ESTUDIO-VIDA DE GENESIS
MENSAJE VEINTIOCHO
LA MANERA DE SALVARSE
DE LA TERCERA CAIDA DEL HOMBRE
(1)
(LA CARNE Y LA GRACIA)
3) Justificado por Dios
Noé creyó en Dios y, como resultado, llegó a ser justo. El era justo ante Dios, ante los demás y ante sí mismo. Ninguna persona mundana es justa ante Dios, ante los demás ni ante sí misma. Pero Noé era un hombre justo (Ez. 14:14), y Hebreos 11:7 dice que él “fue hecho heredero de la justicia que es según la fe”.
Primero, Noé halló gracia. En segundo lugar, creyó en Dios porque Dios se había infundido en él. Noé tenía la facultad de creer porque el elemento de la fe en Dios le había sido impartido. El creyó en Dios, e inmediatamente Dios contó su fe por justicia como lo hizo con Abraham (Ro. 4:3, 9). Además, esta gracia lo fortaleció y le ayudó a llevar una vida justa porque él halló gracia a los ojos del Señor. En su andar diario, expresaba la justicia. Esta clase de justicia no era solamente objetiva, sino también subjetiva. Primero, él recibió la justicia objetiva, y luego expresó la justicia subjetiva. Por tanto, a los ojos de Dios, Noé fue heredero de la justicia.
En el capítulo seis de Génesis, vemos tres semillas importantes: la carne, la gracia y la justicia. Vemos este asunto de la carne desarrollado plenamente en el Nuevo Testamento, particularmente en las epístolas, y sobretodo en Romanos 7 y 8. No necesitamos repetirlo ahora, puesto que ya abordamos ese tema en el Estudio-vida de Romanos.
¿Se da cuenta usted de que la gracia de Dios vino a causa de la carne? “El Verbo se hizo carne, y fijó tabernáculo entre nosotros ... lleno de gracia...” (Jn. 1:14). En cierto sentido, donde está la carne, allí está la gracia. ¿Qué es la carne? La carne es la obra maestra de Satanás. ¿Sabe usted dónde está Satanás hoy? Está en nuestra carne. La carne es el lugar de Satanás, del pecado y de la muerte. Estos tres grandes enemigos se reúnen continuamente en nuestra carne, y su reunión nunca acaba. No podría decirles desde cuántos miles de años ha durado esa reunión. La carne es algo horrible.
Entonces, ¿qué es la gracia? La gracia es el propio Dios a quien disfrutamos y quien nos ayuda a enfrentarnos con la carne. En cierto sentido, si no tuviéramos la carne, no necesitaríamos tanto la gracia. Si no fuese por la carne, Dios probablemente no nos habría dado tanta gracia. Hemos visto que, según Hebreos 4:16, podemos hallar gracia para nuestro oportuno socorro. ¿Qué elemento hace que necesitemos la gracia? Principalmente la carne. Comprendo a los jóvenes, pues yo también fui joven. Al pasar por todas las experiencias humanas, llegué a entender cuánto permanecemos en la carne. Aunque no me gusta estar en la carne, la carne está ahí. Una vez me enfadé con el Señor y le dije: “Señor, ¿por qué no quitas mi carne?” El me mostró que, en cierto sentido, yo necesitaba la carne, pues ella es el factor que me obliga a acercarme al trono de la gracia. No puedo hacer nada con esta carne. Todo lo que puedo hacer es acudir al trono de la gracia. Aunque no hay nada que podamos hacer, aún así hay un lugar al que podemos acudir: el trono de la gracia.
Si usted lee detenidamente el Nuevo Testamento, verá que donde está la carne, allí está también la gracia. Lo vemos particularmente en la Epístola a los Gálatas. Gálatas 5:4 dice que si intentamos justificarnos por la ley, caemos de la gracia. Estamos en la carne. Gálatas habla de la carne, y también abarca el tema de la gracia. No diga que no tiene carne. Tiene muchísima carne. Ahora mismo, al leer este mensaje, usted está combatiendo contra la carne. ¿Qué haremos? Acerquémonos al trono de la gracia para solucionar el problema de la carne. Necesitamos la gracia porque la carne está aquí con nosotros.
La carne es la misma presencia del diablo,
y la gracia es la misma presencia de Dios.
