ESTUDIO-VIDA DE ÉXODO
MENSAJES CINCO y SEIS
DIOS LLAMA AL QUE HA PREPARADO
(1) y (2)
II. EL TIEMPO DEL
LLAMAMIENTO DE DIOS
Dios deseaba liberar a los
hijos de Israel del cautiverio, pero Él tuvo
que esperar que Moisés fuese plenamente preparado. Estos capítulos de Éxodo
revelan que Dios es muy paciente. Aún antes del nacimiento de Moisés, los hijos
de Israel sufrían en Egipto. Pero Dios esperó por lo menos ochenta años. Resulta fácil ser paciente si no
tenemos la fuerza ni la habilidad para hacer algo acerca de la situación; en
este caso, usted no tiene otra elección que esperar; no obstante, al que es capaz y calificado, le resulta
difícil ser paciente. Dios ciertamente era capaz de liberar a los
hijos de Israel; Su poder era suficiente. No obstante, El esperó con paciencia.
A veces estamos agotados por la paciencia de Dios y preguntamos:
“¿Cuánto tiempo, Señor? ¿has escuchado nuestras oraciones? Señor, ¿dónde estás?
¿no te preocupas por nosotros? ¿cuánto tiempo vamos a esperar todavía antes de
que hagas algo por nosotros?” Parece como si no hubiera Dios en este universo.
Los Salmos plantean estas preguntas muchas veces, pues los salmistas eran
iguales que nosotros.
Es bueno ser agotado por la paciencia de Dios
porque después de esto, descansamos. Podemos estar tan agotados que abandonamos la oración. Sabemos que Dios es verdadero y real y que Él tiene Su tiempo. Por ende, aprendemos a confiar en El. Entonces
descansamos.
Después de cuarenta años, Moisés ya no podía esperar más para
liberar a los hijos de Israel. Él había recibido la educación más elevada y se
había convertido en un hombre poderoso en palabras y en hechos (Hch. 7:22). No cabe duda de que a sus propios ojos él estaba calificado y
listo para actuar por el bien de su pueblo. Pero Dios dejó a Moisés a un
lado por cuarenta años más, hasta que fuese plenamente preparado conforme a las
normas de Dios. En eso vemos la paciencia de nuestro Dios.
¿Por qué Dios tuvo que esperar estos ochenta años? Ninguno de
nosotros estaría dispuesto a esperar tanto tiempo. Ciertamente Dios deseaba tener la manera de
intervenir antes, pero entre los hijos de Israel no había nadie a quien Él
podía presentarse. Por tanto, Dios tuvo que esperar hasta el nacimiento
de Moisés. Cuarenta años más tarde Moisés estaba allí y había crecido, pero Dios todavía tuvo que esperar porque Moisés era muy natural. Dios tuvo que esperar porque
faltaba una persona preparada.
Aquí vemos un principio. En cada edad, Dios ha deseado hacer algo.
El problema no estaba de su lado, sino siempre del lado
de Su pueblo. Esta ha sido siempre la pregunta: ¿Dónde está la persona lista para recibir el llamamiento de Dios?
En nuestra era también Dios anhela hacer ciertas cosas. ¿Pero quién está listo
para Su llamamiento? Hace más de diecinueve siglos, el Señor Jesús dijo que El
vendría pronto (Ap. 22:7). Pero todavía Él no ha venido. Si le preguntáramos al
Señor porque ha demorado tanto Su regreso, El quizá contestaría: “¿Dónde están las personas
listas para Mi regreso? Cuando vea que un número suficiente de personas
estén listas, vendré. Tengo muchos deseos de volver, pero ¿a qué volvería?”
En Éxodo, Dios no pudo
venir cuando Moisés era un niño o cuando todavía
confiaba en su fuerza y habilidad naturales. Dios tuvo que esperar hasta que Moisés
cumpliera los ochenta años. Entonces, después de preparar a Moisés, Dios vino y lo llamó. Los hijos de Israel clamaron por causa
de la tiranía, la persecución y la opresión, pero Dios todavía tuvo que esperar
por la preparación de Moisés. En el mismo principio, el Señor sigue demorando
Su regreso porque no hay suficiente gente que esté preparada para ello.
