo hombre ni renovados en el espíritu de nuestra mente ni revestidos del nuevo hombre (4: 22-24), por experiencia personal.

¿Nos han de extrañar entonces tantas derrotas a manos de los principados, potestades y gobernadores de las tinieblas?

Una lectura atenta de Efesios 2: 5-6 nos apercibirá de que si en el versículo 5 se nos dice que se nos dio vida ¿cómo entonces en el 6 puede decirse que nos resucitó y nos hizo sentar?, pues se resucita a los muertos, no a los vivos; por eso entre el versículo 5 y el 6 obviamente ha de venir el "sepultados con Él" de Col. 2: 12, donde también se dice que fuimos resucitados con Él.

Cristo ya tenía una vida nueva, sin pecado, entonces, ¿por qué tuvo que morir? Lo hizo para poder incorporar s
u humanidad a la deidad: sus experiencias humanas de vida, sufrimiento, muerte y sepultura; y así, después, poder suministrarse o dispensarse, derramándose como el Espíritu Vivificante todo inclusivo tras su resurrección. Sólo, pues, después de haber sido sepultados con Él, después de haber sido "sueltos los dolores de la muerte" (Hch. 2: 24), después de deshacernos de nuestro propio cadáver, de nuestro cuerpo de muerte, al que caminábamos atados; sólo tras "ver" que YA fuimos muertos y también sepultados con Jesucristo ("¡Gracias doy a Dios por Jesucristo nuestro Señor!", Rom. 7: 25); solamente entonces, podremos sentarnos y estarnos quietos en esa bendita "Silla espiritual" de solaz y descanso.

Somos llamados a compartir las mismas experiencias por las que atravesó nuestro hermano mayor Jesucristo. Jesús, tras resucitar, seguía siendo el mismo, pero tenía algo "diferente". Su aspecto y su porte, eran diferentes; tanto que a primera vista no fue reconocido ni por las personas de su círculo más íntimo: María Magdalena en el sepulcro, los discípulos de Emaús, el episodio cuando los apóstoles regresan de pescar y Jesús los espera en la playa con un pescado en las brasas…

Algo parecido les ocurre, en algún grado, a quienes experimentan la resurrección aquí y ahora, sin esperar a morir físicamente primero. Esta experiencia de resurrección es una crisis espiritual interna, que transciende hasta incluso cambiar un poco nuestro aspecto externo; de tal modo, que algunos que nos conocían "sabrán" que algo en nosotros es diferente; aunque no sabrán precisar bien que se trata del aroma de la resurrección

Desde ahí en adelante andaremos circuncidados, renqueantes como Jacob tras su punto de inflexión en Peniel. 

¡Sí, ser derrotados por Dios es vencer! De ahora en adelante andaremos en novedad de vida: quietos, sumisos, mansos y humildes..., gobernados por el Espíritu-espíritu.

Esta experiencia está claramente tipificada en la Escritura. Por ejemplo, en el Antiguo Testamento la vemos muy claro en
el cruce del Jordán, donde las aguas de arriba (nuevo hombre celestial) y las de abajo (viejo hombre terrenal) fueron cortadas o separadas. Las viejas aguas fueron sepultadas en el salado Mar Muerto, que está más bajo que el nivel del mar y de donde sólo pueden salir hacia arriba vía evaporación (resurrección, espíritu ascendido).

En el Nuevo Testamento tenemos dos pasajes clave que nos hablan de ella: la rotura del velo del templo al morir Jesús (Mat. 27: 51) y la rotura del vaso de alabastro por María de Betania cuando ungió a Jesús para su sepultura. Esa acción liberó el perfume de nardo puro y así toda la casa pudo llenarse con la fragancia (Mar. 14: 3). El perfume dejó de estar encerrado o contenido sólo en el espíritu, para extenderse también al alma, pudiendo alcanzar incluso al cuerpo mediante algún tipo de sanidad.

Tanto el velo como el vaso de alabastro representan nuestra alma. Ésta ha de ser quebrada para que el espíritu, hasta ahora confinado dentro ella, encuentre lugar por donde fluir. Watchman Nee en su libro La Liberación del Espíritu explica con detalle todo este asunto del quebrantamiento del hombre exterior, para que el espíritu pueda ser liberado (http://txemarmesto.blogspot.com.es/2011/10/libros-de-watchmen-nee-nee-too-seng.html).

Que el precioso Espíritu Santo nos ilumine el entendimiento para que "veamos" nuestra muerte, sepultura y resurrección con Cristo, todas tres. Es decir, no sólo nuestra salvación del espíritu en el engendramiento (Pascua en Egipto), nuestra gestación a través del Bautismo en el Espíritu Santo y Fuego (Pentecostés en el desierto del Sinaí, en el que la Ley es escrita en nuestros corazones) y nuestra muerte-sepultura al yo en el fondo del Jordán y nuestra resurrección naciendo en novedad de vida o salvación del alma en la acampada de Gilgal, la Tierra Prometida, donde Cristo es formado o dado a luz en nosotros).

¡SEÑOR, DANOS LA REVELACIÓN QUE NOS PERMITA CONTARNOS POR MUERTOS! ¡MANDA NUESTRO JOSÉ DE ARIMATEA PARA UNGIRNOS PARA LA SEPULTURA Y LUEGO RESUCÍTANOS A LA VIDA DE TRIUNFO Y REPOSO! NO NOS CONFORMAMOS CON LA VIDA SOLAMENTE. ESA CIERTAMENTE YA NOS LA DISTE, PERO TAMBIÉN QUEREMOS, LA VIDA ABUNDANTE:

Juan 10: 10
El ladrón no viene, sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan [vida] en abundancia.


José


Vídeos sobre la experiencia:





Recomendamos un pequeño libro del Dr. Stephen E. Jones, que relata su vivencia personal de esta experiencia y unos artículos relacionados:




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