"Cierta cantidad de estructura (normas) es liberadora,
carencia de estructura trae anarquía"
En busca de Papá
Charles Elliott Newbold, Jr.
Charles Elliott Newbold, Jr.
Capítulo 8: Haciéndonos hijos primero
Camino de mi cuadragésima reunión del instituto, visité a un compañero del colegio que había levantado un exitoso negocio de concesionario de automóviles en mi pueblo natal:
“¿Qué
has estado haciendo últimamente?”,
le pregunté.
Se
echó hacia atrás en su silla y una sonrisa satisfecha recorrió su
rostro.
“Principalmente
he estado dedicándome a las sesenta cabezas de ganado en la granja
que tengo en el campo”,
contestó.
“Mis
hijos llevan el negocio”.
Dios
me había estado enseñando lo que significa ser un hijo de Dios y
cómo nosotros, como hijos Suyos, tenemos un negocio con Él. Somos
Padres e Hijos S.A., tal y como lo expuso un maestro.
Cuando
mi amigo me dijo que sus hijos llevaban el negocio, una inundación
de analogías pasó por mi mente. No conozco los nombres de sus hijos
y lo que sigue ahora es estricta ficción. He llamado a uno de los
hijos “Junior”.
Desde
el tiempo de su niñez, a Junior le gustaba quedarse con su padre en
el concesionario. Me lo imagino, sentado en la enorme silla de su
papaíto, con sus pies puestos sobre la mesa, como su papá. Papá
era el más grande. Cuando Junior creció un poquito, comenzó a ir
con su papá al banco, y a ver como recibía préstamos de cientos de
miles de dólares para pagar una nueva entrega de automóviles.
Un
buen día decidió ir solo al banco e intentar hacer lo que
había visto hacer a su padre:
“Hola,
soy Junior, ¿Te acuerdas de mí? Necesito un préstamo de un zillón
de dólares para mi papá. Dentro de poco le viene una nueva tanda de
coches. Poned el dinero en la cuenta como siempre hacéis”.
El
empleado de banca sonrió, se inclinó desde detrás de su mesa y
explicó cuidadosamente:
“Bueno
Junior, parece que estás aprendiendo mucho en el negocio de tu papá.
Estoy seguro de que un buen día empezarás igual que tu papá. Pero
hay un problemilla. No podemos hacer esa clase de préstamo a menos
que tu papá esté aquí para solicitarlo él mismo o a
menos que primero nos informe de que tú
estás autorizado para solicitarlo en su nombre”.
Junior
comprendió… más o menos. Se encogió de hombres y se marchó.
Treinta
años después, más o menos, Junior entra en ese mismo banco
y habla con el
empleado,
quién, sin rechistar, le presta el capital que necesita.
¿La
diferencia? Trabajó duro en su negocio, demostró ser un hijo
fiel y ahora tiene la autorización de su padre para hacer
negocios en su nombre.
Yo
estaba convencido, aunque mi amigo no había dicho nada de eso, que
él no se había apartado de la supervisión general del negocio.
Puede que sus hijos llevaran el
negocio, pero no eran los dueños. Puede que tuvieran mucha mano en
ciertas áreas, pero llevaban el negocio conforme a la voluntad y la
forma personal de su padre. El concesionario sigue estando a nombre
del padre.
Autoridad
graduada:
Cuando
era niño, espiritualmente hablando, yo tenía ciertos privilegios,
aunque no muchos, en la Casa de mi Padre-Dios. Principalmente aprendí
y fui disciplinado por Dios, quien se encargó fielmente de todas mis
necesidades. Al crecer bajo sometimiento a mi Padre-Dios, aprendí
de Su voluntad y de Sus caminos. Aprendí
principalmente viendo a Su Hijo, mi Hermano mayor, Jesús,
y por la disciplina de Su Espíritu Santo.
Aprendí más y más sobre la forma que Él tiene de hacer negocios y
cómo Él espera que Sus hijos hagan negocios con Él.
