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jueves, 2 de agosto de 2012

AUTORIDAD versus PATERNIDAD: Haciéndonos primero hijos sumisos, obedientes y humildes para poder tener autoridad, Charles Elliott Newbold Jr.




"Cierta cantidad de estructura (normas) es liberadora, 
carencia de estructura trae anarquía"

En busca de Papá 
Charles Elliott Newbold, Jr.


Capítulo 8: Haciéndonos hijos primero

Camino de mi cuadragésima reunión del instituto, visité a un compañero del colegio que había levantado un exitoso negocio de concesionario de automóviles en mi pueblo natal:

¿Qué has estado haciendo últimamente?”, le pregunté.

Se echó hacia atrás en su silla y una sonrisa satisfecha recorrió su rostro.

Principalmente he estado dedicándome a las sesenta cabezas de ganado en la granja que tengo en el campo”,

contestó.

Mis hijos llevan el negocio”.

Dios me había estado enseñando lo que significa ser un hijo de Dios y cómo nosotros, como hijos Suyos, tenemos un negocio con Él. Somos Padres e Hijos S.A., tal y como lo expuso un maestro.

Cuando mi amigo me dijo que sus hijos llevaban el negocio, una inundación de analogías pasó por mi mente. No conozco los nombres de sus hijos y lo que sigue ahora es estricta ficción. He llamado a uno de los hijos “Junior”.

Desde el tiempo de su niñez, a Junior le gustaba quedarse con su padre en el concesionario. Me lo imagino, sentado en la enorme silla de su papaíto, con sus pies puestos sobre la mesa, como su papá. Papá era el más grande. Cuando Junior creció un poquito, comenzó a ir con su papá al banco, y a ver como recibía préstamos de cientos de miles de dólares para pagar una nueva entrega de automóviles.

Un buen día decidió ir solo al banco e intentar hacer lo que había visto hacer a su padre:

Hola, soy Junior, ¿Te acuerdas de mí? Necesito un préstamo de un zillón de dólares para mi papá. Dentro de poco le viene una nueva tanda de coches. Poned el dinero en la cuenta como siempre hacéis”.

El empleado de banca sonrió, se inclinó desde detrás de su mesa y explicó cuidadosamente:

Bueno Junior, parece que estás aprendiendo mucho en el negocio de tu papá. Estoy seguro de que un buen día empezarás igual que tu papá. Pero hay un problemilla. No podemos hacer esa clase de préstamo a menos que tu papá esté aquí para solicitarlo él mismo o a menos que primero nos informe de que tú estás autorizado para solicitarlo en su nombre”.

Junior comprendió… más o menos. Se encogió de hombres y se marchó.

Treinta años después, más o menos, Junior entra en ese mismo banco y habla con el
empleado, quién, sin rechistar, le presta el capital que necesita.

¿La diferencia? Trabajó duro en su negocio, demostró ser un hijo fiel y ahora tiene la autorización de su padre para hacer negocios en su nombre.

Yo estaba convencido, aunque mi amigo no había dicho nada de eso, que él no se había apartado de la supervisión general del negocio. Puede que sus hijos llevaran el negocio, pero no eran los dueños. Puede que tuvieran mucha mano en ciertas áreas, pero llevaban el negocio conforme a la voluntad y la forma personal de su padre. El concesionario sigue estando a nombre del padre.


Autoridad graduada:
Cuando era niño, espiritualmente hablando, yo tenía ciertos privilegios, aunque no muchos, en la Casa de mi Padre-Dios. Principalmente aprendí y fui disciplinado por Dios, quien se encargó fielmente de todas mis necesidades. Al crecer bajo sometimiento a mi Padre-Dios, aprendí de Su voluntad y de Sus caminos. Aprendí principalmente viendo a Su Hijo, mi Hermano mayor, Jesús, y por la disciplina de Su Espíritu Santo. Aprendí más y más sobre la forma que Él tiene de hacer negocios y cómo Él espera que Sus hijos hagan negocios con Él. Gradualmente iba depositando una mayor autoridad en mí, mientras yo iba demostrando fidelidad y obediencia para hacer Su voluntad y para andar en Sus caminos.

Un día llegué a un punto en el que podía decir ciertas cosas y tendrían que suceder simplemente porque yo las había dicho.

