ESTUDIO-VIDA DE GÉNESIS
MENSAJE CUARENTA Y
SEIS
CONOCER LA GRACIA
PARA CUMPLIR EL PROPÓSITO DE DIOS:
LA ALEGORÍA DE LAS DOS MUJERES
(Ver completo: http://www.librosdelministerio.org/books.cfm?id=0FC5DDEE)
e) El fruto (Ismael) viene
por el esfuerzo de la carne y la Ley
Todos los cristianos, sin excepción alguna, somos
semejantes a Abraham. Después de ser salvos, llegamos a ver que Dios desea que
vivamos como Cristo, que nuestra vida sea celestial y victoriosa, que complazca
constantemente a Dios y que lo glorifique. En efecto, Dios desea que llevemos
esa vida, pero Él forjará a Cristo en nosotros a fin de vivir por nosotros una
vida celestial que lo complazca y lo glorifique. Sin embargo, todos nosotros nos
centramos en Su intención y descuidamos Su gracia. Su intención es que llevemos una vida celestial para la gloria de Dios, y Su gracia consiste en que Dios forje a
Cristo en nosotros para cumplir Su propósito. Por consiguiente, primero
dependemos de nuestro Lot, de las circunstancias naturales que trajimos
con nosotros, procurando usarlas para cumplir el propósito de Dios al
llevar una vida celestial para la gloria de Dios. Cuando Dios no nos permite
depender de Lot, entonces nos volvemos a
Eliezer, esperando que éste nos ayude a llevar una vida celestial para la
gloria de Dios. Finalmente Dios nos dice: “No quiero eso. No deseo nada
objetivo sino algo subjetivo que provenga de tu interior”. Cuando vemos que eso
es lo que Dios desea, empezamos a usar
nuestra propia energía, nuestra fuerza natural, para cumplir Su propósito. Todos tenemos una Agar, una sierva siempre
dispuesta a cooperar con nosotros. Tal vez no tengamos la Ley dada por Moisés,
pero sí tenemos las leyes que hacemos nosotros mismos. Todos
promulgamos leyes y hacemos leyes para nosotros mismos.
Consideremos algunos
ejemplos de estas leyes que uno mismo hace: Puede ser que usted diga que nunca más perderá la calma con su marido ni
tendrá una actitud negativa hacía él. Este es su primer mandamiento. El segundo
mandamiento es que, como mujer y
esposa cristiana, debe ser amable,
tierna y humilde. El tercer mandamiento será nunca criticar a los demás, y el cuarto, siempre amar a la gente y nunca aborrecerla. Estas leyes que nos
imponemos son nuestra Agar. A los ojos
de Dios no importa si guardamos estas leyes o no, porque para Él ni siquiera
nuestros éxitos cuentan. En años anteriores, algunas hermanas casi lograron
cumplir sus propias leyes. Tenían un carácter firme, una voluntad de hierro y
una tremenda determinación, y todo el día hacían cuanto podían por controlar su
genio y ser amables, afables y humildes. Aunque
estas hermanas quizás lo hubieran logrado, lo único que produjeron fue un
Ismael. Estas hermanas estaban contentas con su Ismael, y en cierto
sentido, estaban orgullosas de él. El mismo principio se aplica a
los hermanos.
Podemos obtener un Ismael, y tal vez sea
bueno a nuestros ojos, pero sentiremos que nos hace falta algo. Habremos perdido la presencia de Dios. Además, este Ismael se
burlará siempre de las cosas espirituales (21:9). Por una parte, no nos gusta este elemento de burla, pero por otra, seguimos pensando que Ismael no es tan malo
porque fue producido por nosotros. Sin embargo, al perder la
presencia de Dios, nos
vemos en problemas. Así como los descendientes de Ismael causan problemas al
Israel actual, el Ismael que hemos
producido sigue siendo un problema para nosotros. Cuando entendamos eso, oraremos:
“Señor, guárdame en Tu gracia. Guárdame en la promesa. No importa que Tu promesa se cumpla ahora o en muchos años. Sólo
deseo estar a la par con Tu promesa”. Es fácil decir eso, pero no es fácil
practicarlo.