Gradualmente iba
depositando una mayor
autoridad en mí,
mientras yo iba demostrando fidelidad
y obediencia para
hacer Su voluntad y para andar en Sus caminos.
Un
día llegué a un punto en el que podía decir ciertas cosas y
tendrían que suceder simplemente porque yo las había dicho.
No
puedo decir simplemente lo que me apetezca, pero sé que hay cosas
que es correcto declarar porque conozco la voluntad de mi Padre y Sus
caminos.
Son la clase de cosas que Él mismo diría, y Él me ha dado la
autoridad para decirlas en Su Nombre. Sé que esto no es ser
arrogante ni presuntuoso sobre estas cosas. Tomo esta responsabilidad
muy seriamente, del mismo modo que pienso que lo hacen los hijos de
mi amigo cuando van al banco para pedir préstamos de grandes sumas
de dinero.
Como
creyentes nuevos, muchos de nosotros fuimos enseñados que teníamos
autoridad en el nombre de Jesús. Declarábamos toda clase de cosas
en Su nombre, aunque nada cambiaba. Nos hemos podido desanimar e
incluso algunos han caído en incredulidad. No nos enseñaron que
teníamos que crecer hasta convertirnos en hijos responsables antes
de poder ejercer autoridad en ciertas áreas. No fuimos sazonados lo
suficiente para usar esa autoridad de forma adecuada.
Tenemos
que ser hijos antes de poder ser padres. No saltamos al mundo
para convertirnos automáticamente en padres. Crecemos en eso. Como
hijos, tenemos que aprender a depender
de nuestro Padre-Dios para
cada necesidad que tengamos. Tenemos
que sujetarnos a nosotros mismos a Su disciplina en nuestras vidas de
manera voluntaria y gozosa. En cualquier caso, lo único que
Él quiere hacer es criarnos hasta llegar a ser padres en autoridad,
llevar Su imagen y hacer negocios conforme a Su voluntad y a Sus
caminos.
La
condición de hijos:
Cuando
utilizo el término “condición
de hijos”
no me refiero simplemente a hijos e hijas niñitos.
Me refiero a esa clase de madurez a
la que llegamos cuando hay ciertos elementos clave presentes en
nuestras vidas—cosas
tales como el sometimiento a la autoridad, la obediencia,
la confianza, la humildad y el amor generoso.
Un
hijo no puede entrar con facilidad en la condición de adulto, si la
paternidad no está presente para hacer que surja. La condición de
hijo va mano a mano con la paternidad. La
paternidad es esencialmente, la presencia del papá.
Dios
mismo es la más alta y perfecta personificación de la paternidad.
Él da a conocer Su presencia a nosotros y nos llama como Sus hijos
espirituales que somos.
“Porque
el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación
de los hijos de Dios. Porque a los que antes conoció, también los
predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo,
para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que
predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos
también justificó; y a los que justificó, a éstos también
glorificó”. (Rom. 8:19,29,30).
Lo
que Dios quiere en Su Casa espiritual es lo mismo que Él
quiere en las familias naturales de Su pueblo—hijos
hechos conforme a la imagen de Su Hijo. La persona de
Jesucristo define la condición de hijo en su máximo esplendor.
Los
hijos aprenden el sometimiento a la autoridad:
Dios
es la autoridad más alta en el universo. Él ha delegado en el padre
para que sea la autoridad en las vidas de sus hijos. La madre tiene
autoridad, pero es diferente y mucho menos apremiante.
Un
padre sano y funcional que está presente en la vida de sus hijos,
enseñará autoridad
y sometimiento.
El sometimiento
a la autoridad es muy importante para Dios. Hemos de
someternos unos a otros (Efe. 5:21), para
la supervisión pastoral (Heb. 13:17),
a Dios (Santiago 4:7), a toda
institución humana (1ª Ped. 2:13). Las esposas han
de someterse a sus maridos (Efesios 5:22; Col. 3:18) y
los jóvenes a los ancianos (1ª Ped. 5:5).
