“LA
VERDADERA SOLUCIÓN DEL PROBLEMA”
Capítulo
5 del libro de Malcolm Smith
de editorial CLIE
Introducción:
El autor relata en el libro la experiencia personal en su ministerio en Brooklyn, Nueva York. En el capítulo precedente venía contando como la frustración y el fracaso de todos sus innumerables esfuerzos ministeriales, le llevaron a presentar su dimisión ante la congregación que pastoreaba y, solo ante la insistencia de ésta, accedió a postergar su decisión hasta la vuelta de unas vacaciones, que cambiarían su vida para siempre ...
¿Has
llegado a alguna parte?
(Los
énfasis en azul y negrita
y las notas explicativas son míos).
Los
días siguientes los pasé como un sonámbulo: comiendo, tumbado en
la playa, andando al azar por los bazares del pueblecito, echándome
sobre la cama y dormitando por la noche.
Cuanto
más intentaba no pensar, tanto más me preocupaban los mismos
problemas; así que en vez de relajarme me puse más y más tenso y
nervioso (1): Los taxistas eran unos gansos estúpidos, los turistas
exhibían invariablemente los rasgos más inanes y ordinarios, el
servicio en los restaurantes era pésimo; me
sentía quejoso
de todos y de todo
(2).
Poco a poco acabé por no hablar con nadie y pasaba más y más
tiempo en el cuarto, tumbado sobre la cama, recapacitando. Sabía que
el rumbo que seguía me llevaría a un mal paradero, pero, como en
una pesadilla, no podía evitarlo.
Por
encima de todo, me daba cuenta de que echaba a perder las primeras
verdaderas vacaciones que Jean había tenido. Y esto no hizo más que
irritarme más, porque me hacía sentirme culpable. Unas vacaciones
fantásticas, y aburridas, como si estuviéramos dando vueltas en una
zapatería.
Si
solo pudiera cobrar algo de ánimo por amor de ella. Después de
mostrarme tanto amor, lealtad y paciencia, merecía algo bastante
distinto. Al menos podía tratar de hacerle comprender que mi cabeza
era un revoltijo. Cuando la miraba sus ojos me decían cuanto quería
ayudarme. Pero esto era un infierno, y no estaba dispuesto a
arrastrarla a ella conmigo, aunque me dolía que pensara que no le
tenía confianza.
Un
día, al anochecer, estábamos cenando en la terraza que daba a la
bahía. Había palmas y lianas que crecían por entre las peñas del
acantilado y se acercaban al mar. El aire olía a flores exóticas y
a lo lejos se oían los cánticos de pájaros extraños. Yo iba
cortando la carne en mi plato y haciendo un esfuerzo por levantar los
ojos de la mesa, le pregunté, más que nada para romper el silencio:
-
¿Qué crees que deberíamos hacer?
-
El Señor te dirá lo que tienes que hacer –dijo Jean, quedamente-.
No te preocupes, todo saldrá bien; y tú sabes que, sea lo que sea
lo que tengas que hacer, yo te acompaño contenta.
Incliné
la cabeza asintiendo, con el deseo de que Dios me lo dejara saber.
Cuando
todavía nos faltaba una semana para el regreso, conocimos una pareja
que estaban encantados
con todo lo que a mi me aburría.
Pude ver la mano del Señor en esta amistad y le di las gracias (3).
Así por lo menos Jean no recordaría este viaje como algo
desastroso.
Fuimos
a la playa los cuatro. De tan brillante, el día parecía esmaltado,
uno de esos días que justifican los carteles de propaganda de las
agencias de turismo. Era difícil recordar en Hawai que era
diciembre. Andábamos despacio sintiendo la arena caliente que se nos
metía entre los dedos de los pies. De una freiduría se desprendía
un olor que me recordaba a Coney Island. Escondido entre las palmeras
y encima del tejado de la parada, el altavoz de una radio llenaba el
aire con las notas de “Sueño con una navidad blanca”. Sin
motivo, la escena me molestó porque casi
todo me irritaba.
Esta vez me
indigné viendo
que alguien podía profanar la playa con aquel olor a grasa y aquel
ruido estrepitoso. Quería
volcar la parrilla de la parada, coger un palo y aplastar el altavoz.
