REGRESANDO
A JERUSALÉN
TRAS
LOS PASOS DE ABRAHAM
Acción
versus Posición
(Recuerda
de dónde has caído y arrepiéntete)
Génesis
13:1-4
Subió,
pues, Abram de Egipto hacia el Neguev, él y su mujer, con todo lo
que tenía, y con él Lot. Y Abram
era riquísimo en ganado, en plata y en oro.
Y volvió
por sus jornadas desde
el Neguev (desierto)
hacia Bet-el (Canaán), hasta el
lugar donde había estado antes su
tienda entre Bet-el y Hai, al
lugar del altar que
había hecho allí antes; e
invocó allí Abram
el nombre de Yahweh.
Abram
-aún no era Abraham porque su corazón todavía no había sido
circuncidado-, habiendo llegado a la Tierra Prometida, y
abandonando su altar, se pasó de largo y tomó un desvío a Egipto.
Esto fue algo parecido a lo que les ocurrió a los que habían
regresado de Babilonia a Jerusalén en tiempos de Hageo, para luego
volver a las andadas (Hag. 1:4). Esto le ocurrió por no haber
llegado a la plena obediencia al llamado y mandato de Dios de salir
de su tierra y de su parentela, para alcanzar una total
separación o santificación para Dios.
El
llamado 'Padre de la fe' era más o menos tan incrédulo que
nosotros, pues en lugar de obedecer y salir de Ur de los Caldeos sin
su parentela, se llevó a su padre Taré y a su sobrino Lot.
Watchman
Nee en "El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob" (también
titulado en otra editorial “Transformados a Su Semejanza”) nos
dice que Taré significa "mora, retardo"
y que Lot significa "velo".
Debido a esto, es decir, velado por su desobediencia, acabó
llegando a Harán, ciudad situada al norte en lugar de al sur
donde estaba la Tierra Prometida.
¡Sí,
la desobediencia y una visión velada lo retardaron y
desviaron del rumbo correcto! Tuvo que morir su padre Taré en
Harán, para que Abram reanudara la marcha poniendo fin a su demora,
pero aún continuaba velado porque Lot siguió a su lado. El velo,
mundano y babilónico, de su sobrino aún lo cegaba y, confundiendo
una vez más el camino, esta vez se pasó de largo descendiendo a
Egipto. No pudo distinguir bien, porque por su corazón
incircunciso todavía "veía a los hombres como árboles"
(Mar. 8:24); necesitaba de un segundo toque, de una
segunda obra de gracia, que circuncidando su corazón para
separarlo de la carne, le diera una visión espiritual nítida,
un discernimiento cabal (Heb. 4:12).
Por
su renuencia a deshacerse de todo lo babilónico, mundano y carnal
que aun traía consigo y que Lot representaba, Abram abandonó
el altar, su consagración y total dependencia de Dios y,
dejando de confiar solamente en Él para su guarda y sustento,
descendió
a
Egipto en busca de las habichuelas
y
el éxito;
quizás con la excusa de 'evangelizar' a los egipcios.
Eso
fue un fatal error, porque apoyarse en los carros y caballos de
Egipto, en la fuerza de Faraón, le costó tan caro que a punto
estuvo de perder a su amada Sarai. Habiendo decidido desenvolverse
sin tener que recurrir a Dios,
se vio obligado a echar mano de las mismas triquiñuelas
y marrullerías egipcias que
tanto detestaba, como las medias
verdades,
que, por hipócritas, son peores que las mentiras (Gén.
12:13,19).
Y a la postre tuvo que salir de allí por piernas, echado por el
mismo brazo de hombre en que se había apoyado (Jer.
17:5)
¡y solo Dios sabe como salvó su pellejo!
Isaías
31:1 ¡Ay
de los que descienden a Egipto por
ayuda,
y confían en caballos; y su esperanza ponen en carros, porque son
muchos, y en jinetes, porque son valientes; y no miran al Santo de
Israel, ni buscan a Yahweh!
No
le quedó más remedio que subir, "regresar
por sus jornadas", esto
es, sobre los pasos dados en su extravío, hasta el lugar del desvío
en que abandonó su tienda. El peligro fue tan real, que esta vez ni
las muchas riquezas
conseguidas por su contubernio mundanal lo
disuadieron de recordar su paz en la humilde tienda y el
gozo del sencillo altar, en Canaán.
La
tienda había estado entre Hai (montón de ruinas) y Bet-el (casa de
Dios). Volvió pues al valle de la decisión: ¿Bet-el o
Hai?, ¿Las ruinas o la Casa de Dios? Tuvo que regresar allí donde
comenzó su extravío, donde había estado antes su tienda,
donde había estado antes su altar; es
decir, a su posición o morada en Cristo y a
su relación de favor con Dios: permanecer en
el Señor y depender de Él para el
sustento y la protección, hallando gracia en el altar en lugar de
apoyarse en sus propias fuerzas y en Egipto.
Fue
en esta humillación del arrepentimiento e invocación de Su nombre,
en el altar y en el lugar adecuado, que Dios pudo aplicarle
el colirio para que pudiera ver la porquería que
cargaba en la albarda del camello (Gén. 31:34), la "plasta
escondida bajo la alfombra" y tomara la dolorosa
pero sabia decisión:
Génesis
13:5-9
También
Lot, que andaba con Abram, tenía ovejas, vacas y tiendas. Y la
tierra no era suficiente para que habitasen juntos, pues sus
posesiones eran muchas, y no podían morar en un mismo lugar. Y hubo
contienda entre los pastores del ganado de Abram y los pastores del
ganado de Lot; y el cananeo y el ferezeo habitaban entonces en la
tierra. Entonces Abram dijo a Lot: No haya ahora altercado entre
nosotros dos, entre mis pastores y los tuyos, porque somos hermanos.