Si
nosotros, como hijos, no aprendemos el sometimiento en el hogar, se
hace difícil aprender a someterse a la justicia de Dios (Rom. 10:3).
Jesús
estaba completamente sometido a Su Padre celestial, y así, aprendió
la autoridad y tuvo autoridad. “Porque les enseñaba como quien
tiene autoridad y no como los escribas”. (Mat. 7:29). De
este modo, la condición de hijo
lleva consigo el sometimiento a la autoridad. El hijo que
aprende el sometimiento aprenderá a estar en autoridad. El
padre es una autoridad justa cuando
él mismo está bajo la autoridad de Jesús.
Los
hijos aprenden la obediencia:
La
obediencia es la característica de la "condición
espiritual de hijos".
“Los
que son guiados por el Espíritu de Dios, ésos son los hijos de
Dios”, (Rom. 8:14).
Jesús
es nuestro ejemplo de hijo en absoluta obediencia a Su Padre. Estaba
atado, por amor a Su Padre, para hacer solo aquello que Él veía
hacer al Padre.
“Respondió
entonces Jesús, y les dijo: De cierto, de cierto os digo: No
puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al
Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace
el Hijo igualmente. Porque el Padre ama al Hijo, y le muestra todas
las cosas que él hace; y mayores obras que estas le mostrará, de
modo que vosotros os maravilléis”, (Juan 5:19,20).
“Jesús
dijo: … No
hago nada por mi cuenta, sino
que hablo estas cosas como el Padre me enseñó”.
(Juan
8:28).
como lo ilustra la historia del niño pequeño a quien dijeron que se
sentara:
“No,
no quiero sentarme”.
“¡Te
he dicho que te sientes!”,
ordenó el padre severamente.
“¡No!”,
contestó.
“Si
no te sientas, me levantaré y te pegaré”.
Finalmente
se sentó pero dijo, “Puede que me esté sentando por
fuera, ¡pero en mi interior estoy
de pie!”
La
obediencia es el comportamiento
externo de hacer las
cosas. El sometimiento refleja una actitud,
una condición del
corazón. La
obediencia pura es el fruto de un espíritu sometido.
La "condición
de hijos" es
la clase de hijos
que son tanto sometidos como obedientes.
Responden bien a la paternidad; se
sientan, incluso en su interior, incluso la primera vez que reciben
la orden.
Pablo
exhorta, “Hijos someteos a vuestros padres en el Señor, porque
esto es bueno”, (Efesios 6:1). Y también, “Hijos,
obedeced a vuestros padres en todo, porque esto es agradable al
Señor”, (Col. 3:20).
La
obediencia y el sometimiento no son cosas que surjan de forma
natural en los hijos. Los hijos tienen que ser enseñados y
modelados. Los hijos los adquieren por medio de la disciplina
(discipulado). La paternidad discipula la condición de hijos; es
decir, enseña el sometimiento y la obediencia.
Los
hijos aprenden a confiar:
Cuando
la paternidad fiable y genuina está presente, un hijo aprende
primero a confiar en su padre. Puede que no siempre
comprenda o que ni siquiera esté de acuerdo con las acciones de su
padre, pero se conformará con él.
El
ejemplo final de esta confianza ciega ocurrió entre Abraham y
su hijo Isaac. Abraham era un hombre bajo la autoridad del
Todopoderoso. Era, por así decirlo, un hijo en obediente sumisión.
Lo que Dios decía,
Abraham lo hacía.
Abraham confiaba en Dios como Padre. Dios había hecho Su
pacto con Abraham de que él sería padre de multitudes. Abraham,
como hijo bajo Dios, hecho un padre por Dios, y actuando sobre la
base de una fe ciega en Dios, recibe ahora la orden de sacrificar a
su hijo Isaac, el hijo de la promesa. Pienso al respecto. ¿Cómo
podría Abraham pensar en ni siquiera levantar el cuchillo sobre su
hijo?