Me sobresalté al darme cuenta que estaba a punto de realizarlo. (4)
Nos
deslizamos entre los bañistas y recuerdos de mi juventud en la playa
de Southend se agolparon en mi mente. Era un rapazuelo otra vez,
jugando con la arena, con la muchedumbre alrededor y el olor a
pescado y patatas fritas.
Finalmente,
lo
dejamos todo atrás:
la gente, los olores y la música. No veíamos nada más que una
playa desierta. La blanca arena se extendía en suaves ondulaciones,
tornasolada por la luz del sol. Las olas azul oscuro de la bahía
subían playa arriba, dejando una estela de espuma. Las palmeras,
bajo cuya sombra andábamos, estaban inmóviles. La
calma era absoluta (5).
La escena parecía una tarjeta postal.
Jean
y la otra pareja se echaron al mar para nadar un rato. Yo me excusé,
anduve un poco más adelante y me tumbé bajo unas palmeras, usando
una toalla como almohadón. Arriba las hojas, cruzándose, formaban
un marco cuadriculado contra el cielo. Una nube que otra cruzaba la
cuadrícula de hojas y, a lo lejos, se oían personas riendo. A seis
pulgadas de mi mano derecha, me miraba inmóvil un lagarto que, de
repente, dio un salto y se perdió entre las piedras. Era un día
caluroso, soporífero, y, cosa
rara, yo estaba relativamente en paz conmigo mismo,
pero no sabía cuanto tiempo duraría. En aquellos momentos me
encontraba bien. “Si por lo menos pudiera durar”, pensé.
Pero
mi mente no podía quedar en paz.
Los pensamientos se deslizaron otra vez por el
mismo cauce de siempre (5).
“¡Qué lástima sería tener que regresar a la ciudad dentro de
poco, cuando Jean empezaba a disfrutar!”, me dije por dentro,
mientras los veía nadar tranquilamente en la bahía. Traté de parar
en seco el pensamiento. No era una idea completa. Pero ya era
demasiado tarde.
Regresar
a la ciudad; regresar, ¿a qué? No sabía lo que haría. Las
preocupaciones aparecieron de nuevo, solo que esta vez arrastraron
otro pensamiento. No era una idea completa. Parecía más bien una
insinuación leve.
“¿Por
qué no volver? Ya has descansado; tu mente será productiva, te
vendrán ideas que revolucionarán la iglesia y harán acudir a las
personas a Cristo. ¿Por
qué no hacer otro
intento?
Has
estado también deprimido antes y siempre te has recobrado; de eso es
de lo que se trata, de una ligera depresión. ¿No quieren los
miembros que vuelvas? Va hombre, va. Anímate y regresa”.
Di
meda vuelta y apoyé la cabeza sobre mis manos en la arena ardiente.
No, esta solución quizás hubiera sido buena antes, pero ahora ya
no. Esta
vez sabía
que estaba acabado.
Me había visto bien a mi mismo y ya no cabía la auto decepción.
El
graznido de una gaviota me llamó la atención, y me puse boca arriba
para ver si podía avistarla. Estaba dando vueltas en
las alturas, quietas las alas,
como
suspendida por un hilo invisible, usando una corriente de aire como
propulsión.
(6)
Traté
de imaginar como me vería ella desde aquella altura (7) –una
pequeña mancha, apenas visible, bajo aquellas palmeras-.
“¿Así
es como me veía Dios a mí?”
¡No!
Dios conocía cada cabello de mi cabeza. Conocía cada célula de mi
cuerpo y cada átomo de cada célula. Conocía cada cosa que me había
ocurrido, cada pensamiento o sentimiento que había tenido. Y no solo
conocía todo eso, sino que me amaba con un amor tan perfecto que no
cabía en la comprensión humana. Un amor del que no era digno, que
me había sostenido, cuando merecía que me dejara caer.
“Entonces,
¿por qué, Padre” –pregunté en voz alta-.¿Por
qué me dejas fracasar?
Tú
sabes que he
intentado muchas veces hacerlo bien y ya no puedo más. Ha quedado
agotada toda mi inspiración. He hecho todo cuanto sabía para
servirte y edificar Tu Iglesia, y todo para nada. ¡NADA! Aún
si tuviera otras ideas no me fiaría de ellas. No, ¡Señor!,
estoy acabado. No puedo continuar,
y lo digo de verás, y no voy a retroceder de lo que digo …”
Fue
entonces que El habló (8).
