“Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.” (Mateo 6:33)
Jesús dio instrucciones a Sus discípulos para que buscaran el reino de
Dios por encima de todas las cosas. En ningún lugar les dio
instrucciones para que buscaran la iglesia, ni siquiera una perfecta
expresión de la iglesia. Esto puede sonar chocante considerando que el
enfoque central del Cristianismo occidental es una institución llamada
la iglesia.
A lo largo de los siglos, la búsqueda de la iglesia
ideal o una devoción desordenada al sistema de la Iglesia se han
confundido como la búsqueda de Dios. El fruto de esta empresa ha
resultado en la creación de un sistema religioso que es la obra de
hombres, pero no la hechura de Dios. Y aún más, estas instituciones
religiosas son ordenadas conforme al patrón de los reinos del príncipe
de este mundo. No podemos encontrar ninguna escritura que justifique la
desordenada preocupación actual por la iglesia, por el crecimiento de la
iglesia, por la plantación de iglesias, etc. La verdadera iglesia es un
subproducto, un resultado que sucede cuando el pueblo de Dios busca Su
reino como individuos. El resultado de dedicar todas nuestras energías
en buscar la iglesia, es una perversión, convirtiendo al subproducto en
la meta suprema. Los sistemas de iglesia de nuestro día son el fruto de
este desequilibrio.
Parece que todabia son pocos los que se han dado cuenta de que la iglesia no es un fin, solo es un medio
¿Es la iglesia importante para Dios? ¡Si! ¿Es primordial para Sus
propósitos? ¡Un Sí rotundo! ¿Ha de ser ella nuestro enfoque? ¡NO! La
edificación de la iglesia es la responsabilidad de Dios, NO la nuestra.
Somos llamados a buscar el reino de Dios, a hacer a Cristo el rey de
nuestras vidas, no a buscar la iglesia.
Contrario a la opinión
popular, la iglesia no es el reino de Dios. La iglesia (ekklesia) es el
pueblo de Dios. El reino existía mucho antes que la asamblea del Nuevo
Testamento. El Reino fue dado a Israel pero le fue quitado para darlo a
una “nación” que produjera el fruto de ello (Mateo 21:43).
Jesús enseñó a Sus discípulos que el Reino vendría en una dimensión que
antes de ese tiempo había existido solo en el Cielo. Su voluntad solo
podía cumplirse por Su Espíritu, que fue derramado en Pentecostés. Jesús
enseñó a Sus discípulos a orar: “Padre nuestro, que estás en los
cielos. Santificado sea Tu Nombre. Venga tu Reino, Hágase Tu voluntad,
así en la tierra como el cielo.” (Mateo 6:9‐10). Esta oración modelo
revela claramente las prioridades del reino de Dios.
En
realidad es un asunto de causa‐efecto. Primero la causa—el reino de Dios
y Su voluntad—después el efecto—una iglesia gloriosa sin mancha ni
arruga. Muchos creyentes han puesto el carro antes que el caballo, dando
prioridad al efecto sobre la causa. Esta obsesión está alimentada por
la falsa creencia de que si conseguimos el patrón de iglesia correcto,
entonces la iglesia experimentará la vida del cuerpo y todas nuestras
desgracias habrán terminado. Consecuentemente, el patrón se convierte en
la meta principal, la llave de la vida, por así decirlo. Ignorando que
están pasando de largo la causa y que están tratando de fabricar el
efecto, producen lo que Alan Richardson llama “un tercer reino”, que no
es totalmente el Reino de Dios ni tampoco el reino del mundo. Es una
mezcla, algo a medias—un tercer reino.
El reino de Dios es la
primera prioridad de Dios. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su
justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.” (Mateo 6:33). Nunca
veremos una expresión pura de la ekklesia hasta que los hijos de Dios
busquen primero Su reino, y no la iglesia.
La voluntad de Dios
no puede cumplirse a menos que Su reino y Su poder vengan primero.