En los capítulos dos y tres de Éxodo vemos que los hijos de Dios
que eran perseguidos clamaron a El y que el Dios de misericordia, de gracia y
de amor deseaba rescatarlos. Pero Moisés crecía lentamente hacia la madurez. El clamor de los
israelitas era desesperado y el anhelo de Dios era grande, pero el crecimiento
de Moisés era lento. Hoy en día la situación es la misma. Muchos santos han
anhelado el regreso del Señor, y El mismo desea volver. ¿Pero dónde están los
que han sido preparados? Por consiguiente, en lugar de quejarse al Señor acerca
de la situación actual, debemos dedicarnos a crecer en vida.
Cuando Moisés fue
descartado por la soberanía de Dios, posiblemente
estaba muy desilusionado y sin esperanza. Él se conformó con ser pastor
apacentando al rebaño en la tierra de Madián. Un hombre educado en el palacio
real estaba obligado a vivir como pastor en el desierto. Con el transcurso de los
años, él lo perdió todo: su confianza, su futuro, sus intereses, sus metas. Finalmente, Moisés probablemente
alcanzó el punto en el cual ya no pensaba más en ser aquel que Dios usaría para
rescatar a los hijos de Israel del cautiverio egipcio. Moisés debe de
haber pensado: “Debo cuidar este rebaño. Pero ni siquiera es mío; pertenece a
mi suegro. No tengo ningún
imperio, ningún reino. No tengo otra cosa que hacer aparte de sostener mi
familia. Mi preocupación inmediata consiste en encontrar hierba fresca
para el rebaño y agua para que beban”. Pero un día, cuando Moisés fue
plenamente procesado, Dios se apareció a él y lo llamó. A la edad de
ochenta años, a los ojos de Dios, Moisés estaba plenamente preparado y
calificado, y Él se presentó a Moisés en el momento preciso.
El relato del llamamiento de Moisés por parte de Dios es más largo
que el relato del llamamiento que les hizo a otras personas en la Biblia. El de
Abraham es breve, y lo mismo sucede con el llamamiento de Isaías. Vemos lo
mismo en el llamamiento de Pedro y de Saulo de Tarso. Pero el relato del
llamamiento de Moisés es largo y detallado. En este relato, encontramos todos los puntos básicos
acerca del llamamiento de Dios. Por tanto, si deseamos conocer el pleno
significado del llamamiento de Dios, debemos prestar más atención al que Dios
hizo a Moisés en Éxodo 3.
Moisés fue el primer siervo completo, calificado y perfeccionado de
Dios en la historia. Noé fue usado por Dios para construir el arca, pero él no era la
clase de siervo que era Moisés. Ni siquiera Abraham, el padre de la fe, fue
perfeccionado para servir a Dios como lo fue Moisés. Por ser el primer siervo
de Dios plenamente calificado en la Biblia, Moisés es el modelo
de un siervo de Dios, y el llamamiento que le hizo Dios es la norma
que usa para llamar a todos Sus siervos. En principio, todos
debemos ser llamados como lo fue Moisés.
...
C. Tierra santa
En el versículo 5, Dios dijo a Moisés: “No te acerques; quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que
tu estás, tierra santa es”. En este versículo, la “tierra santa” se refiere a la tierra que el hombre no ha tocado.
Esto indica que el llamamiento de Dios se produce en un lugar en donde no existe ninguna interferencia humana. El
llamamiento de Dios siempre llega a una persona que se encuentra en tierra
virgen, una tierra que sólo Dios toca.
Esto significa que cada llamamiento genuino ocurre en un lugar donde no hay ninguna manipulación humana ni opinión. Si
deseamos ser llamados por Dios, debemos estar en un lugar plenamente reservado para El.
...
B. Perdió la
confianza en sí mismo
Después de aquellos años en el desierto, Moisés perdió toda
confianza en si mismo (3:11; cf. 2:11-13). Cuando Dios llamó a Moisés, éste
dijo: “¡Ay Señor! Nunca he sido hombre de
fácil palabra ni antes, ni desde que Tú hablas a Tu siervo; porque soy tardo en
el habla y torpe de lengua” (4:10). ¿Entonces por qué dice Esteban en Hechos 7:22 que Moisés
era poderoso en palabras y hechos? Cuando Moisés tenía cuarenta años de edad él era poderoso
en palabras y hechos. Eso significa que él era elocuente. Pero después de
cuarenta años más, él perdió confianza en sí mismo; él se consideraba a sí
mismo como tardo de habla. El relato de Éxodo 4 y el de Hechos 7 son
verdaderos. El relato de Hechos 7 se aplica a Moisés a la edad de los cuarenta
años, mientras que el relato de Éxodo 4 se aplica a él cuando tenía
ochenta años, después de ser disciplinado y después de que su habilidad natural
fuese despedazada.