De modo claro y sencillo. Unas palabras que me penetraron hasta el
tuétano de los huesos, que hicieron volatilizar en mi mente el
tormento que me atenazaba, palabras que pararon en seco lo que estaba
diciendo; palabras como una ráfaga de fuego, una
revelación,
después de la cual mi
vida ya no podría volver a ser como antes:
“Por
fin lo has visto. Tú no
lo puedes hacer.
Nunca te he pedido que lo hicieras. Yo, solo Yo, puedo edificar Mi
Iglesia. ¿Quieres hacerte
a un lado,
para que pueda edificarla Yo a través de ti?” (9).
En
aquel momento un haz de luz
entró en mi alma,
una luz que
hizo desaparecer toda oscuridad y
me abrió los ojos. En un instante podía ver claramente (10).
La
luz de aquella simple verdad iba aumentando y adquiriendo la fuerza
de un enorme río
que
recorrió todo mi ser y cortó
un cauce en mí,
completamente nuevo. Era un
río que arrancaba
de cuajo los árboles y la maleza acumulada desde hacía años y
se los llevó con su corriente,
un torrente impetuoso que arrancaba los mismos cantos, revelando
en el fondo la verdad de Dios (11).
En
aquel momento, que pareció una eternidad, la
luz barrió cada rincón de mi ser y me
dejó libre.
Iluminó todas las preguntas que tenía y las contestó todas.
¡Ahora
si que podía ver! Todo
era claro como el día.
El
Sol de Justicia había salido,
llevando salvación en sus alas (12).
Me
incorporé apoyándome en los codos, algo aturdido y emocionado, como
un hombre que ha tropezado
con un tesoro cuantioso y se
da cuenta paulatinamente
que
no tendrá que trabajar o preocuparse más.
Era
una sorpresa que atontaba, porque el hombre había
encontrado este tesoro en su propio patio,
lo había pisado, se había sentado sobre él, incluso lo había
usado como escabel para hacer sermones. Pero no lo había descubierto
hasta este momento glorioso (13).
Sentí
que me estaba riendo interiormente, una risa que procedía del centro
de mí ser. Y me di cuenta que hacía
meses que no reía.
Ahora el
gozo
del
Señor empezaba
desde dentro
(14).
¡Oh!
¡Qué simple y a la vez que profundo! ¡Qué glorioso! Estaba claro
que solo Él podía edificar Su Iglesia. ¡Qué
necio, arrogante y pagado de mí mismo había sido, al intentar
hacerlo por mi propio esfuerzo!
¡Que insensatez intentar hacerlo
con los recursos y técnicas del hombre!
(15).
¡Su
Obra! ¿A quién más podría pertenecer?
De
repente la
naturaleza que me rodeaba adquirió nueva
vida.
Era como si la viera por primera vez. La belleza delicada de las
frondas de la palmera; su corteza rasposa. La maravilla de las lianas
sinuosas, colgando de los árboles como lazos. Todo
reflejaba la gloria del Creador,
aún el lagarto que había desaparecido en el fondo. ¡Dios! ¡Cuán
grande eres! ¿Te
tengo que ayudar en Tu labor creadora? ¿Te
he de echar una mano para hacer un mundo? ¿Te he de enseñar la
estructura de las moléculas de los granos de arena? ¡Cuánto menos
me necesitas par que edifique Tu Iglesia! ¡Padre,
perdóname por mi presunción ridícula! (16).
¡Ahora,
bajo esta luz, podía entender cómo habíamos podido, alguna vez,
sentir y conocer la presencia vibrante del Dios Viviente! Había
ocurrido en aquellas raras ocasiones en que nos
habíamos apartado a un lado, dejándole el paso libre
sin
darnos cuenta. Y yo había repetido durante años esta verdad con los
labios, sin ni saber lo que decía.
Ahora,
en aquella sola Palabra de Dios que penetró todo mi ser, vi
a Dios en Su tremendo poder y grandeza.
