(ENTRESACADO DEL ESTUDIO VIDA APOCALIPSIS, WITNESS LEE, Mensajes 36, 37, 38)
(Los sombreados y resaltados no son del autor)
4. Vencen al diablo, a Satanás
Ya vimos que la guerra se libra entre el dragón y la mujer. Sin embargo, ésta no pelea la batalla. La batalla la pelea el hijo varón. Ahora hay guerra entre el dragón y el recobro del Señor. Pero la batalla la pelean los fuertes, el hijo varón. Los hermanos que constituyen el hijo varón pelean contra Satanás, y al final lo vencen. Ellos lo vencen valiéndose de tres cosas: la sangre del Cordero, la palabra de su testimonio y el menosprecio de la vida de su alma hasta la muerte.
a. La sangre del Cordero
La sangre del Cordero, derramada por nuestra redención, responde delante de Dios a todas las acusaciones del diablo en contra nuestra, y nos da la victoria sobre éste. Necesitamos aplicar dicha sangre cuando percibamos la acusación del diablo. Si usted está en guerra contra Satanás, el acusador lo condenará constantemente. Muchos de nosotros podemos atestiguar que cuando somos indiferentes no somos acusados. Pero cuando despertamos y empezamos a guerrear contra Satanás, entonces vienen las acusaciones. Satanás dice: “Mírate, no eres muy bueno que digamos. No te portas muy bien con tu esposa ni con los hermanos”. Algunas acusaciones son válidas, pero otras son calumnias inventadas por el acusador. Día tras día necesitamos que la sangre no sólo nos limpie sino que también nos defienda. No sólo tenemos la sangre redentora, sino también la sangre prevaleciente, la sangre que vence. Si usted ha hecho algo malo, necesita limpiarse de ello, pero no acepte las acusaciones del enemigo. Cuando usted despierta y, como parte fuerte de la mujer, asume una posición definida en contra del dragón, inmediatamente él siembra acusaciones en su conciencia. No preste atención a las acusaciones que le trae. Diga más bien: “Señor, cubre mi conciencia y mis pensamientos con Tu sangre prevaleciente. Tu sangre derrota al enemigo”. Usted debe fortalecer su conciencia bajo la sangre que cubre. Los hermanos vencen al acusador por medio de la sangre del Cordero.
Según nuestra experiencia, cuando nos volvimos al Señor para que El lograra Su propósito, las acusaciones no se tardaron. Pero no sabíamos que esas acusaciones venían del enemigo. Pensábamos que se trataba de la función normal de nuestra conciencia al ser iluminada. Satanás, la serpiente, es un ser insidioso. El siempre obra encubiertamente, fingiendo ser algo que no es. Muchas veces Satanás finge ser nosotros. Cuando éramos indiferentes para con el propósito de Dios, no teníamos problema alguno en nuestro ser. Pero cuando nos volvimos al Señor y a Su propósito, parecía que nuestra conciencia trabajaba continuamente recordándonos las ocasiones en que habíamos obrado indebidamente. Quien lo acusaba no era su conciencia, sino Satanás. ¿Cómo podemos comprobar que es Satanás? Si su conciencia funciona debidamente bajo la luz de Dios, entonces cuando usted confiesa su pecado y aplica la sangre, la condenación cesa y usted tiene paz verdadera. Si ésta es su experiencia, entonces la acusación proviene de su conciencia iluminada, la cual ejerce su función en usted. Pero muchos de nosotros podemos testificar que después de confesar el asunto y de aplicar la sangre, la acusación permaneció. Esta no es la reprensión de nuestra conciencia, sino la acusación del diablo. La reprensión viene de Dios, pero la acusación procede del acusador. Cualquier condenación que no cese después de que confesamos el asunto y de que aplicamos la sangre, indudablemente proviene del diablo. Una vez que nos percatamos de esto, debemos decirle a Satanás: “¡Detente! No voy a confesar esto otra vez. Esto no proviene de mí; procede de ti. Diablo, ésta no es la iluminación de Dios; es tu acusación. Yo no soy perfecto, pero tienes que entender que estoy bajo la sangre del Cordero, y la sangre es mi perfección. ¿No ves que estoy bajo la sangre? Soy uno de los hermanos que te vencen, no por mi perfección, sino por la sangre de mi Redentor”.