Lo que es cierto en
nuestra vida cristiana también se aplica en nuestra labor cristiana. El Nuevo
Testamento nos dice que después de ser salvos, debemos predicar el evangelio y
llevar fruto. Sin embargo, ¡cuántos esfuerzos y cuánta
energía natural
se usan en la conocida actividad de ganar almas! Se usan muchas
clases de Agar, procedentes de
Egipto, para ganar almas. Cada medio mundano de ganar
almas es una Agar. Efectivamente, usted puede usar una Agar para ganar almas,
pero ¿qué clase de almas ganará? No
serán Isaac sino Ismael. Según el Nuevo Testamento, llevar fruto y predicar el evangelio provienen
de estar llenos de la vida interior,
al forjar Dios a Cristo en nosotros y por medio de nosotros, y al brotar Él de
nuestro interior. Esto significa que la verdadera predicación del evangelio se
lleva a cabo al ser Cristo nuestra gracia.
Existen muchas Agar en el mundo
cristiano de hoy. ¿Quiere usted llevar una vida
cristiana por su propia cuenta? Más
vale que desista. ¿Desea predicar el evangelio por medios mundanos? Es mejor que no lo intente. Deje de llevar la vida cristiana por su propio esfuerzo y deje de obrar para el Señor usando medios
mundanos. Entonces usted dirá: “Si dejo esto, estaré acabado”. Es cierto. Pero es eso exactamente lo que Dios espera.
Abraham respondió con toda
la energía al llamado de Dios cuando tenía setenta y cinco años de edad, pero
Dios no hizo nada con él hasta que tuvo noventa y nueve años, porque hasta
entonces Abraham todavía tenía su fuerza
natural. El
dependía de Lot y de Eliezer y tenía a Agar que correspondía a su fuerza natural. Finalmente, Dios
se vio obligado a alejarse de él. Del mismo modo, mientras dependemos de
un Lot o de un Eliezer o de una Agar como esfuerzo propio, Dios no podrá obrar.
Mientras todavía tengamos la fuerza de producir un Ismael, Dios no hará
nada. Después de que produzcamos ese Ismael, Dios se alejará por
cierto tiempo. A los noventa y nueve años de edad, Abraham se consideraba una
persona muerta. Romanos 4:19 dice que “consideró
su propio cuerpo, ya muerto, siendo de casi cien años”. Romanos 4 también
indica que Sara ya no tenía la fuerza de la fecundidad. Tanto Abraham como Sara tenían la plena convicción de
que estaban acabados y no podían
hacer nada por su propio esfuerzo. Sólo entonces intervino Dios.
Todos los predicadores
que fomentan avivamientos animan y exhortan a la gente a vivir por Cristo y a
laborar por Él. Sin embargo, en nuestro ministerio decimos que
debemos dejar de vivir la vida cristiana por nuestra propia cuenta y de
realizar la obra cristiana con medios mundanos. No se molesten
cuando decimos eso, pues por mucho que exhortemos a la gente a detenerse, casi
nadie lo hace. Si alguien deja de esforzarse por llevar una vida
cristiana con sus esfuerzos o por laborar para el Señor usando medios mundanos,
es bienaventurado.
Esto no es fácil para su propio esfuerzo
en la vida cristiana ni para su celo natural por la obra cristiana. Resulta fácil
ser llamado por Dios, pero es difícil frenar el celo natural. Si el Señor
viniera y lo parara a usted, usted le diría: “No, Señor. Considera la situación
actual. Casi nadie labora para Ti en la carga que tengo. Yo soy prácticamente
el único. ¿Cómo podría dejar mi labor por Ti?”. Pero
bienaventurado el que se detenga, pues cuando uno cesa, Dios interviene. Cuando
lo humano llega a su fin, comienza lo divino. Cuando acaba nuestra vida humana,
empieza la vida divina.
Cuando Abraham tenía
ochenta y seis años de edad, todavía tenía demasiada fuerza, y eso obligó Dios
a esperar trece años más. Tal vez Dios, sentado en los cielos y mirando a
Abraham, haya dicho: “Abraham, ahora tienes ochenta y seis años, pero todavía
tengo que esperar trece años más”.