Todos
mis esfuerzos de obrar
por Dios
estaban hechos polvo. Eran un insulto a semejante majestad. Ante Su
gloria no podía hacer más que dar alabanza, rendir culto y saltar
de alegría.
¿Podía hacer yo la orquídea que crecía en aquel arbusto? ¿Podía
hacer que rielara el sol sobre la laguna en la aurora de la mañana?
Podía hacer que subiera o bajara la marea? ¡No! Ni tampoco podía
lograr el nacimiento espiritual de un alma. Tampoco podía unir a un
grupo alrededor de Jesús. Era
Su Obra, y solo Suya.
Cada
vez lo iba viendo más claro y tenía miedo de perder algo. Se me
reveló como un chorro de luz, especialmente acerca de vivir
la vida cristiana.
Esta era un área que conocía en la cual me había gozado desde
hacía años, que el cristianismo
significaba que Cristo vive en mí.
Estos últimos años se había empañado la claridad de esta verdad,
pero ahora vi de nuevo que mi salvación dependía del todo y por
todo de Él. Solo podía presentarme sobre
la base de lo que Jesús ya
había
hecho,
la
Obra era Suya y estaba consumada
(17).
Lo
mismo podía decirse de compartir Su Obra. La
única parte que me correspondía era la
sumisión y la consagración completa
a
Él.
Él me iba a usar cuándo, dónde y cómo lo creyera conveniente. Yo
tenía que ser dirigido
por Él,
no ser más que una
herramienta en Su mano; un cauce
por
el cual Él pudiera fluir sin estorbos.
Solo
un cauce,
¡Cuántas veces había cantado esto en los himnos! ¡Cuántos
sermones había predicado sobre este tema sin entender lo que
significaba! No, no
era yo, recibiendo alguna ayuda de Él, el
que había de hacer Su Obra; sino
Él, y yo debía seguirlo arrastrado por Su potencia. La INICIATIVA,
la idea, la dirección, la fuerza vigorizante y sustentadora, TODO
salía de Él.
Yo
no era sino un pequeño trozo de madera llevado por la corriente,
sin
esfuerzo por mi parte,
arrastrado por una fuerza avasalladora, la fuerza de todo un río
(18).
Una
gaviota subía por el espacio y viró de súbito. Y mi
espíritu estaba con
aquella gaviota, arriba
en los cielos divinos.
Apenas
movía una
pluma, se
dejaba llevar por la corriente de aire,
de igual manera era llevado yo por un Espíritu invisible, sin
esfuerzo alguno por mi parte
(19).
Y
exclamé: “¡Aleluya!”, cuando vi
lo que ya era mío en Dios y que solo me faltaba reclamarlo.
No con esfuerzo,
no con técnicas
para
lograrlo, simplemente aprendiendo a seguir
la dirección del Espíritu y
dejarme ser llevado a alturas y logros fuera de mi alcance.
Le
pedí perdón por mi
orgullo a
lo largo de los años, por la
“perfección
profesional” que había reemplazado al Espíritu Santo.
Le di gracias por cada contrariedad y decepción del año pasado. Le
di gracias por cada detalle que había contribuido a quebrantarme.
Le ofrecí alabanzas por haber aplastado
mi amor propio hasta el punto de no quedarme resto de confianza en mí
mismo.
El
Espíritu Santo me hacía ver el hecho de que solo
somos piedras que viven. Él nos tiene que poner en el sitio
adecuado.
Una
piedra no puede ponerse por sí sola para formar parte de un
edificio, ha de ser labrada y puesta por el constructor.
Así que a mí me era imposible realizar el propósito de Dios en la
vida. Él debía realizar Su propio propósito; parecía como si
dijera: “vivid
en voz pasiva”, no os esforcéis, dejad que Yo viva y obre por
medio de vosotros”
(20).
Yo
era el que había vivido. Me
había aferrado a una promesa de Dios y había procurado convertirla
en realidad por
mis propios medios.
Lo
había intentado con toda el alma, con todo mí ser. Ahora comprendía
que Dios lo era todo; no solo la Promesa, sino todo lo que rodea a la
promesa. La
única contribución que podía hacer era rendirme a Su Voluntad,
someterme a Él. Escoger que El fuera el Todo en todo
(21).