Pero
… ¿Te
has puesto a pensar alguna vez en todo esto desde la perspectiva de
Isaac? ¿Puedes imaginarte la ráfaga de emociones que debió haber
sentido cuando Abraham le ató y le puso sobre el altar? No hay
indicación alguna de que Isaac pusiera alguna clase de oposición.
Isaac
no habría podido entregarse a sí mismo a Abraham si no confiara en
él. Abraham tampoco habría podido ir tan lejos como fue si no
hubiera confiado en su Dios. Isaac preguntó, “veo
el fuego y la madera: pero, ¿Dónde está el cordero para la ofrenda
quemada?”
El
Abraham lleno de fe respondió, “Dios proveerá”. Abraham
también ejerció Su confianza en Dios cuando antes había dicho a
los dos hombres que viajaban con él, “Esperad aquí con el
asno, y yo y el muchacho iremos hasta allí y
adoraremos, y volveremos a vosotros”.
Él esperaba
absolutamente que
Dios proveyera, aunque estaba dispuesto
a obedecer hasta el final.
En el último instante, un ángel ordenó a Abraham que detuviera su
mano y Dios proveyó otro sacrificio—un carnero atrapado en un
matorral (lee Gen. 22.1-14; Heb. 11:17,19).
Gracias
a Dios por Su provisión. Dios siempre provee para los que ponen
su confianza en Él y Le obedecen. Esos son los jóvenes que
aprenden la condición de hijos.
Jesús
confirmó el papel que la
fe y la confianza juegan
en nuestra capacidad para someternos a la autoridad. Mateo
relata:
“Cuando
bajó del monte, grandes multitudes le seguían. Y he aquí, se le
acercó un leproso y se postró ante El, diciendo: Señor, si
quieres, puedes limpiarme. Y extendiendo Jesús la mano, lo tocó,
diciendo: Quiero; sé limpio. Y al instante quedó limpio de su
lepra. Entonces Jesús le dijo*: Mira, no se lo digas a nadie, sino
ve, muéstrate al sacerdote y presenta la ofrenda que ordenó Moisés,
para que les sirva de testimonio a ellos. Y cuando entró Jesús en
Capernaum se le acercó un centurión suplicándole, y diciendo:
Señor, mi criado está postrado en casa, paralítico, sufriendo
mucho. Y Jesús le dijo*: Yo iré y lo sanaré. Pero el centurión
respondió y dijo: Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo;
mas solamente di la palabra y mi criado quedará sano. Porque yo
también soy hombre bajo autoridad, con soldados a mis órdenes; y
digo a éste: "Ve", y va; y al otro: "Ven", y
viene; y a mi siervo: "Haz esto", y lo hace. Al oírlo
Jesús, se maravilló y dijo a los que le seguían: En verdad os digo
que en Israel no he hallado en nadie una fe tan grande”.
(Mateo 8:5-10).
La
sumisión se hace muy difícil para nosotros cuando una autoridad
abusa de su posición y nos violenta. Perdemos nuestra confianza y
nuestro respeto hacia él. Si hemos sido abusados por un
personaje de autoridad significativo durante nuestros años de
crecimiento, podemos encontrar dificultades en confiar de nuevo en
cualquier otra autoridad.
El
papá, siendo un hombre de buen carácter e integridad, edifica
confianza y por ello, demanda respeto y sumisión a su autoridad.
Tiene autoridad por estar bajo la autoridad de Cristo.
Los
hijos aprenden la humildad:
El
sometimiento, la obediencia y la confianza obran todos ellos a través
de la humildad. La
humildad tiene que ver con ser
honestos y abiertos con
nosotros mismos, con Dios, y con los demás. Cuando
estemos dispuestos a ser honestos y abiertos con nosotros mismos,
veremos la verdad sobre nosotros y eso siempre debería tener un
efecto humillador sobre nosotros. El
orgullo estorba nuestra capacidad para someternos. En cambio, la
humildad nos hace libres, para eso precisamente.