Ninguno de nosotros sabe cuánto significado tiene la sangre. Sólo Dios lo sabe. El diablo sabe más que nosotros en cuanto a las implicaciones que tiene la sangre. En mis primeros años de ministerio tuvimos la experiencia de expulsar demonios. En esa época predicábamos bastante el evangelio en China y con frecuencia teníamos que lidiar con casos de posesión demoníaca. Muchas veces mientras orábamos para echar fuera un demonio, se suscitaban acusaciones penetrantes en contra nuestra. El demonio decía: “¿Vas a orar para expulsarme? ¿No te acuerdas que anoche te enojaste con tu esposa? ¿Y vienes ahora a echarme fuera?”. (Al aceptar la falsa acusación...) Inmediatamente nuestra oración se debilitaba y nuestra boca se cerraba. (Cuando aprendimos...) En vez de orar, declarábamos: “Sí, anoche me enojé con mi esposa. Pero demonio, ¿no sabes que yo estoy bajo la sangre?”. Cuando uno menciona la sangre, los demonios son derrotados. Ellos saben más que nosotros acerca del poder de la sangre.
En varias ocasiones, algunas mujeres que estaban poseídas de demonios tomaron tijeras y, mientras nosotros orábamos, nos amenazaban con cortarnos. Entonces declarábamos: “Estamos bajo la sangre. Recuerden, demonios, que su líder y rey, Satanás, el diablo, fue crucificado y que él y ustedes han sido juzgados”. Cuando uno dice esto, la persona poseída por el demonio se calma. En nuestra experiencia hemos visto el poder y la autoridad que tiene la sangre del Cordero. Tenemos que aplicar la sangre siempre y decirle al diablo que no somos perfectos, pero estamos bajo la sangre perfecta. No es la perfección nuestra la que cierra la boca de los demonios, sino la sangre del Cordero. Ninguno de nosotros es completamente perfecto. Nuestra perfección es fragmentaria. No confíe en su perfección y no pelee la batalla usando su perfección. Aun ahora mientras ministro, no lo hago basándome en mi perfección. Tengo que venir a ministrar basándome en la sangre. ¡Aleluya, la sangre está aquí! Todos debemos ver la sangre y declarar que estamos cobijados por ella. Esta sangre es la sangre que prevalece, la que habla y la que está llena de implicaciones. Solamente Dios, y hasta cierto punto el diablo, sabe cuánto significa esta sangre. Pero sepamos o no todo lo que significa la sangre, de todos modos, si la aplicamos tenemos a nuestra disposición todo lo que ella significa.
En varias ocasiones, algunas mujeres que estaban poseídas de demonios tomaron tijeras y, mientras nosotros orábamos, nos amenazaban con cortarnos. Entonces declarábamos: “Estamos bajo la sangre. Recuerden, demonios, que su líder y rey, Satanás, el diablo, fue crucificado y que él y ustedes han sido juzgados”. Cuando uno dice esto, la persona poseída por el demonio se calma. En nuestra experiencia hemos visto el poder y la autoridad que tiene la sangre del Cordero. Tenemos que aplicar la sangre siempre y decirle al diablo que no somos perfectos, pero estamos bajo la sangre perfecta. No es la perfección nuestra la que cierra la boca de los demonios, sino la sangre del Cordero. Ninguno de nosotros es completamente perfecto. Nuestra perfección es fragmentaria. No confíe en su perfección y no pelee la batalla usando su perfección. Aun ahora mientras ministro, no lo hago basándome en mi perfección. Tengo que venir a ministrar basándome en la sangre. ¡Aleluya, la sangre está aquí! Todos debemos ver la sangre y declarar que estamos cobijados por ella. Esta sangre es la sangre que prevalece, la que habla y la que está llena de implicaciones. Solamente Dios, y hasta cierto punto el diablo, sabe cuánto significa esta sangre. Pero sepamos o no todo lo que significa la sangre, de todos modos, si la aplicamos tenemos a nuestra disposición todo lo que ella significa.
