ESTUDIO-VIDA DE GENESIS
MENSAJE CUARENTA Y UNO (2)
VIVIR POR LA FE
(Ver completo: http://www.librosdelministerio.org/books.cfm?id=26D5CF63)
(Nota: todo lo escrito en letra azul es añadido por el blog)
2) El significado (de vivir por fe): (construir) el altar
(La verdadera adoración de los llamados es poner todo lo que somos y tenemos sobre el altar,
para quemarlo como sacrificio de olor grato a Dios)
a) El primer altar
Después de llegar a More y de haber recibido la segunda aparición de Dios, Abraham construyó un altar (12:7). Este fue el primer altar que construyó. Para vivir por fe, primero debemos construir un altar. En la Biblia un altar significa que lo tenemos todo por Dios y que le servimos a El. Construir un altar significa que ofrecemos todo lo que somos y tenemos a Dios. Debemos poner sobre el altar todo lo que somos y todo lo que tenemos. Antes de hacer algo por Dios, El nos dirá: “Hijo, no hagas nada por Mí. Te quiero a ti. Deseo que pongas todo lo que eres y todo lo que tienes sobre el altar para Mí”. Esta es la verdadera comunión, la verdadera adoración. La verdadera adoración de los llamados consiste en poner todo lo que somos y todo lo que tenemos sobre el altar.
Según el punto de vista humano, la gente dirá que estamos locos si hacemos eso. Nos acusarán de desperdiciar nuestro tiempo y nuestras vidas. Si hubieran estado con Abraham, habrían dicho: “Abraham, ¿qué estás haciendo? ¿Estás loco? ¿Por qué construyes un altar, algo tan insignificante, y pones todo encima para quemarlo? ¿No es eso insensato?”. Como llamados, todo lo que hagamos parecerá insensatez a la gente mundana. Muchos parientes nuestros dirán que es insensato asistir a tantas reuniones, y se preguntarán por qué no nos quedamos en casa a ver televisión con nuestra familia. La gente mundana no puede entender por qué asistimos a varias reuniones por semana. Piensan que estamos locos. Dirían: “¿Qué están haciendo ustedes allí en ese pequeño edificio? ¿Por qué van allí los miércoles, viernes, sábados, dos veces cada domingo, e incluso a veces los lunes, martes y jueves? ¿Están locos?”. ¡Sí! Para la gente mundana, estamos locos. La aparición de Dios nos enloquece.
Un altar significa que no guardamos nada para nosotros mismos; significa que entendemos que estamos aquí sobre la tierra para el beneficio de Dios. Un altar significa que vivimos por Dios, que Dios es nuestra vida, y que el significado de nuestra vida es Dios. Por tanto, lo ponemos todo sobre el altar. No estamos aquí para hacernos un nombre; ponemos todo sobre el altar por causa de Su nombre.
Si usted considera su experiencia, verá que inmediatamente después de que Dios lo llamó, se le volvió a aparecer, y usted le dijo: “Señor, de ahora en adelante, todo es Tuyo. Todo lo que soy, todo lo que tengo, todo lo que puedo hacer y lo que voy a hacer es para Ti”. Todavía puedo recordar lo que sucedió la tarde del día en que fui salvo. Al salir del local de la iglesia y al andar por la calle, miré al cielo y dije: “Dios, de ahora en adelante Te lo entrego todo”. Esta fue una verdadera consagración. En un sentido espiritual, fue la construcción de un altar. Creo que muchos lectores han tenido esta experiencia. Cuando recibimos el llamado de Dios, estábamos locos, despreocupados por lo que podía suceder. En aquella ocasión, no nos dimos cuenta de lo que significaba, pero prometimos al Señor que todo lo que teníamos era para El. Cuando le dije eso al Señor aquel día en la calle, no entendía lo que eso implicaba. A los pocos años, me encontré en dificultades, y el Señor dijo dentro de mí: “¿No te acuerdas de lo que dijiste aquella tarde al andar por la calle? ¿No dijiste: ‘Oh Dios, de ahora en adelante todo es para Ti’?”. Al firmar el contrato, no sabía lo que ello implicaba. Pero era demasiado tarde para retractarme; el contrato ya había sido firmado. Decir al Señor que uno le entrega todo constituye la verdadera construcción de un altar. Todos podemos testificar de lo hermosa que es la sensación y de lo íntima que es la comunión cada vez que le decimos al Señor que se lo entregamos todo. En ese momento, penetramos profundamente en el Señor.