No puedo decir simplemente lo que me apetezca, pero sé que hay cosas que es correcto declarar porque conozco la voluntad de mi Padre y Sus caminos. Son la clase de cosas que Él mismo diría, y Él me ha dado la autoridad para decirlas en Su Nombre. Sé que esto no es ser arrogante ni presuntuoso sobre estas cosas. Tomo esta responsabilidad muy seriamente, del mismo modo que pienso que lo hacen los hijos de mi amigo cuando van al banco para pedir préstamos de grandes sumas de dinero.

Como creyentes nuevos, muchos de nosotros fuimos enseñados que teníamos autoridad en el nombre de Jesús. Declarábamos toda clase de cosas en Su nombre, aunque nada cambiaba. Nos hemos podido desanimar e incluso algunos han caído en incredulidad. No nos enseñaron que teníamos que crecer hasta convertirnos en hijos responsables antes de poder ejercer autoridad en ciertas áreas. No fuimos sazonados lo suficiente para usar esa autoridad de forma adecuada.

Tenemos que ser hijos antes de poder ser padres. No saltamos al mundo para convertirnos automáticamente en padres. Crecemos en eso. Como hijos, tenemos que aprender a depender de nuestro Padre-Dios para cada necesidad que tengamos. Tenemos que sujetarnos a nosotros mismos a Su disciplina en nuestras vidas de manera voluntaria y gozosa. En cualquier caso, lo único que Él quiere hacer es criarnos hasta llegar a ser padres en autoridad, llevar Su imagen y hacer negocios conforme a Su voluntad y a Sus caminos.


La condición de hijos:
Cuando utilizo el término condición de hijos” no me refiero simplemente a hijos e hijas niñitos. Me refiero a esa clase de madurez a la que llegamos cuando hay ciertos elementos clave presentes en nuestras vidas—cosas tales como el sometimiento a la autoridad, la obediencia, la confianza, la humildad y el amor generoso.

Un hijo no puede entrar con facilidad en la condición de adulto, si la paternidad no está presente para hacer que surja. La condición de hijo va mano a mano con la paternidad. La paternidad es esencialmente, la presencia del papá.

Dios mismo es la más alta y perfecta personificación de la paternidad. Él da a conocer Su presencia a nosotros y nos llama como Sus hijos espirituales que somos.

Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios. Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó”. (Rom. 8:19,29,30).

Lo que Dios quiere en Su Casa espiritual es lo mismo que Él quiere en las familias naturales de Su pueblo—hijos hechos conforme a la imagen de Su Hijo. La persona de Jesucristo define la condición de hijo en su máximo esplendor.


Los hijos aprenden el sometimiento a la autoridad:
Dios es la autoridad más alta en el universo. Él ha delegado en el padre para que sea la autoridad en las vidas de sus hijos. La madre tiene autoridad, pero es diferente y mucho menos apremiante.

Un padre sano y funcional que está presente en la vida de sus hijos, enseñará autoridad y sometimiento.

El sometimiento a la autoridad es muy importante para Dios. Hemos de someternos unos a otros (Efe. 5:21), para la supervisión pastoral (Heb. 13:17), a Dios (Santiago 4:7), a toda institución humana (1ª Ped. 2:13). Las esposas han de someterse a sus maridos  (Efesios 5:22; Col. 3:18) y los jóvenes a los ancianos (1ª Ped. 5:5).

Si nosotros, como hijos, no aprendemos el sometimiento en el hogar, se hace difícil aprender a someterse a la justicia de Dios (Rom. 10:3).

Jesús estaba completamente sometido a Su Padre celestial, y así, aprendió la autoridad y tuvo autoridad. “Porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas”. (Mat. 7:29). De este modo, la condición de hijo lleva consigo el sometimiento a la autoridad. El hijo que aprende el sometimiento aprenderá a estar en autoridad. El padre es una autoridad justa cuando él mismo está bajo la autoridad de Jesús.


Los hijos aprenden la obediencia:
La obediencia es la característica de la "condición espiritual de hijos"

Los que son guiados por el Espíritu de Dios, ésos son los hijos de Dios”, (Rom. 8:14).

Jesús es nuestro ejemplo de hijo en absoluta obediencia a Su Padre. Estaba atado, por amor a Su Padre, para hacer solo aquello que Él veía hacer al Padre.

Respondió entonces Jesús, y les dijo: De cierto, de cierto os digo: No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente. Porque el Padre ama al Hijo, y le muestra todas las cosas que él hace; y mayores obras que estas le mostrará, de modo que vosotros os maravilléis”, (Juan 5:19,20).