b. Por la palabra del testimonio de ellos
Ellos también han vencido al enemigo por “la palabra del testimonio de ellos”. Esta es la palabra que testifica que el diablo fue juzgado por el Señor. Cuando percibimos la acusación del diablo, debemos testificar verbalmente que el Señor ya lo juzgó. Tenemos que declarar audiblemente la victoria del Señor sobre él. Debemos testificar no sólo ante los hombres sino también ante los demonios, diciendo: “Demonios, recuerden que Satanás, el rey de ustedes, ya fue derrotado por el Señor Jesús. Ustedes no tienen por qué estar aquí molestándome”. Junto con este testimonio a los demonios, usted debe predicarle a Satanás, diciéndole: “Satanás, ¿no sabes que fuiste clavado en la cruz? Ya fuiste juzgado y tu sentencia es el lago de fuego”. Este es el testimonio que expresan verbalmente. No guarde estos pensamientos en su mente; dígalos a Satanás. Aunque no haya nadie con usted en su cuarto, Satanás está ahí. He predicado a los demonios y a Satanás. Dicha predicación no la hice para que él se arrepintiera, sino que sirvió de repelente. Al rociar a los “bichos” con el veneno celestial mediante nuestro testimonio audible, los matamos a todos. Tal vez usted no vea a los demonios, pero ahí están. Algunos hermanos se preguntan cómo puedo yo ser tan osado. La razón es que al predicarles a los “insectos”, soy fortalecido. Pero mi fuerza no viene de lo que soy yo, sino de lo que es la sangre. Yo no soy el veneno. Los demonios no temen a lo que soy yo, pero sí le temen a la sangre del Cordero. Debemos aplicar esta sangre.
Poco después de mudarnos a nuestra nueva casa, nos empezaron a perturbar los topos. Algunos hermanos echaron veneno en los agujeros que habían hecho los topos, y éstos fueron exterminados. Nuestro “veneno” hoy es la sangre de Jesús y la palabra de nuestro testimonio.
Debemos proclamar la palabra de nuestro testimonio. En ocasiones, usted tal vez deba predicarle a Satanás durante varios minutos, diciendo: “Satanás, tú me has engañado por años. Un día mi Señor vino a mí y me dijo que fui redimido en la cruz. Satanás, ¿no sabes esto?”. Háblele de ese modo. Muchos entre nosotros nunca le han predicado a Satanás, pero debemos aprender a hacerlo. Si usted desea predicar de una manera prevaleciente, la primera persona a quien debe predicar es Satanás. Esta predicación dirigida al enemigo es la palabra de nuestro testimonio.
Nosotros atestiguamos que somos pecadores y que el Señor es nuestro Redentor. El murió en la cruz por nuestros pecados, y ahora tenemos Su sangre a nuestra disposición. ¡Díganle esto a Satanás! Después de hablarle de esto, díganle: “Satanás, no tienes por qué estar aquí. Tu destino es el abismo y luego el lago de fuego. Pero quiero que te quedes aquí hasta que yo acabe el mensaje que tengo para ti. Sólo entonces te dejaré ir”. Si usted le predica así a Satanás, el acusador no se atreverá a perturbarlo más puesto que usted lo perturba a él. Después de terminar su mensaje, dígale al enemigo: “Satanás, no regreses; si lo haces te daré un sermón más largo”.
Los hermanos le vencieron no sólo por medio de la sangre, sino también por la palabra del testimonio de ellos. La sangre es el hecho firme, y la palabra de nuestro testimonio es nuestra predicación. La sangre implica que nuestros pecados fueron perdonados y quitados, que fuimos crucificados, que Satanás fue juzgado, y que su cabeza fue aplastada. Cuando mediante la declaración aplicamos la sangre, aplicamos todos estos hechos. Después de aplicar la sangre, debemos declararle a Satanás los hechos. Es así como vencemos al enemigo.
Si ustedes aplican la sangre y le predican a Satanás, él estará atemorizado. El los acusa a ustedes, los perturba y los inutiliza. El desea destruirlos con sus acusaciones. Me temo que muchos queridos hermanos todavía son destruidos por las acusaciones del diablo. Ellos dicen: “Amo al Señor, pero no soy perfecto. He cometido muchos errores y he fracasado muchas veces”. El resultado de estas acusaciones es que lo apabullan a uno. Al ser incapacitados por estas acusaciones, el enemigo los lleva presos. Pero ustedes deben declararle al diablo: “Diablo, mi base no es mi perfección. Mi base y mi cubierta es la sangre”. Cualquiera que esté bajo la acusación de Satanás debe predicarle un largo sermón. Si usted hace esto, inmediatamente será fortalecido.