Moví
la cabeza y cogí un puñado de arena y la dejé deslizar por entre
los dedos. ¡Había sido tan tonto! Se oyeron gritos de alegría
desde la orilla del agua. Jean se acercaba corriendo, con la toalla
volando en el aire.
-¡Es
hora de cenar, y nos espera el autobús! –dijo jadeante. Paró y me
miró atentamente-. ¿Has
llegado a alguna parte? (21*)
Algo
debía verse. Se puso un vestido sobre el bañador, mirándome como
si esperara respuesta.
¿Has
llegado a alguna parte?
Había ido al Cielo y regresado. Había subido a la gloria. Había
visto al Santo de Israel. Yo
que había estado muerto, vivía con otra vida.
Había
oído a Jesús. Le había visto como el Todo en todo, quien no
necesitaba ninguno de mis esfuerzos de pigmeo
(22), pero que podía edificar Su Iglesia valiéndose de mí si
quería hacerlo, donde quisiera y como quisiera hacerlo. La
carga
inmensa
estaba fuera, se había desvanecido. Fluía un río de agua
viva
por
mi corazón.
Quería saltar gritando para que todos me oyeran: “¡Es
Su Obra, no la mía!”.
Poseía
la paz
(23).
Todas
las piezas encajaban, el rompecabezas estaba resuelto.
Pero no salió ningún grito ni nada. Se me trabaron las palabras en
la garganta.
Además,
un nuevo pensamiento me volvió a poner en estado de alarma:
“Espera
a que vuelvas a la ciudad, entonces verás lo que pasará. Da otro
vistazo a la congregación, ¡y ya verás lo que pasa! Pronto estarás
en el mismo desasosiego de antes, muy pronto. ¿Te atreves a romper
el corazón de Jean diciéndole que no hay problemas? Vale más que
esperes hasta que puedas demostrarlo”…
Pero
el glorioso testimonio salió balbuceante:
“Creo
que volveremos a Brooklyn”.
Sin
embargo por dentro estaba aturdido por lo que había visto; todavía
preso de un gozo inefable (24).
Camino
al autobús, la freiduría nos saludó con su olor a Coney Island y
prorrumpí en alabanzas a Dios. De la radio salía atronador:
“¡Venid
fieles todos!”
Ahora
no me pareció ofensivo en lo más mínimo. Era música del Cielo y
los ángeles no podían cantar mejor. Mi corazón se unió con el
coro:
“¡Venid,
adoremos!”
“¡Venid,
adoremos!”
“¡Venid,
adoremos a Cristo el Señor!”
Subimos
al autobús y yo continué cantando por dentro, usando otra letra que
cantábamos con otra melodía:
“Porque
solo Él es digno.
Porque
solo Él es digno.
Porque
solo Él es digno. ¡Cristo el Señor!”
(En el capítulo siguiente, si recuerdo bien, el autor relata como regresó a sus quehaceres, pero esta vez en reposo y en descanso; simplemente atendía sus asuntos rutinarios sin ningún afán, simplemente esperando en Dios, sin tomar iniciativas, sin planificar ni hacer nada.
Unos meses más tarde una señora miembro de su congregación le invitó a su casa para que compartiera el mensaje de salvación con algunos de sus familiares o amigos. En la reunión personas aceptaron la salvación en Cristo y acudieron a la siguiente reunión y quisieron hacer sus propias reuniones … En fin, el Espíritu iba añadiendo a los que tenían que ser salvos; la congregación creció y creció y creció y prodigios y señales ocurrían …).
MIS
NOTAS EXPLICATIVAS SOBRE ESTA EXPERIENCIA DE RENDICIÓN Y ENTRADA A
LA VIDA VICTORIOSA:
(1),
(2) y (4): Estado característico de aquellos que aún no han cruzado
el
río de la muerte, el Jordán que
separa la vida en la carne (desierto), de la vida en el espíritu o
en victoria (Tierra Prometida); estado que puede llegar a un grado
increíble de indignación
y agresividad.
La incredulidad
(miedo)
y la murmuración
(ingratitud, queja),
como
raíces
del ego,
de la rebeldía, aún no habían sido atajadas en las experiencias
de muerte y sepultura
que dan acceso a la vida
de resurrección o vida victoriosa;
en la que son contrarrestadas con los antídotos
de la quietud
y
la gratitud
(respectivamente
y en ese orden), dando lugar a la paz
y
al gozo.