A los
hijos que aprendan a humillarse ante hombres mayores, les será
más fácil humillarse ante Dios. 1ª Ped. 5:56 dice: “Igualmente,
jóvenes, estad sujetos a los ancianos; y todos, sumisos unos a
otros, revestíos de humildad; porque Dios resiste a los
soberbios, y da gracia a los humildes. Humillaos,
pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él
os exalte cuando fuere tiempo”. Es
mucho mejor que Dios nos levante que intentar nosotros mismos
levantarnos con nuestros inflados juicios respecto de nosotros
mismos.
Los
hijos aprenden la paternidad:
Un
buen apadrinamiento probablemente engendrará buenos hijos. No
obstante, algunos hijos se echan a
perder sin importar lo bueno que haya sido el ejercicio de la
paternidad por parte de sus progenitores; los padres no deben sumirse
en la automatización. ¿Cómo debió sentirse el padre del hijo
pródigo cuando su hijo se marchó de casa y malgastó su herencia?
(lee Lucas 15:11,24).
Proverbios
22:6 dice, “Enseña al niño el camino en que debe andar, y aun
cuando sea viejo no se apartará de él". Las Escrituras
dicen que el hijo pródigo recuperó
el sentido y regresó a
casa. ¿Podría haber influido el entrenamiento del Padre en esa
decisión?
Los
buenos hijos se convierten en buenos padres del mismo modo que los
buenos árboles producen buen fruto.
El padre es puesto en el hijo para que el hijo pueda convertirse en
un padre. Y cuando el hijo se convierte en padre, aún retiene el
corazón del hijo dentro de sí. El
padre y el hijo son uno dentro de él.
Si conocemos la condición de hijos, conoceremos la paternidad. Si
conocemos la paternidad, conoceremos la condición de hijos.
No podemos separar ambas cosas.
Atravesamos
tres
etapas en nuestro desarrollo espiritual: Comenzamos
como bebés-niños,
después nos hacemos hijos
(jóvenes) y
finalmente nos convertimos en padres.
Los
padres están centrados en los hijos, los hijos están centrados en
los padres y los
niñitos están centrados en sí mismos.
Dios el Padre está centrado en los niñitos, y Jesús, el Hijo, está
centrado en el Padre. La inmensa mayoría de nosotros somos niños
centrados en nosotros mismos. Tenemos
que madurar para llegar a convertirnos en hijos centrados en el
Padre, y que avanzan hacia la paternidad.
La
condición de hijos es
un paso para convertirnos en el papá.
Los atributos del carácter que un hijo aprende se convierten en
atributos de paternidad que no tienen precio. Los
atributos de carácter de la sumisión,
obediencia, confianza y humildad
nos enseñan como estar en autoridad. Si no tenemos estos atributos,
no ejerceremos piadosa autoridad,
y es poco probable que recibamos autoridad. Además, cualquier
clase de autoridad que pensemos tener, será opresiva.
La
genuina autoridad y la sumisión a dicha autoridad, liberan.
Los niños que aprenden a
respetar los límites,
crecen con una comodidad
y seguridad que produce
libertad.
Los niños que no reciben limitaciones, nunca aprenden
realmente quienes son y se convierten en esclavos de cosas como el
temor, la inseguridad, la lucha y la avaricia. Una
cierta cantidad de estructura es algo liberador; una falta
de estructura trae anarquía.
Jesús,
el Hijo patrón (modelo):
Si no
tuvimos un modelo terrenal de papá en nuestro crecimiento, tendremos
que aprender a ser papás de otras fuentes. La
fuente perfecta es el Padre-Dios, que quiere ser nuestro Padre y
soltar las cuerdas del mandil
emocional de
nuestra madre.
La
única forma de poder aprender de Dios es siendo
primero un hijo en relación con Dios. Esto significa que
tenemos que someternos a la disciplina del Señor. Significa
que tenemos que aprender la obediencia, como Hebreos
5:8 afirma sobre Jesús: “Aprendió la obediencia por las
cosas que padeció”.