Pocos cristianos conocen realmente la manera que Dios usa al
disciplinar a la gente. Me he encontrado con muchos santos que tenían muchísima
confianza en que habían recibido de parte de Dios la carga de hacer una obra
particular para El. No obstante, sin ninguna
excepción, en cuanto empezaron a hacer algo, Dios intervino para disciplinarlos.
Cuando estamos tan seguros de que somos llamados y tenemos carga, debemos
esperar la disciplina de Dios. Puede que esperemos que otros nos apoyen, pero
en lugar de eso se oponen a nosotros. Desanimados por este rechazo, quizá
decidamos abandonar totalmente la carga. Pero no podemos abandonar ninguna
carga que procede verdaderamente de Dios. Si usted puede abandonar
una carga, esto indica que no venía de Dios desde un principio. Cuando hemos
recibido la carga por parte del Señor, no podemos desechar esa carga por mucho
que se opongan los demás a nosotros. Podemos estar muy desilusionados, pero la
carga permanece con nosotros. Tarde o temprano esta se levanta nuevamente en
nosotros.
Sin lugar a dudas, cuando Moisés tenía cuarenta años de edad le
vino una carga del Señor. Estoy convencido de que los padres de Moisés,
particularmente su madre, lo había consagrado a Dios. Indudablemente, Moisés aceptó voluntariamente la
carga de Dios. No obstante y por confiar tanto en que tenía la habilidad y el
poder de llevar a cabo esta carga, Dios arregló las cosas para que él fuese
rechazado. Moisés debió haber estado profundamente desilusionado. Año
tras año, Dios operó en Moisés, no para eliminar la carga, sino para terminar
la habilidad natural de Moisés y hacer que él no tuviese ninguna confianza en
sí mismo.
Nuestro problema es éste: si recibimos una carga del Señor, tenemos la
tendencia a usar nuestra fuerza natural para llevarla a cabo. Pero si nuestra fuerza
natural es aniquilada, entonces tenemos la tendencia a desechar la carga. No
separamos la carga de Dios de nuestra fuerza natural. Nos gusta combinar estas
dos cosas, pero Dios quiere separarlas, es decir, guardar la carga y desechar
nuestra fuerza natural. Por consiguiente, a Dios le tomó cuarenta años
aniquilar la fuerza natural de Moisés. En principio, El hará lo mismo con
nosotros.
Cuando Dios llamó a Moisés, Moisés dijo que él era tardo de habla.
Parece que Moisés estaba
diciendo: “Señor, ahora que has aniquilado mi habilidad, ya no puedo aceptar Tu
carga, quiero renunciar. No soy la persona adecuada para ser enviada a Faraón y
liberar a los hijos de Israel de sus manos. Soy tardo de habla. ¿Cómo podré
hablar a Faraón?” Al hablar de esta manera al
Señor, Moisés en apariencia era sincero. No obstante, Dios se enojó con él
(4:14). Esto indica que por parte de Moisés había algún problema.
Dios deseaba “contratar” a Moisés, pero él se negó a aceptar el trabajo.
Mientras Moisés estaba negociando con el Señor, Dios sabía lo que estaba en su
corazón. Interiormente Moisés pudo haber dicho: “Señor, hace cuarenta años,
hice todo lo posible para rescatar a los hijos de Israel, pero no me permitiste
tener éxito. Fui rechazado, y tuve que huir a este desierto, donde he sufrido
durante cuarenta años. He olvidado todo lo que aprendí en el palacio real, he
llegado a ser nada. Ahora Tú me pides que vaya a Faraón. Cuando yo era
calificado, Tú me despediste. Pero ahora que no estoy calificado ni soy capaz,
quieres contratarme”. Secretamente, Moisés quizá haya
culpado al Señor. Esta pudo haber sido la razón por la cual Dios no estaba
contento con él.
En Moisés y en Dios había algo que no fue expresado. Dentro de Sí
mismo, el Señor quizá haya
dicho: “Moisés, no necesito que hagas nada. ¿No ves la zarza allí? Está
ardiendo, pero no se consume. Todo lo que quiero es que tú me manifiestes a Mí.