A pesar de decirle al Señor que todo lo que somos y tenemos es para El, podemos olvidarlo a los pocos días. Pero Aquel que nos llamó nunca olvida. El tiene una memoria excelente. A menudo El vendrá a nosotros y nos recordará lo que le dijimos. El podría decir: “¿No te acuerdas de lo que me dijiste aquel día?”. No es una doctrina, sino una verdadera experiencia. A menos que usted no haya sido llamado, no será una excepción. Si usted es un llamado, tengo la plena seguridad de que ha tenido esta clase de experiencia. El Señor se le volvió a aparecer, y en esta nueva aparición usted se enloqueció, y prometió darle todo a El, y no consideró lo que ello implicaba. Usted simplemente se consagró al Señor. No entendía el significado de lo que prometió. Le damos las gracias a Dios porque no entendimos eso cuando lo hicimos. No entendimos cuánto nos comprometimos con Dios al pronunciar una sola frase. Ella nos ató. El es Dios. El es el que llama, y nosotros somos los llamados. Todo es Suyo. Aun cuando queremos enloquecernos por El, dentro de nosotros no tenemos ganas de hacerlo. Pero cuando El se nos aparece, nos enloquecemos y decimos: “Oh Señor, todo es Tuyo. Tómalo. Señor, haz lo que quieras. Te lo ofrezco todo”. El momento en que nos ofrecemos al Señor es como un sueño. Más tarde nos despertamos y empezamos a entender las repercusiones que tiene.
Al principio de mi ministerio, sentía la carga de ayudar a la gente a consagrarse. Compartí mucho acerca de la consagración, pero no vi muchos resultados. Mi enseñanza no producía muchos resultados. Finalmente, me di cuenta de que no podemos ayudar a la gente a consagrarse enseñándole. La enseñanza no es lo que conduce la gente a consagrarse al Señor; es la aparición del Señor lo que motiva a hacerlo. Si podemos ayudar a la gente a encontrar al Señor y a venir a Su presencia, eso será suficiente. No necesitamos decirle que se consagre a Dios ni que se ofrezca sobre el altar. Cuando Dios se aparezca al pueblo, nada les podrá impedir consagrarse. Dirán espontánea y automáticamente: “Señor, todo es Tuyo. De ahora en adelante te lo entrego todo”. ¿Ha tenido usted esta clase de experiencia? ¿Acaso no ha dejado todo lo que es y tiene sobre el altar para Dios y para Su propósito?
b) El segundo altar (estimamos todo lo mundano como escombros y lo entregamos)
Después de construir un altar al Señor en More, Abraham atravesó el país. Dios no le dio solamente una pequeña parcela, sino una tierra extensa. Abraham en sus viajes llegó a un lugar situado entre Bet-el y Hai. Bet-el estaba al occidente y Hai al oriente. Aquí, entre Be-tel y Hai, Abraham construyó otro altar (12:8; 13:3-4). Bet-el significa la casa de Dios, y Hai significa montón de escombros. Bet-el y Hai se oponen. ¿Qué significa este contraste? Significa que a los ojos de los llamados, sólo la casa de Dios vale la pena. Todo lo demás es un montón de escombros. Este mismo principio es válido con respecto a nosotros hoy en día. Por un lado, tenemos a Bet-el, la casa de Dios, la vida de iglesia. Al lado opuesto se encuentra un montón de escombros. Todo lo que es contrario a la vida de iglesia es un montón de escombros. A los ojos de los llamados de Dios, todo lo que no es la vida de iglesia constituye un montón de escombros, porque ellos miran la situación mundial desde el punto de vista de Dios. Este punto de vista es totalmente distinto del punto de vista del mundo. Según el mundo, todo lo mundano es elevado, bueno y maravilloso, pero desde la perspectiva de los llamados de Dios, todo lo que se opone a la casa de Dios constituye un montón de escombros.
Primero nos consagramos en More. Luego nos consagramos en el lugar que se encuentra entre la vida de iglesia y el montón de escombros. Para nosotros, la casa de Dios es lo único que vale la pena. Todo lo demás es un montón de escombros. Entre la casa de Dios y el montón de escombros construimos un altar a fin de tener comunión con Dios, adorarle y servirle.
c) El tercer altar
Abraham construyó el tercer altar en Mamre de Hebrón (13:18). Mamre significa fuerza, y Hebrón significa comunión o amistad. Génesis 18:1 nos muestra que en Mamre Dios visitó a Abraham. En esa visita Dios no sólo se le apareció, sino que estuvo con él por mucho tiempo, y hasta tuvo un banquete con él. Veremos más sobre este tema al llegar a ese capítulo. Aunque More y el lugar entre Bet-el y Hai eran buenos, ninguno de ellos era el lugar donde Abraham había posado para tener comunión constante con el Señor. El lugar donde Abraham se estableció para tener una comunión constante con el Señor fue Mamre de Hebrón.
Todos debemos mantener una comunión constante con el Señor. Esto no sucede por coincidencia; tampoco debe producirse eventualmente. Debe ser constante. Tal vez usted haya construido un altar al Señor hace algunos años. Eso está bien, pero ¿qué ha sucedido desde entonces? Usted podrá decir que construyó un altar hace dos años, pero ¿y hoy qué? Muchos de nosotros tuvimos la experiencia de More pero no hemos tenido la experiencia en Mamre. Creo que Abraham vivía principalmente en Hebrón, el lugar donde podía tener una comunión constante con el Señor. Allí, en Hebrón, construyó el tercer altar. Todos debemos construir por lo menos tres altares: el primero en More, el segundo entre Bet-el y Hai, y el tercero en Mamre de Hebrón.
Debemos construir un altar en Mamre de Hebrón para poder adorar a Dios, servirle y tener comunión constante con El. Esta es la experiencia del tercer altar, el altar de Hebrón.
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