I. El diablo
El versículo 9 dice que el dragón escarlata es llamado el diablo. La palabra griega traducida “diablo” es diabolos, que significa acusador, calumniador. El diablo nos acusa delante de Dios y de los hombres. El diablo acusó a Job (Job 1:9; 2:4-5) y a Josué (Zac. 3:1-2), y ahora nos acusa a nosotros, los creyentes, “delante de Dios”, “día y noche” (v. 10). El diablo no sólo nos acusa delante de Dios, sino que también calumnia a Dios al dirigirse a nosotros. Cuando el diablo va a Dios, nos acusa delante de El. Pero cuando viene a nosotros, difama a Dios ante nosotros. No crean que esta calumnia es evidente, pues con frecuencia difama a Dios sutilmente. Por ejemplo, él puede difamar a Dios suscitando dentro de usted el interrogante: “¿Por qué me hace Dios esto a mí?”. Esta pregunta es una especie de calumnia. Algo dentro de usted puede preguntarle a Dios por qué lo trata a usted así. No crea que esto provino de usted. No, son palabras que Satanás profiere dentro de usted. Además cualquier pregunta que ponga en tela de juicio la palabra de Dios expresada en la Biblia, es una calumnia. Si usted recibe una pequeña calumnia, el diablo le dará una mayor. Luego usted dirá que probablemente Dios no es fiel. ¡Qué calumnia tan terrible! El título asignado al diablo indica que él es el acusador y el difamador.
J. Satanás
El gran dragón también es llamado Satanás (12:9). La palabra griega que se traduce “Satanás” significa “adversario”. Satanás no solamente es el enemigo que está fuera del reino de Dios, sino también el adversario que se opone a Dios desde dentro del reino. El enemigo denota el oponente que está fuera del dominio de Dios; mientras que el adversario implica un enemigo que está dentro del dominio de Dios. Satanás estaba antes dentro del dominio de Dios. Por consiguiente, él era y sigue siendo el adversario. ¿Dónde está este adversario? Está dentro de usted. El no sólo es el enemigo que está afuera, sino también el adversario de adentro. Es fácil defenderse en contra de un enemigo, pero es difícil defenderse de un adversario, puesto que éste opera dentro de uno. El adversario está en la casa de uno.
Ustedes deben estar conscientes de que este adversario está dentro de ustedes. Muchas veces él se hace pasar por ustedes. Usted puede haber pensado que cierta acción provino de usted, sin percatarse de que en realidad provenía de él. Cuando usted comete un error, no debe culparse tanto. Más bien, debería decir: “Satanás, tú tienes la culpa, pues esto no provino de mí, sino de ti”. ¿Se atreve usted a decirle eso a Satanás? Tal vez no tenga la osadía de decirlo porque usted mismo está engañado. Antes de 1936, yo estuve engañado once años. Cuando me llegaban pensamientos sucios, yo los confesaba, y le decía al Señor que yo era muy malvado, y entonces le pedía que me perdonara. Pero cuanto más confesaba estas cosas, más venían esos pensamientos inmundos. En cierta ocasión, en 1936, vi que estaba equivocado. Estos pensamientos no eran míos; eran pensamientos del maligno. A partir de entonces, no volví a confesar esas cosas. Más bien digo: “Satanás, llévate tus pensamientos. Me rehúso a ser engañado. Este pensamiento no es mío; es tuyo. Tíralo lejos. Satanás, tienes que ser condenado”. No sea bondadoso con Satanás y no deje que él lo engañe. Sea osado y háblele de esta manera. Satanás está dentro de usted. Es por eso que se hace pasar por usted. De modo que debe decirle: “Satanás, este no soy yo, eres tú. No me importa si estás fuera de mí o dentro, tú eres tú. Eres el adversario”. Aprenda a decirle esto a Satanás. No se deje engañar siendo inducido a creer que usted es así de malvado. Satanás es el maligno, no usted. Antes de arrepentirnos, no reconocíamos que éramos malos. Eramos altivos y decíamos: “No soy pecador; yo soy perfecto”. Pero después de arrepentirnos, de ser salvos y de recibir la gracia, el adversario vino a nosotros sutilmente y nos hizo creer que éramos terriblemente sucios y malignos. Esta idea proviene del adversario.