(5)
Cuando en nuestro crecimiento espiritual nos vamos aproximando al
estado
cadavérico-hediondo del “miserable
de mí”
(Rom
7:24), próximos a nuestra experiencia
de muerte y
descenso al sepulcro
(en
términos del alma), el Señor en Su misericordia nos apareja un
ambiente propicio: la
calma del “silbo
o susurro apacible”;
el “cireneo” que
cargue con la cruz,
cruz que ni el mismo Jesús pudo llevar hasta la cumbre del Gólgota;
aparecen
la
“María” que
nos ungirá para la sepultura y los
"José de Arimatea y Nicodemo" que
reclamando nuestro cadáver, nos descenderán de la cruz, nos
administrarán las especias aromáticas y nos introducirán en el
sepulcro;
en el cual, cadavéricamente quietos como el muerto Lázaro,
esperaremos
la Voz (revelación o luz) resucitadora: “sal
afuera”.
A esas alturas aún no tenemos la paz con nosotros mismos, sino el
auto
aborrecimiento, el hastío hasta la muerte y un cansancio hasta la
desesperación
total;
nos
sentimos solos
y abandonados de todos y aún de Dios.
Estado propio de los lugares de Getsemaní
y Gólgota
a los que hemos sido invitados a compartir,
por experiencia,
(lo
que un día recibimos en semilla al momento del nacimiento del
espíritu), la medida de los sufrimientos de Cristo que nos ha sido
asignada por el Padre; por supuesto, solos
y fuera del campamento, llevando Su oprobio.
(6)
Hasta aquí una y otra vez acabábamos introduciendo nuestra mano
para “ayudarle” a Dios a realizar el milagro o la promesa que
nos había prometido. Aunque intentábamos quedarnos quietos
acabábamos sucumbiendo en un nuevo intento carnal, una enésima
maquinación o manipulación. Aquí ya no haremos ni un solo
intento más, sino que estaremos definitivamente acabados; muertos y
listos para ser sepultados.
(7)
Ya de algún modo y por revelación estamos intuyendo que para “pasar
al otro lado” tenemos
que acatar el veredicto de la muerte y el sepulcro y quedarnos
quietos en espera de ese hilo y de ese aire propulsor, que la
resurrección traerá en sus alas.
(8)
Al igual que en los casos de Job, Peniel o del Aposento Alto, Dios no
hablará hasta que habiendo fracasado definitivamente, estemos
totalmente acabados, consumidos e, incluso, callados. Dios hablará
cuando toda palabra y todo intento humanos hayan cesado, ¡incluso
nuestra oración! (los muertos no oran). Solo
la
quietud y el silencio confiados
harán que Dios nos vindique en una gloriosa
experiencia de resurrección;
que nos introduzca a la
vida en el Reino de la Gracia.
(9) “Sin Mi nada podéis hacer”. ¡NADA, es nada! Tenemos que hacernos totalmente a un lado. Tenemos que abandonar la posición de piloto, soltar el volante, bajarnos y dejar que el hasta ahora copiloto se siente al volante y nosotros colocarnos en la posición de copiloto, por no decir en el maletero. Si no saltamos del avión por miedo (incredulidad, que es desobediencia Heb. 3:18-19) nunca comprobaremos que el paracaídas funciona. Si no soltamos la rama a la que nos agarramos para no caer al precipicio, nunca comprobaremos que la mano de Dios nos sostiene. Si no nos quedamos quietos nunca comprobaremos que Dios es Dios (Sal. 46:10).