Moisés, no rechaces la carga, recíbela, pero no uses tu habilidad y fuerza para
llevarla a cabo. Puesto que te consideras como
muerto, ahora puedo usarte. Moisés, no me rechaces. No procuro
usarte según tu concepto natural. Quiero usarte a Mi manera, como una zarza
ardiente que no se consume”.
No es fácil hacer algo por el Señor sin usar nuestra propia fuerza o
habilidad.
En el transcurso de los años he aprendido esta lección, principalmente por
medio de sufrimientos y fallas. A menudo la gente tiene la siguiente actitud:
si les piden hacer algo, deben ser capaces de hacerlo por su propia manera sin
interferencia ni consejo de los demás. Aún los ancianos en la iglesia a veces
tienen esta actitud. Nuestro
sentir puede ser: “si quieres que haga eso, entonces apártate y déjame hacerlo”.
No obstante, cuando Dios nos llama a hacer algo, Él quiere que lo hagamos pero no
por nosotros mismos. Cuando Él nos llama, parece que Dios dice: “Sí, quiero que hagas eso, pero quiero
que lo hagas por Mi, y no por ti”. A menudo nuestro problema reside
en el hecho de que si no podemos hacer cierta cosa por nosotros mismos,
entonces nos negamos a hacerla. Esta actitud ha sido un gran
impedimento para la obra del recobro del Señor.
Muchos santos saben que necesitamos la vida de iglesia; no
obstante, por estar desilusionados, son renuentes a ir a las reuniones. Se
parecen a Moisés desilusionado en el desierto y disciplinado por Dios hasta que
perdió su confianza. No obstante, todavía estaba dispuesto a tomar la carga del
Señor. Moisés recibió la carga de Dios antes de la edad de los cuarenta años.
No obstante, Moisés tuvo
que aprender a cooperar con Dios sin usar su habilidad ni fuerza natural.
Dios no pudo llamar a Moisés hasta que éste hubiese
perdido toda la confianza
en si mismo. En principio, Dios nos disciplina de la misma manera.
Cuando dejamos de confiar en nosotros mismos, El viene y nos llama.
...
F. Una zarza que
arde sin consumirse
Antes de hablar a Moisés, Dios le mostró la señal de la zarza
ardiente. Él se le apareció en una llama de fuego en medio de una zarza (v. 2),
una zarza que ardía con fuego sin ser consumida. Al ver esta zarza ardiente,
Moisés dijo: “iré yo ahora y veré esta
grande visión, por qué causa la zarza no se quema” (v. 3). La zarza
representaba a Moisés. Esto indica que todo aquel que es llamado por Dios debe estar consciente
de que no es más que una zarza con fuego ardiendo dentro de él y que este fuego
es Dios mismo. Dios desea arder dentro de nosotros
y sobre nosotros, pero Él no nos quemará, es decir, Él no nos usará como
combustible.
Según Génesis 3, las
espinas representan la maldición que viene por el pecado. Esto indica que, como llamado de
Dios, Moisés era un pecador bajo la
maldición de Dios. Moisés era una zarza,
y no un cedro del Líbano.
El fuego que ardía dentro de la zarza representa la manifestación de
la santidad de Dios. Génesis 3:24, donde se
menciona por primera vez un fuego en la Biblia, habla de una “espada encendida que se revolvía por todos
lados, para guardar el camino del árbol de la vida”. Este fuego apareció
después de la caída del hombre por comer del árbol del conocimiento del bien y
del mal. Esta llama excluyó al hombre del árbol de la vida. Le impidió aún
tocarlo. En Éxodo 3, se vuelve a mencionar el fuego. Aquí el fuego no
excluye al hombre de nada; por el contrario, indica que la gloria de la
santidad de Dios debía quemar dentro de
Moisés y sobre él, aunque él era una zarza, un
pecador bajo la maldición de Dios. ¿Cómo la santidad de Dios puede
arder dentro de nosotros? Esto es posible solamente mediante la redención de
Dios, que cumple los requisitos de la santidad de Dios. Por consiguiente, hoy
en día, la santidad de Dios ya no nos excluye del árbol de la vida; arde dentro
de nosotros, aunque antes éramos pecadores bajo la maldición de Dios. El fuego
santo es ahora uno con el pecador condenado y aún arde sobre él.