Jesús dijo: … No hago nada por mi cuenta, sino que hablo estas cosas como el Padre me enseñó”. (Juan 8:28).

como lo ilustra la historia del niño pequeño a quien dijeron que se sentara:

No, no quiero sentarme”.
¡Te he dicho que te sientes!”, ordenó el padre severamente.
¡No!”, contestó.
Si no te sientas, me levantaré y te pegaré”.
Finalmente se sentó pero dijo, “Puede que me esté sentando por fuera, ¡pero en mi interior estoy de pie!”

La obediencia es el comportamiento externo de hacer las cosas. El sometimiento refleja una actitud, una condición del corazónLa obediencia pura es el fruto de un espíritu sometido.

La "condición de hijos"  es la clase de hijos que son tanto sometidos como obedientes. Responden bien a la paternidad; se sientan, incluso en su interior, incluso la primera vez que reciben la orden.

Pablo exhorta, “Hijos someteos a vuestros padres en el Señor, porque esto es bueno”, (Efesios 6:1). Y también, “Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, porque esto es agradable al Señor”, (Col. 3:20).

La obediencia y el sometimiento no son cosas que surjan de forma natural en los hijos. Los hijos tienen que ser enseñados y modelados. Los hijos los adquieren por medio de la disciplina (discipulado). La paternidad discipula la condición de hijos; es decir, enseña el sometimiento y la obediencia.


Los hijos aprenden a confiar:
Cuando la paternidad fiable y genuina está presente, un hijo aprende primero a confiar en su padre. Puede que no siempre comprenda o que ni siquiera esté de acuerdo con las acciones de su padre, pero se conformará con él.

El ejemplo final de esta confianza ciega ocurrió entre Abraham y su hijo Isaac. Abraham era un hombre bajo la autoridad del Todopoderoso. Era, por así decirlo, un hijo en obediente sumisión. Lo que Dios decía, Abraham lo hacía. Abraham confiaba en Dios como Padre. Dios había hecho Su pacto con Abraham de que él sería padre de multitudes. Abraham, como hijo bajo Dios, hecho un padre por Dios, y actuando sobre la base de una fe ciega en Dios, recibe ahora la orden de sacrificar a su hijo Isaac, el hijo de la promesa. Pienso al respecto. ¿Cómo podría Abraham pensar en ni siquiera levantar el cuchillo sobre su hijo?

Pero … ¿Te has puesto a pensar alguna vez en todo esto desde la perspectiva de Isaac? ¿Puedes imaginarte la ráfaga de emociones que debió haber sentido cuando Abraham le ató y le puso sobre el altar? No hay indicación alguna de que Isaac pusiera alguna clase de oposición. Isaac no habría podido entregarse a sí mismo a Abraham si no confiara en él. Abraham tampoco habría podido ir tan lejos como fue si no hubiera confiado en su Dios. Isaac preguntó, “veo el fuego y la madera: pero, ¿Dónde está el cordero para la ofrenda quemada?”

El Abraham lleno de fe respondió, “Dios proveerá”. Abraham también ejerció Su confianza en Dios cuando antes había dicho a los dos hombres que viajaban con él, “Esperad aquí con el asno, y yo y el muchacho iremos hasta allí y adoraremos, y volveremos a vosotros. Él esperaba absolutamente que Dios proveyera, aunque estaba dispuesto a obedecer hasta el final. En el último instante, un ángel ordenó a Abraham que detuviera su mano y Dios proveyó otro sacrificio—un carnero atrapado en un matorral (lee Gen. 22.1-14; Heb. 11:17,19).

Gracias a Dios por Su provisión. Dios siempre provee para los que ponen su confianza en Él y Le obedecen. Esos son los jóvenes que aprenden la condición de hijos.

Jesús confirmó el papel que la fe y la confianza juegan en nuestra capacidad para someternos a la autoridad. Mateo relata:

Cuando bajó del monte, grandes multitudes le seguían. Y he aquí, se le acercó un leproso y se postró ante El, diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme. Y extendiendo Jesús la mano, lo tocó, diciendo: Quiero; sé limpio. Y al instante quedó limpio de su lepra. Entonces Jesús le dijo*: Mira, no se lo digas a nadie, sino ve, muéstrate al sacerdote y presenta la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio a ellos. Y cuando entró Jesús en Capernaum se le acercó un centurión suplicándole, y diciendo: Señor, mi criado está postrado en casa, paralítico, sufriendo mucho. Y Jesús le dijo*: Yo iré y lo sanaré. Pero el centurión respondió y dijo: Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; mas solamente di la palabra y mi criado quedará sano. Porque yo también soy hombre bajo autoridad, con soldados a mis órdenes; y digo a éste: "Ve", y va; y al otro: "Ven", y viene; y a mi siervo: "Haz esto", y lo hace. Al oírlo Jesús, se maravilló y dijo a los que le seguían: En verdad os digo que en Israel no he hallado en nadie una fe tan grande. (Mateo 8:5-10).