¿No está toda la tierra delante de ti? Yo te ruego que te apartes
de mí. Si fueres a la mano izquierda, yo iré a la derecha; y si tú
a la derecha, yo iré a la izquierda.
En
la posición correcta de obediencia, arrodillado ante el
altar, Dios pudo mostrarle a Abram la causa de todos sus males, el
velo babilónico que lo cegaba: su pariente Lot no debía de
haberle acompañado, sino haberse quedado en la babilónica Ur, cuyo
sistema de vida tanto añoraba. Ahora debería echarlo de su lado, si
quería permanecer en una posición correcta de total
obediencia y rendición a Dios.
Esta
vez Abram sí fue valiente para romper con todo: la religión
babilónica y la mundanalidad egipcia. Ahora, lejos de Babilonia y de
Egipto, en la tienda de la montaña y en la cercanía
del altar de piedras, lejos de la ciudad y de la casa
de ladrillos hechos por mano de hombre, Melquisedec pudo
acercársele y bendecirlo (Gén. 14) y Dios pudo renovar, en
visión, Sus promesas acerca de la Tierra y de su futura
paternidad (Gén. 15).
En
Gén. 16, debido a la presión de Sarai, engendró a Ismael de Agar.
En
Gén. 17 Abram estaba listo para abandonar el Viejo Pacto de
la ley y las obras y entrar al Nuevo Pacto de la fe
que sabe recibir por gracia y habitar en la Casa de Dios en
Bet-el. Morando su tienda entre Hai y Bet-el Yahweh se le aparece
a sus 99 años, ya agotada su fuerza natural para
engendrar, se le cambia el nombre a Abraham (padre de
multitudes), se le renuevan una vez más las promesas, se le da el
pacto perpetuo de la circuncisión, son circuncidados él, su
hijo Ismael y todo su campamento en el mismo día y se le cambia
también el nombre a Sara por Sarai.
En
Gén. 18 esperando sentado a la puerta de su tienda, al calor
del día (al medio día, cuando el día es perfecto)
(Isa. 30:15a), siendo ya ambos viejos, de edad avanzada y habiendo ya
Sara dejado de menstruar; es decir agotados todos los medios
naturales de ambos para poder engendrar, tiene una nueva
aparición de Dios quien le dice que en nueve meses Isaac
llegará. Este Abraham que sabe esperar sentado a la
perfección de Su luz, puede ahora ser usado por Dios como
intercesor en favor de su babilónico y mundano sobrino Lot,
que con su familia habitaba en la pútrida Sodoma. Sin embargo, el
intercesor aún tendrá una recaída en las antiguas andadas
recurriendo a las medias verdades, al tratar de proteger carnalmente
a Sara de manos de Abimelec pues le dijo: "es mi hermana";
lo cual era medio cierto, aunque omitiendo decirle que también era
su esposa.
Pero
la gran misericordia y paciencia de Dios no se habían agotado para
alcanzarlos, evitando el desastre que Satanás quiso causar para
abortar el plan de Dios, y en Gén. 21 siendo ya Abraham de 100 años
Isaac nació.
¡Sí!,
fue justo después de ser circuncidado él junto con Ismael (el
ministerio carnal fruto de su impaciencia). Allí, en la quietud y
dependencia de la montaña,
descansando sentado a
la puerta de su tienda, a la nítida luz del
meridiano del día, estando en la posición correcta
y agotadas todas sus muertas acciones carnales,
su anhelado Isaac
nació.
Recuerda,
por tanto, de
dónde has caído,
y arrepiéntete,
y haz
las primeras obras;
pues si no, vendré pronto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar,
si no te hubieres arrepentido.
La
acción realizada fuera de la correcta posición es
fútil. Mientras no recuperemos nuestra posición correcta en
Él, de nada servirán la evangelización, las obras "buenas"
de la carne (obras muertas), ni cualquier tipo de obra que
pretendamos hacer "para el Señor". Seguir adentrándonos a
través de un camino errado, desviado, no es más que abundar en
la deriva que nos alejará más y más del destino correcto, del
lugar al que Dios quiere llevarnos.
Debemos
pedirle al Espíritu Santo que nos recuerde en que punto del camino
comenzamos a desviarnos, el lugar donde caímos y entonces
arrepentirnos. ¡Sí, eso supone detenernos ahora y
tener que volver sobre nuestros pasos hasta el
lugar del desvío; pero no hacerlo hará que nos precipitemos
barranco abajo!
En
tales casos hay que regresar a las obras del primer amor; es
decir, a la confianza del niño, que ni puede ni se
preocupa por cuidar de sí mismo, y mucho menos de trabajar para Su
Padre en pago por Sus dádivas. Este niño confía en el amor de Su
Papá, todo lo espera de Él y de Él todo lo recibe, por Su gracia y
por Su amor. Sabe que es Su Papá quien trabaja y provee para él y
no él para Su Papá. Este niño no hace nada que no vea hacer a Su
Papá.
Estos
son pues los pasos para regresar al punto del desvío:
1-
Pedirle al Espíritu que nos recuerde el lugar de la caída.
2-
Arrepentirse, es decir, volver o regresar a dicho
lugar.
3-
Recuperar la posición original de relación o permanencia
en Dios del primer amor.
Es
hora ya de que la pródiga Iglesia de Dios regrese desde país
de las algarrobas a la posición o
lugar correcto: su hogar en Jerusalén. Allí ha
de entrar a la espera quieta en el Aposento Alto
(en este caso de Tabernáculos) y allí, cesados todos los vanos
intentos del hombre natural, el gran milagro se producirá: Dios hará
desde Arriba lo que
solo Él puede hacer.
¡Esto evitará que no apaguemos más al Espíritu y perdamos nuestro candelero!
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