El hecho de que la zarza
ardía sin ser consumida indica que la
gloria de la santidad de Dios debe arder dentro de nosotros, pero que no debemos estar
agotados. Si un
siervo de Dios está agotado, puede significar que él está usando su propia
energía para hacer algo por Dios. Dios no desea usar nuestra vida natural como combustible. El arderá
solamente usándose a Si mismo como combustible. Nosotros hemos de ser solamente
una zarza con el fuego divino que arde dentro de nosotros.
Creo que Moisés nunca olvidó la visión de esta zarza ardiente. El
recuerdo de esta visión debe haber obrado dentro de él para recordarle
continuamente que no debía de usar su fuerza ni habilidad natural. Mediante la señal de la zarza
ardiente, Dios impresionó a Moisés con el hecho de que él era una vasija, un
canal por el cual Dios había de manifestarse. No resulta fácil aprender que no
somos más que una zarza para la manifestación de Dios. En el transcurso de los
años, he aprendido una sola lección: laborar por Dios sin usar la vida natural
como combustible, sino dejar que Dios arda dentro de mí.
En Marcos 12:26, el Señor Jesús se refiere a la zarza de Éxodo
3:2. En una traducción se añaden las palabras: “la sección de” antes de
“zarza”; mientras que otra versión dice: “el lugar acerca de”. El relato de la
zarza ardiente ha de ser un recuerdo continuo y un testimonio permanente para
los llamados de Dios. Testifica el hecho de que no podemos ser nada más que
zarzas.
En estos días, hemos visto que todos los santos pueden ser
apóstoles, profetas, evangelistas, y pastores y maestros. No obstante, si
deseamos funcionar como estos dones para el Cuerpo de Cristo, primero debemos
ser zarzas ardientes, aquellos que, como Moisés, no tienen ninguna confianza en
si mismos y que no arden por Dios conforme a su energía natural.
Desde el momento en que Dios llamó a Moisés, Moisés dejó de tener
confianza en sí mismo. Cuando los demás se rebelaron en
contra de él, él no argumentó con ellos, sino que fue a Dios y cayó
delante de El. Al hacer esto, Moisés mostró que él era una zarza
ardiente. Mientras Moisés se postraba delante de Dios, El apareció como un
fuego resplandeciente, manifestándose a Sí mismo desde el interior de Moisés
como la zarza.
Que este relato de la zarza nos impresione profundamente y que
nunca lo olvidemos. En nosotros mismos, no somos nada; somos simples zarzas.
Pero Dios todavía nos atesora y desea manifestarse a Sí mismo como una llama de
fuego desde nuestro interior. Debemos atesorar el hecho de que El arde al no poner ninguna
confianza en lo que somos conforme al hombre natural. Nuestro hombre natural
con su energía, fuerza, y habilidad debe ser aniquilado y olvidado. Nuestra
habilidad y fuerza no significan nada. ¿Qué puede hacer una zarza? Nada.
Usted se considerará capaz, pero finalmente se dará cuenta de que no es más que
una zarza inútil. Todos debemos tener esta visión de nosotros mismos. Le damos
gracias a Dios porque Él nos visita, permanece con nosotros, y arde sobre
nosotros. La llama divina
arde dentro de nosotros y sobre nosotros, pero nosotros mismos no
somos consumidos.
Después de que Dios llamó a Moisés y lo envió a Faraón, no fue
Moisés sino Dios mismo Él que lo hizo todo y que fue glorificado. Moisés no tenía ningún arma; él tenía solamente una vara. Con esa vara, él se fue a
Faraón según la orden del Señor, y Dios lo hizo todo. Por consiguiente, la gloria fue manifestada no para
Moisés, sino siempre para Dios. Dentro de Moisés y sobre él se manifestaba la
gloria de Dios.
Todos debemos ser
llamados como Moisés. Tarde o temprano, todos contemplaremos la misma visión
que recibió Moisés en el capítulo tres de Éxodo, la visión de una zarza que
arde sin ser consumida. Esta visión debe ser grabada sobre
nuestro ser. Entonces cada vez que toquemos la obra de Dios o el servicio de la
iglesia, tendremos el recuerdo de que no somos más que una zarza. Un
día todos estaremos conscientes de eso.
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