La sumisión se hace muy difícil para nosotros cuando una autoridad abusa de su posición y nos violenta. Perdemos nuestra confianza y nuestro respeto hacia él. Si hemos sido abusados por un personaje de autoridad significativo durante nuestros años de crecimiento, podemos encontrar dificultades en confiar de nuevo en cualquier otra autoridad.

El papá, siendo un hombre de buen carácter e integridad, edifica confianza y por ello, demanda respeto y sumisión a su autoridad. Tiene autoridad por estar bajo la autoridad de Cristo.


Los hijos aprenden la humildad:
El sometimiento, la obediencia y la confianza obran todos ellos a través de la humildad. La humildad tiene que ver con ser honestos y abiertos con nosotros mismos, con Dios, y con los demás. Cuando estemos dispuestos a ser honestos y abiertos con nosotros mismos, veremos la verdad sobre nosotros y eso siempre debería tener un efecto humillador sobre nosotros. El orgullo estorba nuestra capacidad para someternos. En cambio, la humildad nos hace libres, para eso precisamente.

A los hijos que aprendan a humillarse ante hombres mayores, les será más fácil humillarse ante Dios. 1ª Ped. 5:56 dice: “Igualmente, jóvenes, estad sujetos a los ancianos; y todos, sumisos unos a otros, revestíos de humildad; porque Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes. Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo”. Es mucho mejor que Dios nos levante que intentar nosotros mismos levantarnos con nuestros inflados juicios respecto de nosotros mismos.


Los hijos aprenden la paternidad:
Un buen apadrinamiento probablemente engendrará buenos hijos. No obstante, algunos hijos se echan a perder sin importar lo bueno que haya sido el ejercicio de la paternidad por parte de sus progenitores; los padres no deben sumirse en la automatización. ¿Cómo debió sentirse el padre del hijo pródigo cuando su hijo se marchó de casa y malgastó su herencia? (lee Lucas 15:11,24).

Proverbios 22:6 dice, “Enseña al niño el camino en que debe andar, y aun cuando sea viejo no se apartará de él". Las Escrituras dicen que el hijo pródigo recuperó el sentido y regresó a casa. ¿Podría haber influido el entrenamiento del Padre en esa decisión?

Los buenos hijos se convierten en buenos padres del mismo modo que los buenos árboles producen buen fruto. El padre es puesto en el hijo para que el hijo pueda convertirse en un padre. Y cuando el hijo se convierte en padre, aún retiene el corazón del hijo dentro de sí. El padre y el hijo son uno dentro de él. Si conocemos la condición de hijos, conoceremos la paternidad. Si conocemos la paternidad, conoceremos la condición de hijos. No podemos separar ambas cosas.

Atravesamos tres etapas en nuestro desarrollo espiritual: Comenzamos como bebés-niños, después nos hacemos hijos (jóvenes) y finalmente nos convertimos en padres. Los padres están centrados en los hijos, los hijos están centrados en los padres y los niñitos están centrados en sí mismos. Dios el Padre está centrado en los niñitos, y Jesús, el Hijo, está centrado en el Padre. La inmensa mayoría de nosotros somos niños centrados en nosotros mismos. Tenemos que madurar para llegar a convertirnos en hijos centrados en el Padre, y que avanzan hacia la paternidad.

La condición de hijos es un paso para convertirnos en el papá. Los atributos del carácter que un hijo aprende se convierten en atributos de paternidad que no tienen precio. Los atributos  de carácter de la sumisión, obediencia, confianza y humildad nos enseñan como estar en autoridad. Si no tenemos estos atributos, no ejerceremos piadosa autoridad, y es poco probable que recibamos autoridad. Además, cualquier clase de autoridad que pensemos tener, será opresiva.

La genuina autoridad y la sumisión a dicha autoridad, liberan. Los niños que aprenden a respetar los límites, crecen con una comodidad y seguridad que produce libertad. Los niños que no reciben limitaciones, nunca aprenden realmente quienes son y se convierten en esclavos de cosas como el temor, la inseguridad, la lucha y la avaricia. Una cierta cantidad de estructura es algo liberador; una falta de estructura trae anarquía.