Usted le pide a Dios que haga algo,
pero Dios espera que usted se detenga. Usted dice: “Oh Señor, ayúdame a hacer
algo”, pero Dios contesta: “Sería bueno que desistieras de ello”. Mientras Abraham estaba tan
ocupado en la Tierra, Dios
quizás le haya mirado y le haya dicho: “Pobre Abraham, no debes estar tan
ocupado. ¿No vas a parar y a dejarme intervenir? Por favor, cesa tus obras y
déjame obrar a Mí. No te quieres detener; por eso, debo esperar hasta que
tengas noventa y nueve años”.
El fruto del esfuerzo de la carne fue Ismael, pero Ismael
fue rechazado por Dios (17:18-19; 21:10-12a; Gá. 4:30). Ismael no sólo fue
rechazado por Dios, sino que también impidió la aparición de Dios. Hoy nuestra experiencia nos
revela lo mismo, pues nuestro Ismael
interrumpe nuestra comunión con Dios e impide que Dios se nos aparezca.
Así vemos que no se trata de lo que hacemos
ni de lo que somos; es asunto de
tener la presencia de Dios o no tenerla.
¿Recibe usted la aparición permanente de Dios?
Debemos olvidar nuestras
acciones y nuestra labor y ocuparnos de la aparición de Dios. Cuando la aparición de Dios nos acompaña,
estamos en la gracia, en el Pacto de la Gracia. Sin embargo, la mayoría
de los cristianos de hoy sólo se preocupan por sus acciones y su labor, y no
por la aparición ni la presencia de Dios. Ellos pueden producir muchos Ismael, pero no tienen la presencia de
Dios. Lo que necesitamos es la presencia de Dios. No necesitamos el fruto
exterior de nuestra labor externa, sino la aparición interior de nuestro Dios. ¿Tiene
usted la
presencia de Dios dentro de sí? Esta es una prueba crucial.
f) El fruto (Isaac)
de la promesa de la gracia
El fruto de la promesa de la gracia, el
cual es Isaac, es la simiente que cumple el propósito de Dios (17:19; 21:12b). La simiente que cumple el propósito de Dios no es otro que Cristo mismo
forjado en nosotros, por medio de nosotros y que brota de nosotros.
Lo que Dios ha forjado en nosotros produce a Cristo como simiente (Gá. 3:16). Finalmente esta simiente se convertirá
en nuestra Tierra. Ahora tenemos la simiente como nuestra vida y la Tierra
como nuestro vivir. Interiormente tenemos a Cristo como la simiente por la cual vivimos,
y exteriormente tenemos a Cristo como la Tierra en la cual moramos.
Esta es la vida de iglesia donde Cristo es nuestra vida. Esta es la
única manera de cumplir el propósito de Dios.
Ya no deberíamos
considerar la historia de Génesis simplemente como una especie de predicción,
sino como una alegoría de la situación actual. La gracia, la Ley y nuestra
fuerza natural están aquí, y siempre
estamos tentados a usar nuestra fuerza natural para laborar en compañía de Agar
a fin de producir un Ismael y así cumplir el propósito de Dios. Pero tenemos una salvaguardia: examinar si tenemos la presencia
de Dios en nuestra vida diaria y en nuestra labor cristiana. La salvaguardia no es la gran cantidad de fruto que
llevemos; es la presencia de Dios.
¿Tiene usted la seguridad, la confianza, de que día
tras día Cristo se forja en su ser para constituir la vida interior por la cual usted vive? ¿Tiene usted la certeza de
que ese Cristo se convierte incluso en la
esfera en la cual usted se desenvuelve? Esta esfera es la vida de iglesia. Debemos tener la Simiente y la Tierra, la vida cristiana apropiada y la vida de iglesia. Debemos vivir por
Cristo interiormente y en Cristo exteriormente. Esta es la debida manera
de cumplir el propósito de Dios. Debemos ver eso y aplicarlo no a los demás, sino a nosotros mismos. La biografía de
Abraham es nuestra autobiografía, y la alegoría de las dos mujeres es un cuadro
de nuestra vida. En nuestra vida actual necesitamos a Cristo como la simiente y
como la tierra.
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