Primero el Reino, después la voluntad de Dios. La religión es un clásico
ejemplo del carro que trata de empujar al caballo. La religión es el
intento del hombre de hacer la voluntad de Dios sin el poder de Dios. El
Reino viene en poder. La voluntad de Dios debe cumplirse en el creyente
individual antes de que Su reino y Su voluntad puedan ser conocidos
colectivamente en el cuerpo de Cristo. Nuestra parte es buscar el reino,
el resto depende de Él. ¡El edificará la iglesia! Él dará el
crecimiento.
A pesar de su noble apariencia, la preocupación del
hombre por construir una pura expresión de la iglesia sigue siendo
religión. Dios no va a darnos una comisión ni a capacitarnos para
usurpar la obra y la competencia de Cristo. Hemos de ser buscadores del
Reino, no edificadores de iglesias. Y si buscamos el reino, el resto
encajará en su lugar. Todo lo demás será añadido.
Quizás te
preguntes, ¿Pero es que Pablo y los otros apóstoles no se centraron en
la iglesia? ¿Es que no “plantaron iglesias”? Los primeros creyentes eran
cristocéntricos: centrados en Cristo, no iglesia‐céntricos.
Pablo
sembró (lee 1a Corintios 3:6), pero, ¿fueron iglesias o individuos paso a
paso en Cristo? Creemos que es esto último. Cuando Pablo no predicaba
el evangelio a los perdidos, se dedicaba a “confirmar los ánimos de los
discípulos, exhortándoles a que permaneciesen en la fe, y diciéndoles:
Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino
de Dios.” (Hechos 14:22). Pablo sembró a Cristo en los corazones de
hombres y mujeres por dondequiera que fuera, y Jesús edificaba Su
iglesia. Por eso cada área tenía un sabor distinto en la libertad del
Espíritu a la que el apóstol Pablo les animaba a caminar. Rehusó
clonarse a sí mismo o a la iglesia de Antioquia de la que procedía, en
las iglesias de cada localidad. Al contrario, su pasión era que Cristo
fuera formado en ellos (Gálatas 4:19). En palabras de Pablo,
“Qué, pues, es Pablo, y qué es Apolos? Servidores por medio de los
cuales habéis creído; y eso según lo que a cada uno concedió el Señor.
Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios. Así que ni
el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que da el
crecimiento. Y el que planta y el que riega son una misma cosa; aunque
cada uno recibirá su recompensa conforme a su labor. Porque nosotros
somos colaboradores de Dios, y vosotros sois labranza de Dios, edificio
de Dios. Conforme a la gracia de Dios que me ha sido dada, yo como
perito arquitecto puse el fundamento, y otro edifica encima; pero cada
uno mire cómo sobreedifica. Porque nadie puede poner otro fundamento que
el que está puesto, el cual es Jesucristo. Así que, ninguno se gloríe
en los hombres; porque todo es vuestro: sea Pablo, sea Apolos, sea
Cefas, sea el mundo, sea la vida, sea la muerte, sea lo presente, sea lo
por venir, todo es vuestro, y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios.”
(1a Cor. 3:5‐11; 21‐23)
Si, nosotros que hemos sido plantados
en Cristo sobre el unico y exclusivo fundamento verdadero, somos de
Cristo y TODAS las cosas son nuestras en Él. Él es nuestra fuente, y no
meros hombres. El Espíritu es enviado para guiarnos a toda la verdad.
¡Esa VERDAD es Cristo! Él es el camino, la VERDAD y la vida. El Espíritu
Santo es enviado para glorificar a Cristo, no para enseñar eclesiología
(estudio de la iglesia). Jesús dijo del Espíritu Santo, “Él Me
glorificará, porque tomará de lo Mío y os lo hará saber”. (Juan 16:14).
El Espíritu Santo nunca nos centrará en la iglesia, sino en Cristo el
rey, y Su reino.
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