Jesús, el Hijo patrón (modelo):
Si no tuvimos un modelo terrenal de papá en nuestro crecimiento, tendremos que aprender a ser papás de otras fuentes. La fuente perfecta es el Padre-Dios, que quiere ser nuestro Padre y soltar las cuerdas del mandil emocional de nuestra madre.

La única forma de poder aprender de Dios es siendo primero un hijo en relación con Dios.  Esto significa que tenemos que someternos a la disciplina del Señor. Significa que tenemos que aprender la obediencia, como Hebreos 5:8 afirma sobre Jesús: “Aprendió la obediencia por las cosas que padeció”.

Jesús, como el Hijo de Dios, es el patrón por el que nosotros tenemos que guiarnos en relación con el Padre-Dios. Él es nuestro único ejemplo para aprender la condición de hijos.

Los padres cristianos son animados a ser Jesús no sólo para sus propios hijos sino para los hijos huérfanos de sus comunidades, y especialmente en su comunidad de fe—y de llevar a esos niños a ser hijos de Dios y futuros padres.


Características de buenos hijos:
1- Jesús amó a Su Padre más que a Sí mismo.
El lo demostró siendo obediente hasta la muerte (Fil. 2:8). El ágape (el tipo de amor de Dios) tiene que ver con la negación de YO y de sus caminos obstinados y auto-indulgentes. Jesús se embarcó en su propio camino hacia la auto-negación cuando venció las tentaciones del diablo en el desierto. Atravesó otra crisis en el huerto de Getsemaní en Su camino a la cruz.

El amor que Jesús tenía por su Padre era la fuerza impulsora detrás de Su deseo irresistible por hacer la voluntad de Su Padre. No deseaba otra cosa. Esta atracción le dio la capacidad para vencer el yo en cada curva.

Comenzaba cada día en oración para descubrir lo que estaba en la agenda del Padre para  ese día. Sólo hacía lo que veía hacer al Padre. Fue obediente y fiel hasta el final.

No mi voluntad, sino la tuya”.

Isaac tuvo un anticipo de este amor ágape. Su amor y Su respeto hacia su padre le dieron la fuerza y la confianza que necesitaba para estar dispuesto a poner su vida.

Nosotros, como hijos espirituales, aprendemos la obediencia y la fidelidad a través de nuestros padecimientos, dejando que Cristo crucifique la naturaleza de nuestro viejo hombre de pecado.

Continuamente Jesús tenía que someterse a la dirección del Espíritu Santo para conocer la voluntad del Padre y hacerla.


2- Los hijos espirituales se someten continuamente a la dirección del Espíritu Santo.
Jesús tuvo hambre de justicia.

3- Los hijos espirituales tienen hambre de justicia.
Él tuvo pasión por la santidad.

4- Los hijos espirituales tienen pasión por la santidad.
La santidad nada tiene que ver con “ir a la iglesia”. No tiene nada que ver con “ser buenos”.  No es lo que hacemos, lo que vestimos, como nos arreglamos el pelo, o lo que decimos. Tiene que ver con lo que pasa en el interior de nosotros mismos como resultado de la obra interna del Espíritu Santo en nosotros. Tiene que ver con ser transformados como hijos espirituales a la imagen del Hijo patrón, Jesús.

Jesús no hizo provisión para la carne.

5- Los hijos espirituales de Dios no hacen provisión para la carne.
Aprendemos a negar a nuestro hombre de carne sus demandas, deseos y obsesiones mentales. ¿Cómo hacemos eso? “Andad en el Espíritu y no satisfagáis los deseos de la carne”. (Gál. 5:16).


Avanzando:
Tenemos que aprender a ser hijos antes de poder saber a ser padres. Y sin embargo, no podemos retener la paternidad hasta que todos logremos ese modelo ideal de paternidad. Aprendemos la paternidad a la par que aprendemos a ser hijos y aprendemos a ser hijos al continuar hacia ser padres. La condición de padres y la condición de hijos van ambas de la mano. No podemos aprender una sin que la otra suceda automáticamente. Una no puede existir sin la otra. No hay tal cosa como un padre a menos que haya hijos. No hay tal cosa como hijos a menos que haya unos padres. Los términos sugieren la existencia mutua.

Sólo Dios, que es la personificación completa de la paternidad, puede llevarnos a la verdadera "condición de hijos". Entreguémonos a Él y a Su Espíritu Santo para que Él pueda hacerlo.


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