(10) “En tu luz veremos la luz” (Sal. 36:9). “De oídas te había oído, pero ahora mis ojos te ven”, (Job 42:5). “Luego le puso otra vez las manos… y vio de lejos y claramente a todos”, (Mar. 8:25). “… y volvió e hizo otra vasija …”, (Jer. 18:4). La vida de resurrección nos introduce en la luz, trae la verdadera revelación de lo que es la vida cristiana real, auténtica. Antes vivíamos en el sucedáneo de la religión-humanismmo, haciendo cosas para Dios en lugar de recibir de gracia lo que el Padre tenía para nosotros Sus hijos. El cristianismo no consiste en lo que los hijos hacen para el Padre; sino en lo que el Padre ya hizo y hace para Sus hijos. Es el paso de las OBRAS de la Ley a la VIDA en la Gracia. Cuando nos volvemos (giro de 180º) el velo se cae (2ª Cor. 3:16). Solo cuando Abraham entró en total obediencia, y esto por obra de la gracia de Dios, al separarse de Lot (Lot significa “velo”) estuvo listo para la visita de Melquisedec, príncipe de PAZ.
(11) El enorme río de Ezequiel 47, que cuando ya no hacemos pie (soltando todas las amarras humanas y artificiales), nos arrastra en total dependencia de Dios, y marca un antes y un después; un cauce de muerte al ego, que arranca de cuajo toda la maleza carnal del viejo hombre; dejándolo sepultado en el fondo del río (Jos. 4:9).
(12)
“¡Hijitos
míos, por los que vuelvo a sufrir dolores de parto hasta que Cristo
sea formado en vosotros!”
(Gál.
4:19). “¡Con
Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, más Cristo
vive en mi!”
(Gál.
2:20). “La
senda del justo es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta
que el día es perfecto”
(Pr.
4:18). Cuando nacemos de nuevo nos quedamos “embarazados”
de Cristo
(como
María del Señor) y cuando morimos a nosotros mismos para entrar en
resurrección “damos
a luz” a Cristo.
Antes de esto Jesús habitaba solo en nuestro espíritu con poca o
nula cabida en nuestra alma, ahora ocupa ambos. Ya no vive nuestro
YO, ahora
Cristo se ha entronizado y le dejamos vivir Su Vida en nosotros:
"¡Cristo
en nosotros, la esperanza de gloria!"
(Col.
1:27); "¡Cristo
el Todo y en todos!"
(Col
3:11). La
vida cristiana, como el día bíblico, comienza en un ocaso que lleva
nuestro ego hasta su noche, para luego amanecer (sueltos los dolores
de la muerte) en novedad de vida, hasta alcanzar la plenitud o
perfección del mediodía.
(13) Descubierto
el “tesoro” (Cristo en nosotros) podemos, por experiencia,
sentarnos con Cristo en los lugares celestiales, esperar que todos
nuestros enemigos sean puestos por Dios como estrado de nuestros
pies (Sal. 110:1), e ir entrando en las obras que Dios
preparó de antemano para que anduviéramos en ellas (Ef. 2:10).
Ahora estamos en armonía con el Creador y con Su Creación y
caminamos con la “vaselina” del Espíritu y no con el “calzador”
de la carne.
(14)
El
momento más oscuro de la noche precede al clarear del día y es en
la más densa oscuridad que el GOZO brota desde adentro. ¡Aleluya,
porque en
la NADA descubrimos el TODO!
(Job.
42).
(15) Sí,
con la luz "volvemos en sí", como el hijo
pródigo, y nos damos cuenta de cuan orgullosos, necios y ridículos
fuimos tratando de “ayudarle” a Dios a hacer Su Obra.
(16),
(17) Cómo Job nos damos cuenta de nuestra presunción e impotencia,
al tratar de decirle a Dios cómo tiene que hacer las cosas. También
descubrimos la gloria de la Nueva
Creación y
descansamos en las obras perfectas y consumadas de Dios, alabándole
por Su Sabiduría y Magnificencia. Descubrimos
el insulto que suponen para Dios todas las obras muertas, LAS
AYUDITAS A DIOS, que son las obras “buenas” de la carne que
hacemos sin que Dios nos haya mandado hacerlas,
y que son como trapos
de inmundicia
(Is.
64:6).
(18)
Abiertos nuestros ojos solo nos caben sumisión,
obediencia y silencio;
solo confianza
y gratitud inmensas.
Solo reconocer que no somos más que pámpanos portadores de la
sabia que la Vid, y no nosotros, produce. Ya
no planificaremos ni tomaremos la iniciativa ni nos esforzaremos;
nos sentaremos en la grada y aplaudiremos a nuestro Gladiador en la
arena, que es Quien lucha por nosotros.