Jesús,
como el Hijo de Dios, es el patrón por el que nosotros tenemos que
guiarnos en relación con el Padre-Dios. Él es nuestro único
ejemplo para aprender la condición de hijos.
Los
padres cristianos son animados a ser Jesús no sólo para sus propios
hijos sino para los hijos huérfanos de sus comunidades, y
especialmente en su comunidad de fe—y
de llevar a esos niños a ser hijos de Dios y futuros padres.
Características
de buenos hijos:
1-
Jesús amó a Su Padre más que a Sí mismo.
El
lo demostró siendo obediente hasta la muerte (Fil. 2:8). El ágape
(el tipo de amor de Dios) tiene que ver con la negación
de YO y de
sus caminos obstinados
y auto-indulgentes.
Jesús se embarcó en su propio camino hacia la auto-negación
cuando venció las tentaciones del diablo en el desierto. Atravesó
otra crisis en el huerto de Getsemaní en Su camino a la cruz.
El
amor que Jesús tenía por su Padre era la fuerza impulsora detrás
de Su deseo irresistible por hacer la voluntad de Su Padre. No
deseaba otra cosa. Esta atracción le dio la capacidad para vencer el
yo en cada curva.
Comenzaba
cada día en oración para descubrir lo que estaba en la agenda del
Padre para
ese día. Sólo hacía lo que veía hacer al Padre. Fue
obediente y fiel hasta el final.
“No
mi voluntad, sino la tuya”.
Isaac
tuvo un anticipo de este amor ágape. Su amor y Su respeto hacia su
padre le dieron la fuerza y la confianza que necesitaba para estar
dispuesto a poner su vida.
Nosotros,
como hijos espirituales, aprendemos la obediencia y la fidelidad a
través de nuestros padecimientos, dejando que Cristo crucifique la
naturaleza de nuestro viejo hombre de pecado.
Continuamente
Jesús tenía que someterse a la dirección del Espíritu Santo para
conocer la voluntad del Padre y hacerla.
2-
Los hijos espirituales se someten continuamente a la dirección del
Espíritu Santo.
Jesús
tuvo hambre de justicia.
3-
Los hijos espirituales tienen hambre de justicia.
Él
tuvo pasión por la santidad.
4-
Los hijos espirituales tienen pasión por la santidad.
La
santidad nada tiene que ver con “ir a la iglesia”. No tiene
nada que ver con “ser buenos”. No es lo que hacemos,
lo que vestimos, como nos arreglamos el pelo, o lo que decimos.
Tiene que ver con lo que pasa en el interior de nosotros
mismos como resultado de la obra interna del
Espíritu Santo en nosotros. Tiene que ver con ser
transformados como hijos espirituales a la imagen del
Hijo patrón, Jesús.
Jesús
no hizo provisión para la carne.
5-
Los hijos espirituales de Dios no hacen provisión para la carne.
Aprendemos
a negar a nuestro hombre de carne sus demandas, deseos y obsesiones
mentales. ¿Cómo hacemos eso? “Andad en el Espíritu y no
satisfagáis los deseos de la carne”. (Gál. 5:16).
Avanzando:
Tenemos
que aprender a ser hijos antes de poder saber a ser padres. Y sin
embargo, no podemos retener la paternidad hasta que todos logremos
ese modelo ideal de paternidad. Aprendemos
la paternidad a la par que aprendemos a ser hijos y aprendemos a ser
hijos al continuar hacia ser padres.
La condición de padres y la condición de hijos van ambas de la
mano. No podemos aprender una sin que la otra suceda automáticamente.
Una no puede existir sin la otra. No hay tal cosa como un padre a
menos que haya hijos. No hay tal cosa como hijos a menos que haya
unos padres. Los términos sugieren la existencia mutua.
Sólo
Dios, que es la personificación completa de la paternidad, puede
llevarnos a la verdadera "condición de hijos".
Entreguémonos a Él y a Su Espíritu Santo para que Él pueda
hacerlo.
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