Necesitamos la presencia de Dios para enfrentarnos a Satanás. ¿Dónde está Satanás? No se imagine que Satanás está lejos. El está dentro de usted. Cada minuto, aun mientras usted ora, Satanás está en su carne. Muchas veces mis oraciones son entorpecidas por la carne. Incluso en tiempo de mucha santidad, de oración, la carne es un estorbo. Este impedimento nos obliga a acercarnos al trono de la gracia. La carne es la presencia de Satanás, pero tenemos la gracia, que es la presencia de Dios, para superarla y combatirla. ¿Qué tan fuerte es usted? ¿Lo suficientemente fuerte como para vencer a Satanás? ¿Cree usted que puede vencerlo? Olvídese de eso. Satanás es mucho más grande que nosotros. Pero Dios es (infinitamente) más grande que Satanás. Dios es más grande que cualquier ser. Como Satanás está con nosotros, necesitamos que Dios esté presente. Debemos decir: “Señor, Tú sabes que Tu enemigo está aquí mismo. Ven y permanece a mi lado para oponerte a él”. Cuando Dios se nos presenta y permanece con nosotros, lo que obtenemos es la gracia.
Dios es soberano y sabio. El sabe que si quitara la carne de en medio, muy pocos de nosotros buscaríamos desesperadamente Su gracia. En Su soberanía y sabiduría, El deja la carne aquí, sabiendo que, en cierto sentido, nos resulta útil. Día y noche la carne nos ayuda a volvernos al trono de la gracia. Cuando seamos maduros, es decir, cuando seamos arrebatados, podremos volvernos a la carne y decir: “Pequeña carne, te ha llegado la hora. Debes irte ahora”. Antes de llegar a la madurez de la vida, necesitamos la carne en cierta medida, no para perjudicarnos, sino para que nos obligue a acercarnos al trono de la gracia.
Donde está la carne, allí está la gracia, y donde está la gracia, allí está el resultado de la gracia: la justicia. Romanos 5:17 cita la gracia junto con la justicia. Este versículo dice que “reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia”. La justicia siempre va con la gracia. Ningún marido puede estar bien con su esposa si no tiene la gracia, y ninguna esposa puede ser justa con su marido si no aplica la gracia. Existe una sola clase de cónyuge justo: el que halla gracia. Cuando hallemos gracia, la gracia nos pondrá en paz con nuestro cónyuge. Considere el caso de un marido a quien se le dijo durante años que debería tratar mejor a su esposa. Sin embargo, no está convencido. Una noche, halla gracia, y la gracia lo lleva a la justicia. Esto cambia inmediatamente su actitud.
Mediante el poder de la gracia, la fortaleza de la gracia, y la vida de gracia, podemos estar bien con Dios, con los demás y aun con nosotros mismos.
La gracia produce la justicia. La justicia es el producto más elevado de la gracia. Por lo tanto, Romanos 5:21 dice que la gracia reina “por la justicia para vida eterna”. Por consiguiente, la justicia y la gracia siempre van juntas. Donde está la carne, allí está la gracia, y donde está la gracia, se produce justicia.
Nosotros los que hallamos gracia somos justos. Somos más justos que los demás a causa de la gracia. No somos justos por nosotros mismos, sino por la gracia. Aun podemos jactarnos de que los miembros de la iglesia son más justos que los demás. Son justos porque han hallado gracia. La justicia llegó a ser un motivo de jactancia no solamente para Noé, sino para Dios mismo. Dios podía jactarse ante Su enemigo. Dios podía jactarse de la justicia de Noé ante aquella generación torcida y perversa. La justicia de Noé reforzó la posición de Dios y le permitió ejecutar Su juicio sobre aquella generación impía.
(ENCERRADOS EN EL ARCA)
6) El Señor lo encerró en el arca
Después de entrar en el arca, Dios lo encerró (Gn. 7:16). Su entrada en el arca tipifica nuestra entrada en Cristo. A pesar de entrar libremente, una vez que estamos adentro, no tenemos ninguna posibilidad de salir. Cuando usted crea en el Señor Jesús, nunca podrá salir de El. Le corresponde a usted entrar, pero no le corresponde salir. Puedo testificar con firmeza que en estos cincuenta años he intentado salir de Cristo varias veces. Lo intenté, pero descubrí que estaba encerrado. Cuando usted entra en Cristo, queda encerrado.
Cuando Noé, su familia y los animales entraron en el arca, la gente probablemente dijo: “Miren a esos locos. ¿Qué están haciendo? No se preocupan por sus hogares ni por nada. Lo han dejado todo sólo para entrar en esa arca”.
El Señor Jesús dijo que en el día del Hijo del hombre la situación será como la que prevalecía en los días de Noé (Mt. 24:37-39). La gente comerá, beberá, se casará y se dará en casamiento. De repente, El vendrá, así como vino el diluvio en los tiempos de Noé. Cuando llegó el diluvio, Noé y su familia estaban en el arca, protegidos, preservados y a salvo.
Todos debemos ser los Noés de hoy. Sigamos los pasos de Noé, a saber: hallar gracia, caminar con Dios por fe, recibir la revelación, creer en la Palabra de Dios, testificar de nuestra fe a la gente, laborar sobre lo que creemos, y entrar en lo que creemos. Finalmente, Dios nos encerrará en el arca, y seremos preservados y salvos.
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