En muchos años no me di cuenta de la diferencia entre el enemigo y el adversario. Satanás como adversario está aun en la iglesia y se hace pasar por algo que no es. En Mateo 16:22 vemos que Pedro fue engañado. Pensó que era él quien estaba hablando, pero en realidad era Satanás. El Señor puso de manifiesto al adversario diciendo: “¡Quítate de delante de Mí, Satanás!” (16:23). Del mismo modo, en nuestro caso, muchas veces nosotros no somos los autores de ciertas cosas que hacemos; es Satanás, el adversario, quien las realiza.
B. Luchamos contra huestes espirituales
de maldad en los lugares celestiales
A esto se refiere Pablo en Efesios 6:12 cuando dice que no tenemos lucha contra carne y sangre, sino contra principados, contra potestades, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. Estas potestades son los ángeles de Satanás. Satanás es un usurpador, un rey que se nombró a sí mismo. Bajo su domino hay muchos ángeles que son los príncipes, los principados, y las potestades de los aires. Según la Biblia, los principados y las potestades que están bajo el dominio de Satanás rigen los países del mundo. Por ejemplo, en Daniel 10:20 se habla del “príncipe de Persia”, y del “príncipe de Grecia”. Todos los países paganos están bajo el gobierno de estos principados satánicos que están en los aires. En el capítulo 10 de Daniel, éste oró durante tres semanas. Aunque él tenía la carga de orar, no recibió respuesta. Finalmente, un visitante del cielo le dijo a Daniel: “Desde el primer día que dispusiste tu corazón a entender y a humillarte en la presencia de tu Dios, fueron oídas tus palabras; y a causa de tus palabras yo he venido. Mas el príncipe del reino de Persia se me opuso durante veintiún días” (Dn. 10:12-13). Este ser celestial había sido enviado a Daniel, pero el príncipe de Satanás lo estorbó. Pero el versículo 13 añade: “Miguel, uno de los principales príncipes, vino para ayudarme”. La antigua Persia y la antigua Grecia estaban bajo el dominio de los principados de los aires. Pero la nación de Israel no estaba bajo el gobierno de un príncipe satánico, sino bajo Miguel, el defensor de Israel. Mientras Daniel oraba esas tres semanas, se libraba una batalla en las regiones celestes. Si deseamos ser vencedores, la parte fuerte de la mujer, tenemos que orar. Los rumores, las críticas y la oposición no vienen de fuentes humanas sino de Satanás, quien está detrás de todo ello. Si usted ora de este modo, estará calificado para ser un vencedor. No malgaste el tiempo peleando con su mal genio o con el pecado que lo asedia. Estas cosas son pequeños “bichos”. Más bien dígale a Satanás: “Satanás, he estado distraído por años prestando atención a mi mal genio y al pecado que me asedia. Pero ahora te paso esto a ti. No tengo tiempo de orar en cuanto a mi falta de paciencia, pero sí tengo tiempo para darte otro sermón”.
Todos hemos estado engañados cuando hemos dicho: “Ah, mi mal genio y este pecado que me persigue. Si no los venzo, no podré ser santo ni podré ver el rostro del Señor ni podré tener la vida de iglesia apropiada”. Sálgase de ese pecado y dele un sermón a Satanás. Puedo testificar por experiencia que si uno trata de vencer el mal genio, éste se acrecentará. No ore tratando de vencer su falta de paciencia; ore para vencer al “príncipe de Persia” y al “príncipe de Grecia”. Ore para que se le abra paso a Miguel. Pida que el recobro del Señor no se quede en la parte débil, la mujer, y que llegue a ser el hijo varón. Si oramos así, nacerá el hijo varón, y el arcángel Miguel entrará en guerra en los cielos contra el dragón y lo arrojará a la tierra.
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