¡Triunfaremos
(celebraremos, nos alegraremos y aplaudiremos) en
Su victoria!
(2ª Cor. 2:14), como los seguidores aplauden cuando su equipo gana
el partido.
(19) Linda
imagen de lo que es la vida ascendida, vida tras del velo, vida en
el espíritu, vida victoriosa, vida de resurrección, andar en el
espíritu-Espíritu, el shalom de Dios, la vida en los
lugares celestiales, ...
(20)
La
vida en voz pasiva o vida de quietud no es pasividad, sino una
relajada
espera expectante de
quien aguarda las instrucciones de Su Comandante antes de obrar.
(21)
Como Jacob,
llegamos
a nuestro Peniel,
donde, derrotados
por Dios (ser derrotados por Dios y claudicar es vencer) quedamos
rengos espiritualmente;
y con el asiento de la fuerza natural quebrado ahora
andamos en temor y temblor de forma “vegetativa o automática"
(que nos sobrevienen inconscientemente cuando somos tentados a meter
la mano de nuevo) delante de Él. Ya
no daremos ni un paso sin Su dirección previa;
ya no trataremos de obrar para conseguir por nuestros medios lo que
Él nos prometió o para 'ayudarle' a hacerlo. Ya
no serán engendrados más Ismaeles por nuestra impaciencia.
(22)
Antes vivíamos dando vueltas en el desierto de nuestro activismo
carnal para ir a ninguna parte.
Josué no pudo cruzar el Jordán con el pueblo, hasta
que todos los hombres de guerra hubieron muerto (Jos.
5:6). Dejaremos
todo esfuerzo de pigmeo y soltaremos
de verdad las pesadas cargas,
que por pesadas no son de Dios, pues Su yugo es fácil y ligera Su
carga
(Mat. 11:30). Cargas y yugos que nuestro orgullo nos impedía
soltar.
(23)
¡Bendita paradoja! cuando ante una crisis amenazadora quitamos los
ojos y el pensamiento de como resolverla por nosotros mismos o de
"descender
a Egipto en busca de ayuda"
y nos abandonamos en Dios, el miedo se va y viene la PAZ. Esta es la
estrategia de Josafat
y
es algo recurrente en toda la Biblia (2º Cr. 20). Al
miedo
(incredulidad)
le
aplicamos el antídoto de la quietud
y
el resultado es la PAZ.
(24)
A la murmuración
(queja o ingratitud)
le
aplicamos el antídoto de la gratitud
(alabanza)
y
el resultado es el GOZO.
(Pero, mucho ojo, la alabanza solo funciona cuando hemos muerto a
nosotros mismos; es decir, sobre la base de la paz que nos trae la
vida de resurrección.
Artículos
relacionados:
HOLA JOSE MARIA , EL OTRO DIA , ME LLAMO USTED POR MI TELEFONO PRIVADO , Y ME DIO UNAS CUANTAS PERLAS QUE LAS EH ENGARZADO EN MI CORAZON , Y YA DE PASO LE HABLE A DIOS DE USTE Y SU FAMILIA , Y SENTI EN EL MISMO CORAZON QUE SON PARTE DEL REMANENTE , Y QUE HAGA OIDO A SUS PALABRAS , ASI LO HARE , MUCHAS GRACIAS POR AYUDARME Y MUCHISIMAS GRACIAS POR SUS ORACIONES , PUES SOY HOMBRE QUE ODIA LA MENTIRA Y DIGO LA VERDAD CUANDO LE DIGO QUE MI CASA Y NO TAN SOLO yo , SE ENCUENTRA SOSPECHOSAMENTE BIENNNNNN , OS QUIERO . POR FAVOR SIGA ORANDO POR MI CASA AUNQUE TAN SOLO SEA CON UN PENSAMIENTO , PUES AL CAMBIO , ES MAS QUE SUFICIENTE , TAN SOLO DIGA LA PALABRA DE AMOR , Y NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO , HARA EL RESTO . amen.
ResponderEliminar¡Muchas gracias Jordi! Me alegra mucho que ores por nosotros, ¡lo necesitamos! También tu hermosa disposición de corazón para el Señor. ¡Sigue siendo veraz cueste lo que cueste! Cuenta con nuestras oraciones por ti y por tu casa.
Eliminar